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domingo, 18 de octubre de 2015

ENCUENTRO CON MIKEL ALVIRA EN EL HOTEL DE LAS LETRAS

Llovía. La tarde era el preludio de un fin de semana de chubascos, de cielos grises y viento, el anuncio de que al invierno no se le olvida nunca hacernos una visita. La calle Preciados parecía ajena a todo. Miles de personas caminaban por ella, como siempre, pero esta vez paraguas en mano, esquivando a veces al resto de viandantes y, otras, ignorando que habían estado a punto de sacarle un ojo a quien caminaba tras ellos. Las tiendas servían de refugio improvisado. Y los voladizos de los balcones, las marquesinas del autobús, las entradas de los hoteles a medida que avanzábamos por la Gran Vía de camino al Hotel de las Letras.

Caminaba bajo mi paraguas rojo. Pegados a mi pecho, protegidos tan solo por una bolsa de plástico, los ejemplares de La novela de Rebeca que tenía el encargo de llevarme firmados por su autor me recordaban que faltaba muy poco para reencontrarme con Teresa, Concha y Manuela. Para los besos de bienvenida, para esos minutos en los que las preguntas de cortesía sonarían reales, porque importa qué tal están, cómo les ha ido en estos meses en los que solo nos hemos podido “ver” de manera virtual.

Llegué con mis chicos, con seis escasos minutos de margen. Es complicado andar por la ciudad bajo la lluvia. Mientras mis pies seguían la secuencia de cada paso me iba preguntando dónde está ese ritmo rápido de las grandes urbes. En mi pequeño mundo, donde me muevo cada día, no hay nadie que entorpezca un paseo rápido. La velocidad funciona diferente. El espacio se recorre en menos tiempo, por más que sea el mismo medido en metros. Aquí la impaciencia escala posiciones en la gráfica, haciéndose presente en una ecuación donde no está convocada. Y eso que dicen que la física no entiende de emociones...

No nos dio tiempo a mucho mientras Mikel Alvira llegaba. Besos. Conocer a Marta, la amiga de Manuela, que, casualidades de la vida, vive en mi pueblo, en el que crecí. Llegaron también Luis y Teresa. Y, un poco más tarde, Nicolai. Unos sillones blancos. Dos pequeñas mesas redondas blancas. Cojines blancos. Un revoltijo de abrigos y bolsos colocados donde menos estorbasen y empezamos.

La reunión para hablar con Mikel de su novela tenía muchas ventajas. La primera, que todos habíamos leído el libro y podíamos hablar de él sin temor a spoilers. Hablamos. Preguntamos. Por el proceso creativo, por manías, por detalles que aparecían en la lectura de la novela. Por la estructura. Por la forma de abordar una novela. Por las frases. Por el significado de trascender. Por la figura del agente literario…

Miré el reloj la primera vez cuando había pasado hora y media. Mis chicos no se habían quedado, para ellos esta reunión no tenía el atractivo ni el interés que despertaba en mí y se fueron a pasear bajo la lluvia. De momento estaban tranquilos, porque no encontré ningún mensaje que demostrase su impaciencia.

Seguimos hablando, preguntando, compartiendo unos minutos que fluían mezclados en una amena conversación. Yo pensaba que esto me gusta, que quizá estaba asistiendo a la mejor “presentación de libro” en la que he estado nunca, porque en realidad no lo era. El libro ya se había presentado solo, ya lo había disfrutado en casa. Parándome en cada sentencia de esas que me obligaban a anotarla en mi libreta. Sonriendo al descubrir la habilidad de Mikel para contar una historia tan compleja estructuralmente y tan sencilla de leer y de sentir a la vez. Maravillándome por la seguridad con la que su agente literaria, Antonia Kerrigan, creyó en el libro que él mismo definía como “impublicable”.

Mikel, en persona, parece más joven que en las fotos que había visto en las redes. Es muy locuaz y provocó varias veces la sonrisa de quienes estábamos ahí –sobre todo cuando le preguntaba qué opinaba a Marta, que fue la que más silenciosa se mostró-. Habla con pasión de todos sus libros, de La novela de Rebeca pero también de esos otros que ha publicado: novelas,  ensayos, teatro y poesía. Porque él, nos lo dijo, se siente poeta, autor de frases en torno a las que construye novelas. Y seguro que lo es, porque los títulos de sus otros libros lo son: El mar que te debía, El silencio de las hayas, La playa de las letras…

Pero no nos quedamos en esto. También hablamos de los blogs. Del escasísimo pudor que tenemos al mezclar en nuestros comentarios en Twitter libros con lavadoras, o con el menú del día, o con recoger a los niños del colegio. De los personalísimos análisis en las reseñas. Ninguna se parece a otra, cada uno encontramos matices nuevos, ponemos focos en distintos aspectos. De la pasión por la literatura que detecta en cada uno.

Miré de nuevo el móvil y ya me estaban llamando, impacientes. La lluvia entorpecía su paseo y querían volver a casa. Vinieron a buscarme, pero les pedí un poco más de tiempo. Me lo concedieron, pero me tuve que marchar antes del final. Los veía al fondo, en otra mesa, con cara de aburridos y de querer regresar. Y tenía que hacerlo con ellos, por más que esta tarde de sábado lluvioso en Madrid haya sido oxígeno para mí.

Espero que haya más, que en otro momento podamos sentarnos y sentirnos como esta tarde. Que las palabras escritas vuelvan a protagonizar unas horas compartidas con gente que las ama tanto como yo.

Fotos del momento. Pocas, no nos dio tiempo.






jueves, 17 de enero de 2013

EL BLOG, MI VENTANA AL MUNDO



Cuando abrí este espacio no sé por qué lo hice. Supongo, como ya he dicho más veces, que me aburría y se me ocurrió que era un buen lugar donde volcar pensamientos, experiencias y lecturas, sin más objetivo que dejarlas juntas en alguna parte. Sin ánimo de que nadie más las leyera, excepto mi prima Mari Carmen, que siempre andaba preguntándome cuál podría ser su siguiente lectura.



Sin embargo, poco a poco este mundo se fue expandiendo, abriéndose por sí mismo y dando cabida en él a personas que como yo se movían en este mundo virtual. Hoy voy a recordar a algunas de ellas, por lo que han impactado en mí, por lo que han cambiado mi mundo más cercano.

Fue un muy grato descubrir, con el paso del tiempo, que había personas que conocía a las que no había asociado con su actividad real. Fue el caso de Blanca Miosi, de la que sabía porque de vez en cuando comentaba pero que de la que no fui consciente de que era escritora hasta mucho después. Creía que era una amiga de Armando Rodera, un escritor al que conocí al tropezar con su blog por casualidad y que ha pasado a engrosar mi lista de amigos. Ambos han supuesto un enorme soporte en mi ánimo al enfrentarme a la decisión de publicar en amazon tres de mis libros, porque su experiencia, que he ido viviendo día a día, ha sido inspiradora. Desde que los encontré y los ubiqué correctamente, he seguido de cerca sus pasos, aprendiendo con ellos y escribiendo con su ayuda renglones de mi propia biografía.

Otras personas aparecieron aquí tras haber reseñado sus novelas, como Eloy Moreno, Pedro de Paz o Care Santos, por poner tres ejemplos, algo jamás soñado. ¿Cuándo, antes de existir este camino, podría haber pensado poder compartir en primera persona impresiones con los autores de los libros que leo? Hasta entonces, creo que nunca. Eso inspiró una entrada en el blog, La relación autor-lector, que es la que más visitas acumula hasta ahora, justo detrás de otra que se llama Carnaval, y que contiene una foto de la clase de infantil de mi hija disfrazados de payasos. Algo que supongo tiene que ver con los peculiares criterios de los buscadores de internet a la hora de localizar lo que los usuarios demandan y no con el objetivo general de este espacio.

Hubo quien, viendo mi afición lectora, se puso en contacto conmigo para pedirme que reseñase sus libros que acababan de ver la luz de una manera novedosa, autoeditados, y que supusieron verdaderos descubrimientos, no sólo como autores sino como amigos: Emilio Casado, Enrique Osuna o Ángels Om. Desde entonces el contacto con ellos, a través de comentarios se multiplicó también en correos que nos mantienen aún hoy cerca a pesar de la distancia que nos separa en el mundo real. Creo que es de las experiencias más enriquecedoras que se pueden conseguir a través de algo tan etéreo como es esto de internet. Entre esas circunstancias excepcionales también conocí a Óscar Arteaga, tras ganar un concurso se quedó conmigo y hemos compartido, junto a Emilio, el honor de ser apadrinados por distintos clubs de lectura. Esto es lo que yo llamo enredar el alma, a través de unos hilos invisibles

También El espejo… ha supuesto conocer a blogueros con las que comparto inquietudes y sueños, libros y charlas, como Marga de Libros, exposiciones y excursiones (con la que además compartí unas vacaciones) o Tatty, de El universo de los libros, que aunque vive lejos de mí, sabemos cómo encontrar momentos para vernos y pasear entre libros, que son los objetos que más nos gustan a ambas. No son las únicas. A pesar de los miles de kilómetros, sé que tengo a Kyra, de Hojeando Mundos y más lejos, tan lejos que no sé dónde ubicarla, está Barby, a quien extraño todavía a pesar del tiempo que hace que se fue (creo que lo haré siempre) que se ganó que le dedicase El medallón de la magia con el permiso de los que tenía más cerca. Ella es inmortal, en mi libro y en mi corazón. Y Margari, y Koncha, y Luis Miguel, y Dácil y también Inés, Mónica y Pilar, Jesús y… uf, esto sí que es complicado, son tantas personas que seguro que me dejaré a muchos. ¡Mil perdones!

Este blog es mi ventana al mundo, una ventana, o un espejo al que me asomo cada día.

Espero que os quedéis conmigo para siempre.