XCVII
RETRATO
Mi infancia son recuerdos de un patio
de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el
limonero;
mi juventud, veinte años en tierras
de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar
no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín
he sido
—ya conocéis mi torpe aliño
indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó
Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de
hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre
jacobina,
pero mi verso brota de manantial
sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe
su doctrina,
soy, en el buen sentido de la
palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna
estética
corté las viejas rosas del huerto de
Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual
cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo
gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores
huecos
y el coro de los grillos que cantan a
la luna.
A distinguir me paro las voces de los
ecos,
y escucho solamente, entre las voces,
una.
¿Soy clásico o romántico? No sé.
Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su
espada:
famosa por la mano viril que la
blandiera,
no por el docto oficio del forjador
preciada.
Converso con el hombre que siempre va
conmigo
—quien habla solo espera hablar a
Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen
amigo
que me enseñó el secreto de la
filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme
cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero
pago
el traje que me cubre y la mansión
que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en
donde yago.
Y
cuando llegue el día del último viaje,
y
esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me
encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi
desnudo, como los hijos de la mar.
Antonio Machado
***
Me maravilla cómo, en unos pocos
versos alejandrinos, fuiste capaz de decir tanto. Hablar del amor, de la
infancia, de la política, de la poesía, de la religión, de la libertad y de la
muerte. En serventesios, se te escapa ese hombre fascinado por el Modernismo
que fuiste al principio, pero también cómo fue cambiando tu criterio a medida
que se popularizó y dejó de ser algo tan especial como lo que mostraba Darío.
Hablas de ti mismo, de cómo te veías en el espejo y cómo deseas que se te
recuerde, y del orgullo que sientes por haber sido capaz de no dejar deudas
pendientes.
La premonición de los últimos versos
me estremece, porque no podías saberlo y, sin embargo, lo escribiste.
Y cuando llegue el día
del último viaje,
y esté al partir la nave
que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero
de equipaje,
casi desnudo, como los
hijos de la mar.
Lo sentiste, como se siente lo
inmenso, sin poder explicarlo.
Todo, con palabras sencillas, las
tuyas, las que algunos aún siguen sin entender que, bien ordenadas, despierten
sentimientos tan profundos.
(Seguirá)
Tengo que reconocer que cada vez que empiezo este poema de Machado recuerdo mi curso de COU, que analizamos este poema del derecho y del revés. Entonces no es de los poemas que más disfruto de Machado. Me cuesta sentirlo como tú haces. Y mira que ha llovido ya, pero no logro desprenderme de esas sensaciones que me impiden disfrutar de este poema. Pero sí, esos últimos versos estremecen.
ResponderEliminarBesotes!!!