MAYTE ESTEBAN. Escritora. Abrí paso en España al mundo de la autoedición. Hoy publico con HarperCollins.
domingo, 8 de octubre de 2017
FAROS (I)
Cierro los ojos frente al faro e imagino la historia de un barco que hoy busca su luz para esquivar las rocas. La tormenta de esta noche es de proporciones épicas. El barco está solo en mitad de las aguas, tan solo y aislado como la torre que vigila siempre desde la costa. Por su escalera de caracol sube el farero a la linterna. Se asegura de que todo funcione y, solo entonces, mira hacia ese mar embravecido que se ha empeñado esos días en mostrar su peor cara. Mientras, desde el buque, un marino ruega porque el farero esté en su sitio, vigilando que la lámpara no se apague.
Si él está ahí, será capaz superar la tormenta y sortear las rocas.
Como lo ha hecho otras veces.
#BuenasNochesConFaros
Etiquetas:
Faro,
microrrelato
lunes, 2 de octubre de 2017
PREVIO PAGO DE SU IMPORTE
En esto se está convirtiendo escribir. El autor, en los tiempos que corren, se ve rodeado de toda una serie de personajes que buscan lucrarse con su trabajo. Y no solo eso, para mantener una imagen maravillosa debe decir que en esto no está para ganar dinero, sino porque le da la vida.
Ah, claro, que los escritores no comemos, no pagamos hipotecas ni se nos rompen los zapatos, porque no somos humanos, sino seres divinos con su sitio en el Parnaso...
Pues no, somos humanos y tenemos las mismas necesidades que todo el mundo, pero no sé por qué demonios tenemos que callarnos todo excepto las palabras que pongamos en nuestras novelas.
¿Estamos tontos?
Pues claro que lo estamos, y la gente que escribimos, definitivamente mal de la cabeza para aguantar lo que aguantamos últimamente.
Si trabajas con una editorial, el proceso es muy sencillo: aportas el texto, ellos lo revisan, vuelve a ti, se revisa lo que tú has revisado, te lo devuelven, das tu visto bueno y se pasa al siguiente proceso. Maquetación, de la que no te ocupas. Diseño de portada, que apruebas o no (al menos en mi caso siempre me han dado esta opción y las tres novelas han salido con la portada que yo he querido). Y, al cabo de un año, cobras. Más o menos, depende de las ventas, pero no pagas. Porque cualquier trabajo es o debería ser remunerado.
Es un derecho. El artículo 35 de la Constitución de 1978 reconoce a los españoles "el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia..."
Bueno, ya sabemos el poco peso que tiene la Constitución del 78 últimamente, no sé ni para qué la cito...
Si te autoeditas, resulta que en muchos casos lo que acaba pasando es que tienes que pagar por ver ahí tu trabajo. Entonces ya no sé si eres escritor o gilipollas (y que conste que me estoy incluyendo en lo segundo).
Pues ahora ha surgido un nuevo grupo que pretende tratarnos como más gilipollas aún, pero a todos, a los que tienen editorial y los que no: algunos reseñistas listos.
Como lo leéis. Ya no es solo que haya blogs que acudan a las editoriales para surtirse de libros que después jamás leen (algunos los reseñan sin leer, a juzgar por las tonterías que ponen), otros que después son capaces de vender estos ejemplares... ¡no! Ahora existe el nuevo modelo que te pide dinero a ti, el autor, para hacerte una mega fantástica reseña de tu obra. Incluso te pueden entrevistar y todo para un canal de YouTube.
Como si eso fuera salir en la televisión en la hora de máxima audiencia. Como si sirviera de algo.
Hace unos meses tuve que aguantar mucho el tipo para no soltar un "vete a la mierda" con todas las letras al escuchar una de estas propuestas. Perdona, pero no.
Y no os creáis que este es un caso aislado, hace unos días recibí otra propuesta de este tipo. Me hacían un booktrailer para vender mi novela. ¿Pero eso vende? Perdonad, pero no, yo ya no soy tan novata en esta como para creérmelo todo. Contesté educada que se lo planteasen a la editorial, pero ¿cómo se lo iban a decir a ellos? No hay presupuesto para esto en las editoriales, eso es cosa del autor. ¿Perdona? Yo ya he puesto el texto, la promoción de las redes que es "asequible" aunque me robe mi tiempo. No tengo nada más que añadir. Yo tampoco tengo presupuesto para esto, no quiero participar en este chanchullo alrededor del ego que se han montado algunos, como me niego a dar de comer con mi trabajo a seudocorrectores licenciados en escuelas inexistentes, Community Manager aficionados, piratas y sanguijuelas varias que nos rodean a ver qué sacan de nosotros.
Si me lees, que sea porque lo decides, y si no me lees, pues genial.
No te voy a poner una pistola en el pecho y tampoco voy a perder la dignidad.
Ah, claro, que los escritores no comemos, no pagamos hipotecas ni se nos rompen los zapatos, porque no somos humanos, sino seres divinos con su sitio en el Parnaso...
Pues no, somos humanos y tenemos las mismas necesidades que todo el mundo, pero no sé por qué demonios tenemos que callarnos todo excepto las palabras que pongamos en nuestras novelas.
¿Estamos tontos?
Pues claro que lo estamos, y la gente que escribimos, definitivamente mal de la cabeza para aguantar lo que aguantamos últimamente.
Si trabajas con una editorial, el proceso es muy sencillo: aportas el texto, ellos lo revisan, vuelve a ti, se revisa lo que tú has revisado, te lo devuelven, das tu visto bueno y se pasa al siguiente proceso. Maquetación, de la que no te ocupas. Diseño de portada, que apruebas o no (al menos en mi caso siempre me han dado esta opción y las tres novelas han salido con la portada que yo he querido). Y, al cabo de un año, cobras. Más o menos, depende de las ventas, pero no pagas. Porque cualquier trabajo es o debería ser remunerado.
Es un derecho. El artículo 35 de la Constitución de 1978 reconoce a los españoles "el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia..."
Bueno, ya sabemos el poco peso que tiene la Constitución del 78 últimamente, no sé ni para qué la cito...
Si te autoeditas, resulta que en muchos casos lo que acaba pasando es que tienes que pagar por ver ahí tu trabajo. Entonces ya no sé si eres escritor o gilipollas (y que conste que me estoy incluyendo en lo segundo).
Pues ahora ha surgido un nuevo grupo que pretende tratarnos como más gilipollas aún, pero a todos, a los que tienen editorial y los que no: algunos reseñistas listos.
Como lo leéis. Ya no es solo que haya blogs que acudan a las editoriales para surtirse de libros que después jamás leen (algunos los reseñan sin leer, a juzgar por las tonterías que ponen), otros que después son capaces de vender estos ejemplares... ¡no! Ahora existe el nuevo modelo que te pide dinero a ti, el autor, para hacerte una mega fantástica reseña de tu obra. Incluso te pueden entrevistar y todo para un canal de YouTube.
Como si eso fuera salir en la televisión en la hora de máxima audiencia. Como si sirviera de algo.
Hace unos meses tuve que aguantar mucho el tipo para no soltar un "vete a la mierda" con todas las letras al escuchar una de estas propuestas. Perdona, pero no.
Y no os creáis que este es un caso aislado, hace unos días recibí otra propuesta de este tipo. Me hacían un booktrailer para vender mi novela. ¿Pero eso vende? Perdonad, pero no, yo ya no soy tan novata en esta como para creérmelo todo. Contesté educada que se lo planteasen a la editorial, pero ¿cómo se lo iban a decir a ellos? No hay presupuesto para esto en las editoriales, eso es cosa del autor. ¿Perdona? Yo ya he puesto el texto, la promoción de las redes que es "asequible" aunque me robe mi tiempo. No tengo nada más que añadir. Yo tampoco tengo presupuesto para esto, no quiero participar en este chanchullo alrededor del ego que se han montado algunos, como me niego a dar de comer con mi trabajo a seudocorrectores licenciados en escuelas inexistentes, Community Manager aficionados, piratas y sanguijuelas varias que nos rodean a ver qué sacan de nosotros.
Si me lees, que sea porque lo decides, y si no me lees, pues genial.
No te voy a poner una pistola en el pecho y tampoco voy a perder la dignidad.
domingo, 24 de septiembre de 2017
ESCRITOR O NOVELISTA
Nunca me había parado a pensar en la diferencia entre estas dos palabras hasta que un compañero de letras, Roberto, me dijo.
"No es lo mismo un escritor que un novelista."
Fue tan contundente, lo soltó tan convencido que desde entonces -quizá hace años que tuvimos por primera vez esa conversación- de vez en cuando le doy vueltas. Hace un rato, mientras fregaba los suelos, he estado pensando en ello. Hay gente que reflexiona delante de un lago sereno mientras tira piedrecitas al agua, o mirando a las estrellas en un cielo despejado, pero yo no tengo tiempo y lo suelo hacer cuando acometo las tareas de la casa, que me llevan un montón de rato y son un tostón. En una pausa, -que me he tomado porque me aburro-, he ido al diccionario, para ver si coincidían las definiciones de ambas, puesto que muchas veces las usamos como sinónimos. Esto es lo que dice:
Definición de escritor: "Persona que se dedica a escribir obras literarias".
Definición de novelista: "Persona que escribe novelas".
Si nos quedamos en esto, un escritor abarcaría todas las ramas de la literatura, todos los géneros sin constreñirse a la narrativa y, más en concreto, a uno de sus subgéneros, que es la novela. Además, si analizamos lo que pone en la definición de escritor, hay una palabra, "dedica", que quizá pueda aportar el matiz de vivir de ello. O sea, un escritor escribe lo que le da la gana y además vive de ello. Vale, sé que es un pensamiento simple, pero los vapores de la lejía es lo que tienen, que atontan un poco.
Fregona en mano, me he puesto a pensar si habría más escritores que novelistas porque, claro, al abarcar todos los géneros, en teoría tendría que incluir a poetas, dramaturgos y ensayistas, no solo a los novelistas. Sí, definitivamente, escritores debe de haber muchos más que novelistas. Todos los novelistas son escritores, aunque no todos los escritores sean novelistas. Pero cuando escurría el mocho, me ha venido otra idea a la cabeza. No puede ser. Si le añadimos el matiz de dedicarse a ello por completo, entonces todo cambia. Habría muy pocos escritores, porque poca gente puede ganarse la vida solo de escribir.
Eso es así, lo tengo más que comprobado.
He seguido a lo mío, pensando y limpiando, y entonces me he ido a la otra definición, mientras trasladaba el cubo de la fregona a otra habitación. Novelista es el que escribe novelas, no dice nada de publicarlas, así que igual hay millones de novelistas por el mundo y superan al número de escritores. Pueden tenerlas en sus cajones guardaditas. O quizá publicarlas sin dedicarse a ello...
Así que ahí he estado un rato, dándole vueltas, aunque a decir verdad lo que él me dijo que diferencia a un escritor de un novelista ni está en estas definiciones ni en mis reflexiones fregona en mano. Son suyas y le dejo que sea él quien os las cuente.
Si quiere, que casi seguro que no querrá. (No quiso, como era de esperar).
Me voy a seguir, me queda un rato para terminar y se me han acabado la excusas...
jueves, 21 de septiembre de 2017
LA IMPRESIÓN QUE PERMANECE
Una vez más vuelvo para registrar un fracaso lector. O más bien las circunstancias alrededor de ese fracaso porque, como siempre, no diré título. No es cobardía, puedo defender por qué no me ha gustado una novela con argumentos sólidos, pero en este caso sería muy injusta: no he pasado de la cuarta línea.
No tengo ni idea de la trama, ni me interesa.
¿Cómo es posible que mi listón de exigencia se haya visto interrumpido tan pronto? Eso me llevo preguntando un buen rato, intentando dilucidar si me he vuelto loca de remate o una anciana cascarrabias que no soporta de ninguna manera cualquier incorrección, aunque esta sea un pelo que se ha escapado de un apretado moño, una motita de polvo en el hombro o una miserable miguita sobre la alfombra.
Tengo restos de palomitas de caramelo en el teclado del portátil, me da que no es eso.
Esto no es una mota o una miguita, es la base. Los cimientos que han sufrido un cataclismo de 8 en la escala de Richter al encontrarme una expresión absurda. He mentido un poco, sí he continuado leyendo unas líneas, lo justo para pasar página en el Kindle y he visto otra peor que la anterior. La decisión que estoy segura que había tomado en la línea cuatro la he ratificado y he mandado a paseo el libro. Sin contemplaciones. Esto se lo paso a un niño de ocho años. A uno de nueve ya no.
A alguien que se atreve a publicar esto, menos.
Y que no me diga que esto es una metáfora que no he entendido, llevo toda la puñetera vida explicando qué es una metáfora y esto no lo es. Esto es ese tipo de lenguaje engolado y pretencioso de quien no se ha enterado de que escribir consiste en contar una historia de la mejor manera que se pueda, sudando cada palabra, cada expresión para que transmitan emociones, que en eso consiste la literatura... pero que se entiendan. Que las entienda alguien más que uno mismo, que no suenen como si nos quedasen todos los cursos de la ESO por terminar.
No puedo contaros de qué va el libro porque en cuatro líneas no me ha dado tiempo a saberlo. No lo he comprado, porque adquirí la sanísima costumbre de descargar fragmentos de novelas antes de comprarlas, no fuera a ser que me pasara esto y, lo siento, pero no tiro ya más euros.
Esta no era una novela de las que quiero leer, de todos modos, solo una de esas sugerencias que te llegan al correo y a las que a veces hago caso. Porque a veces me descubren gente maravillosa, como me pasó con Elena Fuentes (por cierto, enhorabuena por ser Finalista en el concurso de Amazon con El legado de Ava). Otras, sin embargo, acabo preguntándome por qué todo el mundo piensa que escribir un libro es tan sencillo como abrir un Word y liarse a poner palabras unas delante de otras. Hace falta ritmo, duende y un dominio de las herramientas del escritor: sí, las palabras. Su significado connotativo y denotativo, las figuras literarias, los giros, las expresiones, los latinismos y los latinajos...
Esto es una vida de aprendizaje que no termina jamás.
Lo digo y lo repetiré hasta que me sangren los dedos al teclear: que no te dominen ellas, que las domines tú. Que no acaben diciendo lo que quieren sino lo que tú deseas. Que no se inventen metáforas que solo entiendes tú, porque entonces no es una metáfora. Es la peor tarjeta de presentación.
Y, ya se sabe, la impresión que se causa la primera vez es la que permanece.
lunes, 11 de septiembre de 2017
HOY HE SOÑADO CONTIGO
Hay sueños que dejan la huella de una historia. A veces loca, a veces cuerda, a ratos inconexa y otros tan clara que te parece que son más ciertos que la misma realidad.
Otros, ni siquiera recuerdas qué paso. A medida que te despiertas, las imágenes se vuelven difusas, las palabras se esconden en algún lugar inaccesible de la mente y es imposible rememorar qué fue lo que has soñado.
Hoy ha sido uno de esos días.
Si me lo pregunto, no puedo saber qué sucedía en el sueño que estaba teniendo justo antes de despertar por la mañana. Ni un registro de dónde estaba, ni de la secuencia de los hechos. Nada. Como cada día se ha ido borrando poco a poco y, pese a mi esfuerzo por recomponer la historia, esta se ha perdido en el laberinto de lo que no recordamos.
Menos un detalle.
Sé quién estaba conmigo en ese sueño. Puedo recordar su tacto, sus piernas gorditas, sus manos diminutas y su leve peso encajado en mi cintura, pues lo llevaba cargado en brazos. Eso es lo que recuerdo. Mi bebé. Hoy, pese a estar dormida, he sentido plenamente su olor de niño. Ha sido como si esta noche hubiera abierto el almacén de la memoria por una estantería del año 2000 y me lo hubiera traído conmigo, en una explosión de sensaciones que han sido tan vívidas como si fueran reales.
Si cierro los ojos y me concentro, todavía siento en mis manos la suavidad de su piel.
No puedo recordar mi sueño, pero llevo todo el día arrastrando su nostalgia, mirando al joven (guapo, alto, moreno) en el que se ha convertido y recordando ese bebé sonriente y feliz que me miraba como si no hubiera nadie más importante en el mundo. Que se dormía solo entre mis brazos y que se ponía histérico si lo soltaba.
Hoy he soñado contigo, hijo.
Quizá he soñado que volvías a ser pequeño porque me cuesta mucho aceptar que te haces mayor. Que un día, no tardando mucho, te acabarás marchando de casa.
Otros, ni siquiera recuerdas qué paso. A medida que te despiertas, las imágenes se vuelven difusas, las palabras se esconden en algún lugar inaccesible de la mente y es imposible rememorar qué fue lo que has soñado.
Hoy ha sido uno de esos días.
Si me lo pregunto, no puedo saber qué sucedía en el sueño que estaba teniendo justo antes de despertar por la mañana. Ni un registro de dónde estaba, ni de la secuencia de los hechos. Nada. Como cada día se ha ido borrando poco a poco y, pese a mi esfuerzo por recomponer la historia, esta se ha perdido en el laberinto de lo que no recordamos.
Menos un detalle.
Sé quién estaba conmigo en ese sueño. Puedo recordar su tacto, sus piernas gorditas, sus manos diminutas y su leve peso encajado en mi cintura, pues lo llevaba cargado en brazos. Eso es lo que recuerdo. Mi bebé. Hoy, pese a estar dormida, he sentido plenamente su olor de niño. Ha sido como si esta noche hubiera abierto el almacén de la memoria por una estantería del año 2000 y me lo hubiera traído conmigo, en una explosión de sensaciones que han sido tan vívidas como si fueran reales.
Si cierro los ojos y me concentro, todavía siento en mis manos la suavidad de su piel.
No puedo recordar mi sueño, pero llevo todo el día arrastrando su nostalgia, mirando al joven (guapo, alto, moreno) en el que se ha convertido y recordando ese bebé sonriente y feliz que me miraba como si no hubiera nadie más importante en el mundo. Que se dormía solo entre mis brazos y que se ponía histérico si lo soltaba.
Hoy he soñado contigo, hijo.
Quizá he soñado que volvías a ser pequeño porque me cuesta mucho aceptar que te haces mayor. Que un día, no tardando mucho, te acabarás marchando de casa.
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