jueves, 2 de abril de 2020

EL REGRESO DE BRIANDA



Hace más o menos tres años, tomé una decisión. La que yo consideraba que era mi mejor novela hasta ese momento, la retiré de la venta. Con ella, esa otra mitad que era El medallón de la magia se fue también. Solo las conservé en papel, por si me entraba a mí misma la nostalgia de tener algún ejemplar.

Fue una decisión meditada. Brianda se publicó en un momento inapropiado y no pudo, pese a contener la trama muy potente, con la frescura de La chica de las fotos, premiada en el HQÑ dos meses después de la publicación de Brianda.

Se la comió, literalmente.

Lo he pensado mil veces y la conclusión es que se mezcló la inoportunidad con que no supiera venderla pero, por encima de todo, que yo todavía tenía que demostrar muchas cosas. Por ejemplo, que podía usar un narrador muy complicado y salir airosa para la mayoría de los lectores, como pasó con Entre puntos suspensivos. Por ejemplo, que podía centrarme en un momento histórico como la Primera Guerra Mundial y construir una historia como La colina del almendro, que convencería, por fin, de que soy capaz de enfrentarme a lo que quiera.

¿Por qué he recuperado Brianda? Porque tenía el sueño de fundir las dos historias en una y darle la coherencia de un proyecto completo. Es lo que he hecho, las dos novelas en una. Y porque también me apetecía tener una novela en kindle unlimited, una novela casi nueva para la mayor parte de la gente que me sigue en las redes, porque la mayoría han llegado después de que las retirase.

Para quien tenga dudas sobre si leerla, le pido que le dé una oportunidad. ¿Qué vais a encontrar? A ver si me sale un resumen:

Alonso abre un agujero en la pared en la casa de Amanda, situada en un pueblo de Toledo. Encuentra una pequeña habitación y, dentro de ella, un libro escondido que ambos se disponen a leer: es la historia de Brianda, una niña que nace en una pequeña aldea toledana a principios del XVII. Es hija de unos campesinos. Sus padres y la partera descubren en ese mismo momento que ha llegado al mundo con una habilidad extraordinaria, que ocultarán siempre por el miedo a la Inquisición y a las consecuencias que podría tener para todos que se supiera.

A la vez, en Toledo, viene al mundo Luis, el hijo pequeño de los Alfónsez, una de las familias nobles de la ciudad. El rechazo de su madre nada más nacer tiene desconcertado a su padre, que hará todo lo posible para que el niño sobreviva, aunque no tenga los cuidados de su progenitora.

Diez años después, una visita de la familia de Brianda a Toledo coincide con el incendio de la catedral de Santa María. Allí, los destinos de Sancho, el primogénito de los Alfónsez,y Brianda, de quien se enamorará a pesar de que son unos niños, quedarán sellados para siempre. También Luis quedará vinculado de Brianda, aunque él, al contrario que su hermano, la odiará para siempre. Algo muy poderoso une sus almas tanto como las separa y solo un medallón mágico será capaz de salvar a Luis de su destino.

Lo malo es que ese medallón tiene mucha tendencia a cambiar de manos...

Si la quieres, pincha en el enlace. Puedes comprarla o descargarla con el programa kindle unlimited.




miércoles, 1 de abril de 2020

TERCERA SEMANA

Mi plan era escribir el viernes, cuando empezaba esta tercera semana de confinamiento, pero la verdad es que no tuve fuerzas. Las voy perdiendo poco a poco, a medida que las malas noticias se hacen dueñas de mi entorno. Las voy perdiendo igual que la capacidad para concentrarme. Me cuesta mucho, pero es verdad que cuando los estímulos son cien mil, es complicado.

Tantas noticias, tantos datos, tantos muertos, tanta desesperación y tan poco sol en el cielo.

Y tampoco estoy acostumbrada a no estar sola.

Una de las cosas, de las cientos de cosas a las que renuncié cuando me vine a vivir a Segovia, fue la compañía. Sabía que la vida no iba a ser igual, en principio porque iba a un pueblo donde no tenía familia. Sabía que dejaba lejos a mis padres y a mi hermana, mi mejor amiga desde siempre, a mi pandilla de amigas, mi programa de radio, mi pueblo, la biblioteca, las excursiones con mi padre...

No estaba tan lejos como para venir un día a verme. Al principio, como siempre pasa al principio, tuve visitas, pero a la segunda casa que me mudé, donde vivo ahora, ya no vino nadie. Mis padres unas cuantas veces, alguna mi hermana, pero desde que él no está (quince años) mi hermana solo ha venido dos veces y mi madre solo en Navidad.

Lo que quiero decir es que tuve que acostumbrarme a la soledad. Desde que mis hijos entraron en la adolescencia ha sido mi única opción de supervivencia, aprender a estar sola. Y lo tenía controlado, desde hace unos años, absolutamente controlado.

Ahora que he recuperado la compañía de mi familia también he perdido esa soledad que al final se hizo mi amiga. La echo de menos: la tranquilidad, el estar a mi aire, el que nadie me entretenga. El organizarme sin tener que contar con nadie. Estoy agotada. Solo querría dormir, pero no puedo.

No puedo más.

Creo que yo, como la pandemia, estoy llegando a un pico, al de mi paciencia, aunque sorprendentemente he visto que aún la tengo. Mermada y herida, pero está. Hoy he tenido ganas de mandar a la mierda por malas contestaciones que me he llevado por lo menos diez veces y creo que solo lo habré hecho tres.

Total, para qué, si al final a todo el mundo se la suda y la única que acaba sufriendo soy yo.

Me quiero ir al Lourois a tomar un café. O al pinar a dar un paseo. O dormirme tres meses a ver si me despierto y esto ha terminado ya.

martes, 24 de marzo de 2020

QUERIDA (Y ODIADA) CASUALIDAD DE LANA FRY



Sinopsis:

Ah, París, la ciudad del amor… y de las casualidades.

Cuando Léa Chartier intercambia teléfonos con el misterioso hombre que ha conocido en una fiesta de disfraces, poco puede imaginar ella quién se esconde bajo la máscara. Quizá, de saberlo, se habría pensado mejor eso de hacer honor a su fama y meterse en berenjenales de los que después no sabe cómo salir.

Pero ¿cómo iba Léa a sospechar que ese hombre tan encantador era en realidad alguien a quien apenas soporta ver en el día a día?

En una noche en la que las máscaras permitían ser quien quisieras… ¿habrá él mostrado su verdadera cara o va a necesitar conocerlo sin ella para descubrir qué tan real fue lo que pasó aquella noche?

Mis impresiones:

Esta novela la había visto mil veces en Amazon, pero no le había prestado atención, supongo que porque se publicó coincidiendo con el concurso indie del año pasado y en ese verano se me quitaron enseguida las ganas de leer las novelas que se presentaban. Tres o cuatro fragmentos catastróficos de aspirantes al premio me echaron tanto para atrás que acabé pasando del concurso y me dediqué a escribir.

Después del verano, la publicación de La colina del almendro acaparó toda mi atención, con todos los eventos que tuve y apenas pude leer.

Reconozco que esta novela, al dejar de verla en los tops, se me olvidó que existía.

Cuando empezaron a llegar las noticias de que tendríamos que permanecer un montón de días encerrados en casa para evitar al coronavirus, pensé que tenía que buscar un libro que me atrajera mucho para meterme en él y olvidarme de todo lo que está pasando. Como no me dio tiempo a salir a buscarlo a una librería, ya durante el confinamiento fui a Amazon con la intención de comprar algo en digital.

Seleccioné tres o cuatro.

En esas estaba cuando mi natural dispersión vio que había muchísimos libros gratuitos, algunos de ellos publicados hace menos de un año. Me tengo prohibido descargar gratis porque la mayoría de las veces no los leo y solo se acumulan, o los leo de un modo digamos poco adecuado. Me consta que no soy la única, que le pasa a mucha gente. Los libros que nos llegan gratis se abandonan sin cargo de conciencia, porque no han costado nada, y se es mucho más crítico con ellos. Mis comentarios de una estrella (los que me he llevado yo en mis novelas) llegaron en un 98% inmediatamente después de que los libros estuvieran gratis.

Entonces, ¿por qué descargué Querida (y odiada) casualidad si huyo de ellos?

Porque al ir a pagar el ebook descubrí que no tenía ninguna tarjeta vinculada a mi cuenta y no podía comprar. Se me había olvidado que días antes desvinculé todo medio de pago online que tuviera activo. La razón por la que lo quité está aquí, por si te quieres reír de mí. El caso es que, como no podía comprar y no me apetecía levantarme (vaga) e ir a buscar la tarjeta, rompí mis propias normas.

Entonces fue cuando vi esta novela. Una bendita casualidad.

Leí la sinopsis y pensé que no pintaba mal, que podía darle una oportunidad. Abrí la novela en cuanto llegó al kindle y encontré que estaba en primera persona. Arrugué el gesto. No es que a la primera persona le pase nada, pero tienes que ser muy, muy hábil para no cansar al lector desde esta perspectiva. No todas las historias la soportan y por eso entro en ellas con extrema precaución.

Cargada con mis prejuicios, empecé a leer.

Léa Chartier intercambia su teléfono con un joven que ha conocido en una fiesta. Nada de particular, salvo porque es de disfraces, ambos llevan máscara, es imposible escuchar nítidas sus voces con la música y, en realidad, no se han visto las caras. Al despedirse, hacen un curioso pacto: dejar pasar tres meses, conocerse a través del teléfono antes de volver a verse. Pero la sonrisa se le borra a Léa cuando, a punto de abandonar la fiesta, reconoce a quien se esconde tras la máscara, alguien con quien le resulta complicado no discutir. Decidida a no meterse en un lío, planea no contestar a sus mensajes. Pero es Léa y no está hecha para eso.

Primera sorpresa, se leía sola y no había ni rastro de todos esos errores que detecto en muchas de las novelas escritas desde el narrador en primera persona. Nada de repeticiones infinitas de pronombres, nada del cansancio que provoca muchas veces que los personajes solo den vueltas en círculos por sus propios pensamientos.

Primer punto para Lana Fry.

Segunda sorpresa, me encantó la protagonista. Con carácter, deslenguada, vital, divertida, patosa... Léa me había ganado en las primeras páginas.

Segundo punto para Lana (iba cogiendo confianza mental con ella y le quité el apellido).

Tercera sorpresa, me encontraba buscando momentos para leer, superando este bloqueo mío al que se ha sumado el derivado por la estupefacción consecuencia de lo que estamos viviendo, esta lucha contra un enemigo invisible que está siendo para nuestra economía tan letal como una guerra.

Tercer punto para ella.

Al final se ha llevado mi reconocimiento completo, con una historia muy original, cargada de momentos divertidos, tensión sexual de la que te crees y una forma de narrar que es a la vez correcta y absorbente.

He pasado unas horas fantásticas con esta historia, desconectando, riéndome, disfrutando de la relación tan particular entre Léa y Asier y de la trama que lo sustenta todo. Me ha gustado ese punto de partida, ese enredo en el que se mete Léa por no decir la verdad desde el principio sobre quién es, ese desdoblamiento en el que se mete. Me han gustado las conversaciones por Whatsapp, el tono de comedia de la novela entera, las escenas románticas dulces sin que me entrara una sobredosis de azúcar...

El humor, sobre todo el humor.

Qué necesario en estos días.

Ha habido solo un pequeño detalle que no me han gustado y no tiene por qué sucederle esto a todo el mundo. Tal vez habrá a quien sí le guste, pero a mí no. Es que me digan "este personaje es igualito a tal actor". Prefiero que le dejen a mi imaginación ponerle cara, darle los matices que yo quiera. Me pone nerviosa porque cuando se menciona eso, como no tengo ni idea de quién hablan el 99% de las veces, tengo que ir a Google ver cómo es y el coger el teléfono y consultar me saca de la lectura.

Pero vamos, que he descubierto que me pasa lo mismo cuando en las novelas hay muchas canciones. Una de dos, o decido que no voy a hacer caso a esto y me prohíbo buscarlas, o cada vez que hago eso hay muchísimas posibilidades de que no vuelva a la lectura y me pierda en otras cosas.

Pero es solo eso, lo demás se disfruta. Era la primera vez que leía a la autora, pero me la anoto en la lista de las que sí leeré de nuevo. De las que sí merecen la pena en romántica.

Lo dicho, la recomiendo. Me ha resultado medicinal.

Y me he llamado idiota por no haberla comprado en el verano, la habría disfrutado. Estoy segura.

SEGUNDA SEMANA

El día 13 de marzo nos enclaustramos en casa. Hasta hoy solo he salido en dos ocasiones, el pasado miércoles para comprar el pan y algunas cosas más que necesitaba (10 minutos escasos entre la calle y el súper) y el sábado para comprar carne y útiles de limpieza. Tardé un poco más, igual 15.

El resto de los miembros de la familia sacan a Ulises por turnos y, cada vez que lo hacen me angustio y les pido que se den prisa, que no tarden, que procuren no tocar nada. No tardan ni 10 minutos, pero se me hacen eternos. También son ellos, por turnos, quien van trayendo fruta una vez a la semana o el pan.

La cuarentena, el confinamiento, el encierro... me dan igual. No es lo que peor llevo, de verdad, lo que peor llevo es todo lo que está sucediendo alrededor. De menos a más son:

Que no pueda escribir...

Que me cueste avanzar en las lecturas...

Que cierren el súper hasta nuevo aviso por responsabilidad, que sospecho lo que significa... 

Que me entere de que se acaba de morir Lucía Bosé, a quien conocí en los mejores años de mi vida...

Que la presión mental me tenga tan dispersa que el viernes quemé la cocina de casa...

Estoy pasando miedo, angustia y lo peor es que todo el mundo me llama histérica. No es histeria, es que esto está muy gris y se está poniendo negro. Una vez me salvé de una inundación y me recuerda al cielo de esa tarde. La promesa de una tormenta épica se convirtió en la peor que he visto. Me encontré perdida en una carretera, en medio de la noche, con el agua hasta la puerta del coche.

Y eso casi antes de lo que dura un pestañeo.

Me angustio porque el viernes pude matar a mi familia y a todo el edificio, solo porque no consigo tener la cabeza donde hay que tenerla.

Voy a terminar de leer un libro y haré una reseña, a ver si soy capaz de encontrar paz, aunque esta semana lo voy a tener complicado.

Dicen que esto no ha hecho nada más que empezar. Mi madre está sola con los gatos. Echo de menos a mis niños. Quiero que vuelva el pensamiento coherente y no perderme entre las palabras porque esto no es más que el reflejo de unas emociones que no soy capaz de procesar.

Estoy muy harta.

Lunes, 23 de marzo de 2020



lunes, 16 de marzo de 2020

ESTOS PRIMEROS DÍAS EN CASA

Confieso que he intentado llevar un diario de estos días de encierro, pero también he de confesar que el tema ha acabado en fracaso estrepitoso. Me he dado cuenta que, si bien no tengo problema alguno en escribir cuando tengo una crisis emocional personal -más bien funciona al contrario, soy capaz de plasmar mejor lo que sienten los personajes-, en este caso no he podido. Me he bloqueado, más que por el encierro por todo lo que sucede alrededor.

Uno, las noticias.

Las constantes declaraciones de los políticos, la declaración de estado de alarma, las normas nuevas de convivencia... eso ha hecho mella en mí. Soy demasiado tendente a no saltarme esas normas de convivencia, el mismo jueves me lo decía mi hijo: "Mamá, ¿no crees que ya tienes edad de hacer algo ilegal?". La frase no recuerdo si fue así exactamente, pero venía a decirme que no pasa nada si paso a 100 por una carretera de 90 durante diez segundos, o que no se para el mundo por llegar dos minutos tarde. Si eso me estresa, asumir todo lo que se nos ha venido encima me está causando dolor de estómago.

Dos, que mi madre esté sola.

A veces pasan muchas semanas sin que la vea, estoy acostumbrada a eso porque vivimos a más de cien kilómetros, pero siempre sé que está acompañada. Por mi hermana, por las vecinas, por su amiga Avelina, por las del club de lectura de la biblioteca... Ella es muy sociable y sabe rodearse de gente, y además gente que la quiere, me consta porque cuando voy con ella lo veo. Pero estos días no tiene más compañía que Willy y Azul, el gato y la gata, y ser consciente de eso, de pronto, se me vino encima. Confieso que estuve un rato llorando, porque me parece más que injusto. Sé que es lo mejor para ella, que encima al ser mayor está en un grupo de riesgo, pero no deja de ser una putada. He pensado que me hubiera gustado quedarme estos días con ella.

Tres, estar todos en casa.

Vamos a ver, que está muy bien que la familia permanezca unida, pero eso duró el primer día. Después nos empezamos a dar cuenta de que nos vendría bien tener más espacio para no estorbarnos. Cuando uno no se apropia de un enchufe donde otro pone su el ordenador, llega otro y le echa de su sitio del sofá, o va otro y hace una broma que de pronto no hace ni puñetera gracia. Creo que encerrados todo se empieza a magnificar y a mí esto me está pareciendo Gran Hermano. Me entran ganas de entrar en el confesionario y empezar a nominar a diestro y siniestro para que abandonen la casa. O el sitio del sofá desde el que escribo.

Cuatro, la fiebre.

No, yo no tengo, ni ninguna de las personas que están en mi casa, pero sí alguien que conozco. Eso te angustia, estamos sobre saturados de información que habla de la gravedad de esta enfermedad cuando se trata de un grupo de riesgo y eso me tiene con un nudo en el pecho. Y mandando mensajes todos los días preguntando si está mejor.

Cinco, las noches.

Siempre duermo mal, pero con tanto en la cabeza -la semana pasada entera estuvo llena de cosas al margen de esto que me han mantenido pensando demasiado- no soy capaz de completar una noche. Las cuatro o las cinco me suelen dar viendo una serie tonta en Netflix (ahora toca The good place). A veces me descubro llorando y no es por la trama, es porque necesito sacar la tensión que está dentro de mí y quizá a solas, cuando nadie te ve y te va a juzgar, es cuando menos me cuesta.

Seis, lo que leo.

No proceso lo que leo. Estoy con una de esas novelas de argumento fácil y lectura superficial, y de vez en cuando me doy cuenta de que estoy haciendo una lectura vertical, que salto de un diálogo a otro sin prestar atención a lo que hay en medio, perdiéndome parte de la información y faltándole al respeto al autor, porque un libro no debe leerse jamás así. Me da rabia.

Siete, lo que escribo.

Todo lo que está saliendo de mí es para tirarlo, plano, incompleto, insuficiente, necesitado de tanta reforma que me entran ganas de rendirme y no poner ni una sola palabra hasta que todo esto pase. Sé que comparto sensación con mucha gente, que lo ha puesto en las redes, autores que son incapaces de encontrarse consigo mismos estos días, pero esto no me está sirviendo de consuelo. Me frustra y me deja un regusto de tristeza, porque necesito esa magia de la escritura, evadirme con ella y disfrutar de que el tiempo pase rápido. Y no lo consigo.

Ocho, el perro.

Ulises se ha convertido en el protagonista de los deseos de mis hijos. Como el estado de alarma permite sacar al perro a hacer sus necesidades, ellos, que necesitan aire fresco aunque sean cinco minutos o diez -no tardan más en volver-, casi se pegan por sacarlo. A mí me da pena, está más que desconcertado con esto, extrañando supongo sus paseos y, sobre todo, echa en falta lo que se cansaba corriendo en ellos. Lo sé porque se pasaba las mañanas y las tardes dormido y ahora permanece más despierto; nos sigue por la casa, supongo que también hecho un lío porque nunca hay tanta gente a la vez aquí. Y porque nadie le manda a la cocina a las cuatro de la tarde.

Nueve, los gestos solidarios.

Hay algunos que me han encantado, el que todos demos las gracias a las personas que siguen ahí, al pie del cañón, cuidando de nosotros para que todo esto resulte más sencillo: a los sanitarios, a la gente que trabaja en los supermercados, farmacias y demás establecimientos que permanecen abiertos. A quienes se están rompiendo la cabeza para que esto acabe cuanto antes. Eso han sido los buenos, los aplausos, las gracias repetidas en las redes.

Pero también hay otros que me han dejado cierta amargura en el estómago y son los que tienen que ver con mi profesión. El gesto de regalar libros ha estado muy bien, pero ya no está tan bien cuando empiezas a leer que hay algunos autores súper generosos que regalan sus libros... y señalan que otros no. Yo estoy entre los que no, más que nada porque no tengo nada que regalar.

Ya puse gratis este verano lo poco que está en mis manos, el resto es de editorial y son ellos quienes toman estas decisiones, pero además, ahora mismo, los libros son mi única fuente de ingresos. Única porque esto se ha llevado trabajos por delante, por ejemplo, el mío. Por supuesto, mientras se regalen libros será casi imposible vender uno y eso seguirá hundiéndome. La economía y el ánimo, porque las tres ferias del libro que tenía por delante, por supuesto se han caído del cartel. Por eso dije el otro día, y lo he hecho, que yo compraría libros. Digitales, porque no puedes salir de casa, pero comprados. Porque respeto mucho este trabajo y debe dársele un valor y no señalar a nadie con el dedo si no puede o no quiere regalarlo.

Diez, mi cuerpo.

Estoy entumecida. He intentado hacer estiramientos, pero a los diez minutos ya me he cansado. Necesito andar, bajar las escaleras desde el tercero como hacía todos los días varias veces -subir, ya menos-, mi paseo de una hora por el pinar. El tiempo de mimarme a solas, aunque solo fuera concediéndome el capricho de ralentizar porque sí la última parte de las mañanas que pasaba a solas. Además, me temo que, aunque no estoy comiendo más, estoy engordando.

Llevo 4 días de encierro, cuarentena, enclaustramiento, ensayo de Gran Hermano o como le queramos llamar a esto y ya tengo ganas de que se termine. Iban a ser 15 días, pero ya nos están diciendo que serán más.

No ha hecho nada más que empezar