domingo, 6 de mayo de 2018

NO HAY GANAS

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O necesidad, o la pasión suficiente para ponerme a escribir como siempre. No consigo conectar las emociones con las palabras y siento el resultado frío.

Y me duele.

Tal vez sea porque la mayoría de lo que quiero decir es mejor que me lo calle, que no está bonito decir que no me gusta la gente que finge ser lo que no es. Que no entiendo el alboroto público cuando se contradice con el comportamiento privado. Que me parece que las injusticias nos rodean y que no son exclusivas de los juzgados.

Por eso, porque todas estas cosas no se pueden decir con claridad, al final lo que escribo lo guardo un par de días y después borro.

Me he dado cuenta de que me estoy censurando a mí misma, y ni siquiera creo que sea porque tenga algo que perder, sino porque no tengo ganas de discutir. No me apetece el conflicto, no me viene bien para la salud.

Hoy, por ejemplo, he pensado en escribir algo sobre lo increíbles que son las madres. La mía y la que soy, las que veo a diario, las que recuerdo. Las que lo fueron y ahora ejercen más de abuelas. Las que no tuvieron hijos nunca y, sin embargo, de algún modo fueron madres. Después de un buen rato dándole vueltas a lo que quería contar, los pensamientos han empezado a irse a otro lado y he acabado en el principio: no hay ganas.

Solo he escrito una frase: "La felicidad se puede llevar de la mano. Feliz día de la madre  "

Y ya.

Suficiente como para que quienes me conocen se hayan preguntado si me pasa algo. Pues sí. Mañana tengo una cita que no me apetece nada, tengo pánico a que llegue la hora, pero no me queda más remedio que respirar profundamente y presentarme allí. Sentarme y contener las ganas de llorar. O no, porque cuando lloro dejo que salga la tensión, quizá sea lo mejor. Y después llegarán días un poco raros, sin la seguridad de que lo que pasará mañana sea la solución, teniendo que afrontar las consecuencias, pero no queda otra.

No os preocupéis. Todavía no me estoy muriendo, es que mañana me van a sacar una muela. Y no, no soy valiente.

Tengo pánico a ese momento.

viernes, 4 de mayo de 2018

PROYECTAR UNA NOVELA

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Hace años quise escribir una novela. Mirando un cuadro de Velázquez, La venus del espejo, pensé en contar la historia de esa mujer misteriosa y a ello me puse. Entonces ignoraba que se sabía algo sobre la propietaria de esa espalda que me fascinaba. No sabía su nombre, o al menos quién se cree que era, Olimpia Triunfi, con quien se dice además que el pintor sevillano tuvo hasta un hijo, Antonio. No tenía ni idea de que se sospecha que se conocieron en Roma cuando el autor tenía 50 años, en uno de sus viajes, cuando ella no era más que una joven de unos veinte.

En esta tesitura de desconocimiento, decidí inventar. Mi venus no se llamaba Olimpia, sino Clara, y no era una joven italiana, sino una huérfana de Madrid, obligada por las circunstancias de su origen a ejercer como prostituta en la barrio de Lavapiés. No planteé una relación entre los dos, sino una explicación a por qué este era el único desnudo pintado por el sevillano, pintor de cámara de Felipe IV, un cuadro escandaloso para la época en la que la Inquisición ejercía un control de la moral, contexto en el que difícilmente se explica este cuadro.

Escribí la historia de principio a fin, pero aún no tenía las herramientas necesarias para desarrollar una novela. Lo que debería haber sido un libro se quedó en un relato de poco más de diez páginas que me valió mi primer premio literario remunerado y marcó un principio literario. Es el arranque del lío en el que me metí hace casi una década (y del que me quiero escapar dos de cada tres días porque a veces, muchas, me supera).

He querido volver a ella.

Hace unos días saqué todo lo que conservo de aquel momento de escritura, me puse de nuevo a investigar, esta vez con más medios porque ahora sí tengo internet, y poco a poco la intención se ha ido desinflando. A medida que conozco la historia real, más lejos la veo de mi torpe invención, así que el proyecto ha pedido fuelle. He guardado el relato. He recogido los libros. He borrado del historial las páginas marcadas para volver a ellas y he regresado a ese momento en el que estoy. El de la reflexión. El de pensar qué hacer ahora que acumulo en la memoria tres novelas terminadas y al menos el doble de bocetos en los que centrar mi atención.

No sé por dónde seguiré.

Y lo que es más extraño: no sé si tengo ganas de seguir. Me siento un poco ajena a todo lo que se mueve en torno a los libros últimamente, sin ese fuelle del principio, sin el empuje suficiente como para dedicarle a esto las horas necesarias para que el resultado sea digno.

No sé si es la primavera o que el invierno ha hecho acto de presencia en esta etapa de mi vida y necesito arroparme con una manta y absorber su calor.

Reponer energía hasta que regrese la primavera.


miércoles, 25 de abril de 2018

EL CAPITÁN ALATRISTE

He leído, por tercera vez, El capitán Alatriste, de Arturo y Carlota Pérez-Reverte.

Había escrito un manifiesto, que incluía un pequeño resumen de la novela, pasaba de puntillas por los personajes y la época y alababa la ambientación, a la vez que señalaba un fallo en la documentación que no tiene la más mínima importancia en la historia. Bueno, para mí la tiene, pero no por el error. Demuestra que todo el mundo se equivoca, hasta los grandes. No os os lo voy a contar, está ahí, en la novela, e igual que lo he visto yo, cualquiera puede encontrarlo. Lo que sí os diré es que yo sentí alivio porque, desde que llegué a esto, a mí se me ha exigido la perfección absoluta y, aunque sé que no existe, muchas veces me he agobiado buscándola. No pienso hacerlo más. ¡Ni siquiera los grandes pueden alcanzarla, Mayte! (Esto me lo he dicho a mí misma, pero como me escucho poco me lo tendré que repetir alguna vez más).

La cuestión por la que he llegado hasta el blog es contar por qué he vuelto por tercera vez una novela con todo lo que hay por leer en este mundo. La respuesta es que estoy harta de fracasos lectores.

Yo he sido una firme defensora del libro digital. Soy de las primeras personas en este país que apostaron por crear contenidos digitales para los lectores. Soy lectora asidua de autores nuevos a los que doy las mismas oportunidades que a los consagrados.

Pero todo tiene sus límites.

Desde hace demasiado tiempo, no acierto con tres lecturas seguidas que me satisfagan, de modo que empiezo a mirar a mi kindle con una desconfianza que no había sentido hasta hace poco. No sé si el hecho de conocer el oficio ha elevado mi listón de exigencia a unos niveles muy altos y casi nadie los alcanza o, como más bien creo, lo que ha pasado es que se ha hiperdesarrollado el marketing mientras que lo que es meramente literario se ha ido dejando de lado. Las portadas maravillosas y las sinopsis decentes me están llevando a libros que en realidad solo son textos haciéndose pasar por novelas. En muchos falla la base, y no solo la ortográfica o el desconocimiento de la misma manera de presentar la escritura. Fallan las historias, se llenan de errores de bulto que me impiden disfrutar de algo que hasta donde recuerdo nunca me había abandonado: la lectura.

Me he llegado a plantear que es culpa mía, que soy yo que ya no soy capaz de centrarme en la historia porque esa hache que falta o que sobra eclipsan lo que me están contando, como si estuviera mirando a la cara de una persona y no fuera capaz de ver su belleza sino el tremendo grano que le ha salido en la punta de la nariz.

Por eso volví a Alatriste, porque sabía que eso no sucedería, que el círculo se cerraría de manera perfecta y yo podría volver a sentir lo que siempre he sentido con un libro entre mis manos.

¿Os pasa?


martes, 17 de abril de 2018

HASTA MÁS ALLÁ DEL MOÑO

Ayer tocamos un tema espinoso. Parece que hablar bien de los demás escritores no está bien visto si escribes, siempre viene alguien a decirte que es una especie de pacto para recibir algo de vuelta. Me he venido al blog, por si acaso no recordaba, y he buscado la última reseña que he publicado. Por si lo he hecho últimamente. Este es el título de lo último reseñado:

España 1936-1950: muerte y resurrección de la novela. 
Autor: Miguel Delibes.

Hablo maravillas de este ensayo y, por una regla de tres simple con algunas cosas que se dijeron, lo hago para que don Miguel lo haga a su vez conmigo. (No sé, igual intercede en el más allá para que un día me concedan el Cervantes.) Como no sea eso... pero poco podrá hacer porque se murió. Pero da lo mismo, escribí ese post porque disfruté como una enana con el texto y tenía que contarlo. Y me consta que al menos una persona lo ha disfrutado tanto como yo.

Perfecto, es lo que me llena, es lo que pretendo: se llama compartir.

Igual digo otra cosa, soy muy crítica con las cosas que me parece que no están bien y también las recojo en el blog. En la entrada anterior, sin ir más lejos. Sin señalar con el dedo, porque todo el mundo tiene derecho a aprender y por mucho que me dedique a enseñar puede no querer hacerlo conmigo. Y se puede mejorar. ¿No le voy a dar a alguien esa oportunidad? ¿Tengo que machacar a cuanto autor no me guste para parecer qué? ¿Más lista? No, así, sin maldad, soy la misma, pero con menos dolor de estómago.

Y feliz de poder albergar ese sentimiento que a otros parece que consideran que no existe.

Seguiré hablando bien de quien me dé la real gana y dejando en paz al resto. Lo que no tengo problema en decir es que no me gusta la suspicacia de algunos: lo que dicen no es mi reflejo, es el suyo.

lunes, 16 de abril de 2018

CÓMO PERDER AL LECTOR QUE LLEVO DENTRO

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Seguro que en muchas ocasiones habéis escuchado a gente que, si la historia es emocionante, da igual si está bien o mal escrita: seguirán leyendo hasta el final, disfrutando de la magnífica novela que ha caído en sus manos.

A mí me entran ganas de llorar de tristeza, porque yo hace tiempo que no puedo, por lo que muchas de las lecturas que empiezo se convierten en fracasos.

Existen muchas razones por las que un libro me puede perder como lectora. Una tras otra, forman una montaña de obstáculos que llega un momento que no estoy dispuesta a superar. El siguiente paso, obvio, es que el libro vuelva a la estantería y no se me ocurra recomendárselo a nadie.

Voy a hacer un resumen de las razones por las que abandono una lectura:

1.- Desconocimiento del autor de lo que significan las palabras.

No puedo disfrutar de una novela en la que se ponen al azar, pretendiendo que yo, como lectora, sea indulgente y adivine lo que quieren decir. Me interrumpen el discurso y me pregunto en qué momento, a la persona que escribió, se le olvidó que para ser escritor hay que dominar las herramientas. No hablo de que se cometa un error con una palabra, sino de la repetición recurrente de esto. Una palabra con una letra intercambiada puede ser producto de una errata que entiendo. Al mejor escribano se le escapa un borrón, como dice el refrán.

2.- Comas.

No sé disfrutar de una novela en la que las comas se lanzan a lo loco, pervirtiendo el sentido de las frases. Me obligan a parar, a releer, a tratar de entender. Puedo perdonar algunas que estén mal, todos tenemos un despiste, pero cuando este fenómeno se repite página tras página...

3.- Lenguaje de andar por casa en pijama y sin peinar.

No me meto en la historia si todas las frases son planas, coloquiales al extremo, sin demostrarme en ningún momento un mínimo estilo. Me pongo a pensar que podría ser una redacción de colegio y se me hunde la novela entera. Lo que peor llevo es que en cada párrafo haya una o dos frases hechas. A todos se nos escapan, es inevitable, pero cuando el texto se apoya en exceso en ellas me empieza a poner muy nerviosa.

4.- Descripciones, descripciones, descripciones. 

No puedo con una historia hiperdescriptiva, en la que cada personaje que sale es descrito hasta en los más mínimos detalles. Y las sillas. Y los cielos. Y las calles. ¿Y la historia? En los años 70 de siglo pasado se abandonaron los experimentos narrativos y se volvió al gusto por contar. Quiero que me cuenten.

5.- Modo corrector permanente.

Me agota parar la lectura para analizar el error que acabo de detectar. Sé que no debería hacerlo, de esto no tiene la culpa nadie más que yo misma.

6.- Frases eternas que mezclan trescientos temas.

El récord creo que lo tiene un libro, curiosamente de una editorial enorme, que habrá pasado por un corrector profesional y muy bien valorado por los blogs. A mí me desesperó. Una frase ocupaba doce líneas, subordinando hasta el infinito, concatenando ideas que no tenían relación alguna entre ellas. En ella se narraba una acción, se describía el aspecto físico de un personaje, su vestimenta y hasta el arco de la puerta.


Todas estas cosas me pierden como lectora más que una mala portada. Eso puedo perdonarlo, porque un escritor no tiene por qué ser capaz de ser un buen portadista y a lo mejor el marketing no se le da bien, pero lo que cuento sí es tarea del escritor.

A mí, donde se me pierde, es en el campo de batalla.

Si al desenvainar la pluma no lleva tinta suficiente, me voy.