jueves, 14 de noviembre de 2019

VENDAS EN LOS OJOS

Alguna vez en la vida, a todos se nos cae una venda de los ojos. La llevamos ahí sin saberlo, apretada de tal modo que la oscuridad es absoluta. Llevamos tanto tiempo con ella que nos hemos acostumbrado a pasear por la vida intuyendo los obstáculos sin verlos. A base de reconstruir la realidad a partir de la composición que nuestro cerebro puede hacer con el tacto, el gusto, el olfato y el oído, creemos que el mundo lo percibimos completo.

Pero no es así.

La realidad no nos muestra todas sus caras porque nos falta uno de los sentidos: la vista. El día que la venda deshace el nudo y resbala por nuestra cara, la luz entra a raudales en unas retinas desacostumbradas. Entonces, tal vez por el impacto de la claridad, por el miedo a lo que nos podamos encontrar, por la seguridad que nos daban nuestras propias tinieblas, agarramos nuestra venda y tratamos de volver a colocarla.

Las vendas que se caen de los ojos no ajustan nunca más.

Cerramos los ojos, los oídos y hasta el corazón, porque el dolor en las pupilas con la presencia de tanta luminosidad puede ser insoportable, pero eso no sirve. No se puede vivir mucho tiempo con los ojos apretados. Un día, uno cualquiera, los párpados empiezan a abrirse poco a poco. Quizá se cierren un par de veces, porque tanta luz impide hasta respirar, pero finalmente, despacio, siempre muy despacio, los ojos se abren.

Y la luz ya no duele.

Ahora lo que hace es iluminar la escena. Nos descubre que los otros sentidos nos habían contado casi la verdad, pero se habían dejado un montón de matices.
Aprendemos.

Y con el aprendizaje, detestamos esa venda y bendecimos el día que se soltó.

#microrrelato

miércoles, 6 de noviembre de 2019

PON UNA ETIQUETA EN TU VIDA

Os voy a contar algo. Acabo de entrar en Amazon, a ver si ha ocurrido un milagro y han unificado mi novela en papel con la digital. No he tenido suerte. Ahí están, cada una por su lado, con los comentarios separados también. Yo creo que es un castigo metafórico por haber escrito sobre un tiempo en el que las cosas de hombres iban por un lado y las de las mujeres por otro, un momento en el que no teníamos los mismos derechos.

Tonterías que se piensan en días de mucho estrés.

Para no enfadarme, he dejado lo de mis novelas y me he ido a ver el top, que es un sitio que no frecuento mucho, y ahí sí que me he enfadado en serio.

Sí, uno se puede enfadar con un top. Bueno, uno se puede enfadar hasta con la esquina de un mueble si se da con ella con el dedo meñique desnudo. El caso es que, mirando novelas, he recalado en una. No me ha llamado la atención en sí misma, sino la bandita naranja y lo que ponía en ella. Sé que hay categorías rarísimas en Amazon (yo una vez me equivoque de casilla y Detrás del cristal se puso número 1 en Bienestar y vida sana nada más publicarla, pero rauda y veloz lo quité, porque entonces me daba mucho apuro que pensaran que soy tonta).

He pensado en un error. Yo soy muy de pensar en que uno es humano y se equivoca muchísimas veces.

No he necesitado nada más que un clic para darme cuenta de que no, que es una argucia para conseguir la codiciada bandita naranja. Porque, si fuera verdad donde está categorizada, yo no habría entendido, como si fuera castellano, cada una de las palabras del fragmento de prueba (bueno, de la primera página, no he sido capaz de seguir).

¿Un error?

Ya...

martes, 5 de noviembre de 2019

PON UN VERBO EN TU TEXTO

Me da mucho respeto ponerme a hablar de cuestiones gramaticales en el blog, porque no soy ninguna experta en ellas, solo sé lo que he aprendido en todos estos años escribiendo (no digo cuántos porque la cifra me empieza a abrumar). Si me atrevo a hacerlo es porque recordaré algo muy básico, de hecho, algo que estudiamos en el instituto.

Y también por otra cosa.

Ayer mismo llegué a un blog que me dejó estupefacta perdida. Lo firma una autora novel, que en estos momentos aún no ha publicado absolutamente nada, y que da consejos de escritura, aunque en realidad se dedica a otra cosa. Esas eran sus credenciales cuando ibas a la sección del blog (o la página, no recuerdo) que dice "quién soy". Me pareció tan surrealista todo que me dije, bueno, Mayte, al menos tú ya has publicado casi una docena de libros (eres autora de verdad, no es solo una idea en tu mente), no en el cien por cien de tu tiempo, pero te dedicas a esto y, además, has vendido varios miles de libros. Te han dado hasta premios. Igual tampoco es tan loco que tú te atrevas a dar algún consejo...

He venido a hablar de los verbos.

No me voy a poner en plan profe mucho rato, pero sí tengo que hacer hincapié en un aspecto que a veces nos pasa desapercibido: los verbos tienen aspecto perfectivo o imperfectivo. ¿Qué significa esto? Pues que hay algunos en castellano que nos están diciendo que la acción está acabada y otros marcan que no es así, que es una acción inacabada.

Pongo un ejemplo.

Cantó/Cantaba

Ambas formas verbales son de pasado. Una de ellas es el pretérito perfecto simple y otra el pretérito imperfecto. Estos nombres no se los pusieron a lo tonto, están diciéndonos ya cómo es la acción. En una frase completa quizá lo veamos mejor:

Marta cantó en las fiestas de su pueblo.

En esta oración, entendemos que las fiestas se acabaron ya y que Marta tuvo el impulso de subirse a un escenario y mostrar sus dotes cantarinas. O que estaba muy borracha y dio la nota, cualquiera sabe porque mi frase carece de un contexto. Lo que queda claro es que la acción está terminada. Del todo. Cerrada.

Marta cantaba en las fiestas de su pueblo.

En este caso, Marta sigue ahí, dándolo todo en el pasado, y nosotros como lectores nos hemos quedado con la intriga de algo, porque esta forma verbal suele requerir de una clausula que amplíe la información. No sé, algo como: Marta cantaba en las fiestas de su pueblo, cuando se puso a llover.

Este pequeño matiz entre dos formas verbales se vuelve un detalle gigante cuando no se emplean bien en algunos textos. Mirad, el castellano tiene una riqueza verbal impresionante. Se puede expresar prácticamente lo que uno quiera y queda matizado por el verbo que se emplee mucho más que por poner un millón de adjetivos raros o extravagantes, que solo van a decir de nosotros que somos un pelín pretenciosos al escribir. Jugad con los verbos, paraos a pensar qué queréis decir y matizad con ellos la diferencia.

Otro día hablaré del uso del pretérito pluscuamperfecto en novela romántica de la que no pasa por correctores profesionales. Es una auténtica pesadilla que muchas veces procede de la lectura directa de libros en inglés o de malas traducciones, ya que este idioma se las tiene que apañar con muchos menos verbos que el castellano.

Y hasta aquí mi modo profe.

Me voy a leer otro rato, si es que me dejan.

jueves, 24 de octubre de 2019

MUJERES CON SEUDÓNIMO

Hace mucho tiempo hice una entrada sobre el primer escritor del que se tiene constancia. En realidad no fue escritor, sino escritora. Se llamaba Enheduanna, nació en 2285 a. C. y fue sacerdotisa e hija de Sargón de Acad. Es curioso que fuera una mujer, cuando después las mujeres han tenido tantas dificultades para que su trabajo escribiendo se reconozca.

Durante mucho tiempo, para publicar, se hizo necesario el uso de seudónimos, en muchos casos masculinos, para superar todas las barreras con las que tropezaron.

Hoy estoy hablando de esto, de mujeres con seudónimo, porque en la charla que tuve el sábado pasado, en el I Café Literario Bookeando en las Nubes, hablamos de seudónimos. Curiosamente, de las cuatro autoras que estábamos sentadas en la mesa solo una usa su nombre real: Laura Sanz. Las otras tres, Isabel Keats, MEG Ferrero y yo, firmamos con seudónimos. Cada una por distintas razones, pero el caso es que lo hacemos.

Isabel nos contó que buscó un nombre sonoro tanto en inglés como en español, por si acaso algún día la traducían. Entre su nombre real y con el que publica hay una notable diferencia.

En el caso de Meg Ferrero, MEG es el acrónimo de un nombre real: María Esther Garcia (por eso lo empezó escribiendo con mayúsculas) y Ferrero es su segundo apellido.

Mayte, mi nombre, es el diminutivo de María Teresa y, como he contado varias veces, no me enteré que vivo bajo un seudónimo hasta que no fui a registrar mi primera novela y la funcionaria de Cultura me lo explicó. Así que se podría decir que lo mío es un seudónimo involuntario o seudónimo por ignorancia.

En realidad, aunque tres de nosotras llevemos seudónimo, las cuatro publicamos con nombre de mujer porque, afortunadamente, vivimos en un lugar del mundo en el que podemos hacerlo. Tenemos la libertad para hacerlo. Tenemos el derecho de hacerlo. De hecho, podemos hacer exactamente lo mismo que los hombres. Nos ha costado muchos años de luchar contra prejuicios y leyes el poder hacer las mismas cosas que los hombres, pero lo hemos conseguido.

Podemos abrir cuentas en el banco, tener negocios a nuestro nombre, firmar contratos sin autorización masculina, votar, estudiar, pedir un divorcio... ¿sigo?

Podría, pero no es el objetivo de esta entrada. En objetivo se centra en que nosotras cuatro tomamos la decisión de firmar como quisimos. Con nuestro nombre real, con el real adaptado o con uno inventado, pero nombre de mujer. No nos ha pasado como a tantas otras que, en otro tiempo, tuvieron que esconder su talento tras un seudónimo. Muchos, nombres de hombre.



martes, 15 de octubre de 2019

MUJERES ESCRITORAS: MARÍA DE ZAYAS

Ayer fue el día de las escritoras. Desde hace unos años, el lunes más cercano a la celebración de Santa Teresa se ha convertido en el día de reivindicación de las mujeres escritoras. Es un día perfecto para recordar que, a lo largo de la historia, las mujeres han sido silenciadas como creadoras de literatura.


Retrato de la escritora e ilustradora Flavia Vicentin 
imaginando a María de Zayas (añadido en octubre de 2023 a esta entrada)

Se ha convertido, por la influencia de las redes sociales, en un día en el que felicitamos a las mujeres que dedican su tiempo a crear historias, pero yo creo que debería ser también un momento en el que rescatásemos a todas aquellas que en otro tiempo fueron creadoras de contenidos y que, por distintas razones, fueron silenciadas en la Historia.

Por eso, hoy, aunque sea un día después, vengo a hablaros de María de Zayas.

María, nacida en 1590, fue autora de novelas cortas, teatro y poemas y tuvo mucho éxito en su tiempo, el Siglo de Oro español. Prueba de su talento fue que sus obras se estuvieron reimprimiendo durante muchísimo tiempo. Hija de militar, viajó mucho, algo infrecuente en la época, y esos viajes hicieron que su mente despierta se fuera empapando de lugares e historias que después plasmó en su literatura.

Pero, todavía hoy, es una gran desconocida.

Es así porque en el siglo XIX fue silenciada por la Inquisición. Ella, y otras mujeres como ella, no cumplían los estrictos parámetros de virtud que un tiempo machista y misógino exigía, así que desapareció de los manuales de literatura, donde solo nos quedó constancia de Santa Teresa de la Jesús o Sor Juana Inés de la Cruz, ambas monjas. No es de extrañar que, en mi mente de niña, cuando era pequeña imaginase que, para escribir, era imprescindible ser religiosa…

María dedicó su tiempo a denunciar las limitaciones que para la mujer representaban la moral y las costumbres del XVII, y fue capaz de producir unas obras tan interesantes que un autor francés, Paul Scarrron, la plagió. Hasta ahí llegó su talento, aunque a nosotros solo nos haya llegado casi el eco de su nombre.

María de Zayas Sotomayor tuvo, en su tiempo, la admiración de Lope de Vega, uno de los grandes autores de nuestra literatura, y pudo ver sus obras impresas. Como os dije, escribió verso y prosa, en ella se aprecia la influencia de Cervantes, y siempre tuvo claro que lo que pretendía con sus libros era entretener, que es el fin último, o primero, de la literatura. Sencilla y amena, no se ahorró la violencia en sus escritos cuando lo creyó necesario y construyó personajes femeninos fuertes que en muchas ocasiones reclamaban su sexualidad, pero no amparadas en el deseo, sino como una manera de demostrar su libertad.

Escribió Novelas amorosas y ejemplares en la primera parte de su producción y los Desengaños amorosos en la segunda, en ambas ocasiones colecciones de novelas cortas, algunas de influencia cervantina y otras italiana. Todo el tiempo se queja en ellas de que a las mujeres no se les dé la oportunidad de recuperar y vengar su honor, ese tema tan literario y tan nuestro, incluso tampoco el decidir su destino. Las mujeres son víctimas de una sociedad violenta e injusta que no se preocupa de sus necesidades. Todo ello lo remata con finales trágicos, sin rasgos de endulzamiento, porque la sociedad en la que vive no es dulce. No habrá bodas o finales felices porque sospecho que no creía en ellos.

Aunque su tema, siempre, fuera el amor.

Reivindica el papel de la mujer, pero no como un ser pérfido, como lo había pintado la literatura hasta el momento, o carente de carácter (recordemos a Celestina o Melibea), sino alguien capaz de mostrar valor y honestidad, pero con su propio criterio. Quiere despertar conciencias dormidas y deja claro el concepto de igualdad en una frase muy contundente:

“Porque las almas no son hombres ni mujeres, ¿qué razón hay para que ellos sean sabios y nosotras no podamos serlo”.

La educación en igualdad, para esto, es crucial. Anima a las mujeres a reclamar su derecho a la cultura, que piensa que en su tiempo ha sido monopolizada por los hombres. Y eso, al final, la conducirá al olvido del que ahora la rescatamos.

Os dejo un soneto de María de Zayas, el amor como una lucha de contrarios, reflejado de un modo tan similar al que lo hicieron Lope o Quevedo que no entiendo cómo no nos ha llegado con la misma fuerza que los de ellos.

Amar el día, aborrecer el día,
llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegría.
Estar juntos valor y cobardía,
el desprecio cruel y el blando ruego,
tener valiente entendimiento ciego,
atada la razón, libre osadía.
Buscar lugar en que aliviar los males
y no querer del mal hacer mudanza,
desear sin saber que se desea.
Tener el gusto y el disgusto iguales,
y todo el bien librado en la esperanza,
si aquesto no es amor, no sé qué sea.