jueves, 3 de noviembre de 2016

SOBRE PLAGIOS. O POR QUÉ PUBLICAS SI NO ESCRIBES

El lunes encontré en Wattpad a una usuaria que había subido Su chico de alquiler, atribuyéndose su autoría. No es la primera vez que esto sucede, hace años logré que retiraran otra versión de esta novela. Esa vez lo disfrazaron de fanfic. El del lunes era una "adaptación", que consistía en que había cambiado la portada, poniendo en ella a un chico horroroso y había tocado el texto.

Por descontado, no lo mejoraba...

Desde hace tiempo, a los autores se nos abre un frente más con el que luchar. Además de los piratas, ahora tenemos que lidiar con los listos que se dedican a subir nuestros textos con su nombre.

Lo único bueno de Wattpad es que, en unas horas, habían escuchado mi petición, habían comprobado la información que mandé, y que me reconoce como autora legítima de esa obra, y retiraron el plagio, aunque no sé si esa usuaria estará bloqueada para usar la página, al menos con ese perfil. Estaría bien que lo hicieran, aunque no sirva de mucho porque podría abrir otra cuenta, pero ya sabemos que crear otro correo y empezar de nuevo un camino recorrido a veces da pereza.

Quizá no es una idea tan idiota.

Todo esto me ha hecho reflexionar sobre algo. ¿Por qué publicar una historia que no es tuya en una plataforma como esta? Lo veo en Amazon. Y cuando digo que lo veo, me refiero a que se puede obtener un beneficio. Estos días, sin ir más lejos, hay una novela vendiendo muchísimo, de la que los rumores cuentan que es un refrito de los libros de otra. Es una idea estupenda. Coges un libro conocido y te lo casi apropias, cambiando tres tontunas, y si suena la flauta, para ti los beneficos. Pero, ¿en Wattpad? ¿Para qué?

En mi caso la novela se empeoró y eso sí me molesta. No estoy libre de que alguien me pueda atribuir un texto que al final no es el mío.

viernes, 28 de octubre de 2016

OS EMPIEZO A PRESENTAR MIS PUNTOS SUSPENSIVOS...


Creo que me vais a tener que aguantar escuchando cosas sobre esta nueva novela a lo largo de los próximos meses. Lo haré porque, aunque desde mi editorial siempre me dicen que a mí me corresponde escribir y a ellos vender las historias, sé que no desentenderse de ellas tiene resultados y ya estaré yo aquí para hacerlo.

O quien, de manera voluntaria, tenga la necesidad de contar qué ha sentido al leerla.

Una de las labores más duras en esto de escribir, al menos para mí, es enfrentarme a presentar las novelas a los lectores una vez que están ya listas para que las puedan –espero– disfrutar. Es mucho más complicado que sentarme a escribirlas, corregirlas, tramarlas, soñarlas… Lo es, porque siempre cabe pensar en que estaré siendo muy subjetiva, que quizá os cuente lo que he querido contar y no lo que realmente he hecho, porque conozco a los personajes mucho más allá de lo que narro en las páginas de la novela. Ellos han sido mis compañeros durante muchos meses, he tenido que crearlos partiendo de unas primeras pinceladas a las que he añadido colores para darles la vida que quiero que transmitan, pero también sé bastante más de lo que cuento. Es necesario para dotarlos de coherencia, pero en la ficción hay que elegir qué expones y qué te quedas.

Entre puntos suspensivos tiene dos tramas. Una, la superficial, es la que cuenta cómo Paula y Javier se embarcan en un viaje en moto, en el que tratarán de buscar pistas que les conduzcan a encontrar a Mario, el padre de ella. Los vais a ver pasear por el lago de Sanabria, por las costas de Asturias e incluso por una pequeña aldea gallega. Ese viaje, para mí, era una excusa para que estos dos personajes volvieran a enfrentarse a estar juntos.

¿Volver?

Sí, volver, porque son dos viejos conocidos. Ambos protagonizaron esa novela que yo titulé Su chico de alquiler, una novela light, juvenil, de iniciación, escrita hace más de veinte años (aunque retocada en algunos puntos necesarios para hacerla actual, hace 20 años no había móviles) y necesaria para llegar donde estoy.

¿Por qué retomé los personajes?

Por varias razones. La primera, porque me apetecía. Sin más. Otra de mucho peso, porque son mis personajes y si de ellos alguien a quien no conozco le dio por colgar un fanfic en Wattpad sin mencionar que yo era la autora, ¿por qué no escribir yo misma sobre ellos, que para eso son míos? Los dos, Paula y Javier, eran apenas adolescentes en Su chico de Alquiler. No del todo por edad, pero sí en su comportamiento. Yo quería verlos un poco mayores, saber qué había pasado con su historia que en la primera novela se queda en una toma de contacto.

Creo que pocos se imaginarían que el happy end de la anterior me lo iba a cargar en las primeras líneas de esta nueva novela.

Javier ha encarrilado su vida. Dejó la carrera, que ya en la otra novela no le motivaba en absoluto, y decidió hacer unas oposiciones en la Policía y sentar la cabeza después del descalabro de su relación con Paula. Ella, por su parte, tiene un trabajo estable y, cuando arranca la novela, una hija de siete años y un novio italiano. No están juntos.

Cosas de la vida.

Aunque…

Ese título, Entre puntos suspensivos, alude a la relación que han tenido en estos años que han pasado entre las dos novelas. Al principio cuento esa vieja leyenda asiática que dice que dos personas están unidas por un hilo rojo que los ata por los meñiques y, aunque lo intenten, esa unión no se puede romper, porque están destinados el uno al otro. Ellos, mis personajes, son así.




Pero una cosa es estar destinado y otra que sea sencillo lidiar con ello.

En la novela no hay un antagonista claro. Hay alguien, pero no tiene mucho peso porque el principal escollo para que esta relación que empezaron funcione es Paula. Sus miedos, su carácter, hacen que se vaya poniendo zancadillas y esas reboten en Javier a lo largo de los años. Un sentimiento poderoso que la invade y que no es capaz de gestionar, porque hace daño. Solo que Paula, en lugar de empujar ese daño hacia Javier, se lo hace a sí misma, hiriéndole a él de manera involuntaria.

Y complicando lo sencillo.

Volver a reunirlos fue darles una oportunidad para que ellos mismos entendieran qué era lo que les pasaba e intentasen solucionarlo.

La novela tiene dos partes. En la primera, los conoceréis tal y como son ahora. En lo que se han convertido en esos diez años de distancia narrativa. En la segunda, la vida les va a dar un bofetón en plena cara. A veces entendemos por fin la vida cuando se nos planta de frente y nos demuestra que estamos aquí solo de paso. Tal vez en ella hay algo muy personal, vengarme de la realidad a través de la ficción, remodelar lo que uno siempre querría que sucediera frente a la dureza de algunas cosas que te toca vivir.

Quizá al final, al leer la última línea de los agradecimientos de la novela, entendáis esta confusa frase que acabo de poner. O, tal vez, haya ya quien sepa de qué estoy hablando. Si no, dejadlo en cosas mías, ya sabéis que la cordura no me asiste todos los minutos del día. Si fuera así, probablemente no me dedicaría a esto.

He querido conservar cierta coherencia entre las dos novelas y por eso el tiempo verbal de la primera se mantiene, la narración en el presente que empleé, y algunas escenas intento que sean como en la otra, divertidas, aunque esta novela es más emotiva que la primera y, sobre todo, se nota mi madurez como escritora.

Es la primera vez que una de mis novelas va a salir al mercado de manera simultánea en papel y digital de manos de una editorial. Eso es un paso nuevo para mí. Me da mucho respeto, porque también vengo de una novela premiada, que se ha vendido muy bien, y de otra de la que los lectores no dejan de decirme que dejó en ellos, a pesar de lo loco del planteamiento, sensaciones maravillosas.

Es un listón muy alto.

Tomo aire. Respiro y solo os pido que los tratéis tan bien como lo hicisteis cuando eran unos críos.

Yo creo que se lo merecen.

Javier, seguro, más que Paula, pero perdonadla, he tratado de que sea un poco humana y los humanos no paramos de cometer errores.


Uno detrás de otro.

sábado, 22 de octubre de 2016

SANGRE Y TINTA DE ABRIL CAMINO


Sinopsis:

El regreso de Camden Reed al lugar que lo vio crecer no está siendo un camino de rosas. Solo tiene tres cosas: un hermano que lo odia, una hermana a la que no le dejan ver y una exnovia que espera de él algo que no está dispuesto a darle. Lo último que necesita es que por la puerta de su estudio de tatuajes aparezca una chica con ganas de marcarse el cuerpo y desnudarle el alma.

Aunque, quizá, eso sea exactamente lo que necesita.

Mis impresiones:

La verdad es que la sinopsis de este libro no da idea de lo que te vas a encontrar en él. Es muy breve, tres pinceladas tan solo de la historia que esconden sus 218 páginas (versión papel), pero a mí ni siquiera me hizo falta para saber que quería leerla.

Había otras cosas en ella que llevaban llamándome la atención mucho tiempo.

La primera era la propia autora, Abril Camino, a quien conozco de visitar su blog siempre que veo un enlace y de ver su canal de reseñas en YouTube. Abril habla de libros en el blog, pero también toca otros temas de narrativa, a veces se le escapan reflexiones sobre cosas que ve y no le gustan y, por lo que podéis deducir los que atravesáis el espejo con asiduidad, es algo que también me pasa a mí, así que no podía dejar de sentir curiosidad por ella y, sí o sí, acabaría algún día recalando su blog.

Y leyendo alguna de sus historias.

Pero hay otra cosa, antes de entrar en la novela, que quiero contaros. Una anécdota que nos pasó en la última edición del RA. Fui con Yasnaia Altube y Meg Ferrero, como siempre, y una vez allí quedé con Sara Ventas (¿qué es un RA sin Sara?) y Raquel Suárez. Meg es polvorilla y conoce a todo el mundo, así que la perdimos nada más llegar, y Yasnaia sufrió una indisposición esos días, así que los pasé con Sara y Raquel en las gradas del Marcelino Camacho. El sábado, una chica se sentó cerca de nosotras. La miré varias veces, sabía que su cara me sonaba mucho, pero soy un desastre y no acertaba a saber quién era. Sara y Raquel no podían ayudarme, así que lo dejé correr. Ella tampoco nos dijo nada, por lo que pensé que quizá la había visto en las redes. Sería de un blog, otra autora... quién sabe.

Al volver a casa, me di cuenta.

¡Era Abril!

¿Cómo no me había dado cuenta allí? Le habría podido decir en persona que sigo su canal y leo su blog y perdí la oportunidad que se había sentado dos butacas más allá de la mía.

Creo que esto hizo que mi atención se centrarse un poco más en ella y que, aunque ya la seguía, lo hiciera con un poco más de interés. Un día hasta me atreví a contárselo a través de un mensaje. Descubrí que la intuición que me decía que entendía este mundo más o menos como yo estaba en lo cierto.

Desde entonces hemos hablado algunas veces, sobre todo a través de tuits, y no le perdí la pista a lo que nos iba contando sobre la novela que pensaba publicar. Me dije que quería leerla.

Quizá leísteis la anterior entrada. Mi fracaso con novelas autopublicadas últimamente es notable (casi, casi, sobresaliente), así que tenía sentimientos encontrados cuando la descargué.

Sangre y tinta me ha hecho recuperar la fe.

Sí, se pueden encontrar buenas novelas. ¡Definitivamente! No tengo que dejarlo, aunque por el camino me encuentre tostones mal escritos, en los que no pasa nada reseñable.

En Sangre y tinta  hay una historia de superación. Los personajes, todos, tienen un pasado muy complicado. Camden Reed ha vuelto a Hot Springs, de donde "huyó" para estudiar arte en San Francisco, y se encuentra que su adorado hermano Matt ya no es el mismo. Se ha convertido en un adolescente díscolo que visita constantemente el despacho del director del instituto. Su madre ha muerto y tiene que hacerse cargo de él, pero no es solo eso, además hay una hermana pequeña, Lucy, de la que no sabía nada, y a la que Asuntos Sociales ha separado de ellos. Camden está confuso (no es la mejor palabra) y muy enfadado (creo que tampoco) por todo y cuando se encuentra con Amanda, una joven que ese día cumple 18 años y que atraviesa la puerta de su estudio para hacerse un tatuaje, no la trata precisamente bien. Amanda es una "niña buena" que en principio se marcha después de su desaire, pero que, tras pensarlo, regresa para decirle unas cuantas cosas.

No sabe lo que eso cambiará su vida.

No os voy a contar más del argumento, y me dejo mucho, porque quiero que descubráis todo lo que tiene escondido esta novela. Me ha encantado cómo cada tatuaje tiene un significado. Desde el primero que se quiere hacer Amanda, hasta el último, que pone el perfecto broche de esta novela romántica en la que no todo es color de rosa.

No sé si me puedo quedar con algún personaje. Camden es increíble, un joven con una imagen exterior que se corresponde muy poco con quién es de verdad. Matt, su hermano, también. Y Amanda... es la que he sentido menos diferencias tiene entre la imagen que proyecta y su propio yo, pero me ha encantado esa dulzura que tiene, la madurez para su edad, pero que no puede ser de otro modo después de lo que le ha tocado vivir.

Su valentía y su responsabilidad, que no quitan que, en el momento que encuentra a alguien perfecto para ella, se decida a saborear la experiencia con plenitud.

Hay más personajes, pero no quiero pasarme contando, quiero que leáis.

La novela está ambientada en EEUU, entre esa pequeña localidad de Arkansas, alguna visita a Seattle y San Francisco. Pero lo importante, los sentimientos, son universales con los que es muy sencillo empatizar. Da igual que el escenario no nos pille a mano, no vamos a tener problemas para sentirnos en él. 

Sangre y tinta está llena de detalles, significados, un fondo envuelto en la forma que le da Abril. Narra los capítulos en primera persona, alternando las voces de Camden y Amanda, dejando así que los conozcamos por lo que ellos nos cuentan y, además, por la percepción que tiene el otro. Sobre la forma, tengo que decir que es la novela mejor presentada que me he encontrado en mucho tiempo. Ni un error, al menos yo no los he visto, nada fuera de lugar, y eso solo puede ser el resultado de haberle puesto un mimo exquisito en su creación. De haberle dedicado más tiempo a ese otro proceso en la escritura que es la corrección que al mismo momento de "parir" la historia.

¡Bravo! Esa es la clave.

No sé muy bien el público potencial. ¿Adolescentes? Quizá, y quizá por ello está enmarcada en esa corriente literaria dentro de la romántica (o subgénero) que se llama New Adult, pero yo soy adulta (creo) y me ha encantado. Me la he bebido. Así que no sé qué pensar.

Siempre digo que las portadas son esenciales para causar esa primera impresión que nos invite a querer saber más de una novela. Esta la cumple y con creces. Y, además, contiene elementos esenciales en la historia. Ese corazón dibujado con las manos que nos lleva a pensar en amor, pero también el el otro tema que late en esta historia: amistad. Y los pequeños tatuajes que, como ya he dicho, en esta novela tienen tanto que contar.

Os animo a leerla sin miedo. 

Es autoeditada.

Y es mejor que muchas novelas con sello editorial detrás.

Ya se lo he dicho a ella, no he podido resistir la tentación, pero lo repito: FELICIDADES Abril. Así, con mayúsculas.

He descubierto hace poco una opción en la página de Amazon, que no sé si funcionará, pero buscando el título podréis leer las primeras páginas de la novela y juzgar por vosotros mismos.



martes, 18 de octubre de 2016

UN POQUITO DE AUTOCRÍTICA NO ESTARÍA MAL



No puedo precisar el autor al que escuché decir, en una de las charlas literarias a las que asistí durante mi adolescencia, que desconfiaba mucho de las personas que creían que pueden enseñar. Fue una frase que se quedó danzando en mi subconsciente, y en la que he pensado muchas veces, sobre todo teniendo en cuenta que me he dedicado a ello.

Debo de ser una persona en la que no se puede confiar.

Partiendo de ese punto, lector, si quieres desconfía de lo que te voy a contar. Quizá solo es el derecho a pataleta que tenemos todos. O, tal vez, haz lo contrario y escucha, porque no tengo ningún interés en adoctrinar a nadie, sino más bien la necesidad de señalar algunos errores que encuentro de manera recurrente en libros que intento leer y que deberían, al menos, hacernos reflexionar un instante.

Aunque después no hagamos ni puñetero caso.

Ayer empecé dos novelas. En una aguanté un 2% de lectura. En otra, un 4. No tengo vida para leer todo lo que me apetece y muchas veces lo que me apetece no lo tengo a mano, así que tiro de lecturas digitales que a veces descargo para dar oportunidades. Algunas superan mis expectativas con mucho, en este blog hay muchos ejemplos de autores que he conocido de esa manera y a los que he reseñado con mucho gusto porque me sorprendieron muchísimo. Sin embargo, la mayoría se quedan en un intento, en lecturas frustradas y en impresiones tan pobres que es más que posible que no les dé una nueva oportunidad.

¿Recordáis eso de que solo hay una primera oportunidad para causar una buena impresión?

Pues a ello me remito.

A una historia le perdono muchas cosas. La primera es que no sea potente. Le perdono que no me esté sorprendiendo a cada minuto, incluso le perdono imaginarme cómo acabará. Lo que no le perdono es que esté mal escrita, que la persona que ha decidido poner en su biografía la palabra escritor no le tenga respeto a lo mínimo que tiene que tener un escritor, y es el conocimiento de cómo funcionan las herramientas con las que se maneja: las palabras.

De este 6% que reúnen las dos novelas de ayer, rescato unas notas que tomé. Son pocas, pero demasiadas para aparecer juntas en tan poco espacio de lectura, puesto que ambas eran novelas que no llegaban, ni de lejos, a las doscientas páginas.

La primera es el uso de los marcadores temporales. A ver cómo lo explico para que se entienda. Hoy y mañana son palabras que solo admiten uso en narraciones en presente, pues solo para el presente existe el hoy o habrá un mañana. Si narras en pasado, ¿a qué viene decir hoy? ¿Cómo vas a poner mañana? ¿Cuándo es mañana? Me desconcierta su alegre uso y, sobre todo, me indica que esa herramienta, el autor no la controla.

Otra es el uso de sinónimos que no lo son. De pronto, empujados por no sé qué mecanismo mental extraño, los autores deciden colar ciertas palabras que suenan más bonitas que algunas más comunes que "significan lo mismo". Quizá para que si alguien comenta su obra no reciban el comentario de "lenguaje sencillo", que parece que es un insulto. Pero no lo es, de hecho, escribir sencillo es lo más difícil del mundo. ¿Cuál es el problema? Pues que de pronto algunas de esas palabras bonitas se cuelan en frases imposibles. El autor decide el significado que quiere darles, pero que no coincide con el que realmente tienen y es cuando en la mente del lector -al menos en la mía- el texto desafina.

Inquerir no es lo mismo que preguntar. No en todos los casos. Son sinónimos, pero no completos. En determinados contextos sí, pero en otros una es más precisa que la otra y usarlas sin conocerlas del todo puede provocar fallos imperdonables. Ayer estas dos palabras desafinaron en mi mente.  Lo explico con un ejemplo más sencillo, para que se entienda del todo lo que estoy diciendo. Meter e ingresar son sinónimos, ¿verdad? Puedo meter dinero en el banco, o ingresarlo. Pero... me puedo meter la mano en el bolsillo, pero si la ingreso, creo que pensarían que estoy tonta.

Otra vez, fallan las herramientas, y este mecánico de palabras necesita, él mismo, pasar por el taller a que le hagan una buena revisión.

Una de las cosas que más llamaron mi atención cuando empecé a interesarme por temas de escritura es que los escritores novatos se delatan por detalles. Uno de ellos es el uso desmedido que hacen de los signos de exclamación. Me chocó mucho, porque era algo en lo que no me había fijado nunca -quizá es que no leía a escritores novatos entonces- y fui a mirar en los textos de la única que conocía: yo misma. ¡Qué horror! (Con exclamaciones). Había llenado la narración de ellas, muchas veces, la mayoría, de manera innecesaria. No las exterminé, puesto que esos primeros textos eran de aprendizaje y nunca van a estar expuestos a los ojos de otros, pero tomé nota de que eso es algo en lo que no hay que caer. Al menos, a mí, me pareció sensato seguir el consejo.

Y otra cosa. Me ayudó a darme cuenta de que para aprender, errar es necesario. Y los errores, si se puede evitar, no se exponen.

Ayer encontré en esos principios admiraciones que, si las reuniera, podrían servir para rellenar una novela bien escrita de quinientas páginas . Porque, además, no es que TODAS las frases tuvieran alguna, sino que algunas frases tenían hasta cinco abriendo y cinco cerrando la sentencia. ¿Se durmieron en clase de primaria cuando explicaron el uso de la interrogación o la admiración? 

Insisto. Para arreglar coches hay que saber cómo se usan las herramientas. Para escribir, también. Por lo menos si decides publicar lo que has escrito.

Y hablando de publicar... Sé que ahora es muy sencillo porque yo misma lo hice en su momento. Coges un texto y lo subes a cualquiera de las cientos de plataformas que existen y... ¡listo! Ya eres escritor. Luego, tus amigos, que no deben quererte demasiado, te dejan comentarios maravillosos diciendo que eres de lo mejor que ha parido la literatura actual. ¿De verdad que no tienes a nadie que te ponga los pies en la tierra? Creo que no, porque si fuera así, no seguiría encontrando textos en los que en un mismo párrafo se repite hasta tres y cuatro veces la misma palabra. Gran parte de la escritura consiste en revisar el texto. En pulirlo hasta el infinito para evitar errores. Sé que los leísmos y laísmos cuestan un mundo, pero oye, que no es difícil ver que has puesto la palabra "silla" siete veces seguidas en cuatro líneas.

Ayer estuve a punto de morir ahogada con la segunda novela. Le faltaban puntos y comas por todas partes y a veces, cuando se acordaba de usarlos, los ponía donde primero pillaba. Por Dios, que esto no es como echar la sal al arroz, que existen normas. Y no son tan complicadas, es cuestión de estudiar un poquito. De hacer un mínimo de autocrítica y pensar si estamos preparados para lanzarnos a la piscina o deberíamos esperar, al menos, a que tuviera más de dos dedos de agua. A lo mejor es que yo me paso de dura conmigo misma y estoy equivocada, no sé...

No seguí anotando errores. Tuve que dejar de leer cuando un personaje se "arrugó de hombros" y a mí me pareció que ganaba más yéndome a dormir.


jueves, 13 de octubre de 2016

RELECTURA: COMO AGUA PARA CHOCOLATE.


Hasta hace no demasiado tiempo, tenía la costumbre de releer los libros que me habían gustado mucho. Donde vivo no hay una biblioteca buena, en la que puedas encontrar novedades, donde te sientas tan a gusto como en la que crecí, y tampoco existía una librería en la que pudieras perderte entre títulos y títulos, hasta dar con el más adecuado. Tampoco, hasta hace relativamente poco, existía la posibilidad de la lectura digital que ha provocado que siempre tenga libros pendientes, así que me conformaba con volver a los libros que habían movido algo dentro de mí.

De ese modo, algunos títulos que guardo desde hace décadas los he leído muchas veces, he vuelto a sus páginas, encontrando matices distintos cada vez que me ponía en la tesitura de regresar a palabras conocidas. Los libros son diferentes dependiendo del momento en el que los leas. Los libros, incluso, tienen la magia de ofrecer versiones a veces hasta divergentes dependiendo de quién sea su lector. Eso es lo que explica que obras que a unos pueden parecerles maravillosas, para otros sean tostones infumables, que no entienden el lugar que ocupan en esa estantería imaginaria de los buenos libros.

Como agua para chocolate lo leí cuando se publicó, supongo que en algún año de la década de los noventa, y se quedó dentro de mí como una de esas lecturas a las que le tomas cariño, que forman parte del bagaje de tu propia biblioteca personal interna. De los que recuerdas el sabor, los olores, la esencia de lo que te transmitieron.

No había vuelto a él hasta ahora.

El otro día, un poco cansada de lecturas repetitivas, de no encontrar un libro que me llenase, retomé esa vieja costumbre de mirar en mi estantería y lo saqué. Es muy corto, apenas 160 páginas en la edición que tengo (una de ellas, porque tengo dos, pero a saber dónde ha ido a parar el otro ejemplar, lo prestaría y no volvió a casa). Lo abrí y regresé al mundo de Tita, a esa cocina maravillosa en la que se mezclan los ingredientes de las comidas y lo hacen con la vida. Me volví a perder en el realismo mágico y volví a sentirme seducida por esa colcha infinita que no consigue espantar el frío de la protagonista, en esas metáforas imposibles que hacen que Como agua para chocolate se haya ganado a pulso el lugar que ocupa en la literatura.

Sin embargo, yo lo he sentido distinto.

Desde los noventa hasta ahora mi vida es otra. Ya no soy una niña, he ido madurando, me han pasado mil cosas. He pasado de vivir con mis padres, protegida en una casa donde había amor, respeto, enseñanzas, libertad controlada y muchos viajes en los que mis padres me ayudaron a ver el mundo con mis propios ojos, a tener casa propia, hijos, una pareja estable y un trabajo que no imaginaba cuando leí por primera vez este libro.

Soy yo, pero soy otra.

Por eso, quizá la lectura ha sido muy diferente. He seguido encontrando que esta novela es mágica en su manera de contar los hechos, he disfrutado como una enana con el lenguaje, las metáforas, los hechos inexplicables para la razón, pero que también se entienden cuando tienes el corazón abierto y lo pones encima de la mesa. Lo que en la otra lectura no pude encontrar, en esta nueva se ha plantado ante mis ojos, descubriéndome matices que le aportan un valor extra.

Uno de ellos es la estructura del libro.

Quizá porque no me dedicaba a esto, porque cuando leí la primera vez ni siquiera se me había pasado por la cabeza que ahora, en la madurez de mi vida, iba a pasar tanto tiempo entre palabras, no fui consciente de lo firme del armazón de este libro. Laura Esquivel eligió para contar la historia dividir el edificio de la trama en doce capítulos, cada uno de ellos vinculado a dos elementos: el mes del año y una receta, a través de la cual nos cuenta esa historia de Tita. Ese sostén, ese esqueleto que me pasó inadvertido, da solidez al discurso y a la historia de amor, que la he ido sintiendo vinculada al tiempo.
 
La novela arranca con un nacimiento. Enero, el primer mes del año, viene con frío y frío es el nacimiento de una niña que se ve relegada a la cocina, a ser alimentada por la criada puesto que su madre no la va a alimentar. Muere su padre. El mundo al que llega se desmorona en ese mismo instante y es solo en ese espacio de la casa donde la niña empezará a tomar contacto con él, reduciéndolo a los olores y los sabores de los guisos de Nacha.

Avanza la historia, se suceden los meses, las recetas, crece la niña y aparece el que será siempre el gran amor de su vida, Pedro, y las dificultades que pondrá Mamá Elena por esa costumbre ridícula arraigada en su familia, la de que sea la hija menor la que quede soltera para cuidar la vejez de una madre represora, severa y enfadada con la vida, que empuja toda su frustración contra la pequeña.

Lo que he sentido más diferente es la historia de amor y creo que eso tiene mucho que ver con el momento de lectura, eso a lo que me refería al principio. A estas alturas de la vida sé que los amores no resisten bien el paso del tiempo. Que este los matiza, los diluye y arrasa con su fuerza del principio. No he podido creerme que, pese al comportamiento de Pedro, Tita no haga borrón y cuenta nueva, y no lo entiendo porque no hay distancia entre ellos apenas en todos aquellos años, y quizá porque las escenas en las que me cuenta la autora que por fin han logrado acercarse no me han transmitido con fuerza esa pasión que recordaba más intensa. Las soluciona en unas líneas. Me acordaba al leer de Penélope, esperando durante muchos años a Ulises, tejiendo de día y deshaciendo el trabajo por la noche para no terminar la tarea y verse obligada a cumplir su promesa, y a ella sí la entiendo, porque al Ulises ausente sí es posible idealizarlo. A Pedro, para mí, no. Está ahí, presente y cobarde, sin dar un paso para solucionar su matrimonio con Rosaura hasta que no pasan muchos años. Y lo hace cuando ve que Tita se le escapa, que ha llegado alguien, John, que si bien no le hace sentir aquella emoción que explotó dentro de ella cuando se miraron, sí la trata de tal modo que cuando él no está, Tita hasta puede imaginar que podría ser feliz con él.

Sin embargo, esto es literatura, no es vida, así que en ese sentido la novela mantiene el espíritu intacto. Sigue siendo una magnífica historia, incluso aunque a mí, en esta edad, me resulte tan difícil practicar el necesario ejercicio de empatía.

Lo que sí ha vuelto a brillar ha sido la forma. La manera de contar. Las frases maravillosas, las metáforas, las pequeñas historias que tan bien se engarzan con la preparación de la comida. La sensación de estar en un mundo muy distinto al mío, con normas que agradezco en el alma no haber tenido que cumplir jamás, porque mi propia rebeldía personal no habría podido con ellas. Supongo que habría acabado como Gertrudis, cogiendo la puerta y marchándome de allí aunque fuera desnuda, despojada de cualquier cosa material para encontrar un camino propio. Porque, por muy duro que fuera, las piedras compensarían la libertad ganada al dejar de lado a un personaje tan insoportable como Mamá Elena.

No sé si cualquier día volveré a ella, si me dará otra vez por regresar a la estantería y sumergirme en las páginas de este clásico.

Es más que posible, porque quizá quiero saber cómo veré la novela dentro de un par de décadas.

Si la vida me da oportunidad, tal vez regrese al rancho. Y, estoy segura, encontraré algo distinto que contarme a mí misma.