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viernes, 6 de marzo de 2020

LO QUE APRENDÍ DE LOS PILARES DE LA TIERRA DE KEN FOLLET


Seguro que hay alguien que anda pensando que se me ha ido la pinza al traer un libro que lleva publicado décadas, del que se ha dicho ya todo lo que se puede decir y más, y que no tiene interés alguno si, de lo que se trata, es de convocar lectores para que visiten un blog literario.

Pues vale, se me ha ido la pinza. No tengo mucho interés en atraer lectores, porque soy yo la que necesita poner en fila los pensamientos que me ha suscitado, como si estuviera pensando en voz alta, y guardarlos para consultarlos cuando me venga en gana.

Por ejemplo, en todas esas noches en las que no duermo casi nada.

He vuelto a leer Los Pilares de la Tierra, por enésima vez, y lo he hecho por varias razones. La primera y más importante es mi bloqueo lector. Sé, porque ya me ha pasado otras veces, que cuando ningún libro consigue llegarme por más que me empeñe en buscarlo, tengo que releer. Lo sé porque la respuesta inmediata es que acabo recordando por qué leo, cuáles son las magníficas sensaciones que me devuelve la lectura y eso me permite seguir avanzando.

Y también sé que puedo hacerlo porque se me olvidan muchas cosas de las tramas que, años después, casi me parecen nuevas. Contribuye, un poquito, a que mi economía no acuse tanto el gasto de libros y que pueda prorrogar el comprar estanterías, que ya no sé ni dónde colocar en casa.

Empecé a leer este libro de Ken Follet antes de Piso para dos, del que hice reseña en la entrada anterior. Interrumpí la lectura para dedicársela a una novela nueva justo tras acabar la segunda parte de este macro libro que supera las mil páginas, porque tenía que aprovecharme de esas sensaciones tan magníficas de querer leer como una posesa antes de que se me pasaran. Quería ver si se me había empezado a pasar esta racha tonta de silencio lector.

Una vez leído el anterior, además en tiempo récord, he vuelto al señor Follet.

En esta enésima relectura de un libro que ya es un clásico, que aún no he terminado, no voy a hablar de la trama, es que da igual, lo que voy a hacer es recoger lo que a mí me está aportando como escritora. Así que, si esperas leer si te lo recomiendo, o un resumen porque te han puesto un trabajo, te has equivocado de blog. No pierdas más tiempo y deja de leer, que esto va de otra cosa.

Va de lo que he aprendido desde que leí este libro la última vez hasta ahora.

Un quintal.

Bueno, no sé exactamente si un quintal, pero poner que he aprendido un huevo quedaba mucho peor, así que me he decidido por esa expresión, para al final volver a poner la primera que he pensado. Estoy que no me aclaro, la verdad.

He aprendido que la narrativa no es brillante. Bueno, eso ya lo sabía, pero lo he certificado esta vez con mucha más precisión, porque antes me fijaba mucho menos en las frases y mucho más en la historia. Ahora, conocida de sobra por mí, he ido a la técnica, que en realidad era lo interesante llegado este punto de mi vida.

En Los Pilares del la Tierra el lenguaje cumple tan solo función representativa. Algunas veces, las menos, introduce otras, sobre todo en los diálogos, pero la narración no se recrea en la poética. Va a lo que va, a lo que importa, a contarnos una historia que es interesante, que está llena de giros, en la que suceden tantas cosas que para hacer un resumen fiable de todas necesitaríamos, al menos, cincuenta páginas.

Si no son cien.

Pero lo que hace que eso lo pases por alto es otra cosa. Es su magnífica gestión del ritmo. Ken Follet es un contador de historias y sabe cómo organizar la información, cómo darla para mantener la tensión en el lector, para llevarlo de la mano de una a otra línea y consigue que completes esta maratón literaria llegando al final con tanto resuello que serías capaz de chuparte otras cien páginas sin pestañear. Y eso, para mí, es un aprendizaje impagable, porque asimilo ese ritmo para intentar aplicarlo en el futuro a lo que escriba. Obvio que no soy él, por supuesto, pero siempre he estado dispuesta a aprender y es lo que estoy haciendo.

Aprender mientras leo.

Con respecto a los personajes, he visto que los ha de todas las gamas desde el blanco al negro. Buenos buenísimos y malos malísimos. Grises varios que van matizándolos a lo largo de la narración y de lo que tengo que aprender. Y he aprendido que no pasa nada porque uno te salga blanco del todo o negro del todo, porque la novela lo soporta. La vida es otra cosa, eso sí.

He aprendido que los personajes principales tienen que moverse entre los grises y que, si me planteo hacer algún antagonista más en mis novelas, también tengo que emplear ese tono en él, y dejarme de negro absoluto porque las personas reales nunca son así. En realidad, creo que hasta la última novela siempre he hecho eso, antagonistas grises, solo hay uno muy negro en toda mi producción literaria, pero me he prometido, después de esta lectura, que será el último.

Fuera esos experimentos, que no funcionan al cien por cien. Bien por mí, algo aprendido.

También he observado cómo va dejando caer la documentación histórica y arquitectónica, y en eso estoy de acuerdo con él. Dosifica. No agobia al lector. Te da mucha, pero siempre en píldoras fácilmente tragables para que no acabes ahogado en arcos y capiteles y acabes desesperado por llegar al meollo de la cuestión. Esta gestión no se da bien en muchas de las novelas históricas que he leído, o de ambientación histórica, y ha sido causa de abandonos o de que me cagara en todos los ratones colorados (recuerdo con horror esas Palmeras en la nieve, que me cortaban todo el rollo lector cuando las parrafadas sobre historia ocupaban una docena de páginas sin ton ni son. Eran como intentar tragarte una Couldina disolver en el agua).

He aprendido otra cosa más, que adoro los libros en tapa dura y leerlos en la cama, aunque este se pase de gordo y haya acabado con dolor de brazos sujetándolo, pero no me imagino, ni por lo más remoto, leyendo esto en el kindle. De hecho, últimamente me está costando mucho leer en digital, es algo que estoy abandonando poco a poco. Y se ha vuelto a reafirmar mi deseo vital de escribir una vez un libro y que una editorial apueste por él en tapa dura.

Sé que sueño cosas raras, la verdad, podría soñar con viajes a la otra punta del mundo con todos los gastos pagados, pero no, soy así de facilita con los deseos.

Me ha gustado volver y sé que lo haré de nuevo cuando me empiecen a asaltar las dudas sobre si quiero seguir escribiendo. Porque siempre las tengo y esta vez son enormes después de la última novela. Porque La colina del almendro me ha puesto el listón tan alto que no sé si seré capaz de saltarlo o me voy a dedicar a rodearlo simplemente y a leer y escribir para mí misma.

Eso lo estoy decidiendo aún.

jueves, 25 de octubre de 2012

AYER, PRIMERO EN GETAFE Y LUEGO EN EL RITZ



Ayer fue un día completamente literario. Tenía muchas ganas de asistir a la mesa redonda que sobre Amazon y la publicación digital estaba en el programa de la V edición del Getafe Negro y allí que me presenté con mi amiga Tatty, de El universo de los Libros. La cara de sorpresa de Armando Rodera se la debía, ya que él me sorprendió a mí presentándose sin avisar (a mí, los demás lo sabían) a mi charla en la Biblioteca Almudena Grandes en junio. Tenía una cómplice entre los asistentes, Magüi Cabral, que sí sabía que yo estaría allí desde hacía unas semanas.




Cuando llegamos, nos encontramos con la sorpresa de que Juan Gómez Jurado había perdido el avión y no podría llegar a tiempo y por piruetas del destino, otro de los autores que publican en Amazon, Iván Hernández, que como yo había asistido a escuchar, acabó sentado en la mesa. Gracias, Iván, me temo que si no hubieras aparecido me hubiera tocado estar ahí y la verdad es que se está más tranquilo al otro lado, escuchando y haciendo fotos, que es más lo mío. Lo hiciste muy bien.





En la mesa redonda se habló de Amazon, de la nueva vía de publicación que supone, de sus ventajas para los autoeditados, de precios, de repercusión, de caminos nuevos que estamos explorando y abriendo quizá para quienes lleguen después. La introducción corrió a cargo de Lorenzo Silva, comisario del evento y reciente premio Planeta, y tras la exposición que hicieron los autores, moderados por  Javier López Tazón,  tocó el turno de preguntas. El público se implicó, plantearon dudas y a mí se me hizo muy corto. No puedo resumirlo demasiado bien, se me olvidó llevarme ni una miserable hoja de papel en la que anotar todo lo que allí se habló… ¡Soy un desastre!

Terminada la charla hubo unos momentos para hablar con los autores, de sus sensaciones sobre lo que allí se había contado. Magüi estaba radiante, me encantó su sonrisa, su tranquilidad en todo momento; Armando firmó unas fotocopias de El color de la Maldad que alguien se llevó (no me fijé bien quién) y estuve un ratito hablando con Lorenzo Silva, felicitándole por el premio y departiendo sobre otras cuestiones que no tenían nada que ver con lo que allí se habló. Iván llamó a su madre, para que buscase al niño en el colegio. Le habían cambiado los planes de esa mañana y la verdad es que fue un cambio maravilloso.

La organización tenía preparada una comida y Tatty y yo la misión de salir de Getafe, rumbo a Madrid, porque nuestro día, el programa que debíamos cumplir, no estaba completo. ¡Cómo es tan difícil salir de Getafe! Dimos vueltas buscando un centro comercial para comer algo antes de entrar en la ciudad y tras un montón de equivocaciones (el GPS funciona de maravilla pero a veces le hacemos un caso relativo) logramos llegar al centro de Madrid. Nos sobraba tiempo, así que paseamos por los alrededores del hotel Ritz, incluso entramos en la Iglesia de los Jerónimos para hacer un poco de tiempo.

En la recepción del hotel informaron a los blogueros asistentes de cómo sería en encuentro con Ken Follet, los cinco minutos de entrevista que tendrían con el autor que está en España presentando su novela, El invierno del mundo. Yo, como estaba allí de ocupa, me quedé en la recepción esperando a que Tatty terminase. Fue una hora mágica, en la que estuve haciendo una de las cosas que más me gustan en el mundo: leer. Me empapé de las sensaciones que me producía el libro que tenía entre mis manos, del sonido del piano que sonaba a mi espalda mientras estaba sentada en un cómodo sillón. Veía, de vez en cuando, entrar a los clientes, escuchaba hablar en muchos idiomas y durante unos momentos me sentí transportada a otro tiempo. El escenario era para ello, el hotel Ritz tiene ese sabor antiguo que le da una decoración que apenas ha cambiado en mucho tiempo y el uniforme y la manera de comportarse del personal, atemporal ya. Fue un privilegio, un momento que no sé si se repetirá alguna vez más en toda mi vida y que pienso guardar en mi memoria.

Hoy vivo la resaca de ese día espectacular y casi, de tan especial que fue, no puedo escribir sobre él. Dejaré que repose un poco en mí y volveré a ello cuando esté mucho más tranquila.

Sobre la entrevista, seguro que Tatty os lo cuenta (y os enseña las imágenes) en Eluniverso de los libros.