martes, 15 de marzo de 2022

CUIDAR, CUIDARSE.

Cuando no estoy bien, recurro a la memoria y retrocedo en el tiempo. Sin máquinas sofisticadas, sin alterar líneas temporales que perturben el futuro, viajó.

Al patio de la casa de mis abuelos. 

A las tardes escuchando sus historias. 

A la mejor tortilla de patatas que se haya preparado jamás. 

A la anciana más dulce y más buena del mundo, que era la tía María, la hermana de mi abuela. 

Tengo 20 años de nuevo y no quiero más vida que quedarme a su lado para siempre.

 Escuchándolos. Mimándolos. Regañándolos si se saltaban algunas normas estrictas con la comida (la abuela era diabética) o si el abuelo se me escapaba en un descuido a casa de alguna vecina. 

No quiero moverme de nuestras tardes bajo la parra, porque hoy sé que no me faltaba nada importante en esos momentos.  Me QUERÍAN. Sin fisuras, sin engaños, sin juzgarme nunca. Y yo los cuidaba, pero ellos también a mí. Como nadie lo ha hecho jamás y como no espero que sepa hacerlo ni siquiera yo misma.

Supongo que a los 20 tienes prisa. Quieres ser independiente. Viajar. Vivir. Se te queda pequeño el patio de tus abuelos. Por eso cometí la torpeza de batir las alas. Hubiera sido mejor que batiera huevos e igualarse su tortilla. 

Ahora, a mi edad, sé que ese era mi mundo. El más luminoso, donde cuidar y que te cuidasen se daban la mano de tal modo que nadie parecía más importante sujetando al otro.

Hoy ya no existen ellos tres salvo en mi corazón y mis recuerdos, pero en noches como esta los tengo. Solo me hace falta cerrar los ojos para volver a escuchar sus voces y sentir su amor inmenso.






lunes, 14 de marzo de 2022

AFÓNICA

¿Qué es lo peor que te puede pasar si decides dedicarte a grabar audiolibros? Quedarte afónica. Pues sí, señores, así de torpe soy.

El viernes por la tarde me empecé a poner tontorrona. No sabía precisar qué me pasaba, pero el caso es que notaba como si estuviera cayéndome hacia el abismo de un catarro de los épicos.

Por supuesto, no hice caso. Estaba pasando un fin de semana ansiado desde hacía muchos meses con mis amigas, así que una simple "sensación" no iba a fastidiarme mis días. 

Eso no lo consiguió, pero en el hotel hacía un calor de morirse y por la noche hubo que abrir la ventana de la habitación. Sé lo que me pasa si duermo con la ventana abierta antes del mes de junio. Prefiero pasar calor a acabar con dolor de garganta, pero no estaba sola y cuando hay otras personas siempre hay que llegar a acuerdos. Hay que ceder. Hay que ser persona y no un ser egoísta.

No lo fui, tiendo a poner por delante a los demás siempre y así me pasó: el sábado me levanté peor.

Tampoco era algo concreto, era solo un cansancio que por momentos crecía, pero la comida animada, las visitas a unas casas que se merecen una novela, el encontrarme uno de mis libros en un pueblo andaluz, las risas, los cafés... me hicieron obviar lo obvio: me estaba poniendo muy malita.

A pasos agigantados.

Esa noche, pedí que la ventana estuviera cerrada, pero a las cuatro de la mañana tuve que claudicar y que la abrieran. Era incuestionable que hacía un calor mortal, pero también era cierto que yo no estaba nada bien. Ahora sé que debería haber bajado a recepción y haberme hecho con otra habitación, pero siempre piensas que no será para tanto.

Pues mira, sí, lo era.

Por supuesto, me levanté el domingo hecha unos zorros. Justo lo mejor para hacerte 500 km. Volví a casa tan derechita a la cama que a las nueve de la noche estaba frita y no me he despertado hasta las siete de la mañana. El cansancio y la medicación me han tumbado.

Hoy lunes me he pasado la mañana leyendo, descansando en la cama porque quería acudir al trabajo y lo he hecho, pero me he quedado sin voz a mitad de la tarde. No me he planteado en ningún momento escaquearme, es online y no iba a contagiar a nadie, pero tampoco he contado con que acabaría peor de lo que he empezado la semana. He solventado las horas que quedaban a base de caramelos y haciendo clases prácticas, que se habla menos, pero aquí estoy ahora, sin lograr respirar y con ganas de meterme en la cama y no salir por lo menos hasta el martes... de la semana que viene.

Tampoco lo haré, mañana a las siete Ulises querrá salir a dar su paseo y no se lo voy a negar. 

No me voy a morir, lo tengo claro, pero la verdad es que me fastidia tener que renunciar a grabar y me temo que mañana por la tarde acabaré como hoy.

Salvo milagro.

Y yo no creo en los milagros.

Si algo me puede salir mal, me sale. Si digo algo y se puede malinterpretar aunque no sea mi intención, se malinterpreta. Si hay una posibilidad de ponerse mala por abrir una ventana de noche, ahí estoy yo. La primera.

miércoles, 9 de marzo de 2022

CAMBIO DE RUMBO

 Hace casi un mes que no publico nada. En este tiempo, el mundo y mi mundo se han vuelto locos casi al unísono, pero no en la misma dirección. Por fortuna, me ha tocado la mejor parte. Sé que lo bueno hay que conservarlo, porque si no, lo malo, con todo el dolor que provoca, lo infecta hasta hacerlo casi desaparecer hasta de la memoria. Por eso hice una entrada que publiqué en la que me guardaba mi premio, lo bonito de este tiempo, lo bonito de este invierno que estos días parece más largo y más frío que los anteriores. La otra, la que habla del horror de la guerra, de la desolación por no haber aprendido de la Historia, la que me salió a borbotones y me dejó sin aliento, se va a quedar en borrador. Conservo la esperanza de que dentro de un tiempo, no mucho, sea solo un mal recuerdo de unos días que nunca debieron suceder.

Hoy vengo para hablar de un cambio de rumbo.

Cuando llevas mucho tiempo con el viento en contra es necesario pararse a pensar si compensa o si sería mejor dejarse llevar y descansar un poco.

Hace unos días recuperé una novela que tengo por ahí, sin terminar (qué raro, ¿verdad? que yo tenga tropecientas novelas a medias) y encontré la motivación para ponerme con ella, para sumergirme en la trama, arreglar, retocar, terminar y vestirla guapa. 

La leí entera, tomé notas, retoqué fragmentos... Me ilusioné mucho con el trabajo planificado, pero he vuelto a abandonar. La motivación se ha esfumado y sin ella el esfuerzo se me hace muy cuesta arriba.

Pero la vida tiene multitud de caras, tantas que siempre se puede uno centrar en otra. Y como ese proyecto se ha caído de la agenda, he encontrado otro que me tiene enamorada. 

Hace unas semanas estuve hablando con una de las empresas más importantes de audiolibros para ver si llegábamos a un acuerdo con mis novelas autoeditadas. En realidad solo con dos, Brianda y Detrás del cristal. Después de unos correos recibí una respuesta diplomática, pero que era lo mismo que "no nos interesan". La verdad es que me da pena, porque me gustaría experimentar qué es eso de tener una de tus novelas en formato audio y, a día de hoy, por eso que me encontré, no lo veo factible para mí. Así que, recordé. 

He sido radio muchos años.

He sido voz de las ondas. 

Leo en voz alta muy bien y tengo un portátil y capacidad para aprender.

Ni corta ni perezosa, me dispuse a autoeditar mi sueño.

En realidad esa no es la palabra, porque esto no se va a publicar en ninguna parte, pero lo he conseguido. Ya tengo un relato, Oasis de arena, con su música de fondo y todo. Y ya estoy a punto de terminar Su chico de alquiler, la novela por la que empecé, básicamente porque era la más corta. En medio he grabado un relato que no era mío, y con él he aprendido a guardar los archivos con un poco más de orden (curiosamente es lo que más me cuesta, no leer o editar, sino guardarlos con nombres que me permitan recordar qué hay en cada fragmento). Y otro que sí es mío, pero que monté mal y tengo que reparar. 

Y mi proyecto del alma, donde vuelvo a mi maestro, a mi escritor. Al único.

Prefiero no contar de qué va, pero lo que sí sé es que no va a tener correspondencia en papel. Al menos esa es la idea. El destino será sonoro y la dirección que he puesto es el teléfono de mi madre, que se ha aficionado a mis audios y los espera cada noche. (Y me regaña si duran menos de quince minutos, pero ya le he dicho que no me presione, que me sobra el tiempo justo).

Estoy feliz con el micrófono que me he regalado para mi cumpleaños, eufórica por haber empezado a entender Audacity y las horas pasan sin darme cuenta. De verdad soy feliz como no lo he sido en la última década.

Esto tiene su cara B.

No escribo.

La verdad es que tres novelas en cuatro meses es un desgaste brutal para alguien como yo, que se implica a fondo en todo, que lo vive desde las emociones, no desde la racionalidad de pensar que esto es un negocio. Lo que les pasa a mis libros me pasa a mí, no sé separarlo, pero supongo que es el precio que tienen que pasar las personas creativas que llevan fuego en el alma. A veces me gustaría ser un frigorífico. Ser racional y saber ponerlas a la vista y que me diera igual todo, pero cada uno es como es. Y si fuera gélida, no sería yo.

No escribo y, de momento, no entra en mis planes hacerlo a corto plazo. En realidad esto es mentira, porque el proyecto lo tengo que escribir, pero me refiero a una novela como tal. Necesito paz y calma y sé que no la voy a lograr si sigo al ritmo que he llevado hasta ahora.

No quiero acabar en un río con piedras en los bolsillos...

Me estoy permitiendo otras cosas, como grabar, como explorar. La creatividad sigue. Y me estoy permitiendo usar números de teléfono que tenían telarañas. Ha resultado curioso las ganas que teníamos de hablar y a ninguno se nos había ocurrido dar el paso. Pienso hacerlo más. Quiero volver a ser la que era, la mujer feliz que siempre estaba ideando algo, porque no sabe estarse quieta.

Me quiero olvidar de lo feo que me ha pasado en estos años y de lo feo que está el mundo.

A ver si lo consigo.


martes, 15 de febrero de 2022

NOCHES COMO HOY



Hoy ha sido un día especial, un día en el que un premio ha marcado una muesca más en este juego literario del que no me gustaría despegarme nunca. De madrugada, con la resaca de una tarde increíble en la que había tanto a lo que atender que me era imposible llegar a todo, pienso.

En el camino.

En todos los pasos dados a lo largo de estos años, desde que decidí que al menos una vez en la vida se debe apostar por uno mismo. 

En todas las alegrías que llevo, que dan para pavimentar ese camino de baldosas amarillas que lleva hasta la ciudad Esmeralda.

En mirlos blancos.

En historias de largo recorrido.

En la ilusión de la primera presentación y los maravillosos recuerdos de la última.

En toda la gente bonita que he conocido en este tiempo.

En los lectores que me permiten contarles historias y me las devuelven con intereses.

Un premio es un reconocimiento público, pero también te obliga a pararte de madrugada a pensar en lo que te ha traído hasta aquí. Llevo un rato escuchando mis pensamientos, mientras de fondo la oigo esa tormenta artificial sin la que ya no soy capaz de dormir. Y me doy cuenta de que no han sido solo las cosas buenas que todos ponemos en primer plano. Esas son motivación para sentarte a escribir. Alas blancas que te acarician el alma con su suave tacto. Ángeles que te susurran las partes dulces de la historia, como si fueran esas musas de las que hablaban los griegos. 

Hay otras.

Las ganas de abandonar cada dos por tres.

El desaliento cuando no encuentras las palabras.

La soledad de muchos días. Y muchas, muchas noches. 

Las historias sin recorrido que al final tenían tanto que te ahogaron en medio del océano porque tú no dabas la talla.

Son las partes malas, las crueles, las que te hacen levantar del suelo, sacudir la tierra de las rodillas despellejadas y tirar de eso que tienes dentro. ¿Orgullo? No sé si es la palabra. Quizá se parece más al coraje, a la valentía mezclada con un poquito de rabia.

Fue un mes en el que mis rodillas acabaron magulladas, después de que me empujaran al suelo, cuando decidí que tenía que ponerme a prueba. La novela estaba escrita, reposada y corregida. La novela me gustaba.

Casi nadie supo de mi decisión, ni siquiera se la conté a los más íntimos porque cuando uno se pone a prueba no hacen falta testigos. Era yo la que necesitaba salir a flote con mis propios medios. Era yo la que quería saber si ese océano podía cruzarlo a nado y llegar viva al otro lado. Y me importaba muy poco si a los demás les parecía bien o mal que lo hiciera, y no quería testigos de mi esfuerzo o de si, al final, acababa engullida por el mar. 

No quería testigos porque para saber de qué estamos hechos la única persona que importa es uno mismo.

Una mañana de diciembre, me desperté y el mar ya no estaba. Quizá esa novela tan bonita para mi madre, que al final fue de todos, despejó el agua. Dejaron de importar muchas cosas a las que yo misma había concedido una importancia inmerecida y solo se quedó eso que me impulsa a mover los dedos por el teclado como si fuera un piano que reproduce la música de mi mente. Y llegó enero y su frío, pero yo ya no lo sentía igual. Y empezó febrero, y se me había olvidado que en el verano, cuando me hicieron sentir tan pequeña que el mar parecía inabordable, me había puesto a prueba.

Ni siquiera me acordaba de que se fallaba el premio esta semana.

Por eso, quizá, me ha sabido más dulce.

Por eso, hoy solo quiero pensar bonito.

Tengo experiencia para saber que las tormentas volverán, pero debo recordar también que pasan y que puedo con ellas.

Y otra cosa más.

Debo acordarme de una colección de personas muy especiales que no me han dejado sola ni un instante. Sin adjudicarse títulos, sin pretender lugares, han estado ahí. Conmigo. A un WhatsApp de distancia contestado al instante.


martes, 8 de febrero de 2022

TODO AL ROJO

Hay refranes que son muy sabios, que hablan de no poner todos los huevos en la misma cesta ni meter nada donde esté lo que da de comer.

A la que te despistes, te quedas solo.

O te arruinas.

Pero hay veces que apuestas. Se re va la cabeza y pones todas tus fichas en el mismo lugar, confiándole a la suerte tu destino. Si ganas, lo tendrás todo. Si pierdes...

A veces no se contempla perder.

A veces, cuando la vida brilla, un todo al rojo nos parece la opción perfecta. Solo cuando en un instante nos encontramos con las manos vacías vemos la dimensión de la apuesta.

El riesgo. 

La pérdida.

Y no sirven las lágrimas, porque nadie te puso una pistola en el pecho.

Fuiste tú quien se empeñó en que tu cielo no tenía límites.