martes, 14 de abril de 2020

TU VOZ ENTRE UN MILLÓN DE VOCES DE MARIAN VILADRICH


Sinopsis:

Nada queda del aclamado líder de The Wave, la exitosa banda de rock que se perdió en una espiral de autodestrucción. Tras varios años tocando fondo, su representante ha conseguido un contrato con una discográfica y parece decidido a rescatar al grupo del olvido.

Miles sabe que es una lucha imposible, porque hace años que no consigue componer nada. Dentro de él, solo hay silencio.

Kaylee Howard es una estudiante de piano clásico que lleva una vida tranquila y ordenada. Sin embargo, esconde un secreto: no quiere ser pianista, sino cantante de rock. Impulsada por una de sus profesoras, se presenta a una audición, aunque tiene muchas dudas sobre su futuro.

Cuando cantan juntos, Miles y Kaylee pueden hacer tambalear el mundo. Hay demasiadas barreras entre ellos, pero... ¿es posible que ambos sean el impulso que necesita el otro para superar sus miedos y liberar todo su talento? ¿Podrá el amor llevarles a lo más alto o acabará por destruirles?


Mis impresiones:

No es la primera vez que leo a Marian Viladrich. En una mis incursiones por fragmentos en Amazon, de las que he hablado tantas veces, leí el principio de una de sus novelas, La cocinera de Oak Farm y la acabé comprando y leyendo entera. Solo al final me di cuenta de que, como vivo en mi mundo, había leído la tercera parte de una trilogía, pero no había echado de menos nada, así que sumó más puntos para que volviera a leer algo suyo.

Cuando Tu voz entre un millón de voces salió a la venta no lo pensé y la descargué.

La novela gira en torno a un grupo de rock, The Wave, un grupo que tuvo muchísimo éxito, pero que también se perdió en él y acabaron a la deriva. Después de un tiempo en el que sus componentes se han intentado recuperar de lo que les pasó, intentan volver a los escenarios. Para ello, buscan una voz femenina y el casting lo supera Kaylee Howard, una chica que ni se acerca al estereotipo de lo que se supone que es una estrella de rock, más bien parece lo que es, una estudiante de piano, una chica buena a la que parece que ese mundo le queda muy grande. Su voz es espectacular y empasta a la perfección con la del cantante de The Wave, Miles Baker, pero este no la quiere en el grupo.

A partir de ahí, de ese detonante que descoloca la tranquilidad, empieza una historia que está contada con mucha delicadeza. Ese es uno de los puntos fuertes de Marian Viladrich, que sabe escribir y describir con una gran riqueza de detalles los mundos que crea. Es fácil sentir que estás en un concierto o en la sala de ensayos y, aunque no escuches las canciones que están interpretando, puedes hacerte una idea perfecta de lo que los personajes sienten por esa capacidad suya de transmitir. Aunque nunca oigas ese repertorio de canciones que ella plantea para este grupo imaginario, sientes que realmente los personajes tienen voces únicas, de esas que erizan la piel desde que su garganta dispara la primera nota.

La novela, escrita en pasado y contada por un narrador omnisciente, se ambienta en Portland, aunque por ella pasan otros escenarios como Boston, Londres o Nueva York, muchos más si tenemos en cuenta que se habla de las giras del grupo.

Sobre el mundo de la música, se refleja bien ese lado oscuro que tiene, esa cara B de los grupos de rock que no es una leyenda en absoluto. Una de las razones por las que me llamó la atención también la sinopsis de la novela es que, en un tiempo muy lejano de mi vida estudié piano en el conservatorio y formé parte de un grupo de rock. Poquísimo tiempo, yo era mucho más niña buena que Kaylee y salí zumbando de allí, no estaba hecho eso para mí.

El tema de la novela es, ante todo, una reflexión sobre el éxito: alcanzarlo, caer y volver a levantarse. Es el proceso de Miles, aunque Marian no se centra en su descenso a los infiernos, ese vamos conociéndolo a través de flashbacks. Ella se centra en la recuperación y en la influencia que tiene en ella el hecho de contar con alguien que se preocupa por ti. Vemos la impotencia ante el silencio que hace que no escuche música en su interior y cómo esta se vuelve una fuerza arrolladora cuando por fin reaparece.

El talento, eso es verdad, no muere, solo a veces se queda dormido.

Todo lo que estamos viviendo ha hecho que entienda esto mucho mejor. Tantas emociones, tantas cosas impensables que se han vuelto una realidad cotidiana hicieron enmudecer mi capacidad de concentración hasta límites insospechados. No solo la creatividad, sino también la lectura, eso es lo que ha provocado que haya sido más lenta de lo que en mí es normal. Estos días raros me han hecho ir un poco a saltos, pero al final he recuperado la capacidad de leer casi a la vez que la de contar historias.

En realidad, como a Miles, me hacía falta tiempo.


domingo, 12 de abril de 2020

HE PERDIDO LA CUENTA

Hace muchos días que no cuento los días que llevamos encerrados en casa. El ritmo del tiempo lo marcan las tareas diarias y la llamada de mi madre, la única que hago o recibo a lo largo de todo el día.

He entrado en modo rutina y eso calma un poco, aunque la ansiedad siga disparada. Tanto que el ahogo, que antes se presentaba alrededor de las ocho de la tarde, se ha trasladado a medio día. Sobre las dos ya no puedo más, aunque procuro calmarlo con paseos por la terraza y, si llueve, como muchos días, por el pequeño espacio de mi habitación.

Me sigo levantando de madrugada.

A veces leo un rato, otras aprovecho que nadie tiene el mando de la tele para poner algo en Netflix (por mí me deshacía de la plataforma en cuanto esto pase, el catálogo es muy insuficiente para mi gusto) y las más me dedico a adelantar trabajos: recojo el salón ahora que está vacío, limpio, plancho, ordeno...

Cuando se levanta el primero, hago mi rehabilitación. Se me ha olvidado solo dos días en todos los que llevamos encerrados, algo rarísimo en mí porque soy muy desastre con todo lo que tiene que ver con cuidar de mí misma. Pero mira, ahí va, no he notado mucha mejoría, pero quizá es pronto. O yo qué sé, da lo mismo en realidad. Por lo menos sé que lo estoy haciendo y eso me tiene tranquila la conciencia, por mí no va a ser.

Casi no estoy comiendo entre horas ni tomando café. Lo de comer es normal, no como mucho nunca, pero lo de tomar café es otra historia. Sencillamente, no me apetece. Lo que sí me apetece, aunque es muy absurdo, es pillar una borrachera. Que algo me aturda un rato, aunque no sé yo después lo de la resaca, ya no me acuerdo de lo que es.

Los días que no tengo que bajar a comprar, o sea, casi todos, reviso redes y promociono como si me fuera la vida en ello (porque me va, no tengo ingresos propios más allá de esto). Me han dicho que soy una vaga, que no lo estoy haciendo, y por si acaso esta noche, otra más de insomnio, me he entretenido en mirar si estoy loca y no sé ni en qué pierdo el tiempo. Qué va, lo he estado haciendo y el volumen de promociones es tan escandaloso que hasta me da vergüenza lo pesada que estoy siendo. Pero bueno, algo más con lo que mi conciencia está tranquila. Yo lo hago, otra cosa es que la gente no responda y los libros no se estén vendiendo mucho.

Quizá fue por ello lo que soñé la otra noche, en uno de los poquillos ratos que me consigo quedar dormida. Soñé que estaba en la Fnac de Callao, pero no dentro, en la puerta. Tenía una mesa de esas del año de la tos, de campo, y encima unos cuantos de mis libros y estaba allí, dando voces a la gente que paseaba por la calle, como si fuera un mercadillo. Cuando me desperté, me di cuenta de que es un poco así, me paso la vida voceando mis libros, como puse en Twitter, como una indigente literaria. Estoy en la puerta que solo atraviesan los grandes, y no porque mis libros no se vendan en sitios como Fnac, que sí, sino porque da lo mismo. Soy igual de invisible que un mendigo de los que piden por la calle y gano incluso menos que ellos.

Esta semana he estado escribiendo mucho. Un relato. Creo que en muy poquito tiempo podré hablar de él, porque se va a publicar muy rápido. Con editorial. Curioso, ¿verdad? Escribo algo y hala, sale con una editorial, pero luego  sigo leyendo: "Pues yo a esta autora no la conozco". Ya me he resignado a eso, no es una queja, es un simple paradoja. Y raro de cojones, que ya llevo diez años aquí.

A partir de la llamada de mi madre a última hora de la tarde, hago la cena, ceno y me voy a la cama. En todo el día tengo un intercambio muy breve de palabras en persona, algunos mensajes que no ocupan ni media hora de todo mi tiempo, porque parece que se han muerto las ganas de charlar, y a partir de ahí tengo muchas, muchísimas horas en las que darle vueltas a todo. Aunque esta semana tengo una menos. Me aterraba la idea de que mis hijos se pusieran enfermos de algo y no tener mascarillas para ir al médico. Alguien hizo unas cuantas y me las dejó en mi buzón.

Hay gente buena.

También tengo miedo a ponerme enferma yo, por eso me sube mucho la ansiedad bajar al súper y voy a la carrera. Muchos días voy tan rápido que me dejo casi todo, entre lo que no encuentro y lo que directamente olvido de mi lista. Desde enero hasta muy avanzado febrero, casi diría que marzo, he estado con mucha tos, un dolor de cabeza salvaje, un cansancio extremo y, en general, un decaimiento como en mi vida. Me duró muchísimo, pero en todo el proceso no tuve ni gota de fiebre y era demasiado pronto para pensar que me había contagiado de esto que nos tiene prisioneros. No falte al trabajo ni un día y, por supuesto, no dejé ninguna de mis tareas sin hacer, salvo promocionar una noche La colina del almendro, la única vez que la impotencia por cómo me sentía me empujó a pedir ayuda en las redes. No paré porque yo no me lo puedo permitir y tampoco se me permite. Siempre que digo que estoy mal, exagero y son excusas. Así que, es verdad que a veces me quejo, al aire, porque me da igual hacerlo a alguien, pero nunca paro. Por eso me da miedo contagiarme, porque tendré que seguir en pie.

Pero bueno, qué más da.

¿Parezco pesimista? Igual porque esta semana han muerto personas a las que apreciaba y no tengo el ánimo muy allá, porque cuando los lazos de afecto que tienes son tan reducidos te duelen los que se desanudan para siempre.

No sé, sigo estando cansada de esto, muy cansada físicamente.

Me voy a hacer la comida, no me queda más remedio que seguir.

domingo, 5 de abril de 2020

CONVERSACIONES CON UN EXTRAÑO DE ERIKA FIORUCCI



Acabo de terminar el relato de Erika Fiorucci publicado por HQÑ y le doy 5 estrellas. Forma parte de una colección de relatos que puedes conseguir gratis y que giran en torno a este encierro en el que vivimos. Me encanta la intimidad que ha creado @erika_fiorucci , lo bien escrito que está y la cantidad de emociones que hay concentradas en una historia que apenas me ha durado media hora.

Sus reflexiones sobre cómo la protagonista afronta el tiempo a solas y busca en las rutinas calmar la ansiedad que esto produce ("un día a la vez") y la bonita relación que establece con su vecino de balcón a balcón me han transmitido paz y también ayudan a observar los detalles de la vida, ahora que tenemos tiempo.


Sinopsis:

Carolina lleva la cuarentena lo mejor que puede una inmigrante mexicana en Madrid. Hace rutinas y las cumple para mantenerse ocupada y no pensar en lo malo, hasta que un día el sonido de un violín acompaña su soledad de forma inesperada y, de un balcón a otro, comienza a sostener conversaciones con el hombre que produce esa música: su vecino, un alemán varado en la ciudad durante el confinamiento. Lucas le enseña que la vida no puede planearse y que cada situación, por más terrible que parezca, es una pieza del cuadro de nuestra vida.

Puedes descargarlo aquí completamente GRATIS.

(Me he traído al blog una publicación de Instagram)

jueves, 2 de abril de 2020

EL REGRESO DE BRIANDA



Hace más o menos tres años, tomé una decisión. La que yo consideraba que era mi mejor novela hasta ese momento, la retiré de la venta. Con ella, esa otra mitad que era El medallón de la magia se fue también. Solo las conservé en papel, por si me entraba a mí misma la nostalgia de tener algún ejemplar.

Fue una decisión meditada. Brianda se publicó en un momento inapropiado y no pudo, pese a contener la trama muy potente, con la frescura de La chica de las fotos, premiada en el HQÑ dos meses después de la publicación de Brianda.

Se la comió, literalmente.

Lo he pensado mil veces y la conclusión es que se mezcló la inoportunidad con que no supiera venderla pero, por encima de todo, que yo todavía tenía que demostrar muchas cosas. Por ejemplo, que podía usar un narrador muy complicado y salir airosa para la mayoría de los lectores, como pasó con Entre puntos suspensivos. Por ejemplo, que podía centrarme en un momento histórico como la Primera Guerra Mundial y construir una historia como La colina del almendro, que convencería, por fin, de que soy capaz de enfrentarme a lo que quiera.

¿Por qué he recuperado Brianda? Porque tenía el sueño de fundir las dos historias en una y darle la coherencia de un proyecto completo. Es lo que he hecho, las dos novelas en una. Y porque también me apetecía tener una novela en kindle unlimited, una novela casi nueva para la mayor parte de la gente que me sigue en las redes, porque la mayoría han llegado después de que las retirase.

Para quien tenga dudas sobre si leerla, le pido que le dé una oportunidad. ¿Qué vais a encontrar? A ver si me sale un resumen:

Alonso abre un agujero en la pared en la casa de Amanda, situada en un pueblo de Toledo. Encuentra una pequeña habitación y, dentro de ella, un libro escondido que ambos se disponen a leer: es la historia de Brianda, una niña que nace en una pequeña aldea toledana a principios del XVII. Es hija de unos campesinos. Sus padres y la partera descubren en ese mismo momento que ha llegado al mundo con una habilidad extraordinaria, que ocultarán siempre por el miedo a la Inquisición y a las consecuencias que podría tener para todos que se supiera.

A la vez, en Toledo, viene al mundo Luis, el hijo pequeño de los Alfónsez, una de las familias nobles de la ciudad. El rechazo de su madre nada más nacer tiene desconcertado a su padre, que hará todo lo posible para que el niño sobreviva, aunque no tenga los cuidados de su progenitora.

Diez años después, una visita de la familia de Brianda a Toledo coincide con el incendio de la catedral de Santa María. Allí, los destinos de Sancho, el primogénito de los Alfónsez,y Brianda, de quien se enamorará a pesar de que son unos niños, quedarán sellados para siempre. También Luis quedará vinculado de Brianda, aunque él, al contrario que su hermano, la odiará para siempre. Algo muy poderoso une sus almas tanto como las separa y solo un medallón mágico será capaz de salvar a Luis de su destino.

Lo malo es que ese medallón tiene mucha tendencia a cambiar de manos...

Si la quieres, pincha en el enlace. Puedes comprarla o descargarla con el programa kindle unlimited.




miércoles, 1 de abril de 2020

TERCERA SEMANA

Mi plan era escribir el viernes, cuando empezaba esta tercera semana de confinamiento, pero la verdad es que no tuve fuerzas. Las voy perdiendo poco a poco, a medida que las malas noticias se hacen dueñas de mi entorno. Las voy perdiendo igual que la capacidad para concentrarme. Me cuesta mucho, pero es verdad que cuando los estímulos son cien mil, es complicado.

Tantas noticias, tantos datos, tantos muertos, tanta desesperación y tan poco sol en el cielo.

Y tampoco estoy acostumbrada a no estar sola.

Una de las cosas, de las cientos de cosas a las que renuncié cuando me vine a vivir a Segovia, fue la compañía. Sabía que la vida no iba a ser igual, en principio porque iba a un pueblo donde no tenía familia. Sabía que dejaba lejos a mis padres y a mi hermana, mi mejor amiga desde siempre, a mi pandilla de amigas, mi programa de radio, mi pueblo, la biblioteca, las excursiones con mi padre...

No estaba tan lejos como para venir un día a verme. Al principio, como siempre pasa al principio, tuve visitas, pero a la segunda casa que me mudé, donde vivo ahora, ya no vino nadie. Mis padres unas cuantas veces, alguna mi hermana, pero desde que él no está (quince años) mi hermana solo ha venido dos veces y mi madre solo en Navidad.

Lo que quiero decir es que tuve que acostumbrarme a la soledad. Desde que mis hijos entraron en la adolescencia ha sido mi única opción de supervivencia, aprender a estar sola. Y lo tenía controlado, desde hace unos años, absolutamente controlado.

Ahora que he recuperado la compañía de mi familia también he perdido esa soledad que al final se hizo mi amiga. La echo de menos: la tranquilidad, el estar a mi aire, el que nadie me entretenga. El organizarme sin tener que contar con nadie. Estoy agotada. Solo querría dormir, pero no puedo.

No puedo más.

Creo que yo, como la pandemia, estoy llegando a un pico, al de mi paciencia, aunque sorprendentemente he visto que aún la tengo. Mermada y herida, pero está. Hoy he tenido ganas de mandar a la mierda por malas contestaciones que me he llevado por lo menos diez veces y creo que solo lo habré hecho tres.

Total, para qué, si al final a todo el mundo se la suda y la única que acaba sufriendo soy yo.

Me quiero ir al Lourois a tomar un café. O al pinar a dar un paseo. O dormirme tres meses a ver si me despierto y esto ha terminado ya.