miércoles, 20 de junio de 2018

NO SE ME DAN BIEN LAS PORTADAS

Tengo varios libros en el cajón, envejeciendo. No sé si lo harán como el buen vino o, por el contrario, dejarlos ahí hará que se vuelvan vinagre, pero el caso es que no me decido a dejarlos volar.

Hay varias razones.

Una, seguro que la más potente, es que no son lo que se espera de una autora de romántica. Aunque personalmente no me considere eso, sé que es la imagen que se tiene de mí y dudo mucho que estos textos vayan a encontrarse con los lectores potenciales que podrían ser su público objetivo. Pienso que mucha gente, que me conoce por mi otra faceta, se sentiría decepcionada si tropieza con historias que son duras y que, de ninguna manera, tienen el final feliz que se supone para el género que llevo publicando un tiempo.

Otra razón es que se me da muy mal eso de crear una portada, de acertar con ella. Ya metí la pata con Brianda, estropeé el impacto que una historia que considero muy potente -aunque puedo estar equivocada y de hecho lo estaré- podía tener a primera vista. Se quedó perdida y eso me dio mucha pena, porque trabajé muchísimo en ella. No solo en la documentación del Siglo de Oro, sino en encajar todas las piezas de una historia que es mucho más que una novela de aventuras y magia.

También pesa el que no quiera confundir a la gente y que me niegue a usar seudónimo. De momento, quiero que lo que escriba lleve mi nombre, independientemente de si se trata de un género u otro. Eso ya sé que va contra las leyes del marketing, pero es lo que siento, que sería deshonesta conmigo misma si lo hiciera de otro modo. Yo soy yo siempre, con luces y sombras.

Y sin esa parte, estaría incompleta.

Hace unos años, en la Feria del Libro de Madrid, hablando con Víctor del Árbol me dijo una cosa. Una frase que no se me ha olvidado a pesar del tiempo transcurrido: "Escribe lo que sientas que quieres escribir". Sigo su consejo, aunque para mí, de momento, esté vetado el publicar estas otras historias. Necesito un nombre para que al lector le dé igual si cuento una historia de amor o, lo contrario, una en la que pese más esa otra faceta del amor que también existe y que arrasa cuando se pone frente a tus ojos, el lado oscuro del desamor. Sé que en eso hay más verdad y más emociones que en cualquier otra cosa que haya escrito, pero también entiendo que no todo el mundo está dispuesto a dejarse llevar de la mano a la parte más difícil de una relación, darla por concluida, desvincularse de la persona a la que se ama cuando no es uno quien toma la decisión de marcharse, sino que se la encuentra.

Un día, de pronto, de la manera más tonta e inesperada.

Hoy, quizá porque sigo sin rendirme del todo, he estado mirando fotos para portadas y he vuelto a constatar que no se me dan bien, que aunque yo sola quisiera salir a la palestra con esta historia, aunque venciera todos los inconvenientes que acabo de exponer, me ocurriría lo mismo que con Brianda: la acabaría estropeando del todo. Y he vuelto a cerrar la página y a dejar a oscuras esas novelas.

martes, 19 de junio de 2018

A SOLAS CON EL VIENTO




Hay gente que solo es capaz de vivir a base de emociones grandes. Necesita cambiar constantemente los escenarios, las personas, los trabajos, buscar a su alrededor algo que haga que la adrenalina corra por sus venas y active su organismo de manera salvaje. Necesitan vivir al límite.

Otras personas, lo contrario.

Necesitan muy poco. Un abrazo, unas palabras, un cielo azul, un te quiero a media voz, un gesto amable o dos minutos de música. Esas cosas tan sencillas llenan su corazón hasta desbordarlo de una felicidad que otros a veces no entienden.

No soy de grandes emociones, soy más de lo segundo. A mí las montañas rusas no me van, ya me pone en bastantes aprietos la vida como para subirme de manera voluntaria en ellas. Pero a veces, conformarte con poco tiene su lado oscuro. No haces ruido, parece que no te hace falta nada y hay días que fallan los abrazos, las palabras, el cielo azul, los gestos y la música.

No importa.

Hace mucho que descubrí que existían unos objetos mágicos, los libros, capaces de salvarme de cualquier desastre. Hace mucho, casi por casualidad, supe que tenía el don de escribir historias. Más o menos buenas, pero era capaz de hacerlo.

Desde entonces, cuando la vida me niega ese poquito de felicidad que necesito, no me desespero del todo. Sé que hay una estantería llena de tesoros en mi salón, sé que, si esos no me apetecen, solo tengo que cerrar los ojos un tiempo, abrir mi portátil y empezar a contar una historia. Tengo el poder en mis dedos y la música bailando en ellos siempre que quiera.

A veces salgo a esa mar sin rumbo a pescar palabras, me da igual si no regreso con las redes llenas. El caso es sentir el viento en la cara y contagiarme de la paz de la travesía.

Llega el verano, para mí la peor época del año por millones de razones, pero no me voy a preocupar. Tengo mi barca preparada para salir al mar. Las redes esperando a que conquiste cualquier orilla, a que me deje llevar.

Sin rumbo, sin compañero.

A solas con mis palabras.

A solas con el viento.

domingo, 10 de junio de 2018

¿UNA TERCERA PARTE? NO SÉ, NO SÉ...

Ayer pasé el día fuera de casa. Por la tarde, el teléfono vibró en mi bolso y fui a mirar qué pasaba. No suelo recibir muchos mensajes y, además, lo llevo silenciado casi todo, así que solo se me ocurrió que tenía que ser muy importante para haberse saltado todos mis filtros.

Era de Instagram.

Vale, ahí no filtro nada porque apenas recibo más mensajes que los de algunos hombres que intentan contactar conmigo a ver si consiguen algo de sexo, a los que bloqueo ipso facto puesto que no tengo intención de acceder a sus peticiones. Esto no pasa todos los días, ni siquiera todos los meses, así que no me he preocupado de averiguar cómo callarlo.

El caso es que me habían mencionado en una historia y por eso me avisaba el silbido. Ana Draghia, escritora, profe de literatura y compañera de editorial me decía que no haga hype de Entre puntos suspensivos porque quiere saber qué puñetas va a pasar con la novela y la tengo nerviosa.

Tuve que mirar qué era hacer hype y me sentí muy mayor en ese instante.

Ana me hizo sonreír y me volví a casa en el coche pensando en la posibilidad de una tercera novela. Incluso tracé una trama posible, me fui imaginando cómo podrían ser también Mario o Silvia, cómo habría cambiado Valeria y si ella podría ser el detonante de algo más que les sucediera a sus padres. Vine a casa la mar de entretenida, aunque esta mañana me he dado cuenta de que esa no es una historia que pueda escribir ahora. Necesitaría que pase algo de tiempo y sentirme una tonelada más tranquila para que el resultado sea luminoso y esté a la altura de las dos novelas que ya están ahí.

No, ahora no es el momento para esto.

Puede que dentro de un par de años me lo replantee, puede que hasta que llegue ese instante siga escribiendo en mi mente bocetos de lo que podría ser la historia entre los dos personajes que más me han dado hasta ahora. Una historia, esta vez, de madurez, de padres de una adolescente...

¡Basta!

La que has liado, Ana. Tengo varias novelas por terminar, estoy corrigiendo una y me tengo que poner dentro de nada con otra que está en borrador, a falta de que me siente con ella a escribirla de verdad y mi cabeza se ha puesto a divagar de nuevo.

¡Si es que lo pides con una gracia que cuesta decirte que no!

No sé, no sé...

sábado, 9 de junio de 2018

TODO SEGUIRÍA IGUAL



Llevaba ya la friolera de cinco años como candidata al puesto. La vez anterior, cuatro años atrás, se había quedado a las puertas de conseguirlo; una enfermedad inoportuna se llevó todas sus posibilidades, pero no se rindió. Pensó que había que ponerle al tiempo buena cara, que había que seguir trabajando con honestidad y firmeza y, cuando el puesto quedase libre, ella sería la más cualificada para conseguirlo.

El incremento de sueldo era considerable, pero no lo quería por eso, sino algo más intangible: lo habría logrado sin llevarse por delante a nadie, esperando, preparándose mucho para, una vez en él, ser la mejor.

A finales de abril, con la primavera mostrándose en todo su esplendor, tuvo la primera entrevista. A juzgar por las sensaciones, todo parecía encarrilado. Quince días más y sería la definitiva. Se preparó para ella. Solo llegó cinco minutos tarde, los que le llevó dar con la puerta correcta, puesto que habían cambiado el lugar de la reunión y no había sido avisada.

La entrevista con el jefe fue distendida. Duró exactamente una hora, en la que trató de ser agradable. Los primeros treinta minutos tuvo la sensación de que estaba a punto de conseguirlo, pero algo en las palabras de él le hizo dudar.

Dos veces.

Se fue de allí, a pesar de todo, contenta.

Los siguientes días, las noticias no llegaban. Empezó a ponerse nerviosa, pero trató de concentrarse en su trabajo. Esa espera alteró sus nervios, pero no fue capaz de llevarse por delante la ilusión de conseguir, al fin, el trabajo.

El resultado llegó tres semanas después de la entrevista.

Ni siquiera se lo comunicaron en persona, lo vio publicado en el tablón de anuncios y también presenció las felicitaciones a la que sí había conseguido el puesto. No la había visto por allí nunca, pero al fin y al cabo el puesto era abierto y ella había sentido que algo en la entrevista había ido mal.

Sintió la decepción pateándole las tripas, pero se obligó a sonreír, a seguir en su mesa de siempre a centrarse en los papeles que ocupaban sus días. Todo seguiría igual, salvo por un detalle.

Ya no se presentaría candidata.

Nunca más.

viernes, 8 de junio de 2018

HE VUELTO A UNA NOVELA



En estos días he estado muy productiva en cuanto a escritura se refiere. La presión mental a mi alrededor ha sido potente -tengo cierta tendencia a no saber desconectar y preocuparme de más- y solo conozco una manera de canalizarla para sacarle algo positivo: escribir.

He escrito un montón.

En primer lugar os voy a hablar de un relato que, de momento, me guardo. Quiero darle un par de vueltas antes de dejarlo a la vista, sobre todo cambiarle el título, porque su gestación digamos que fue un poco de broma y lleva el mismo título vulgar y de mal gusto que una novela con la que tropecé en Amazon. De hecho, su nacimiento tiene que ver con eso, qué le está pasando por la cabeza a alguien para ponerle ese título a una historia. Pensé que tal vez estaba prejuzgando, que igual detrás de esas palabras que llaman la atención había algo bueno y que solo eran una estrategia de marketing.

¿Y si escribo algo con ese título? Esa fue la pregunta que me hice y dos segundos después, gracias a esta velocidad a la que me empuja la presión mental, estaba escribiendo. Tardé como veinte minutos, me reí un montón por las tonterías que se me pasan a veces por la cabeza y no sucumbí a la tentación de venir a colgarlo al blog por eso que digo, porque creo que es mejor que repose un poco y cambiarle el título, aunque solo sea un mero ejercicio narrativo y no algo que vaya a ser candidato a la historia de la literatura.

No creo que haya escrito en mi vida nada candidato a esto, todo sea dicho.

Lo siguiente que he estado haciendo ha sido ordenar una novela a la que llevo dando vueltas bastante tiempo. La he vuelto a leer, libreta y papelera en mano, he quitado cosas, he añadido otras y le han salido cinco capítulos más. De lo primero que escribí hace un par de años a esto que voy teniendo hay un mundo de diferencia. Aunque no he salido del atasco en el que he metido la trama por culpa de uno de los múltiples hilos que he entrelazado, sí he hecho el ejercicio de conocer un poco más a mis personajes, he pulido frases, he dejado clara la secuencia temporal y estoy segura que de este nuevo repaso esa novela ha salido fortalecida. No vislumbro el final, pero tampoco es importante. En la última que he terminado no me convencía el primero, necesitaba otro y tuve la paciencia de buscarlo hasta dar con él.

Espero que entre tanto libro que se publica al día, nadie se moleste si tardo un poco en llegar con otro. Lo haré, no sé cuándo, pero lo haré.

Y lo último que he estado haciendo ha sido volver a repasar una novela. La novela. Mi novela. Lo que deseo publicar por encima de todo, pero que tiene la particularidad de ser tan extraño que no encaja en ningún catálogo de momento. No es que no existan historias así, de hecho yo las he leído, pero todas tienen en común algo: sus autores son gente consagrada que va a vender sí o sí y las editoriales no tienen miedo de publicar algo, porque es su nombre lo que se va a poner en letras más destacadas. Me parece normal, en los negocios hay que poner en primer plano el ganar dinero, hay que arriesgar, pero teniendo siempre unas mínimas garantías de éxito, sobre todo porque el trabajo de muchas personas depende de ello.

Me han dicho que por qué no la autoedito o por qué no participo en el concurso de Amazon. Lo he valorado, aunque también haya dicho muchas veces que lo del concurso no me atrae nada. Uno es libre de cambiar de opinión, y además es muy sano porque supone una reflexión madura sobre el tema, mucho más que encallarse en una posición que, en demasiadas ocasiones, no conduce a ninguna parte. Si no lo hago es porque hay proyectos que verán la luz este verano y que quiero ver cómo marchan sin interferencias, pero quizá después vuelva a darle una vuelta mental a la posibilidad de sacarla por mi cuenta. Tengo varias portadas, y si no la persona que es capaz de hacer magia con las imágenes, y aún me acuerdo de maquetar.

Y tengo los electrodomésticos de la cocina para darse una vuelta por una tienda y sustituirlos todos, también tengo que decir. Me vendrían muy bien esos ingresos extras para poder continuar con la rutina.

Así que en ello estoy. Acelerada perdida, pero aprovechándome de esa sensación que el estrés provoca en mí, algo a lo que siempre le he sacado partido. A veces me ha ayudado a adelgazar y ponerme estupendísima de la muerte, otras me servido de acicate para estudiar y sacar las mejores notas y ahora me empuja a escribir con más ahínco.

Tal vez, del desastre, pueda salir algo bueno.

Tal vez, por fin, os pueda presentar a esos personajes que son luces y sombras, esa historia de vidas que laten y que, por encima de todo, hacen sentir. Al menos yo, cuando releo esta historia, siento.