lunes, 19 de marzo de 2018

DONDE NO LLEGAN LAS PALABRAS




A veces las palabras sobran. Son aquellas situaciones en las que lo que se quiere decir traspasa de tal manera las emociones que es muy complicado encontrar términos que se ajusten a ello. Un "te quiero" repetido hasta la saciedad puede ser sincero, pero suena tan vacío como el "te acompaño en el sentimiento" de los funerales.

Donde no llegan las palabras, están los gestos.

Un abrazo.

Un beso.

Una mirada.

Un roce.

Un apretón en el brazo.

Un suspiro a medias.

Un café sin que te lo pidan.

Un me hago cargo de tus cosas para que descanses.

Ahí, aunque las palabras no lleguen, se siente la compañía. Se siente la empatía que todos necesitamos para seguir pensando que el camino, por duro que sea, merece la pena. Sin ellos, sin abrazos, sin besos, sin miradas, sin roces, sin apretones en el brazo, el frío del invierno se queda corto comparado con el que se siente en el corazón.

Donde no llegan las palabras, llega el corazón.

jueves, 15 de marzo de 2018

EL COLOR DE LAS MAREAS DE MIKEL ALVIRA



Sinopsis:

A través de un manuscrito, un anciano, que se presenta como Joaquín, le cuenta a la galerista Nuria Tussaud la historia de su tatarabuela Beatriz y de su familia. El viaje por la memoria reconstruye vidas pasadas, historias que en los nuestros pensaríamos que son imposibles.

El color de las mareas es la historia de amor de Beatriz y Marcel Hugarte, filtrada por la mirada de Mikel Alvira, que traza el lienzo de unas fascinantes relaciones humanas a lo largo de cinco décadas, desde aquel recordado 1898 hasta 1948.

Mis impresiones:

Conocí a Mikel Alvira a través de La novela de Rebeca hace un par de años. Ya en ese momento me fascinó su capacidad para jugar con las palabras, con los narradores, su particular forma de armar las historias. Sabía que quería leer algo más suyo y que sería especial, y no me equivocaba.

Por todo.

Lo primero, en lo que concierne a lo personal, es que he leído sin presión. A veces, cuando me gusta una historia, yo sola me estreso, porque sé que voy a contar aquí mis impresiones y me esfuerzo en recordar datos, en anotar, en asir sensaciones para después plasmarlas en el blog. Hace poco decidí que no iba a volver a hacerlo, porque la lectura se había convertido en un sillón incómodo: cuando el libro no me llegaba, porque no lo disfrutaba. Cuando sí lo hacía, por esa necesidad de no dejarme nada.

Dejé las notas a un lado, abrí las páginas del libro y le hice una promesa silenciosa: voy solo a leer. Voy a disfrutar este viaje cerrando los ojos y dejándome llevar de la mano.

Y lo he hecho, he leído, me he dejado mecer en la prosa poética de Mikel, como si estuviera a bordo del Hamaika mientras Marcel Hugarte lo pilotaba. He escuchado atentamente esta historia de vaivenes en el tiempo, de narradores que se dan la mano y se van cediendo el testigo. Me he parado a saborear esos otros párrafos en los que el narrador piensa en voz alta y me habla de la vida, pero no de la de Marcel o Beatriz, ni siquiera la de Nuria o Jorge, o de cualquiera de los otros personajes que pueblan la novela: cuando me habla de la vida, de lo que todos podemos experimentar en algún momento.

Me he dejado conmover y seducir por la sabiduría de las emociones que se te meten bajo la piel y te despiertan.

No os voy a contar mucho de la historia. Os diré que, al terminar, me pregunté si Marcel Noviembre fue como la marea en la vida de Beatriz Tussaud. Me pregunté por San Telmo y su faro, y esa galería de arte en un lugar tan especial. Y en una frase, la única que no pude evitar anotar (uno no se cura de golpe de toda una vida): "Hay miradas que valen una vida".

Cerré el libro con la misma frase que lo abre y, si no fuera porque la vida es corta y los libros muchos, tal vez hubiera pensado subirme de nuevo en este barco y recorrer el mar de emociones que lleva.

Un placer, señor Alvira. Ha sido un placer este paseo.

Le espero en el siguiente.

lunes, 5 de marzo de 2018

MALDITO CUPIDO



Este fin de semana, entre felicitación y felicitación de cumpleaños -gracias a todos los que os habéis tomado la molestia de perder unos segundos en ello-, he leído que las cosas no han cambiado para el género romántico. Después del escándalo de principios de febrero, la verdad es que llegué a pensar que quizá podría haber una oportunidad de reconducir la situación, pero visto lo leído ayer, me parece que eso no era una realidad, sino más bien un deseo de los que no se cumplen.

Me lo tenía que haber imaginado: soy experta en que no se cumplan mis deseos.

Tras este revolcón épico, de nuevo las mismas novelas sobre las que se sembraron dudas entran en los tops, remozadas las portadas en algunos casos, y siguen ahí, copando la visibilidad que daría oportunidades a otros. Y yo me he hecho preguntas.

También soy de hacerme preguntas.

¿Es verdad todo lo que nos han contado? ¿Es esto de verdad lo que quieren los lectores? ¿Es cierto que hay quien puede escribir una novela por semana y eso tiene su público? ¿Estaremos equivocados, subidos en la soberbia de quienes ven el mundo de otro modo? ¿Nos habremos quedado obsoletos sin darnos cuenta?

Hasta hace poco yo me consideraba una lectora con criterio, curtida en mil batallas. He pasado por bestsellers, clásicos releídos mil veces, autoediciones buenas y malísimas y creía que tenía el criterio formado a base de análisis desapasionados fruto de mis estudios a lo largo de una vida. Nada de esto me sirve cuando encaro una novela de estas, porque lo bueno se oculta a mis ojos, detrás de los defectos de forma, fondo, trama y ambientación que encuentro a cada página. Pero que, por lo que sea, hay a quienes deleitan y contra eso poco se puede hacer.

Es como cuando te empeñas en gustarle a alguien que no siente nada por ti: estás perdiendo el tiempo miserablemente porque eso no es cosa tuya sino del otro. Da igual que te arregles mucho, que te peines y te esfuerces. La otra, la despeinada, la idiota a tus ojos, es quien hace que su corazón lata de impaciencia y es quien se quedará con su atención. Por muchas que sean tus virtudes, si no hay flechazo, lo demás da exactamente lo mismo.

Con las novelas es un poco igual.

Da igual que te des madrugones importantes, que releas mil veces lo escrito, que te apliques en las metáforas, que pongas cuidado en el fondo o que te las ingenies para que haya referencias literarias en tu obra. No importa nada. No te van a ver. No se van a enamorar, porque el amor no depende de ti sino de un capullo llamado Cupido que va lanzando las flechas a su criterio.

Cupido es un dios con pañales, nunca he entendido que le dieran en el Olimpo tamaña responsabilidad, pero conociendo a los dioses, sobre todo a Zeus, no me extrañaría nada que lo hubiera hecho a propósito.

Pero no me rindo, a pesar de todo. Todavía me queda un poquito de fuerza para seguir adelante, aunque va escaseando. Cada día más, cada día me levanto y no me la encuentro como sin querer mientras que desayuno, sino que tengo que aplicarme en buscarla con esmero, como si fuera uno de esos calcetines que se empecinan en esconderse detrás de la pata de la cama y te tienen loco hasta que das con ellos.

Cada vez más pienso que Cupido -o Zeus- se lo están pasando pipa con mi zozobra.

A todo esto, estaba hablando de novelas...

jueves, 1 de marzo de 2018

¿POR QUÉ A MÍ?

Todos nos hacemos esta pregunta montones de veces a lo largo de la vida. Muchas, las más diría, relacionado con algo negativo. ¿Por qué me ha tocado a mí esta enfermedad? ¿Por qué ha tenido que ser a mí a quien le ha caído un tiesto encima del coche? ¿Por qué a mí no me ha tocado la lotería con la falta que me estaba haciendo?

Y así, hasta el infinito.

Pero a veces te la haces al contrario, le das la vuelta a la frase, piensas un rato y te preguntas por qué a ti en cosas positivas.

¿Por qué a mí me tuvieron que tocar estos dos niños tan maravillosos que tengo?

¿Por qué se tuvo que cruzar en mi camino Ulises?

¿Por qué hace unos años me eligieron a mí para leerme tantas personas?

Son preguntas retóricas, la mayoría llevan el absurdo enredado en el planteamiento. Nunca, por más que nos las hagamos, encontraremos la respuesta. Tampoco a las que a mí me siguen palpitando dentro, entre las que destaca una: ¿Por qué me van a querer volver a leer a mí?

Parece una tontería, pero no lo es. Cuando voy a una librería física me doy cuenta de todos los títulos que hay y me mareo. Si hago la búsqueda en un libro en Amazon, acabo tropezando con millones más. ¿Por qué alguien iba a dejar todos los demás de lado para prestarle atención a los míos?

Abruma.

Nada, que mientras se hacen los guisantes me estaba preguntando cosas.

miércoles, 28 de febrero de 2018

UN POCO DE NOSTALGIA

Web del hotel


Hoy el Ritz de Madrid ha cerrado sus puertas por reforma y yo me he puesto nostálgica. Es normal, me voy haciendo mayor y acumulo ya muchas historias en la memoria.

Incluso tengo una para este hotel, y esta noche me apetece contarla antes de irme a dormir.

Hace 5 años, cuatro meses y seis días -creo- atravesé la puerta del Ritz de Madrid. Era algo que en la vida imaginé que me iba a suceder a mí. Nada más poner un pie en el vestíbulo, noté  una pirueta extraña y me sentí transportada a otro tiempo. Parecía que después de saludar al botones que me había sujetado la puerta, había retrocedido un siglo. La música en directo de un piano llegaba desde la cafetería y el personal lucía impolutos unos uniformes que solo había visto en las películas. Durante unos momentos, miré mis zapatos, mi blusa dorada de seda y el pantalón marrón que vestía y, aunque eran muy bonitos -lo siguen siendo, pero ya no entro en la 36-, desentonaban.

La razón por la que estaba allí hace cinco años, cuatro meses y seis días se llamaba Ken Follet. Una entrevista. Yo no tenía que estar allí, no era a mí a quien le correspondía hacerle las preguntas sino a una amiga bloguera, Tatty, a la que convencí para que no dejase pasar la oportunidad de su vida. Aunque para ello yo tuviera que acompañarla hasta la puerta, que es donde me quedé. Yo no estaba acreditada, así que no podía entrar en la habitación, pero en el Ritz la amabilidad es norma. Me dejaron en la cafetería, escuchando ese piano en directo.

Y terminando de darle forma a un sueño.

Ese día, en el Ritz de Madrid, mientras mi amiga Tatty entrevistaba a Ken Follet, yo terminé de revisar Detrás del cristal arropada por el sonido de un piano en directo. Creo que las decisiones que tomé ese día no estuvieron mal, porque la novela fue mágica.

Por eso hoy me he puesto un poco nostálgica, para mí ese hotel tiene mucho que ver con mi novela: lleva enredado el recuerdo de un par de momentos de esos que no se repiten más veces en la vida.

Nunca volveré a coincidir con Ken Follet.

Nunca volveré a escribir una novela como Detrás del cristal.