jueves, 21 de julio de 2011

PROBANDO PORTADA PARA LA NUEVA NOVELA



Esto es un pequeño adelanto de las pruebas con la portada de mi nueva novela. Ya os iré contando de qué va...

martes, 19 de julio de 2011

LA ANÉCDOTA DE QUEVEDO

Supongo que a vosotros, lectores voraces, no tengo que explicaros que Don Francisco de Quevedo fue uno de los escritores más brillantes del Siglo de Oro español. Desde mi punto de vista, nada objetivo, el mejor. Hay quienes opinarán que Góngora, cultivador del culteranismo, era bastante mejor que este genio del conceptismo, pero qué queréis, de siempre he preferido la inteligencia a las florituras.

Pero no voy a hablar de literatura sino de juegos de palabras, de esos a los que era tan dado este escritor. Lo leí en un libro que editó El País Aguilar hace ya algunos años, llamado El Capitán Alatriste de Arturo Pérez-Reverte y la España del Siglo de Oro y es una de mis anécdotas favoritas para ilustrar la brillantez de pensamiento de este hombre, que practicaba el humor con mala leche mucho antes de que se inventara ningún club de la comedia.

Cuentan que en el XVII, momento en el que las medidas de higiene de las ciudades españolas (como las del resto del mundo, no nos engañemos) eran inexistentes. La gente meaba en cualquier lugar, eligiendo casi siempre rincones entre edificios o portadas de las casas. Como medida disuasoria, algunos vecinos colocaban hornacinas con santos y cruces, y como el respeto que se tenía en esos momentos a la religión era casi reverencial (bueno, y sin casi, que por esas calles andaban los Inquisidores…) la gente evitaba vaciar la vejiga en esos lugares. Quevedo, muy dado a transgredir normas, orinaba siempre en el mismo lugar, el portalón de acceso a una casa. Los dueños, hartos, pusieron una cruz pero ni eso disuadió al literato, así que a la cruz le añadieron un cartel con las siguientes palabras:

"Donde se ponen cruces, no se mea"

De vuelta al lugar, en otro momento de "necesidad", Quevedo no se cortó un pelo, y cual si fuera mensaje de Twitter, breve, conciso y certero escribió debajo:

"Donde se mea, no se ponen cruces".

En fin…

lunes, 18 de julio de 2011

HARRY POTTER Y LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE. PARTE 2.

El sábado por la tarde fui al cine para ver cómo terminaba Harry Potter, al menos cinematográficamente. Elegimos la proyección en 3D y la experiencia no decepcionó. La película está llena de acción, los efectos especiales son espectaculares y creo que esta vez, al habérselo tomado con calma y haber dividido el libro, decepciona menos que otras de la saga.

Si tuviera que ponerle un "pero" sería al principio. Yo no sé cuánto ha pasado desde el estreno de la primera parte, más de un año seguro, y la peli empieza como si, antes de sentarte en la butaca, te hubieras visto la otra película o hubieras acabado de leer el libro. Eso le resta entidad como película independiente y te obliga a recolocar un poco la trama en tu mente. Si no has leído nada, podrías pasarte la película preguntándole al de al lado qué pasa. 

Conclusión: es mejor no ir a verla si no te has visto las otras antes.

No destrozo nada diciendo cómo acaba porque me parece que aquí esto ya no es un secreto, así que ataco el momento de la película que más nos desconcertó. Al final, diecinueve años después de que hagan "papelitos" a Voldemort (cuando Harry se lo carga parece que la sala entera se llena de papelitos volantes) y que Howards quede hecho un asco, sólo hay una escena en el libro. Habiendo dividido el libro en dos películas (cosa que se les tenía que haber ocurrido con otros, que en el cine tenían mutilaciones sangrantes que hacen que las historias cojeen) me parece que podrían no haberse saltado algunos detalles que no aparecen. ¿Qué alargarían la película? ¿Medio minuto? 

Por cierto, el que mejor caracterizado está en esa escena es Ron.

sábado, 16 de julio de 2011

NO TE LO PIERDAS


Revisando las listas de Lulu en las que aparece Su chico de alquiler he visto que esta semana, debido sobre todo a las visitas que ha recibido la novela, ha subido desde el número trece que ocupaba hace un par de semanas hasta el número:
 ¡8!

Para celebrarlo he decidido crear una promoción que durará una semana. El precio habitual es de 10 euros, pero sólo durante los próximos siete días, podréis pedirla desde cualquier parte del mundo al precio de 6  euros!!!! Con esto trato de que los gastos de envío (la peor pesadilla de quienes nos autoeditamos en estas páginas de internet) se compensen con la bajada del precio.

Además he aplicado el mismo descuento para La arena del reloj. Pidiendo los dos a la vez, los gastos de envío se compensan aún más. Si tenías pensado conseguir la novela, este es el mejor momento.


viernes, 15 de julio de 2011

OTROS VERANOS

Ayer cambié mi tarde eterna de parque por una excursión al campo con los niños. Nos montamos en el coche y recorrimos escasamente quince kilómetros (es lo bueno de vivir donde vivo) y junto a una amiga y un par de niños más, pasamos un par de horas a la orilla del Duratón. Jugaron con la arena, metieron los pies en el río, buscaron (sin éxito) cangrejos, gritaron como locos jugando a las cartas y nos costó un triunfo convencerlos de que se nos habían acabado las botellas de agua y los bocadillos, que pronto empezaría a anochecer y que era necesario volver a casa.

Sin querer vinieron a mi memoria otros veranos, otros momentos en los que la niña era yo.

Cada fin de semana mis padres preparaban comida, las cañas de pescar, la sombrilla y después de quedar con mis tíos acabábamos a orillas del pantano de turno (Entrepeñas solía ser el más habitual porque era el más cercano). Mis primos, mi hermana y yo inventábamos cada día juegos diferentes: hacer fortalezas de barro, jugar a repartirnos los coches que pasaban por la carretera (algunas veces pasaban más de veinte minutos entre uno y el siguiente)... Con la radio del coche a todo volumen montábamos conciertos en los que las estrellas éramos nosotros mismos, y aún nos sobraba tiempo para accidentarnos: algún anzuelo acabó en la mano de un pescador novato de seis años, o hay quien como yo conserva una cicatriz en la ceja, recuerdo de haber tratado de levantar la escopeta de perdigones de mi primo cuando pesaba más que yo.

A mi hermana tampoco se le ha olvidado el día en el que confundió un palo con una culebra de agua...

Ese tiempo ha quedado lejos y me lo recordó un cartel que prohibía la acampada libre (la de veces que el cielo del Alto Tajo fue nuestro techo) y hacer fuego entre mayo y septiembre. Quizá no se pueda recrear del todo el pasado pero estoy segura de que hay otras maneras de disfrutar del aire libre que no se limiten a sentarse en un banco del parque hasta que llegue la hora de volver a casa.

Por cierto, el sitio elegido ayer es el mismo donde tomé la fotografía que ilustra la portada de La arena del reloj.