martes, 9 de febrero de 2016

CONTRA EL VIENTO DEL NORTE DE DANIEL GLATTAUER



Sinopsis:

En la vida diaria, ¿hay lugar más seguro para los deseos secretos que el mundo virtual? Leo Leike recibe mensajes por error de una desconocida llamada Emmi. Como es educado, le contesta y como él la atrae, ella escribe de nuevo. Así, poco a poco, se entabla un diálogo en el que no hay marcha atrás. Parece solo una cuestión de tiempo que se conozcan en persona, pero la idea los altera tan profundamente que prefieren posponer el encuentro. ¿Sobrevivirían las emociones enviadas, recibidas y guardadas un encuentro «real»?

Mis impresiones:

Este libro llevaba entre mis pendientes desde hace cinco años por lo menos. No recuerdo dónde lo vi, lo que sí recuerdo es que lo tuve entre mis manos en papel y era uno de esos días en los que no me podía permitir comprar un libro. Antes de mi época de lectora en digital, cuando cada libro de papel suponía un desembolso que mi precaria economía de mamá de dos niños pequeños no se podía permitir.

Si lo ponía en una balanza elegir entre lectura y yogures, ganaban siempre por goleada los yogures.

Así que lo dejé, se me fue olvidando, sepultado entre cientos de libros pendientes que acumulo, no solo en casa sino en mi mente. Hasta que, en uno de esos montones de los centros comerciales, de los que no salvan a los lectores compulsivos que aún compramos libros (incluidos los que comento en el blog) apareció. Ni siquiera me acordaba del argumento, solo recordaba la portada y el título:

Contra el viento del norte.

La verdad es que lo elegí por una razón estúpida: me imaginé como si un viento gélido me estuviera dando en plena cara, congelando mis mejillas y provocando que sintiera como si las orejas se me fueran a caer en pedazos.

Contra el viento del norte.

Antes de darle la vuelta y leer la sinopsis, mi mente novelera empezaba a crear una historia, un argumento imaginado al vuelo sobre lo que podría encontrar en cuanto abriera la primera página. Ignorando la portada, me sumergiría en una odisea épica, en los que unos personajes tendrían que salvar toda suerte de obstáculos en una naturaleza hostil…

Pues no.

Eran correos electrónicos.

En cuanto vi las primeras páginas recordé de pronto que era de eso de lo que se trataba el libro, de dos personas que se encuentran a causa de una letra errónea en un correo electrónico.

Sonreí.

Sin ir más lejos, este pasado fin de semana he tenido de nuevo contacto con un muchacho que me envió un correo hace un par de años, que no era para mí. Contenía información sobre un proyecto de trabajo y me pareció muy importante aclararle que no había llegado a su destinatario, sino a alguien que no sabía de qué le estaban hablando. La confusión, el darme las gracias por haber avisado, el contestar que de nada, que para eso estamos y alguna tontuna intermedia dieron para una ligera correspondencia electrónica que se interrumpió, como era normal. Este fin de semana, sin embargo, yo la retomé. Estaba viendo la tele cuando reconocí en un jovencito al que le daban su segundo Goya seguido, al protagonista del proyecto que recibí. Correo de vuelta para mandarle mis felicitaciones y echarnos unas risas recordando la confusión y correspondencia interrumpida de nuevo.

Pero…

¿Imagináis que pasaría si eso siguiera?

Pues eso mismo debió pensar Daniel Glattauer. ¿Qué pasaría si dos personas que se encuentran por casualidad a través de un error en un correo electrónico continuasen con esa correspondencia? 

Leo y Emmi, los protagonistas de esta particular novela epistolar (no sé si se dice epistolar para correos electrónicos) tropiezan por culpa de una suscripción a la revista Like que Emmi quiere anular.Una sola letra de más y sus correos a quien le llegan es a Leo Leike, que al tercero la avisa del error, ya que ella está cada vez más enfadada porque no le hacen ni caso.

Todo podría haber quedado ahí, una disculpa y punto, pero en Navidad sucede algo que altera esto. Emmi envía un correo masivo felicitando las fiestas a sus contactos y entre ellos se cuela el correo de Leo. No me extraña nada que a ella le entrasen ganas de contestarlo después de leer su respuesta, creo que yo hubiera hecho lo mismo. Leo le dice que le encantan los correos colectivos dirigidos a una masa de la que no forma parte. Ella se disculpa y él vuelve a contestar. Creo que ahí está la clave para que Emmi se sienta seducida a continuar la correspondencia con ese extraño:

"Le deseo unas felices fiestas y me alegro por usted, pues tiene por delante uno de los ochenta mejores años de su vida. Si llega a abonarse a los días malos, no dude en escribirme –por error- para que la dé de baja”.

Treinta y ocho días después de esto, Emmi sigue con problemas con la suscripción y vuelve a escribir a Leo por error. A partir de ese instante empieza un tira y afloja entre los dos. Los primeros correos son impersonales, cargados de ironía y en los que se cuentan en qué trabajan, pero todo mezclado en unos párrafos en los que intentan sacarse de quicio mutuamente. Poco a poco se meten en una conversación en la que empiezan a no darse datos personales, sino que juegan a imaginar cómo es el otro a través de sus palabras. La edad, el físico, hasta el número de zapato. Incluso llegan más allá, un día quedan en un lugar público plagado de gente para ver si logran averiguar quiénes son.

¿Se reconocerán?

A partir de ahí la constante en sus correos es la duda de verse, de tener una cita de verdad. Porque en su caso han empezado la casa por el tejado, se conocen como nadie, pero no se han visto nunca, no han sentido el olor del otro, el tacto de su piel o el sonido de su voz. Empieza el quiero, pero no sé. El quizá que se convierte en nunca. El ahora sí y ahora no, porque en el fondo los dos acaban ocupando un lugar tan importante en la vida del otro que sienten miedo de perder ese pequeño mundo paralelo que han construido de manera tan particular.

“¿Qué podríamos perder?
A ti.
A mí.
A nosotros.”

Esta cita no sé si es literal, creo que me la he medio inventado, porque por más que busco no la encuentro. Debería hacer caso a Teresa y hacerme con señaladores de colores para los libros de papel. ¡Esto con el Kindle ya no pasa! Lo marca todo perfectamente y lo guarda para cuando lo necesitemos.

Hacia el final, cuando realmente te preguntas qué haces leyendo los correos de estos dos con tanta atención, sus intentos por no parecer desesperados por hablar con el otro que se frustran en cuanto deciden “darse un tiempo” y vuelven a caer –hablando del tiempo-, sucede algo inesperado. Algo que no contaré, pero que cambia el curso de esta historia a la que parecías ver el final perfectamente trazado en tu mente. Y Daniel, el autor, no se conforma con ese primer cambio de giro, sino que en el último momento introduce otro. Una sola palabra que cambia todo en Emmi. Tanto como para que, como lector, desees una segunda parte.

La hay, pero confieso que a mí no me apetece leerla y eso que puedo afirmar que me ha encantado la novela. No me apetece porque prefiero imaginar mi final, el desenlace de esta historia que, dentro de mí, no acaba siendo de Hollywood precisamente. Más bien es como esas cadenas de correos entre dos personas que se interrumpen de pronto. Por dejadez de uno. Por desinterés del otro. Porque la vida te lleva por donde le da la gana y quizá un día, cuando menos te lo esperas, un mensaje intrascendente se te olvida.

O te cambia la vida por completo.

Te cambia los días y las noches.

Te trastorna por completo hasta invadir ese yo interior donde dejamos entrar a tan pocas personas.

Y otro día, sin saber muy bien por qué, la bandeja de entrada se vuelve muda.


lunes, 8 de febrero de 2016

LA PIEZA QUE FALTABA DE ANTONIA ROMERO



Sinopsis:

Eva, una enfermera y fisioterapeuta, que por culpa de la crisis no encuentra trabajo en la rama sanitaria, acepta un empleo como ayudante de Carmen Grimaldos, una multimillonaria algo excéntrica, copropietaria de una cadena de hoteles, junto con Ander Izarra, su hijastro. Carmen, una vez descubre la valía de Eva para desempeñar cualquier actividad, decide nombrarla gerente, con el único fin de fastidiar a su socio. Ambos mantienen, enquistada en el tiempo, una relación de odios y venganzas. Pero lo que ella no imagina es que esa decisión cambiará su vida, la de su empleada y la de todas las personas de su alrededor.

Mis impresiones:

Esta es una de esas novelas que esperas porque te lo has leído casi todo de la autora y estás deseosa de ponerte con más. Esto, en realidad, me da siempre bastante respeto, porque, ¿imaginas que no te gusta nada lo que te encuentras? Me ha pasado otras veces. He disfrutado como una enana con una novela de un autor y llega la siguiente y me la paso preguntándome qué es lo que sucede que no logro conectar con lo que me está contando. Que ni siquiera reconozco esa manera de escribir que me enamoró, o que la historia me aburre tanto que me quedo dormida con el libro en la mano.

Con Antonia Romero, con La pieza que faltaba, afortunadamente, no me ha pasado.

Al contrario, he disfrutado la lectura mucho, la historia que urde alrededor de una colección de personajes que perfila muy bien y de los cuales no solo nos cuenta su presente, sino que araña en el pasado para que podamos entenderlos y comprender toda la trama. En ese sentido creo que podemos decir que la mayoría de ellos son redondos. Esa característica, que en la novela normalmente se reserva para los principales y un reducido número de secundarios, Antonia se la salta y dota a cada uno de ellos un pasado interesante. Es preciso, porque la historia que nos cuenta, una serie de secretos familiares que han conducido a la familia Izarra a una desestructuración que les hace pelear por todo, no se entendería sin ello.

La novela, narrada en tercera persona, empieza centrando su foco en Eva, una joven enfermera de 23 años que no encuentra trabajo en lo suyo -la crisis, ya se sabe- y que se ve obligada, como tantos otros personajes (digo, personas) a aceptar lo que va saliendo y, por supuesto, con un sueldo miserable que solo le da para pagar un apartamento que no es de los de enseñar en revistas de decoración. Su madre, le consigue una entrevista, a través de un compañero de instituto, para un súper trabajo: ser la asistente personal de Carmen Grimaldos, una anciana excéntrica que está dispuesta a pagarle por ello cuatro mil euros. ¡Toditos para ella, porque vivirá en su casa! Eva no está muy segura de que aquello sea buena idea, pero acepta.

A partir de ahí, arranca la trama. Carmen, al principio, es una cascarrabias de cuidado, maniática, antipática por vocación, pero al ir despejando las capas de cebolla con las que se protege, encontramos otra mujer diferente. Es un personaje que empieza siendo un arquetipo, pero Antonia lo maneja tan bien que acaba rompiéndolo y logra que al final te acabes enamorando de ella. Porque, en realidad, Carmen no tiene sino una enorme coraza con la que se protege de un pasado muy duro. Carmen contrata a Eva, en principio, para que la ayude a tareas cotidianas, para que la acompañe a pasear, pero enseguida sabremos que quiere de ella algo más: la envía a Barcelona, a la casa que comparte con su hijastro Ander Izarra, el hijo de su difunto esposo, para que le eche de la casa.

Allí Eva se encontrará con una parte del elenco de personajes de esta novela: Conchi, su hija Ana, Gus y, por supuesto, Ander Izarra. Ander es... un antipático, odia a Carmen y está dispuesto a hacerle la vida imposible a Eva. No soy de elegir personajes, la verdad es que en esta novela es complicado porque todos tienen su aquel. Cris, la amiga de Eva está como un cencerro, pero me gusta. Y Óscar, su novio, también. Y hay algún personaje más que me ha caído como el culo, que me reservo.

Con lo que sí me quedo es con una escena bajo la lluvia. ¡Qué bonita! Me recordaba a las pelis en blanco y negro.

¡Por cierto!

Ha habido una parte de la novela que me he leído dos veces, la primera mientras hacía la lectura y la segunda, una vez terminada, siguiendo los enlaces del índice. Ha sido una parte de la historia que me tenía enamorada perdida desde que me encontré con ella: los DM de Twitter. Al principio no entendía nada, no sabes quiénes están hablando, pero empecé a hacer cábalas yo sola, descartando a unos y otros, hasta que solo me quedaban dos. ¡Y no fallé! Mira que soy torpe con las hipótesis en la novela policiaca, pero se ve que este género se me da un poco mejor. Es una historia que, como yo he hecho, se puede volver a leer sola y es preciosa.

Esta es una preciosa novela que yo, basándome en todo lo que he leído y estudiado en relación a este género, debo catalogar como romántica. No me cabe ninguna duda, aunque se le puedan añadir matices, esos que hablan de personajes muy bien construidos o una trama solvente detrás de la historia de amor. Es romántica muy bien escrita y muy bien llevada, en realidad como deberían ser todas las novelas de este género. Y ojo, que estoy diciendo romántica, no rosa.

Tiene todos los elementos y la estructura clave de una novela romántica y explico por qué.

Dos tramas simultáneas que se van turnando a medida que se avanza en la lectura. Hay una trama principal que conduce la acción, que es la historia de la rivalidad entre Carmen y Ander, en la que ponen a Eva en medio. Hay otra trama romántica que conduce a los personajes principales y nos cuenta su romance. Y en esta novela, hay dos, porque está esa otra escondida en esos mensajes maravillosos que me han fascinado. La novela tiene también una trama secundaria, que conduce el tema de la novela, que son los errores que los personajes han ido cometiendo en el pasado y que han condicionado que su presente sea como es.

La novela tiene dos cambios de giro muy interesantes que reconducen la historia, reavivan el conflicto y nos hacen dudar acerca del desenlace y de los personajes. Tiene su final satisfactorio para el lector, muy bien resuelto y que no deja ni un cabo suelto.

¿Con esto quiero decir que solo la deberían leer las personas que leen romántica? Para nada. Antonia Romero escribe muy bien, construye personajes sólidos. Si alguien, por el hecho de que acabo de decir que es una novela romántica, la descarta en la lectura, creo que se estará perdiendo una maravillosa oportunidad de pasar un excelente tiempo de lectura.

Por los malditos prejuicios.

Sacudios la tontería y dejaos llevar por la historia.

El tiempo en el que se desarrolla la novela es actual y hay tres escenarios: Madrid, que es desde donde arranca la novela, Barcelona, el escenario principal, y Nueva York, una ciudad que es tan mágica que yo creo que muchos caemos en la tentación de utilizarla como escenario. Porque, como dicen en la novela, la hemos visto tantas veces en las películas, la hemos leído en tantos libros, conocemos tantos detalles de sus calles, parques... que parece que alguna vez hemos estado allí.

A ti, que estás leyendo estas impresiones, te digo que la leas, que le des una oportunidad.

Porque, si eres lector de los buenos, no te vas a arrepentir.

domingo, 31 de enero de 2016

ALAS DE PAPEL

Llega febrero y yo sé que van a empezar a pasarme cosas. Es un mes que lleva años dándome sorpresas. Buenas y algunas no tan buenas, de las que, al final, como chica lista que soy a veces, he conseguido sacar de ellas un aprendizaje. Dejaremos las malas guardadas en una caja al fondo de un armario, y me pienso concentrar en lo bueno. En lo que me ha pasado y en lo que estoy segura de que está por llegar.

En febrero de 2013 Detrás del cristal se convirtió en best seller digital.
En febrero de 2014 Detrás del cristal fue publicada en papel por Vergara (Ediciones B)
En febrero de 2015 fui finalista del HQÑ con La chica de las fotos.
En febrero de 2016 La chica de las fotos saldrá a la venta en papel en la colección HQÑ (HarperCollins Ibérica)



Este año, febrero no faltará a su cita conmigo. Me he puesto, para ella, un vestido de fiesta, los zapatos de tacón de vértigo y estoy dispuesta a pasear por la alfombra roja, llevando de la mano lo único que tengo: palabras. No son nuevas, sé que muchos de los que atravesáis este espejo ya las conocéis, porque pertenecen a una novela que ha sido best seller digital este verano, y a la que ahora le han salido unas alas de papel. Con ellas me vestiré y con ellas intentaré volar lejos.

De momento, sé que en España os vais a poder encontrar con La chica de las fotos a partir de la segunda semana de febrero. Irá llegando a todas partes y espero que alguno le hagáis hueco en vuestras estanterías. Llega pequeñita e irresistible, 7,95€, casi menos de lo que cuestan algunos libros en digital. Perfecta para darse un capricho sin necesidad de que sea un día especial o para un regalo, como me contaba una lectora que ya la disfrutó, pero que se la ha anotado para dársela a conocer a una amiga.

Desde aquí, Almudena, te doy las gracias, por la confianza.

Más adelante, creo que estará en otros lugares más lejanos, me van a hacer falta las alas en perfecto estado. Mirando el libro, descubro algo. El precio para México impreso en la contra, preparada ya para cruzar el océano y, dentro, en los créditos, descubro una fecha: 30.7.16. Es la fecha de impresión para Argentina, por lo que sospecho que también volará hacia allá.



Me habéis preguntado qué haré. Si habrá presentaciones, Feria del Libro de Madrid, encuentros... De momento estaré en Madrid, el 13 de febrero en el RA, el encuentro de Romántica Adulta que este año va a reunir a más de doscientos autores del género y un buen puñado de lectores (más que autores). Estaremos en el Auditorio Marcelino Camacho y el aforo lleva cubierto meses, sin una sola plaza libre. Si el año pasado fue espectacular ver a las más de 500 personas reunidas en torno a este género, no os cuento lo que será esté 2016 en el que se van a superar.

Me atrevería a decir que este encuentro literario es el que más gente es capaz de reunir en este país, y eso que los medios nos hacen mucho menos caso que a otros encuentros.

Este año no solo seré espectadora, voy a estar en una mesa en la que se hablará sobre premios literarios. Por haber sido finalista en uno de novela y ganado dos de relato breve. Pero también porque he sido jurado en certámenes, tanto de novela como de relato. Si vais allí, preparad las preguntas que queráis, que todas las ponentes trataremos de contestarlas como mejor sepamos.

Este, el RA, será el primer lugar donde me encuentre con lectores. Habrá una librería allí que llevará ejemplares, tanto de esta novela como de Detrás del cristal, y a quien le apetezca podré firmárselos.

Después hay un par de cosas un poco en el aire, el encuentro en la Papelería de Pilar en Cabanillas del Campo (uno nunca debe olvidarse de quienes estuvieron al principio) que aún no hemos concretado, y la Feria del Libro de Cantalejo, que no me pienso perder este año. Lo demás, ni idea, ya surgirá. En realidad no es lo importante. Lo importante de verdad es que disfrutéis con las historias que os cuento.

Y que nunca pierda la ilusión por seguir contándolas.

Gracias por estar ahí, por cuidar de mis alas para que siga volando. Espero que me lleven lejos.

miércoles, 27 de enero de 2016

UN PUZLE QUE NECESITO ORDENAR

Si has llegado hasta aquí y pretendes leer la entrada, ponte cómodo, vas a tener para un rato porque tengo ganas de escribir. De recapitular, de sentarme a poner en claro cosas. Es una charla que no espera respuesta y, quizá, hasta tenga un poco de confesión.

En septiembre de 2010 empecé a escribir una novela. Acababa de volver de unas vacaciones un tanto accidentadas y los días siguientes me tuve que quedar en casa, así que me puse a escribir. Entonces tenía autoeditadas dos novelas en Lulu, ambas con su versión en papel, y otra, El medallón de la magia, reposaba en un cajón. Detrás del cristal tenía el setenta por ciento del camino recorrido, pero tropecé con un escollo que paralizó el proyecto. Por alguna razón algo no encajaba en mi cabeza y preferí dejarla reposar un tiempo antes de lanzarme de nuevo a ella.

Sin embargo, necesitaba escribir.

Arranqué con un relato en el que tenía el detonante claro, pero me entretuve, como he hecho en otras novelas, trazando la semblanza de los principales personajes. Uno a uno, en capítulos breves, los fui presentando y cuando tenía todas las cartas sobre la mesa, cuando todos se habían dejado ver, comenzó la historia.

Justo en ese momento, la abandoné.

Dos mil once fue el primer año de actividad de El espejo de la entrada, el primero en el que presté atención al blog. Llevaba abierto tres años, pero yo no tenía conexión a internet, así que actualizarlo de manera habitual era bastante difícil. ¿Cómo, os preguntaréis, me las había arreglado entonces para publicar dos novelas a través de la red y mantener, aunque fuera de manera precaria, un blog? Sencillo, usando la señal wifi de mi cuñado los domingos por la tarde. En tres o cuatro horas ponía al día el blog, visitaba todos los que seguía (eran pocos) y aún me sobraba tiempo para descubrir páginas de autoedición y subir novelas, sin pensar en las consecuencias que aquello tendría en mi vida.

Era solo una manera de pasar la tarde de domingo.

A principios de 2011 tuve, al fin, conexión propia. ¡Ya tenía internet! Bueno, no era para tirar cohetes, era un USB lentísimo, al que se le acababa la descarga el mismo día que entraba la tarifa en marcha, pero que, con paciencia, me ayudó a que el espejo empezase a reflejar con regularidad.

De la novela esa que empecé en 2010, ni me acordaba.

En realidad se me olvidaron un poco todas, mis libros tenían su propio ritmo en papel y yo no pensaba en mí como escritora, sino como alguien que había escrito un par de historias graciosas, que la gente cercana había acogido bien. Incluso me sorprendió que en abril de 2011 aparecieran las primeras reseñas de mis novelas, porque venían de tan lejos que me parecía eso, que esta era una historia simplemente curiosa. México. El Salvador. Chile. Argentina. Yo se lo contaba a los míos y me miraban con cara de “tú estás mal de la cabeza”, y reconozco que a veces lo pensaba.

El verano de 2011 fue especialmente tedioso.

No había nada especial que hacer, ir al parque con los niños y poco más, así que dediqué muchas horas a repasar El medallón de la magia, a intentar pulirlo un poco. Nada de tocar Detrás del cristal o la empezada, en realidad creía que mi historia literaria tenía que cerrarse con la autoedición de El medallón, la primera novela que había dejado que alguien leyera y que me animó a presentarme a los concursos de relatos que gané en 2008 y 2009, y me empujó a autoeditarme, pero aún no la sentía lista. Publicarla, para mí, significaba cerrar un ciclo, una aventura. No tenía intención de ir más allá, ni de que las novelas en el cajón encontrasen su final.

Descubrí Facebook.

Es curioso porque tenía un perfil desde 2008, creo, pero no entraba. O sí, pero cuando lo hacía me aburría muchísimo, pero una de las veces que lo abrí ese verano descubrí unas cuantas cosas. La primera de ella, un club de lectura online, algo que me encantó, porque era complicado para mí encontrarme con alguien de quien hablar de los libros que leía. La segunda, un grupo fantástico, Algo más que lecturas, que aglutinaba a lectores y escritores. La tercera, que la gente publicaba allí los enlaces de las entradas de sus blogs. Se me ocurrió hacerlo y las visitas al espejo se dispararon.

Encontré razones poderosas para hacerle caso a la red social.

Un día recibí un mensaje. Un autor se ponía en contacto conmigo para que leyera su libro. Si quería, me mandaría un ejemplar digital. Con una Tablet recién estrenada me hizo ilusión y fue el primero de varios que siguieron el mismo camino. Tantos que un día me di cuenta de que no era capaz de llegar a todos. Y de otra cosa, algo que pasé por alto en ese primer mensaje: esos escritores lo eran igual que yo. Todos eran autoeditados, aunque en sus páginas lo primero que pusiera fuera ESCRITOR y al principio no me diera cuenta de que no había diferencia. Yo también escribía. Yo tenía libros y la experiencia de haber dado alguna charla, pero por alguna razón, durante mucho, mucho tiempo, no me sentí a su altura.

En las Navidades de 2011 tuve un momento chulita, que le llamo yo. Leí una novela de éxito. Al terminarla me dije que si eso estaba publicado por una editorial, podía hacer lo mismo con los ojos cerrados. Empecé otra novela, olvidándome de aquella de 2010 y de Detrás del cristal, y en febrero de 2015 confirmaría mis sospechas: fui con ella finalista del premio HQÑ de novela. ¡Claro que era capaz! Pero eso es una historia que contaré otro día.

Aún no había empezado el baile, en realidad.

En 2012, luchando contra el miedo que me provoca emprender siempre un nuevo camino, empecé a subir mis novelas a Amazon. Primero el medallón, para cerrar ese ciclo y experimentar en algo nuevo, y después las otras dos, con la intención de que estuvieran todas juntas. Los resultados en ventas y en aceptación no solo superaron mis expectativas. Sucedió algo más, que me guardo para mí, importante de verdad, pero que no supe ver en aquel momento. Me seguía sintiendo extraña y hubo quien puso todo su empeño en que además me viera pequeña.

Ese verano, tras cerrar temporalmente el espejo, terminé Detrás del cristal.

Seguí con ella en otoño y en Navidad, y para febrero la publiqué y mi vida dio un vuelco. Creo que 2013 ha sido mi mejor año con diferencia. Reconocimiento, premios, dinero (también), un contrato editorial… y, a la vez, fue el peor porque me siguieron haciendo verme pequeña y mi salud se quebró. Empecé el año con sobrepeso, poco, pero lo justo para plantear ciertas medidas de control, que siempre aplazaba. Terminó el año y veinte kilos se habían volatilizado de mi organismo. Y con ellos la alegría. Y las ganas. Y las sonrisas. Y el ímpetu con el que siempre he encarado los retos de la vida y los nuevos proyectos. Luché por sobreponerme, pero hubo momentos realmente complicados.

Esta también es otra historia, una de esas en las que quieres creer en el karma con todas tus fuerzas, para que quienes la provocaron un día reciban su “premio”. Aunque me consta que hay quien ya lo tiene en casa. Para toda la vida cargando con él. Solo deseo que le sea leve.

En el verano de 2013 me pidieron que acabase la novela empezada en 2010. Lo hice. Fui capaz de encontrar las palabras que le faltaban a la historia, disfruté mucho con ella y el resultado me encantó. Después de hacerme correr me dieron largas y más largas, y no fue hasta el verano de 2014 cuando por fin se leyó. La respuesta fue poco entusiasta, un contraste tan brutal con lo que me habían dicho los lectores cero en los que confío, que no entendía nada y además la propuesta para publicarla no me gustó en absoluto. La rechacé, cerrando una puerta para siempre, una puerta que nunca voy a pensar que fue un error abrir, pero que resultó un tanto decepcionante. Me sentí como si después de atravesarla alguien hubiera cerrado detrás de mí, hubiera apagado la luz y me hubiera dicho: anda, guapa, apáñatelas para salir de aquí.

Otra historia para otro momento, me temo.

No duró ni dos semanas el “disgusto” porque mi teléfono sonó. Un sí enorme para publicar esta historia, ya mismo, sin pensárselo. Todo muy bonito, promoción espectacular… dos días después de haber dicho que sí, justo cuando tenía que enviar el archivo di marcha atrás porque no me convencía en absoluto. ¿Por qué? Pues porque habían dicho que sí sin leer una sola palabra de la novela y eso no me parecía ni medio sensato. Creo que al asomarme a la puerta lo vi tan oscuro como la otra vez. Había recuperado peso con mucho esfuerzo y en dos días lo estaba volviendo a perder de manera alarmante, así que no era bueno para mí salud, y tengo claro que eso es siempre lo más importante. Mi sensación ahora, pasado el tiempo, es que no me equivoqué rechazando aquello.

Hace unos meses recibí el primer “no” para ella de otra editorial. No la veían en su catálogo, es difícil de ajustar a un género concreto.

Y sentí un alivio inmenso.

Ya sé que esto suena contradictorio, pero no lo es para mí. Tengo claras dos cosas con esta novela: que es buena (lo siento, lo percibo, como lectora que soy desde que me salieron los dientes y creo que se distinguir) y que no voy a hacer el idiota con ella, que quiero dignidad para estas palabras. Está escrita como se tiene que escribir, como me gusta que se escriba, como las novelas que me emocionan a mí cuando leo. No voy a compararla con las de nadie, sería imbécil si me atreviera a hacer algo así, pero hay autores de ahora, publicando en estos momentos, que escriben en los mismos parámetros y están siendo súper ventas. O al menos llevan varias ediciones con sus novelas.

Soy consciente de que yo no soy nadie en esto y es mucho riesgo publicar algo sin el happy end enganchado hasta en el título. Demasiadas bolas negras para confiar en que salga la roja, así que entiendo que en tiempos de crisis no se juegue sin ir a lo seguro.

Puede que no encuentre a nadie dispuesto a apostar por ella. Nadie que le ofrezca lo que busco, pero en el cajón no pide nada, no tengo prisa, nadie me espera. Quienes quise que la leyeran lo han hecho, así que puede hasta quedarse para siempre ahí. Sé que ahora hay al menos dos personas que se están tirando de los pelos al leer esto, pero es mi decisión. Es mi criatura y tengo derecho a decidir. O a cambiar de idea, llegado el caso.

¿Es la mejor de las que he escrito?

Sí.

Rotundo.

Mejor que Detrás del cristal, premio a la mejor novela sentimental RNR 2013.

Mejor que La chica de las fotos, finalista del certamen internacional HQÑ 2015, esa que escribí en mi “momento chulita”.

Mejor que Su chico de alquiler, nominada  tres categorías a los premios Chick Lit 2013.

Mejor que La arena del reloj, de la que todo el mundo se queda con un buen recuerdo.

Mejor que El medallón de la magia, divertida y simpática, que convence ella solita a los profes para ser lectura de clase.

Mejor que Brianda, la novela más larga que he escrito, donde me lo he pasado pipa con la parte histórica.

Y todas han sido top, y todas han vendido bien, y ninguna le llega a los tobillos a esa otra novela empezada en 2010.

¿Llegará su día?

Ni idea. A lo mejor me da una vuelta a la cabeza y la presento a un concurso cualquier día de estos. O acaba siendo hasta mi obra póstuma, pero me da lo mismo. Yo sé que eso era lo que quería escribir.
Y lo hice.

Ahora estoy escribiendo otras. Porque no sé no escribir. Porque es mi manera de expresarme. Porque con palabras escritas no hay silencio, por mucho que no suene música ni haya gente a mi alrededor.


Porque el puzle de mi vida son millones de letras que necesito poner en orden.

domingo, 24 de enero de 2016

HAY DÍAS



Hay días de cielos con nubes y mar embravecido, en los que solo apetece taparse con una manta y esconderse hasta que el azul regrese y el sol vuelva a recuperar su fuerza. Días grises que suman seis y restan intensidad a esas otras cosas que están por venir y que te hacen feliz, pero que parece que se han perdido. Porque el sonido de la lluvia ha amortiguado la música y hace que la melodía sea tan difusa que ni siquiera la reconoces. Porque tanta nube te ha dejado sin la luz necesaria para ver claro.

Hace falta lo de siempre. Tiempo. Distancia. Palabras escritas o leídas. Dejar que amaine el temporal para volver a desplegar velas y navegar en el mar de los sueños que poco a poco se cumplen, sin la amenaza de que las olas te empujen y acabes engullido por ellas.

Respira.
Siente.
Pelea.
Que no te ahoguen ni el silencio ni el ruido.
Que no te venza el miedo.
Tu sabes quién eres.
Cómo eres.
Lo que vales.

Y si no hay oídos para escucharte ahora, recuerda que siempre están los tuyos. Y si tienes algo que contar, cuéntalo. Y si no puedes compartir algo, guárdalo. Seguro que algún día podrás porque ningún estado es eterno.