viernes, 1 de octubre de 2021

APRENDER DE LOS ERRORES: UNA NOVELA QUE NO ME HA CONVENCIDO




Estos días he leído una novela que no me ha convencido. La descargué porque me la sugería el kindle tras mi última lectura; miré la sinopsis, leí el fragmento gratuito y me pareció que estaba muy bien escrita. Eso, en novelas digitales ya va siendo excepción más que norma (siento mucho escribir esto, pero me está pasando), así que decidí que, como el principio estaba dentro de lo correcto y la sinopsis no estaba mal, la leería.

En poco más de dos capítulos me di cuenta de que me había precipitado.

La novela está escrita de manera correcta, el archivo no tiene fallos significativos, pero tiene otros de los que he ido siendo consciente a medida que avanzaba con la lectura.

Un error es la claridad narrativa. Me está costando muchísimo visualizar lo que me cuenta. No es porque no haya descripciones, sino por lo contrario: son exhaustivas. Y eso, el exceso de datos, sobre todo porque me los da todos juntos, lo estoy sintiendo como un error. La descripción física del personaje hasta sus más mínimos detalles interrumpe la acción de un modo tan brutal que supone que me "olvide" de eso otro que me estaba contando. Ese parón desdibuja lo que para mí es esencial, ese hilo conductor que hace que la historia te absorba.

Pierdo el hilo, nunca mejor dicho.

Otro error, siempre desde mi punto de vista, lo constituyen los personajes de ambiente. Esos personajes, en las buenas novelas, no tienen importancia alguna. Son como sillas, las pones porque tiene que haber un lugar donde sentarse, y las pones acordes con la época en la que transcurre la novela porque, de otro modo, resultarían chocantes. A las sillas se les presta la mínima atención: silla de caoba, silla baja, sillita, sillón... Ya. No me hace falta remontarme al carpintero que la talló en su día o al señor que fue con su hacha a cortar el árbol al bosque para hacer esa silla.

En esta novela, se remontan a la prehistoria para contar cualquier idiotez. Para hablar hasta de un personaje con el que se cruzan por la calle y al que no vuelves a ver.

Al principio, como no conocía la historia, intentaba memorizar todos esos datos, porque suponía que, si me los daba, era porque eran importantes. Ya sabéis, la famosa pistola de Chejov. No puedo citar la frase exacta, pero viene a decir que todo en la narración debe ser imprescindible o, de no ser así, debe suprimirse.

Si me dejaran boli rojo, esta novela perdía la mitad de sus páginas, porque se puede prescindir de casi todo.

Ya solo con estos dos errores la lectura se me estaba complicando, pero vino un tercero a tocar las narices. El tercer error tiene que ver con la construcción de personajes. Hay una cosa muy útil que se llama observar la vida para darse cuenta de que estos que me presentaba la novela respondían a arquetipos de cartón piedra. No tengo nada en contra de usar arquetipos, pero siempre que respiren. Puedo jugar con el tópico de una madrastra mala, no me importa; pero puedo matizarla. Que sea mala, que no acabe pareciendo tonta, por favor.

Puede que a veces pensemos que lo que estamos leyendo nos hace perder el tiempo. Es cierto, tal vez, si solo eres lector. En mi caso, al escribir, no lo estoy perdiendo porque de lo que no está bien también aprendo. Me sirve para tratar de no cometer los mismos errores o para hacer una reflexión que nos sirva en clase como ejercicio. Pero solo lo resisto si lo que encuentro, por lo menos, está bien escrito.

Por eso no la abandoné.

Tampoco la voy a valorar con estrellitas, porque no serían muchas. Puede que haya alguien que no escribe que esto que estoy diciendo ni siquiera lo entiende y no lo entendería. Y no soy quien para bloquear con un comentario negativo la lectura de nada.

Por mucho que no me haya convencido.


miércoles, 29 de septiembre de 2021

AL FINAL, NOS CONOCEMOS TODOS

 Cuando estudiaba literatura, una de las cosas que más me llamaba la atención era que los escritores se conocieran. No sé, supongo que al escribir desde que era muy pequeña y no compartir con nadie lo que hacía, asumí que ese era el camino. Solo al crecer, al aparecer las redes, pude comprobar como las afinidades van creando grupos de autores en torno a los que se va generando eso que conocemos como generación literaria.

Hace un par de años hice un intento de recopilar a los autores que están más próximos a mí, un juego en el que aparecían nombres como Pilar Muñoz, Roberto Martínez Guzmán, Mónica Gutiérrez, María José Moreno, Laura Sanz, Mayte Uceda, Antonia Corrales y Víctor Fernández Correas. Con todos ellos he tenido largas charlas literarias y personales, porque llega un momento en el que la vida personal se acaba fundiendo con esa inquietud que nos puso en contacto y ambas facetas se tocan hasta fundirse en un todo.

Hablo de filias, pero también se desarrollan fobias. Como en todo en la vida, puede que haya autores con los que no tengas ni la más mínima conexión. Y puede que haya otros a los que tú ni contemplas, porque no los ves, porque no están en tu órbita, que se empeñan en odiarte y lanzar sobre ti toda su frustración. Entonces, de la peor manera, es cuando los ves, pero para no contemplar sus letras nunca más.

Esta mañana me levanté pensando en la cantidad de autores actuales que no son unos desconocidos para mí. Aficionados y gente que ha convertido esto en su profesión. Autores que desaparecerán barridos por el paso del tiempo y otros que tal vez (estoy segura de algunos) acabarán siendo estudiados en los colegios y universidades.

Al final, en este mundo, como en todos, nos acabamos conociendo y reconociendo, porque poco a poco vas sabiendo quién es bueno de verdad, quién tiene una flor en el culo o quien estaba en el momento justo en el sitio preciso, pero nada más. Quien se queda en tu corazón y en tu cabeza y quien es solo una ráfaga de viento que te obligará a ponerte una chaqueta, pero de la que te olvidarás en cuanto pase.

No sé.

Es raro y es normal.

Es bonito haber vivido dentro de este sueño tantos años. Si se lo hubiera contado alguien a la niña que fui estoy segura de que habría pensado que estaba loco.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

NOS VEMOS EN LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID

 Desde que empezó esta aventura literaria, solo he faltado dos años a la cita en la Feria del libro de Madrid: el año pasado, porque no hubo, y en 2015, porque ese año la novela que tenía a la venta se publicó la misma semana de la Feria y solo en digital. De hecho, no iba a salir en papel, pero funcionó tan bien que al final así fue.

Estoy hablando de La chica de las fotos.

Este 2021 casi no contaba con ello, pero al final voy a ir, el día del estreno de la Feria, este viernes 10 de septiembre de 7 a 9 de la tarde en la caseta 17, la de HarperCollins. La verdad es que estoy recibiendo muchas disculpas por no poder ir, supongo que la gente le tiene mucho respeto todavía a mezclarse en eventos multitudinarios, así que, si eres de los que sí ha decidido ir, quizá podamos vernos sin colas ni nada.

Llevaremos mis dos últimas novelas, La colina del almendro y Años de mentiras, y me llevaré a mí misma. Voy a salir de casa, aunque ya no puedo decir "por fin", porque la verdad es que he estado de vacaciones en Asturias y Galicia estos días pasados. Me han venido muy bien para recargar pilas y para volver a ver el mar.




martes, 31 de agosto de 2021

ANA OZORES, LA PROTAGONISTA DE LA REGENTA

Cuando iba a tercero de BUP, la profesora de literatura, siguiendo el temario, nos mandó leer La Regenta, de Leopoldo Alas, Clarín. Conservo el libro de Austral, uno de esos de tapas en azul y blanco que solo se distinguía de otros por el título, y que es una auténtica pesadilla para miopes: la letra es tan pequeña que hay que esforzarse mucho para leerla, pero es que, además, la cantidad de páginas de esta novela, sumadas a un preámbulo interminable donde se explican sus pormenores, obligaron a los editores a poner un papel que parece de los de las biblias. Finito a más no poder, que a veces transparenta al otro lado.

La Regenta, desde luego, no era una lectura para gente de dieciséis o diecisiete años, ni siquiera en mi época, así que sucedió lo inevitable: solo una persona de la clase completó la lectura.

¿Adivináis quién?

Me fascinó. A pesar de los obstáculos, el personaje de Ana me tenía enamorada desde el principio. Supe entenderla, la sentí próxima y esa lectura hizo que la amase, que se convirtiera en uno de mis personajes literarios de referencia. Despertó empatía y compasión, porque Ana Ozores es una víctima de todos: de su marido, que la trata como a una hija y no como a una mujer; de su amante, un don Juan de pacotilla que no sabe ver lo especial que es; del Magistral de la catedral, que es incapaz de guardarse sus impulsos y todos los secretos de confesión que ella le cuenta; de Vetusta y esa presión social que ejercen los sitios pequeños en las personas a las que les cuesta pensar que la vida es solo seguir sus normas. De su orfandad, de su soledad, de la tristeza que la arrasa porque, aunque lo intenta todo para salir de ese vacío en el que se ha convertido su vida (leer, escribir...) no consigue nada.

Mi profesora de literatura, Ángela, ante el no rotundo de la clase cuando preguntó si la habíamos leído (incluida yo, porque me amenazaron con pegarme si contaba que yo sí la había leído y la había disfrutado), decidió que no podíamos quedarnos sin conocer esta historia. Supongo que si se hubiera imaginado que poco después harían una serie, con Aitana Sánchez Gijón en el papel de Ana Ozores, a lo mejor se habría ahorrado el esfuerzo, pero el caso es que lo hizo: escribió unas páginas teatralizadas basadas en la novela y las grabamos.

Asignó papeles en la clase y yo, que siempre he tenido muchos problemas para ponerme debajo de un foco (parece mentira por mi biografía, pero así era), me fui yendo hacia atrás en la clase hasta que no quedó un solo papel. Me toco algo, por supuesto, tenía que imitar el sonido de los cascos de los caballos y el de las campanas de la catedral, lo menos comprometido para alguien como yo.

Pero la vida siempre con sus planes que te descolocan...

Después de ensayarlo en un montón de recreos, llegó el día de la grabación. Ana Ozores, la nuestra, se había ausentado porque estaba enferma y nos quedábamos sin días, así que Ángela echó un vistazo a los papeles y de pronto me miró. Quise que me tragase la tierra, yo no quería ningún papel, pero no me quedó más remedio que aceptar el de protagonista de última hora. No había problema, me lo sabía perfectamente, casi mejor que la chica que la representó en todos los recreos.

Y sentía a Ana Ozores.

De hecho, sigo sintiendo cuando releo alguna página, porque la entiendo. Y me da pena, porque no pudo elegir salir de allí, pero, aunque hubiera podido, no era capaz. Porque además de las convenciones sociales, pesaban las suyas y de esas es mucho más difícil librarse de lo que parece.

No lo hice bien, lo hice mejor que bien. La profesora me dio la enhorabuena veinte veces y me preguntó si no había pensado apuntarme a un grupo de teatro, y no solo porque vio que tenía aptitudes, sino porque pensó que a mi carácter le iba a venir fenomenal ese esfuerzo de ponerme delante de los demás y dejar de lado mis miedos.

No supe hacerle caso, pero yo también estoy segura de que lo hubiera hecho bien, porque hasta ahora todos los retos que me he puesto en la vida los he superado con nota.

Tengo pendiente un reencuentro con Ana, con La Regenta, con una letra adaptada a mis ojos y con el deseo de entenderla como la entendí cuando yo era poco más que una niña.







miércoles, 11 de agosto de 2021

DONDE HAYA TINIEBLAS MANUEL RÍOS SAN MARTÍN

 



Sinopsis:

Una modelo de diecisiete años a la que le falta el ombligo desaparece en Madrid. Los inspectores Martínez y Pieldelobo se hacen cargo de la investigación, pero chocan desde el primer momento. Él es un padre cincuentón y caótico, tierno pero mordaz y un tanto anticuado; ella, una milenial combativa, inteligente y feminista.

Mientras recorren por España lugares misteriosos y templos en apariencia tranquilos, surgen dos hipótesis para desenmascarar a un asesino en serie: o la mafia rusa está detrás de una red de prostitución de lujo o hay un psicópata religioso que pretende enmendarle la plana al mismo Dios.

Este thriller plantea una reflexión irónica sobre la intolerancia, la dicotomía entre pecado y belleza, entre misericordia y castigo, y las relaciones entre el hombre y la mujer como dos seres destinados a entenderse desde el principio de los tiempos.

Solo quien asume la culpa merece el perdón


Mis impresiones:

Esta novela, catalogada como thriller, me ha tenido pegada a sus páginas los poquísimos días que me ha durado. Lo lógico sería pensar que ha sido por lo trepidante del caso que se plantea, por las múltiples vías de investigación que se van abriendo a lo largo de la trama que me han llevado en volandas. O por los cliffhanger tras cada capítulo corto, que me empujaban a seguir para no quedarme con la duda de lo que podría suceder a continuación.

Todo eso que acabo de contar está genial y es indudable que ha contribuido, y mucho, al éxito de la lectura. La novela tiene un ritmo endiablado y engancha como pocas, pero lo que me ha robado horas de sueño (y varias siestas, con lo bien que le viene a mis madrugones que duerma un pelín por la tarde) ha sido el inspector Martínez. Su mordacidad, su ironía, el enfoque de sus pensamientos, que conocemos de primera mano porque la novela está narrada desde una primera persona que es lleva su voz. 

Eso es lo que me ha tenido sin soltar el libro. 

A pesar de que es un hombre, me he identificado a veces con él (incluso en lo de ser invisible a los cincuenta -muy invisible-) y he sentido el mismo desconcierto que relata en algunas ocasiones con respecto a la inspectora Pieldelobo. A ella la he notado a mucha más distancia. Tengo en común sus reivindicaciones feministas, pero también me han provocado, como a Martínez, cierto desasosiego en algunos momentos porque lo que no comparto son las formas. Se ve que soy de otra generación. En ese sentido, me veía más en Teresa que en ella. Bueno, de Teresa no hablo que me emociono.

De Nuria Pieldelobo me han preocupado sus vacíos.

Esto, que quizá es algo tangencial a lo que es en sí misma la novela, me ha hecho pensar mucho. Como personaje está muy bien construida, me inquieta como reflejo de gente real, que lo es. Es algo que lleva inquietándome años, la formación de la gente joven. Por más que sean número uno de sus promociones y parezcan capaces de comerse el mundo, les falta "algo". Saben mucho de tecnología, de atajos para conseguir llegar adonde quieren al instante apoyándose en San Google, pero no preguntes por San Isaac, por ejemplo, que no va a sonarles de nada. Y me voy al ejemplo religioso por la temática de fondo de la novela. Sus análisis, aunque estén sobrecapacitados para hacerlos, se tornan insuficientes incluso en los sencillísimos textos de EBAU, porque faltan en su mente todos los apoyos para entenderlos.

Es como si fueran por la vida a media luz.

En algunos momentos a Pieldelobo la he sentido así, como un poco entre tinieblas, y no por falta de inteligencia o capacidad. En esta novela, toda la parte simbólica que tiene que ver con la religión tiene un peso brutal en la trama y, si la edad de Martínez fuera la de Pieldelobo, resultaría imposible. Ella, como las nuevas generaciones, sabe poco o nada de religión. Esos focos apagados de los que hablaba antes que encaminan sus pesquisas en una dirección diferente a la de él. Para la novela esto es genial. El choque generacional funciona y da mucho juego. Uno completa al otro y los puntos de vista se multiplican. La perspectiva se abre y también las posibilidades de jugar con el lector. 

Otra cosa que me ha encantado son los momentos de humor que desengrasan lo crudo de la trama. Esos apodos que pone Martínez a todo el que se cruza con él.  Esa fina ironía cuando replica a Pieldelobo, cuando, ante chistes a los que él no da importancia, ella ve amenazas de micromachismos. Esa es una de las cosas que mantiene durante gran parte de la novela a Martínez pisando con pies de plomo con ella. Intenta no meter la pata, y no porque ella sea experta en aikido y le pueda soltar un guantazo en cualquier momento (o una contestación desabrida), sino porque todo el tiempo le hace replantearse si realmente él, que no se considera así, es machista o es que esta sociedad tiene la piel tan finita que con todo hay que demasiado cuidado. Y eso es muy de hoy, tan actual que da un poquito de miedo. Esa contención con el humor porque cualquier cosa se malinterpreta y se puede liar una que para qué las prisas. Este párrafo está lleno de frases como las de Martínez, muchas veces llanas y simpáticas que, sobre todo, restan intensidad a lo que pasa en la trama.

Porque lo que sucede es duro.

La trama arranca con una víctima de 17 años, una influencer que desaparece sin dejar rastro. Te hace pensar en qué estamos haciendo, cómo es posible que nos escandalicemos porque alguien hace un comentario tonto sobre algo y a nadie se le ocurra que es mucho más escandaloso que haya gente contando cada minuto de su tiempo a través de una red social con el objeto de "vender" y que se paguen millonadas por ello. Se "vende" también un modelo social que no augura nada bueno y como padres tampoco es que estemos sabiendo gestionarlo. Esa artificialidad de la realidad que se nos está quedando muy poquito sana y que solo alcanzamos a atisbar que llegará un día en el que nos acabe explotando en plena cara.

La trama recorre escenarios que entran ganas de visitar, como la ermita de la Virgen del Ara en Badajoz, donde se desarrolla una parte crucial de la investigación, pero no se queda ahí. Se trasladará al monasterio de San Juan de la Peña en Huesca y después al santuario de Aránzazu en Guipúzcoa. 



Ermita de la Virgen del Ara
Foto: portal Junta de Extremadura



Monasterio de San Juan de la Peña en Huesca
Foto: web mágicos Pirineos



Santuario de Aránzazu en Guipúzcoa
Foto: Oñatiturismo


Y todo está hilado, tejido de un modo que te atrapa, te sorprende con algunos giros y te hace disfrutar. O te encogen el corazón, que también. Me quedé, como Pieldelobo, sin palabras. 

En mi caso, ha sido decisivo ese sentido del humor, esas frases de Martínez que lo humanizan y lo acercan, y que te hacen sentirte bien, aunque estés en medio de un caso tan truculento como este. En otras novelas de este tipo españolas que he leído en los últimos tiempos, la crudeza me provocaba mucho rechazo y ahora sé que no es por los hechos en sí, sino por la manera en la que se cuentan. El humor no resta en esta novela nada, al contrario, suma mucho y se agradece.

Es una novela que merece la pena, aunque tengo que decir que hay dos cosas por las que nunca la hubiera leído: el título y la portada.

Sé que la portada es un acierto, lo sé porque lo estoy viendo en las redes, pero cuando la vi me dio un poquito de repelús. Quizá porque no la entendía en absoluto y porque no me transmitía nada positivo (bueno, habiendo asesinatos no iban a poner nada azucarado, que también parezco tonta), pero el caso es que si no hubiera ido leyendo más cosas de ella, por la portada no la había comprado.

El título tampoco me gustó, sobre todo porque se me olvidaba. Ahora entiendo por qué se descartaron otros mucho más explícitos, que contaban parte de lo que debería mantenerse sin spoilers para que surtiera su efecto en la lectura, pero no me decía absolutamente nada cuando lo leí. 

¿Y entonces por qué la compré? Pues quizá por la sinopsis, y mira que muchas veces llego a las novelas a ciegas, sin leerla, pero en este caso no ha sido así. Ahí sí he visto un acierto. Me apetecía que me contasen esa historia, me apetecía ese choque generacional y por las palabras que acabo de escribir se puede deducir que ha sido lo que me ha movido la lectura. Casi más que la investigación, que como digo está genial, no exenta de giros, está bien tramada y atada. 

Bien resuelta. 

Potente desde el inicio hasta el fin.

La recomiendo, por supuesto, y creo que acabará llevándose a la gran pantalla (o a la pequeña, o la mediana), porque lo tiene todo para sujetar también al espectador en la silla/sillón/sofá.

Sé que esta no es una reseña típica, porque no me apetece perderme en ellas, prefiero quedarme con lo que me ha hecho sentir cada libro. Este, por sorprendente que parezca, ha sido paz. La lectura me ha envuelto y, mientras estaba en ella, no me acordaba del mundo. Y eso, cuando vives en una permanente tormenta, se agradece muchísimo.

Leedla, que ya sabéis que no recomiendo nada de lo que no esté convencida.