sábado, 13 de agosto de 2016

AUTORES DESCONOCIDOS

Leo mucho. Eso, echando un vistazo al blog, no es ninguna novedad, y tampoco si digo que no solo leo a autores de renombre, ni a clásicos, sino también a muchos desconocidos que se están intentando abrir paso en este mundo de la escritura sin el apoyo de ninguna editorial. Algunos son auténticos descubrimientos, novelas fantásticas que no tienen avales y que, sin embargo, cumplen mis expectativas lectoras. Incluso por encima de otros que sí vienen de la mano de editoriales punteras y que tienen mil reseñas fantásticas en las redes. Otros, por el contrario, no me convencen en absoluto, siento que todavía el autor tiene que madurar como tal, pero no por ello los aparto como autores y no doy otra oportunidad más adelante. Creo que todos estamos aprendiendo y es normal no llegar con todo sabido a la primera.

Pero hay gente que publica en Amazon a la que no leeré.

¿Motivos?

Las sinopsis de sus libros. Algunas tienen deficiencias de redacción tan graves que me parece que si, en esas escasas líneas de presentación, no han sido capaces de hilar las ideas, el libro me costará seguirlo. Lo sé, porque varias veces obvié este detalle y fueron absolutos fracasos lectores. Lo sé, porque a veces hasta leo los fragmentos gratuitos por si me equivoco, pero la verdad es que no suele ser el caso. Si alguien no tiene un dominio de la lengua mínimo, en esas pocas frases se nota mucho, incluso porque algunas tienen hasta faltas de ortografía de las que hacen sangrar los ojos.

Otra de las razones son las flores.

(Ahora os imagino pensando en portadas con flores, jarrones, floristerías o aromas evocadores... No, no son esas).

Son las flores que los mismos autores se echan a sí mismos en las líneas de presentación de la novela que deja Amazon. En ellas se puede poner lo que uno quiera, por mucho que digan que están revisando el texto antes de dar el visto bueno para que suba a la plataforma no es cierto: pasa cualquier cosa. Si no, no es comprensible que un autor que acaba de llegar se compare a sí mismo con un clásico del género en el que encuadra su obra, o que se adjudique alabanzas que en todo caso corresponderían a los lectores. No me refiero a cuando se incluyen fragmentos de reseñas que han salido del libro, sino antes, cuando no hay nada (buceas por la red y de verdad no hay nada), cuando aunque te pases el día observando el top no has visto jamás el libro (de hecho está en el puesto 25000 o más) pero te dicen ufanos que fueron número uno. ¿Dónde? ¿Entre sus conocidos?

Es algo muy curioso: a más flores, menos "chicha" en el libro.

El otro día hablaba con dos amigas escritoras, de las buenas, y las tres concluíamos que parece esencial inflar el curriculo para darse a sí mismo una presencia con la que competir en Amazon. Pero en ese planteamiento hay un error.

Esto no es una competición.

Esto no debería ser una competición, más bien.

Esto es algo a lo que le deberíamos tener muchísimo respeto. Si se sube un libro es porque alguien se deber haber tomado su tiempo para escribirlo, corregirlo, apuntalarlo y hacer algo al menos digno. Legible. Guste más o menos, a más o menos gente, pero lo importante es el libro en sí mismo. Esto no es una competición con los demás, o no debería serlo, deberíamos competir con un único "enemigo": nosotros mismos. Lo que se debería poner a prueba es nuestra capacidad para mantener la atención del lector por lo que hemos escrito, y no captarlos con la promesa de que somos el nuevo Alfred Hitchcock o la mismísima Isabel Allende.

Así no.

Otra cosa que quiero decir es que estos días me están llegando un montón de correos de gente que quiere mandarme sus novelas para que las lea y dé mi opinión. Autores desconocidos, como lo fui yo hace no tanto (creo que lo sigo siendo). Muchas gracias porque todos llegan de manera muy respetuosa, pero tengo que deciros que no leo así. Sé que estáis muy ilusionados por encontrar lectores, pero hay otros blogs que se dedican a ello y lo hacen de maravilla. Yo no, y además este blog no tiene apenas repercusión. Yo, además, compro todos los libros que reseño y solo escribo de los que me gustan porque la falta de tiempo y mis propios problemas me pueden. Prefiero seguir eligiendo yo y espero que no os molestéis conmigo cuando os respondo que no.

De verdad, no puedo.

lunes, 8 de agosto de 2016

LO QUE DEJA EL VERANO

Los veranos son mi momento de lectura por excelencia. Dedico a esta actividad todo el tiempo que en invierno no tengo y son muchos los libros que caen en mis manos y que literalmente devoro. La verdad es que de muchas lecturas veraniegas no dejo constancia en el blog. Algunas, porque no me llenan en absoluto (he leído un par de bestsellers actuales de novela negra que han entusiasmado al público y a mí me han dejado fría) o están esas otras que sí, que mientras duró la lectura las disfruté pero que, una vez terminadas, poco tenía que decir de ellas y preferí mandarlas al cajón del olvido.

Aquí, en el blog, solo se refleja lo que me gusta de verdad.

Sin embargo, este verano no estoy leyendo tanto como otros. A finales de junio me di una auténtica paliza lectora poniendo mi insignificante granito de arena en un proyecto en el que creo y, aunque mi aportación no sea reseñable, acabé agotada. Incluso los escasos días de vacaciones de los que disponía se los dediqué, porque cuando creo en algo es lo que tengo, que me entrego. Me alegro de que le vaya muy bien, aunque a mí de esto solo me haya quedado la necesidad de descansar de leer y unas tremendas ganas de otra cosa...

De escribir.

Hace exactamente dos meses comencé la que es ahora la novela que estoy escribiendo. En realidad no puedo decir que fuera empezar, porque las primeras palabras de esa novela las puse hace un par de años. Un día, hace muchos meses, dejé que dos personas las vieran y coincidieron en que la novela que estaba escribiendo, o al menos eso era lo que aparentaba a juzgar por esas páginas, era chick lit. No tengo nada en contra del género, pero no era lo que yo quería escribir y era justo lo que estaba haciendo, así que mandé a paseo el proyecto y empecé otro. Tengo una novela a medias que escribí en ese tiempo y otra terminada que arrancó después.

Sin embargo, se me había quedado una espinita Yo quería contar esta historia, lo tenía muy claro, así que investigué qué era lo que hacía que pareciera un texto de un género casi con toques de humor cuando yo trataba de contar algo un poco más serio.

En narrador estaba mal enfocado.

El tiempo verbal mal elegido.

La protagonista no era la adecuada.

Los escenarios no acompañaban a mi historia.

Después de leer esto podréis pensar que no había nada en su sitio y llevaréis razón. Nada de lo que escribí se ajustaba a lo que quería así que me puse manos a la obra y empecé con la reforma. Cambié de narrador, de tiempo verbal, de género del protagonista y los escenarios fueron otros. Eso supuso que NADA de lo que tenía me sirvió. ¿Nada? Sí, lo que en el fondo quería transmitir estaba, pero la cuestión es que con solo hacer retoques no servía. Entré con pico y pala y hoy esa novela no se parece a la que la originó.

Y luego llegará la lista de turno a decirme que no trabajo los textos...

Mi cuaderno de notas y esquemas


Llevo casi 60000 palabras en estos dos meses. He sido muy constante en la redacción, dejándola de lado solo los días en los que me tuve que poner con ese otro proyecto ajeno que se comió todo mi tiempo libre y alguna dioptría. Me queda muy poco para alcanzar el final que persigo y la verdad es que hoy me he dado cuenta de que lo estoy ralentizando porque me lo estoy pasando tan bien con ella que no quiero acabar.

No encaja en el género que se me presupone como autora (el día que yo encaje en algún sitio moriré de la impresión) y por eso no hay ni opciones de publicarla, eso lo he aprendido con ATCLV, pero quizá sí las tendrá si un día decido emprender otro camino que se me ha ocurrido y que sumaría una más a las experiencias que estoy viviendo con la escritura. La verdad es que se me han ocurrido dos (en esto de elegir líos en los que meterse siempre he sido muy imaginativa y con bastante facilidad para pisar charcos en los que, a veces, acabo empapada).

De momento, no hay prisa.

Este verano me dejará estos personajes, su historia, sus pensamientos y sus miedos. Una novela que deseaba escribir y que espero redondear sobre todo para mí misma. Otros personajes, los que os mostraré en breve, navegan en un proyecto que ya está rodando y lo hacen viento en popa, para tomar el relevo de Alberto y Rocío.

Mientras estos otros tengan su tiempo, me dejarán a mí el mío para un par de novelas más.

miércoles, 3 de agosto de 2016

LISTONES


El otro día hablaba con mis chicos de la infelicidad de los autores románticos del XIX. Eran idealistas, buscaban con desesperación lo absoluto, pero sus anhelos se veían constantemente insatisfechos, lo que les llevaba a la frustración. La realidad y sus ideales chocaban y eso les hacía rebelarse contra las normas morales, sociales, políticas y religiosas. Buscaban escapar del mundo hacia el pasado o lugares como oriente, lejanos y exóticos, que para ellos representaban la vía de escape necesaria para encontrar la libertad que ansiaban.

Se me quedaron mirando con cara de ¿qué has dicho?

Entonces, como sé que para que te entiendan no hay que explicar las cosas del mismo modo, sino buscando un ejemplo que se adecue a su nivel de comprensión, les puse un ejemplo.

¿Qué pasa si pretendéis saltar una valla a veinte centímetros del suelo? Enseguida respondieron que era posible. ¿Cómo os sentiríais? Bien, lo hemos logrado. Supongamos entonces que la valla la elevo a… un metro. ¿La saltaríais? Se lo pensaron, pero llegaron a la conclusión de que quizá lo lograsen, no es una altura imposible. La sensación al conseguirlo sería la de haber superado un reto. Entonces, hice la última pregunta: ¿Y si la pusierais veinte centímetros por encima de la cabeza? Concluyeron que esa altura era una quimera, que lo más posible sería que no fueran capaces. Entonces entendieron a los románticos: la frustración, el desengaño, las ganas de dejarlo y, en su caso, de buscar cualquier cosa que les hiciera olvidarse de la maldita valla inabordable.

Me decía una niña ayer en el parque que le resultaba imposible entender las explicaciones de una de sus profesoras, porque hablaba con un lenguaje “raro”. Palabras que no captaba y explicaciones que eran las mismas que las del libro, pero que le causaban una sensación de inquietud porque no entendía nada y llegó un momento en el que tomó la decisión de no preguntar, porque… ¿para qué? La profesora le repetía lo mismo con las mismas palabras y seguía sin entenderla.

Esta mujer pone el listón muy alto. Quizá las palabras que elige son las adecuadas… para otro público, pero no para niños de primero. ¿Nadie le ha hablado de las tres características que tiene que tener un discurso? Coherencia, cohesión y adecuación, porque si no, la comunicación se convierte en un listón insalvable, que provoca frustración y desencanto. Abandono, como el de esta niña que ha decidido no volver a hacer una pregunta en clase. La idea de que es mejor irse a cazar Pokemon que nutrirse de unos conocimientos que alimentan el espíritu crítico y que, aunque parezca que no, se pueden aplicar a temas muy cotidianos.

Lo que les pasaba a los románticos, nos pasa a todos cuando el listón en nuestras vidas lo ponemos demasiado alto. Las expectativas nos frustran y el abandono extiende su bandera y nos hace apuntarnos a sus filas.


viernes, 29 de julio de 2016

YO ANTES DE TI DE JOJO MOYES



Mis impresiones:

Hoy, los habituales del blog os habréis dado cuenta de que no he copiado la sinopsis editorial de la novela, como hago siempre que abordo un libro que he leído en el blog. No lo he hecho porque, aunque os parezca mentira, sobre todo por el tiempo que lleva publicado, yo no sabía nada de este libro.

Bueno, nada, nada, no. Algunas cosas sabía.

Por ejemplo, conocía la portada, que he visto en las redes desde hace mucho tiempo. Sabía que han hecho una película que se acaba de estrenar. Y sabía que ha gustado mucho.

Pero sobre el contenido de la novela no tenía ni idea, porque no me había parado ni siquiera a leer una reseña de las que han ido apareciendo en los blogs.

¿Y por qué la leí entonces?

No tengo ni idea.

Supongo que hay libros que esperan pacientes por ti a que llegue el día de que los tengas en las manos. Eso pasó con este. Llegó su momento y lo abrí. Empecé a leer. Me dije que no era para tanto...

Y aquí, los habituales del blog, estaréis pensando en la razón por la que un libro que pensé al leer las primeras diez páginas que no era para tanto, ha acabado teniendo su reseña, si yo digo hasta la saciedad que solo me molesto en escribir sobre lo que me gusta de verdad.

Sencillo: me equivoqué.

Las primeras páginas, como digo, no me convencieron nada. Sentía que la narración no era nada del otro mundo, no lograba entrar en la historia, quizá porque, como os he dicho, no sabía de qué iba y me costó avanzar un poco para centrarme en lo que estaba leyendo. Aunque el detonante está al principio, el arranque de esta historia en 2007, no tenía ni idea de dónde quería llevarme la autora, y no ayudaron nada los primeros capítulos.

Pero no me rendí.

Seguí leyendo y en quince páginas la novela me había empezado a seducir de tal manera que solo ha durado día y medio en mis manos. Lo decía en Twitter, solo uno de mis libros ha logrado mantenerme tan atrapada, y no creo que cuente mucho porque lo escribí yo y mi relación con él, obvio, no es nada objetiva. Solo me ha pasado eso con Detrás del cristal, una novela que releí hasta la saciedad para corregirla y (mira que sabía hasta donde estaban las comas) cada vez que volvía a ella me sumergía en lo que yo misma había contado y me olvidaba de las horas.

Pero, ya digo, eso no cuenta.

Sobre la historia, creo que no voy a explicar nada. Es mejor que cada uno la lea y saque sus conclusiones, que decida si quiere o no entrar en ella habiendo leído la sinopsis o no, pero sí diré que Louisa Clark me ha gustado mucho. Su carácter, su evolución, su manera de luchar en la batalla en la que se mete sin darse cuenta. Su humor, que me ha sacado más de una carcajada. Su sensibilidad y su paciencia.

Will es el personaje que más me ha gustado. La situación que vive le hace protagonista de todo, aunque sea ella quien, salvo en algunos capítulos sueltos, nos esté contando la historia. La autora ha sabido meterme en sus zapatos hasta donde se puede (del todo creo que es imposible) y por eso yo  creo que esta novela tiene el único final posible. Redondo y potente, de los que no se olvidan con facilidad (pero que me ahorro por si algún despistado no lo conoce).

Tengo que ponerle un pero a la novela. Son las tramas secundarias. En algunos momentos te sacan de la narración principal y creo que son demasiado extensas para el poco peso que tienen en la principal.Si bien es necesario que nos presente a Patrick, el novio de Louisa, repite muchas veces cómo es. A mí, con una o dos, me habría bastado para hacerme una idea. Y tampoco creo que haga falta, para que la novela siga siendo interesante, contar tantos detalles de la vida de la hermana de la protagonista. De hecho, creo que aporta más bien poco a la historia.

Me ha gustado mucho. Sin grandes alardes narrativos, la novela engancha, te hace reflexionar sobre la situación del protagonista, te pone en su piel y te hace plantearte qué es lo que harías tú en su situación y, estés o no de acuerdo, mueve algo en tu interior.

Es una novela que me ha llenado también por otra cosa. En realidad está contando una historia de amor y, por una vez, el sexo no tiene nada que decir. Eso, de verdad lo he agradecido, porque estoy más que cansada de novelas que solo son un intercambio de fluidos. Quiero intercambio de emociones, que alguien me cuente lo que sé, que las personas son capaces de enamorarse más allá de compartir un rato de pasión. Que el amor es mucho, mucho más que tocarse el cuerpo. Que, donde de verdad estalla el sentimiento no es entre las piernas sino en un lugar mucho más emocionante y difícil de encontrar, que es dentro de uno mismo.

En la necesidad del otro, en las ganas de compartir momentos, de discutir si se da el caso. En las conversaciones irónicas y en el intercambio de sonrisas y miradas.

Para mí, esto y la reflexión sobre Will son lo mejor que tiene. Y que se lee sola.

miércoles, 27 de julio de 2016

LA TRAMA, LOS PERSONAJES, EL ESCENARIO



Hace poco leía en un libro sobre escritura en el que se decía que la trama es la estructura de la narración, mientras que los personajes la sostienen como sólidas paredes. Sin ellos, sin unos fuertes y bien construidos, la novela se caería. Sin embargo, los personajes no flotan, se mueven en ambientes que el escritor tiene la misión de transmitir al lector.

Siempre que leo sobre narrativa intento comparar lo que aprendo con lo que he estado haciendo hasta ahora. De ese modo, detecto los errores que he ido cometiendo y trato de subsanarlos en las siguientes historias. O, por lo menos, paso el rato entretenida, porque lo cierto es que estos libros consiguen absorberme tanto o más que los de ficción.

Quizá en la novela que más me he esforzado en crear una ambientación potente ha sido en Brianda, porque quería transmitir un momento de la historia que es pasado y que el lector actual no puede "ver" solo al asomarse por la ventana. Pensé que si no describía los escenarios de la mejor manera que supiera -basándome además en ilustraciones de la época y textos del momento- al quien la leyera le costaría seguirme. Eso explica, tal vez, que tenga el doble de páginas -o incluso el triple- que alguna de mis otras novelas. No me quedo en contar una historia, sino que acompaño a los personajes por las calles de las dos ciudades de la novela: Toledo y Madrid. ¿Y si me pasé con la ambientación?

En el resto de los libros que he escrito, los escenarios en los que mis personajes se mueven me he dado cuenta de que no me he extendido tanto, aunque haya quien se haya pasado un rato buscando Grimiel en Google para visitarlo. No se echa de menos más esmero en los escenarios, porque a pesar de que no sean exhaustivos, están. Los personajes no flotan, posan sus pies en un salón, aunque no me entretenga en narrar todos los elementos que hay en el mueble bar. O, cuando los saco a la calle, no me dé por recitar todas las especies de árboles que pueblan un parque. No lo hago porque me aburro al leerlo. Y como dice mi amiga, la escritora Antonia J. Corrales, si yo me aburro con lo que he escrito, el lector lleva ya bostezando setenta páginas.

Concluyo que el escenario tiene mucha importancia, pero no tanta como los personajes o la trama, aunque a lo mejor estoy equivocada.

Este año he leído algunos libros que no me han satisfecho a mí, no a la mayoría de sus lectores. Hasta hace un rato, cuando mi cabeza se ha puesto a divagar sobre la trama, los escenarios y los personajes de las novelas -será el calor- no me he dado cuenta de por qué no me llegaron.

El puñetero escenario.

Una narración que se ahorra detalles puede resultar deficiente, pero una que te los multiplica hasta el infinito, a mí me agobia. Si intento recordar esas novelas me doy cuenta de que lo único que se ha quedado en mi cabeza es el escenario. Pero no recuerdo su sabor, su olor, el ambiente o las sensaciones que transmitía: recuerdo que me agobiaba leyendo. Se comía a los personajes por completo, no servía de marco para ellos sino que los absorbía en un abrazo de oso, estrangulando la trama hasta convertirla en algo insignificante y olvidable, porque en realidad se había puesto todo el peso en el escenario. Ni siquiera recuerdo a ninguno de los personajes de esas historias y me cuesta un poco saber de qué iban las novelas.

Esta tarde de calor, tengo que recordar dos cosas: que el escenario importa, que no me tengo que olvidar de él, pero que siempre en su justa medida. Si me paso, el lector solo recordará eso. Y quizá ese error ya lo he cometido una vez, quizá debería no repetirlo.