martes, 1 de diciembre de 2020

BRIANDA, UNA BRUJA EN TIEMPOS DE LA INQUISICIÓN EN PRIME READING

 Esta mañana he dudado sobre la conveniencia o no de hacer esta entrada en el blog, dado que tiene tan poco tráfico (culpa mía, que solo lo actualizo cuando me acuerdo y además no polemizo). Después lo he pensado mejor y he decidido que sí, que debo reseñar esto, porque como tengo tantas cosas en la cabeza, capaz soy de olvidarme de cuándo arrancó Brianda en el programa Prime Reading de Amazon y después hago promociones diciendo que va a salir ya y falta un mes.

El despiste no venía de serie, lo he ido cultivando a base de tener muchísimos frentes abiertos y una incapacidad increíble de perder la agenda pasado el mes de marzo.

Dejo constancia, pues, de que Brianda, una bruja en tiempos de la Inquisición entra en el programa. Todos los clientes de Amazon que dispongan de la suscripción a Prime la tendrán gratis.

Pero, además, todos los clientes de Amazon con la suscripción a Kindle Unlimited, la tendrán gratis.

Y por si era poco, durante el mes de diciembre, si alguien quiere quedársela en su biblioteca, ha entrado en una promoción al 50% de su precio, lo que significa que costará 1,50€.




Brianda es la historia de dos brujas separadas en el tiempo por varios siglos. Brianda, la protagonista de toda la primera parte, se ve abocada a ciertas circunstancias que no le es posible resolver antes de su muerte, así que deja una parte de su misión a una de sus descendientes, Amanda, una adolescente que se encontrará con la compañía del fantasma de un soldado de los Tercios para solucionar ese legado. 

Es una ficción histórica, en la que las ciudades de Madrid y Toledo son los escenarios principales, junto con una aldea. Hago un recorrido por las calles de ambas en el Siglo de Oro, y en esta historia, por supuesto, se cuelan los libros, hay una magia muy especial.

La historia tiene 500 páginas, aunque veáis que pone 711. No os asustéis, en realidad son dos novelas que yo he revisado hasta convertir en una, pero es que además os entrego un extra de otro de mis trabajos, por eso es tan gordita. Obviamente ese extra no está en la versión en papel, que también existe. Por cierto, quedó chulísima, es una pena que por culpa de la pandemia no haya podido presentarla en ninguna parte.




viernes, 13 de noviembre de 2020

OASIS DE ARENA

 Hoy me he acordado de este relato. Habla de una circunstancia muy concreta, pero me he dado cuenta de que, si lo trato como una metáfora, este año lo he vivido.

Todavía estoy en el parque, sentada en un banco, con un libro en las manos, observando la felicidad desde la distancia y tratando de sanar.

Quiero creer que llegará un día en el que esto pasará. 

Todo pasa.

Oasis de arena: https://www.amazon.es/Oasis-arena-Mayte-Esteban-ebook/dp/B07GN3867M



miércoles, 11 de noviembre de 2020

ACUÉRDATE DE RAMÓN GARCÍA

 Hace una semana, y después de meses en los que escribir ha sido una tarea plagada de altibajos, empecé el borrador de otra novela. Eso es bastante normal en mí, en medio de bloqueos de otras historias más complejas, voy a mi carpeta donde guardo ideas para novelas, tramas trazadas sobre un folio o dos, y empiezo a escribir sin preocuparme mucho del destino que le voy a dar a lo que salga. De algo así nació La chica de las fotos, de un ejercicio que estaba haciendo, lo he contado muchas veces: aprender a poner la raya, que no sabía.

Por cierto, recomiendo este ejercicio a un alto porcentaje de las autoras (y autores) de romántica que se autopublican, que no dan ni una. Nadie nace enseñado, pero ahí está nuestro empeño en solucionarlo. En aspirar a ser escritor o simplemente en quedarnos, como tengo la sensación en muchas de las novelas que abro y cierro aterrorizada por el caos que encuentro, en encontrar una fuente facilita de ingresos pasivos.

El caso es que, tras una semana de euforia, esta mañana me he quedado pensando. No he terminado, en mis notas falta gran parte de lo que planifiqué, pero al sentarme y llevar una hora, en la que apenas he puesto palabras, me he empezado a hacer preguntas, me he cuestionado a mí misma y me he hecho pensar en qué pasaría si de pronto ya no tengo nada más que contar.

No pasa nada.

No es obligatorio que me siente y escriba, porque me he guardado muy mucho de conservar una vida al margen de esto y de cuidarla, porque desde siempre he tenido la certeza de que esto es temporal. Es una sensación basada en algo que existe en algunas personas, aunque a veces parezca, cuando entras en Twitter sobre todo, que ha muerto: el sentido común. Mi "modelo" a valorar es Ramón García, y ahora seguro que os estáis preguntando por qué me ha dado por poner a este señor en mis pensamientos, si no lo conozco de nada. ¿Quién es Ramón García?, se podrá decir alguien más joven, porque seguro que no se acuerda. 

Ramón García es él.


Durante muchísimos años, Ramón García acaparó las pantallas de nuestros televisores. Si alguien se va a mirar todo lo que este hombre trabajó, verá que tiene un currículum impresionante. Entre sus trabajos estuvo ser el encargado de dar las campanadas de fin de año un montón de veces, por ejemplo. Él y su capa forman parte de los recuerdos de muchas personas.

Ahora mismo, le preguntas a la generación de mis hijos, y no saben quién es Ramón García.

No se ha muerto -y que viva muchos años-, pero esa fama impresionante que tuvo fue perdiendo fuelle y fue dando paso a otros presentadores que ocuparon ese lugar, que aparecían en cuanto programa de televisión se estrenaba. Ramón García se convirtió en Jesús Vázquez, y este, que ahora está medio desaparecido, ha dado el relevo a otros, como Roberto Leal o Arturo Valls. 

¿Dónde quiero ir a parar? Pues a que todo éxito, dure lo que dure, es efímero, y llega un momento en el que necesita un relevo. Quien está, dejará de estar algún día y, cuando eso suceda, ojalá no se convierta en un juguete roto.

Esta semana he visto un documental, creo que en Amazon Prime, sobre Eugenio, el humorista. Aterricé ahí y me quedé viéndolo. Su trayectoria, sus éxitos y su declive cuando la diosa Fortuna dejó de apuntarle con el dedo y se fue a buscar a otros, abandonándolo a su suerte. Eugenio se perdió en ese camino, y eso es algo que en ningún momento contemplo. Por eso, en mi mente práctica, siempre retumba un mantra silencioso y a lo mejor estúpido para los demás: "Acuérdate de Ramón García". Recuerda que todo es efímero, procura que mientras estés todo sea digno y lo más profesional que puedas y, el día que se acabe, cierra el libro, pasa página y no te revuelques en la autocompasión. Busca otras metas, abre otros campos, explora y vive el resto de tu vida persiguiendo una ilusión que, aunque sea mucho más modesta, te llene lo suficiente como para no perder de vista que lo importante es siempre, siempre, lo que menos deslumbra.

Y si se acaba el escribir, que se acabe, pero que no acabe contigo.


lunes, 26 de octubre de 2020

QUERIDA SEÑORA

En Las tinieblas y el alba, la última de las novelas de Ken Follet, los hermanos se llaman Edgar, Eadbald y Erman. Existía una costumbre en Inglaterra de que los hermanos llevasen nombres con fonética semejante, como explica el autor. Un coñazo, desde mi punto de vista en esta novela, porque no son los únicos hermanos que comparten esto y me está costando la vida no liarme.


Hace unos días, pusieron en La colina del almendro que es la novela peor documentada de la historia, porque mi protagonista y su hermana se llaman Mary Ellen y Mary Elisabeth, y esa costumbre desapareció en Inglaterra en el siglo XIX.

Cojonudo, mis personajes no se llaman así por eso, creo que lo explico en el libro. Se llaman una como su madre y la otra como su abuela, y los nombres se parecen en las iniciales porque era un elemento que yo necesitaba para montar la "trama ridícula" de esta novela.

También me decía que tengo una esclava sexual en la novela. A cuadritos de colores me quedé, que en La colina no hay NI UNA ESCENA DE SEXO. Ya me diréis cómo metes en una novela una esclava sexual y se te olvida contarlo.

Tampoco es cierto otra cosa que me echa en cara. No es verdad que las mujeres nobles SIEMPRE tuvieran propiedades a su nombre, aunque las leyes empezasen a ampararlas. Leí muchísimo sobre la época y encontré que la ley podía muchísimo menos que la costumbre y que algunas cosas, por muy legales que fueran, estaban tan mal vistas que no se hacían. Esa, una de ellas. Tengo la costumbre de valorar la historia con criterios de su momento, no con los del siglo XXI y los derechos de las mujeres no eran los de hoy. Ni de lejos.

Y otra cosa.

Esta novela está escrita en castellano. Sé perfectamente que los tratamientos de cortesía son diferentes en inglés, pero no consideré necesario llegar a ese nivel de detalle: adapté el lenguaje. Supuse que los lectores entenderían esa licencia lingüística. El 99% parece que sí.

No busco aplausos, ni palabras de aliento, con esta publicación, no es eso, pero me molesta mucho que alguien pueda tirar mi trabajo con argumentos que no se sostienen y yo me tenga que cruzar de brazos.

Pues mira, hoy no me apetece.

Me dicen que es bueno tener malos comentarios que dan contraste y que hacen creíbles los buenos. Sí, perfecto. Los que opinan que la novela no engancha, que está mal escrita, que no hay química entre los personajes o que es un aburrimiento, que lo opinen, en su derecho están de aburrirse con lo que les dé la real gana e ir corriendo a contarlo. Pero quienes ponen en primer plano su ignorancia para hacerla pasar por mía, pues aunque estén en su derecho, yo tengo que tener el mío de réplica. Porque esta novela es mi trabajo, pero es que también tengo una licenciatura en Geografía e Historia. No soy médico o ingeniero. No soy astronauta. Está poniendo en duda también mi formación y eso ya es más serio.

Ahora ya, si queréis, venís los de siempre a decir que nos tenemos que callar cuando tenemos un mal comentario. Depende. Algunos entran por un oído y salen por el otro, pero otros no. Este, por lo pronto, paralizó un proyecto que tenía muy buena pinta, pero no sé si merecía la pena pasarme cuatro años tramando una novela para que alguien en cinco minutos me la tire y no pueda decir nada.

A lo mejor he escrito esto tan largo para convencerme de que sí puedo defenderme y quizá sí pueda seguir adelante con lo que estaba haciendo.

Dentro de un tiempo.

viernes, 23 de octubre de 2020

LOS MAESTROS LIENDRE

 El otro día hice una pregunta muy sencilla en mis redes, relacionada con el tema literario. No esperaba muchas respuestas, porque cuando planteo algo interesante la gente lo ignora mucho más que si cuelgo una foto de Ulises, pero en este caso se ve que pillé a la gente con ganas de hablar de algo que no fuera coronavirus, cagadas de los políticos o inminentes toques de queda, y contestó un número significativo de personas.

Las respuestas fueron tan variadas que llegué a una conclusión: si escribes, que sea para ti, jamás contentarás a todo el mundo, porque los prismas con los que se mira el mundo son tan infinitos como las personas y, además, estamos rodeados de gente que de nada sabe, pero de todo entiende.

Observé, fascinada, que las respuestas menos "sabias" se correspondían con comentarios muy largos. Observé que prácticamente nadie apoyaba sus razonamientos en "estudios sobre el tema" sino en sus propias emociones, algo que en cualquier trabajo científico es una aberración, pero a lo que nos tienen acostumbrados los tiempos que vivimos. "Lo que yo siento es la verdad, tanto cuando leo un libro, como cuando veo una película, cuando valoro una ley o leo una sentencia." Y nos quedamos tan anchos, ignorando que hay leyes, normas, estudios... que tal vez nos desmienten y que, si los conociéramos y tuviéramos la mente abierta, nos enseñarían que la nuestra no es una verdad absoluta, sino solo la nuestra. Que a veces ni se acerca a la sombra de lo demostrable. Que es solo un gusto que no tiene por qué ser ni medio lógico.

Yo sé la respuesta a mi pregunta, la sé no porque la sienta, sino porque llevo toda la vida estudiando literatura y cómo se escribe la ficción, cuáles son sus mecanismos internos y qué la diferencia de la historiografía, de las biografías o de la vida. Es un matiz tan claro y que brilla tanto que no me cabe duda de qué es lo correcto, pero Dios -o lo que sea- me libre de defenderlo a voz en cuello, que yo solo soy un ser humano del montón.

Para mí me la quedo, porque a pesar de lo sepa también sé algo: puedo estar equivocada, me puede faltar un estudio por leer, un libro por descubrir, un enfoque que encienda una nueva luz.

Estas respuestas me hicieron pensar en varios autores en los que llevo mirándome toda la vida y me reí yo sola con mis elucubraciones sobre cuáles serían sus reacciones ante este mundo literario que se nos está quedando. Insisto, mías, tan verdaderas como esas respuestas que recibí -o sea, nada. Soy muy fan de la generación del 98. De su espíritu crítico y su sencillez narrativa que esconde muchísima profundidad. De esa visión que admira un paisaje -no dejando de lado ninguno de los elementos que lo conforman, incluidas las personas-, que lo idealiza, pero que no pierde la perspectiva de sus carencias y las señala, con la esperanza de que haya una reacción y en algún momento se corrijan.

Me imaginaba a estos autores publicando en Amazon, al fin al cabo eran bastante autodidactas, por qué no iban a tener algo de aventureros como muchos de nosotros. Al pobre Baroja cayéndole comentarios de una estrella, diciéndole cómo tenía que haber escrito sus libros, y tampoco se librarían de ellas Unamuno o Valle Inclán por muy Marqués de Bradomín que acabara siendo, título ganado por méritos literarios. Me imagino al primero medio deprimido por esos comentarios hirientes que recibimos, a Unamuno inventándose conceptos literarios para justificar sus nivolas y a Valle cagándose en los muertos de los imbéciles que no entienden nada. Me imagino a Machado, negando con la cabeza, diciendo que no tenemos remedio. Estarían todos escandalizados si pudieran observar la selva en la que hemos convertido algo tan hermoso como la literatura y no descarto que alguno se muriera de la impresión al ver los tops. 

Bueno, no pueden, por fortuna para ellos ya están muertos.

A veces me aburro y miro reseñas malas de gente buena. Pero buena de verdad, de los que no cabe duda alguna, y me encuentro torpes que atizan a Delibes con saña o idiotas perdidos que no entienden Nada y que se quedan tan anchos al decir que es una mierda de novela. Y suspiro, y sonrío, y me voy pensando que se ha perdido el criterio, que nadie se acuerda de lo que es una figura literaria, que ya no se entiende la ironía y que para qué nos molestamos es crear metáforas si a veces hay quien las lee literales y no es capaz de llegar a su significado verdadero.

Sonrío y me vuelvo a mis libros y, como ese Machado imaginario, niego con la cabeza y me resigno. No nos ha servido de nada la cultura para todos, porque no hemos aprendido mucho si lo que prima es nuestra opinión que a veces no sabemos ni razonar.

Al final va a ser verdad que tenemos lo que nos merecemos.