lunes, 21 de enero de 2013

CÓMEME DE LINDA JAIVIN



Sinopsis:

Julia, fotógrafa obsesionada por los chicos jóvenes y la cultura china; Helen, profesora de ideología feminista a la cual traicionan deseos inconfesables; Chantal, editora de una revista de moda y con tendencia a dejarse seducir por nuevas experiencias; y Philippa, escritora en ciernes que oculta su lesbianismo y su pasión por los juegos sadomasoquistas. Cuatro amigas australianas que se reúnen en sus casas, en cafeterías y restaurantes para contarse sus opiniones sobre los hombres, las conquistas amorosas, los escarceos eróticos y sus fantasías sexuales.

Un libro imprescindible para saber de qué hablan realmente las mujeres... cuando hablan de hombres.

Mis impresiones:

No suelo leer novela erótica. No es un género que me llame especialmente la atención, de hecho, quienes me conocen saben que a las páginas "eróticas" de las novelas románticas que ocasionalmente leo, suelo llamarlas "PG", páginas pegote, porque me parece que la mayoría de las veces no aportan demasiado a la trama y se repiten sospechosamente. Creo que se añaden a las novelas para acercarlas a un determinado sector del público que se siente atraído por este tipo de literatura.

Una de las sagas en las que más me molestó la introducción de este tipo de escenas fue Los hijos de la Tierra, de J.M. Auel, porque considero que deslucen el resultado final de la obra, la alargan innecesariamente (ya es larga en sí misma) y aunque logran que sea leída por más gente, no sé si habrá otro tipo de lector que sin ellas también podría disfrutar del resto de datos que contienen, que aproximan a nuestros ojos un período de la Historia que a mí me parece fascinante: el momento en el que dos especies están pujando por la supervivencia en el planeta. De hecho, hace años mantuve una conversación sobre este tema, con alguien que había desistido en la lectura de estos libros precisamente por esto.

Quizá esa sea la razón por la que no tenía previsto leer Cómeme.

Aunque la tenía en casa.



Sin embargo, un sábado que hacía mucho frío, volví la vista hacia la estantería y me quedé mirando la portada. Me levanté de la silla, agarré el libro, cogí una manta y un café y empecé a leer.

Antes, sin embargo, me advirtieron: no te asustes cuando empieces. ¡Menos mal! Las primeras páginas me tuvieron desconcertada. La escena en un supermercado es de alto voltaje y por más que me empeñaba, mi cerebro me gritaba que era completamente inverosímil lo que me estaba contando. Hasta que entendí el porqué. Philippa, una de las cuatro protagonistas de la novela, es escritora y está mostrándoles a sus tres amigas, Chantal, Helen y Julia, el relato erótico que acaba de terminar. En realidad la novela todavía no había empezado…

A partir de ese momento, el libro se suaviza, empieza a desarrollar una trama que se asemeja a la de cualquier novela que hayas podido leer antes, pero insertando en ella pasajes en los que los encuentros y las fantasías sexuales de las protagonistas son narrados con un tono, un vocabulario y un pulso literario que no me había encontrado hasta ahora en esas "PG". Quiero decir que el lenguaje que utiliza no cae en la vulgaridad. Tampoco es cursi, logra un equilibrio que dota de solvencia a la novela, y que se refuerza con una trama de enredo en la que tiene mucho que ver un joven músico, Jake. Linda Jaivin no se queda en la superficie, araña en la psicología de estas mujeres y hace que reflexionen, por lo que en algunos momentos el contenido erótico de Cómeme pasa a un segundo plano.

La historia tiene momentos de flash back, las protagonistas recuerdan encuentros que han marcado su vida e incluso me han sacado más de una sonrisa porque, entre ellos, se cuelan momentos de dispersión mental y hasta un gato que está por allí molestando. Cuando la autora se entretiene modelando un relato, de los que escribe Philippa, me divierte cómo va corrigiéndose a sí misma (¿cómo van a sonar unos tacones si hay una alfombra?).

El doble juego de Jake y una carta enviada con mucha prisa a un destinatario equivocado, ponen el toque de humor que empuja a querer saber qué pasa al final. Cuando éste llega, la novela da un giro y te vuelve a sorprender porque nada es lo que parecía hasta entonces.
Lo que menos me ha gustado han sido las distintas posiciones del narrador para contar lo mismo, desde el punto de vista de cualquiera de ellas y del amante ocasional, o incluso la intromisión de un personaje que se hace con el mando en un momento y cuenta él mismo el final de la historia… que no resulta ser el final. Ahí el desconcierto como lectora me hizo preguntarme si yo, acostumbrada a leer de todo (me refiero a literatura de hoy y de otro tiempo) me perdía, quizá alguien que no lee tanto puede sentir la necesidad de abandonar el libro antes de concluirlo.

La novela está estructurada en trece capítulos, la mayoría de los cuales tienen títulos relacionados con la comida, pero no todos ellos. No me di cuenta hasta el final, y creo que hubiera sido más efectivo, y más acorde con el título, que lo fueran todos, pero eso es una cuestión personal mía.

Hay algo en la sinopsis con lo que no estoy demasiado de acuerdo. Yo voy todos los días a tomar café con unas amigas y aunque a veces la conversación gira en torno al sexo todavía está por la primera vez que nos contemos una fantasía erótica. No sé si es que no es muy normal hacerlo… o es que tengo que cambiar de amigas… Creo que no, que no las cambio.

Desde luego, Cómeme, no tiene nada que ver con los libros que en estos días invaden las estanterías de las librerías. Supongo que es bastante menos comercial, además de que se trata de una novela de los años 90 (la preocupación por el contagio del SIDA aparece varias veces), pero por lo poco que he leído de los otros (alguna página suelta) prefiero definitivamente esta. Aunque, en realidad, no tengo base para comparar. Cuando lea más novelas eróticas, podré saber si esta es buena de verdad, o no. 

Entretenida sí que es.

Dicen por ahí que recuerda a Sexo en Nueva York, pero más subido de tono. Pues como no he visto ni un solo capítulo de la serie, tampoco puedo opinar…

¿La conocéis?

jueves, 17 de enero de 2013

EL BLOG, MI VENTANA AL MUNDO



Cuando abrí este espacio no sé por qué lo hice. Supongo, como ya he dicho más veces, que me aburría y se me ocurrió que era un buen lugar donde volcar pensamientos, experiencias y lecturas, sin más objetivo que dejarlas juntas en alguna parte. Sin ánimo de que nadie más las leyera, excepto mi prima Mari Carmen, que siempre andaba preguntándome cuál podría ser su siguiente lectura.



Sin embargo, poco a poco este mundo se fue expandiendo, abriéndose por sí mismo y dando cabida en él a personas que como yo se movían en este mundo virtual. Hoy voy a recordar a algunas de ellas, por lo que han impactado en mí, por lo que han cambiado mi mundo más cercano.

Fue un muy grato descubrir, con el paso del tiempo, que había personas que conocía a las que no había asociado con su actividad real. Fue el caso de Blanca Miosi, de la que sabía porque de vez en cuando comentaba pero que de la que no fui consciente de que era escritora hasta mucho después. Creía que era una amiga de Armando Rodera, un escritor al que conocí al tropezar con su blog por casualidad y que ha pasado a engrosar mi lista de amigos. Ambos han supuesto un enorme soporte en mi ánimo al enfrentarme a la decisión de publicar en amazon tres de mis libros, porque su experiencia, que he ido viviendo día a día, ha sido inspiradora. Desde que los encontré y los ubiqué correctamente, he seguido de cerca sus pasos, aprendiendo con ellos y escribiendo con su ayuda renglones de mi propia biografía.

Otras personas aparecieron aquí tras haber reseñado sus novelas, como Eloy Moreno, Pedro de Paz o Care Santos, por poner tres ejemplos, algo jamás soñado. ¿Cuándo, antes de existir este camino, podría haber pensado poder compartir en primera persona impresiones con los autores de los libros que leo? Hasta entonces, creo que nunca. Eso inspiró una entrada en el blog, La relación autor-lector, que es la que más visitas acumula hasta ahora, justo detrás de otra que se llama Carnaval, y que contiene una foto de la clase de infantil de mi hija disfrazados de payasos. Algo que supongo tiene que ver con los peculiares criterios de los buscadores de internet a la hora de localizar lo que los usuarios demandan y no con el objetivo general de este espacio.

Hubo quien, viendo mi afición lectora, se puso en contacto conmigo para pedirme que reseñase sus libros que acababan de ver la luz de una manera novedosa, autoeditados, y que supusieron verdaderos descubrimientos, no sólo como autores sino como amigos: Emilio Casado, Enrique Osuna o Ángels Om. Desde entonces el contacto con ellos, a través de comentarios se multiplicó también en correos que nos mantienen aún hoy cerca a pesar de la distancia que nos separa en el mundo real. Creo que es de las experiencias más enriquecedoras que se pueden conseguir a través de algo tan etéreo como es esto de internet. Entre esas circunstancias excepcionales también conocí a Óscar Arteaga, tras ganar un concurso se quedó conmigo y hemos compartido, junto a Emilio, el honor de ser apadrinados por distintos clubs de lectura. Esto es lo que yo llamo enredar el alma, a través de unos hilos invisibles

También El espejo… ha supuesto conocer a blogueros con las que comparto inquietudes y sueños, libros y charlas, como Marga de Libros, exposiciones y excursiones (con la que además compartí unas vacaciones) o Tatty, de El universo de los libros, que aunque vive lejos de mí, sabemos cómo encontrar momentos para vernos y pasear entre libros, que son los objetos que más nos gustan a ambas. No son las únicas. A pesar de los miles de kilómetros, sé que tengo a Kyra, de Hojeando Mundos y más lejos, tan lejos que no sé dónde ubicarla, está Barby, a quien extraño todavía a pesar del tiempo que hace que se fue (creo que lo haré siempre) que se ganó que le dedicase El medallón de la magia con el permiso de los que tenía más cerca. Ella es inmortal, en mi libro y en mi corazón. Y Margari, y Koncha, y Luis Miguel, y Dácil y también Inés, Mónica y Pilar, Jesús y… uf, esto sí que es complicado, son tantas personas que seguro que me dejaré a muchos. ¡Mil perdones!

Este blog es mi ventana al mundo, una ventana, o un espejo al que me asomo cada día.

Espero que os quedéis conmigo para siempre.

viernes, 11 de enero de 2013

EL DIARIO


14 de marzo de 1954…



La primera vez que abro el diario y tengo mis dudas. No sé hasta qué punto está bien esto, invadir la intimidad de una persona, recorrer sus vivencias sin su permiso expreso, pero era Martín y ya hace tanto que se marchó que es posible que me perdone la intromisión. Quiero saber de él, traerlo conmigo un rato, sentarme a su lado y dejar que me cuente este fragmento de vida que nunca nos dio tiempo a compartir: nací tarde para que pudiéramos coincidir demasiado y él tuvo prisa por marcharse. Apenas fueron diez años de convivencia que hoy, estoy segura, me saben a poco.

Empiezo a leer, tratando de acostumbrar mis ojos a esa letra suya, inclinada hacia adelante pero firme y segura, como el hombre recio al que conocí. Va desgranando, ciudad tras ciudad, la gira con el ballet de Marianela de Montijo, donde él actuó como txistulari. Le descubro como nunca le vi, joven y vital, y me asombra la capacidad de observación que tiene. A medida que paso páginas empiezo a ser consciente de algo: no tiene a quien escribirle las cartas que probablemente sus compañeros músicos envían cada día a sus mujeres y por eso se escribe a sí mismo. Como cronista improvisado para un rotativo inexistente, Martín anota días, horas, siestas, descansos y ensayos. Recoge los aplausos y los guarda en papel, para llevárselos a casa, cuando regrese a Madrid, a su habitación de la calle Oviedo, o cuando logre reunir lo suficiente para volver a su Bilbao natal, donde le espera su único hijo.

El 19 de julio del 54, rendido, da por terminada la gira y no vuelve a escribir nada hasta el 24 de abril de 1956…




Yo salto esos dos años en un suspiro y me encuentro con él, ahora como músico en la compañía de Marienma. Me veo a su lado tomando el expreso de las nueve y media de la noche en Madrid, rumbo a la gira por oriente próximo. Hacemos una parada en Barcelona, más tarde en Figueras y, mientras horas después esperamos para  hacer transbordo en Narbonne, ya en Francia, me tomo un café a su lado. Al final llegamos a Marsella, la madrugada del día 26, derrotado él por no haber dormido, fascinada yo porque he podido imaginar el viaje simplemente dejándome llevar por el rastro que dejaron sus manos en esta pequeña libreta negra. El descanso dura poco porque a las cuatro de la tarde ya estamos embarcados en el Jerusalén, un buque que tiene como destino Israel.





Los días en el barco pasan lentos. Los rellena con paseos por cubierta y conversaciones con algún tripulante que se defiende con el español. Pregunta todo, no quiere dejar que se le escape ni un solo detalle, anota el nombre de cada pedacito de tierra que se atreve a asomase ante sus ojos en el horizonte de este mar Mediterráneo. Egaña, el pianista del ballet, nos empieza a acompañar cada vez con más frecuencia. De simples conocidos van pasando a amigos y cuando Martín comienza a interesarse por una joven que también viaja en el barco, se aparta de él, consciente de que si existe una posibilidad de que crucen algo más que miradas, esa pasa porque él no esté cerca. Yo me quedo, al fin y al cabo no me ve nadie, y así espío a esta lectora incansable de novelas que ha llamado la atención de Martín. Al final no pasa nada. Ella está casada y él es demasiado tímido como para abordarla ni siquiera para entablar una conversación…

La gira, cuando finalmente desembarcamos, se llena de sinsabores. Pocos días después de comenzar, el ambiente se enrarece entre rumores que finalmente se acaban confirmando: no van a cobrar. Al menos costará mucho que lo logren y, mientras eso sucede, tendrán que poner de su bolsillo el dinero de la comida y del alojamiento. No es fácil, nada fácil, saber que volverás a casa con las manos aún más vacías que antes de marcharte y que, además, en esa aventura habrás perdido parte de tus exiguos ahorros. La compañía, a pesar de todo, sigue actuando y viajando, y él no se cansa de recoger cada anécdota: las mima y las conserva para contárselas un día a su hijo, para que sepa lo duro que fue cada noche salir al escenario consciente de que la deuda que tienen con él aumenta en la misma medida que disminuyen las posibilidades de cobrarla. Pero Martín, por encima de todo, es un artista y no sabe, o no quiere, renunciar a los focos aunque la luz que dan ahora sea claramente insuficiente.

En medio de la turné me hace una confesión inesperada. En realidad se la hace a sí mismo pero mis ojos son testigos: "hoy, día 16, hace 22 años que me casé con una mujer que no supo hacerme feliz. No vivo con ella y no me pesa pero hoy, en Estambul, pienso en el hijo que me espera, lo único bueno que conservo de ese tiempo."  Conozco esa historia, es muy triste. En un tiempo sin divorcio, Martín encontró como única solución a sus problemas poner tierra de por medio. La vida a veces te compensa y supo esperar. Y en esa espera apareció María, un diamante escondido entre las telas que invadían cada rincón de su casa de Cuatro Caminos. 

Pero aún es pronto para esa historia con la modista, faltan casi diez años para que eche a andar…

Los ojos se me cierran, me he bebido todas las páginas de un trago y casi no soy capaz de entender la letra diminuta en la que, al final, anota lo que le deben: casi treinta mil pesetas, una fortuna para su tiempo.
Cierro la libreta y la guardo en mi mesilla, con un rastro de agua en mis ojos. Sé que cuando quiera, cuando lo necesite, volveré a vivir, de su mano, esta historia suya que también es un poco mía. Porque Martín fue mi familia. 

Porque yo me llamo Mayte porque él insistió.

Mayte Esteban
Enero, 2013.

miércoles, 9 de enero de 2013

MI ESTANTERÍA

Hay una estantería en casa a la que tengo especial cariño. Es esa en la que reposan los libros de autoedición que he ido recopilando a lo largo de este tiempo. Libros físicos, porque los que tengo en formato digital, que son muchos más, están en el kindle y ahí no se pueden mirar de un solo vistazo.


Entre ellos están las pruebas de alguno de los míos, y he dejado también en ella los de B de Books que tengo y faltan algunos que están prestados, en casa de amigos que están empezando a descubrir a los autores que empiezan a dar sus primeros pasos en este complicado mundo de la literatura.

Tienen algo en común: están dedicados por sus autores. Supongo que esas palabras manucritas convierten a estos libros en pequeños tesoros para alguien como yo, para quien los libros siempre han sido amigos, compañeros imprescindibles en este viaje de la vida.

Este año, seguramente, acabaré necesitando ocupar otro estante porque pienso incrementar mi colección. Haré otra foto el próximo enero.




sábado, 5 de enero de 2013

DESCOMENTADOS

Esta noche vienen los Reyes Magos, pero a mí ayer me hicieron un regalo que agradezco: he sido "descomentada". Hace unas semanas me quejé a Amazon porque un individuo se dedicaba a dejar comentarios de cinco estrellas en cuanto libro pillaba en el top 100. El sujeto en cuestión no decía nada en concreto, sino que, sin ninguna sutileza, colaba el enlace de su propia novela en el comentario. Yo fui una de sus víctimas, a quien dejó cinco estrellas a cambio de que le sujetase, durante un tiempo que gracias a dios ha sido breve, su enlace.

A lo tonto, a lo tonto, el otro día lo vi en el top 100. Algo vetado para novelas con calidad, pero que éste ha conseguido con una estrategia de maketing éticamente reprobable.

Sin embargo, ciento y pico comentarios iguales cantaban mucho y ayer vi que en Su chico de alquiler tenía este mensaje: Sé el primero en escribir una opinión sobre este producto.

¡Me encantó!

 Prefiero, sinceramente, que no tenga ni un solo comentario, que si no se los merece, nadie diga absolutamente nada del libro antes que ser utilizada. Soy generosa normalmente pero no otra palabra que empieza por g y que no pondré hoy por ser el día que es, no sea que los Reyes me escuchen, o me lean, y ya sí que no me traigan lo que he pedido. Aunque con el trabajo que tienen hoy no sé si estarán para ponerse a leer blogs...

Y pasando a otra cosa, que me disperso... Quiero hablaros de ciclos. Detecto que los de mis novelas empiezan a agotarse. Supongo que cuando has vendido muchos ejemplares en los meses anteriores (no es que hayan sido una barbaridad, o cifras para celebrar una fiesta, pero han estado muchísimo mejor de lo que me hubiera atrevido a soñar), los libros empiezan un suave descenso hasta que se mueren. En este caso no es una muerte real, sino un hundimiento en los abismos de la lista que los sitúa en posiciones invisibles.

Es una sensación... rara. A veces me siento mal, porque me he esforzado en empujarlas, teniendo que morderme la lengua ante comentarios venenosos de quienes insisten en que la publicidad que hacemos los autores es cansina y contraproducente (pues siento decir que no, que cuando lo dejas es cuando decaen, que lo he probado) y a pesar del esfuerzo, a pesar de que he rozado con los dedos mi objetivo, no lo he llegado a conseguir del todo. Otras, me doy cuenta de que he logrado muchísimo. Con la ayuda de la gente de los blogs, sobre todo, que se implicaron en esos dos meses de verano en los que reseñaron los libros, siempre tendré que agradecérselo y no olvidarlo, porque no fue mérito mío solamente. Aunque en muchas ocasiones te llegues a sentir muy sola.

También me siento muy bien con los comentarios que tienen las novelas. Ni uno solo de los que hay los he pedido, no se me ha ocurrido jamás decirle a nadie que se vaya a Amazon y me ponga una opinión. No, porque si lo que quiero es saber qué opinan, si lo pido no sería real, ¿no creéis?

Ahora, con la novela que tengo terminada en fase de últimos retoques, toca tomar aire, pensar si estoy preparada para volver a meterme en este lío. El año pasado pagué mi precio en todo esto: veinte kilos. ¡Casi nada! He sido capaz de recuperar cuatro, pero sigo en una talla que cuando plancho la ropa mi cerebro se niega a creer que es la mía.

Esta vez tengo experiencia.

Espero que sirva de algo.