viernes, 23 de diciembre de 2011

OCHO AÑOS

Me parece mentira que haya pasado tanto tiempo desde ese 23 de diciembre en el que nos conocimos, cuando le di el primer beso. No os voy a contar cómo fue nuestro encuentro, sólo un par de palabras para definirlo: rápido e intenso. Un momento de los que se agarran a tu memoria para no soltarse de ella nunca. Hoy, mi princesa, cumple ocho años.

Felicidades, Aitana. Te quiero.


¿Te apetecen unos bombones?


jueves, 22 de diciembre de 2011

EDUCAR, GABRIEL CELAYA.

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca...
hay que medir, pesar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.
Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino...
un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio
de paciencia concentrada.
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertas distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos
seguirá nuestra bandera enarbolada.
Gabriel Celaya
 
Hoy se despedía Mari Carmen, una de las profesoras de Aitana, tras 42 años en la enseñanza y al final de la función de navidad le han leído este poema. Me he emocionado por lo que me toca, porque escucharlo me ha recordado por qué me gusta mi trabajo. Y se me ha escapado alguna lagrimilla incontrolada.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

WILLIAM

Hay veces en las que uno desea que se lo trague la tierra, y hoy es uno de esos días. William, frente al párroco, está a punto de pronunciar unas palabras que son mentira, se va a ligar a una promesa eterna que detesta, sólo porque no es capaz de superar ese sentimiento de culpa que le embarga. Mira a la mujer, mayor que él, que lleva un ramo entre las manos y un hijo en su vientre y tiembla. ¡Cómo se arrepiente de la torpeza a la que le empujaron sus veinte años! ¡Cómo echa de menos a la joven de la que le ha separado su mala cabeza!


No escucha apenas, contesta sin emoción, mientras en su mente imagina el amor que jamás vivirá, eternamente enlazado a la responsabilidad que lo ha empujado aquí. Ya en la calle sigue sin escuchar. Sonríe, besa, abraza y come, pero no lo disfruta. Se ha metido en un túnel oscuro y no sabe cómo saldrá. Él, tan lleno de sueños, siente que se le escapan. Ya no irá a Londres, seguro. Se quedará en Strafford para siempre. Sólo le quedan la pluma y la tinta, poner en un papel sus deseos, que hablen por boca de otros. Tal vez escribirá sobre un muchacho enamorado de una mujer prohibida para él. Quién sabe si en algún momento alguien considerará esta una buena historia para ponerla sobre un escenario.


A veces, leerse biografías, inspira pequeños relatos. Acabo de terminar de leer una biografía de Shakespeare, un autor que me encanta.

martes, 20 de diciembre de 2011

LUNA DE OTOÑO DE JULIA ZAPATA RODRIGO

El otro día acabé con mis libros pendientes. Desde hace un tiempo pertenezco a un grupo de Facebook de autores y bloggers en el que se reseñan las obras de los primeros. Me invitaron a entrar porque pertenecía a los dos grupos, aunque de la primera premisa he hecho más bien poco uso. No así de la segunda, algunas de las reseñas que han aparecido en este espejo se han colado ahí, para difundir la obra de autores que están empezando y así contribuir a que alguien cumpla su sueño, el de poner la palabra escritor detrás de su nombre.

Uno de los libros que me llegó fue Luna de otoño de Julia Zapata Rodrigo. Cuando recibí todos los ejemplares que los autores me proporcionaron decidí echar un vistazo a cada uno, para saber por donde empezar. Me encontré con relatos de distintos géneros y como no quería mirar reseñas anteriores, me puse a leer. Uno de los libros captó mi atención por encima de los demás, porque el estilo de escritura me resultaba muy cómodo, muy parecido al mío. Había otro que no podía abrir, otro que tenía que leer teniendo el ordenador conectado a internet (lo que supone un trastorno al no poder pasarlo a la tablet) y este libro.

SINOPSIS

Cuando las piedras del camino van creando llagas en los pies y no vemos una luz que nos guíe, que nos dé esa fuerza para seguir adelante, muchas veces nos rendimos y nos resignamos a vivir lo que nos ha tocado sin arriesgar más.


Nos olvidamos que para conseguir algo hay que luchar y seguir luchando, y no cesar en el empeño.


Sofía, la protagonista de Luna de Otoño nos da una lección de superación, una mujer marcada por el pasado que sueña con un futuro mejor. Utilizada hasta la saciedad, manipulada por la persona que ama.


Enclaustrada en una vida que no desea, y obligada a renunciar a su sueño.


Anulada y poniendo en duda su valía, como mujer madre y esposa.


Sofía nos adentra en su mundo, en su corazón. El corazón de una mujer que quiere vivir, volver a amar a sentir, pero sobre todo quiere ser ella misma sin ser coaccionada por nadie.


En su camino se cruza esa persona que la despierta de su letargo, para ella es una bocanada de aire fresco, una ventana al exterior que la depura, que le aporta color e ilusión a su triste y patética vida.


Aunque el camino hasta llegar a él ha sido bastante complicado... no lo será menos el intentar conseguir su merecida felicidad.


Pero Sofía es fuerte y aunque derrame muchas lágrimas y haya momentos en que el sufrimiento la deje abatida, luchará por conseguir el puesto que merece en la vida, aunque para ello tenga que renunciar a algo muy valioso.

Una historia de amor, de luchas internas, ilusiones, traiciones y dolor...que no dejará indiferente a nadie.


"Luna de otoño, una historia que conmoverá el corazón del lector".


Empecé a leer unas páginas de Luna de Otoño y, a pesar de que tiene un estilo muy pausado, sin darme cuenta me había merendado ochenta páginas. Fui de un libro a otro pero, al cabo de un par de días, volví y lo leí del tirón.

Luna de otoño narra la vida de Sofía en un tono intimista. Julia ha elegido un narrador en tercera persona para contarnos las circunstancias infelices que han hecho que esta muchacha, mujer madura para cuando termina el libro, haya acabado donde está. Toda una serie de desdichas, enfermedades, pérdidas, malos tratos, han ido poniendo al personaje en situaciones límite. Desde una violación cuando apenas tenía cinco años, a su primer amor con un personaje, Diego, que no es precisamente un dechado de virtudes. Cuenta cómo se enamoró de su marido y cómo, la rutina, acabó asfixiando esa relación hasta hacerla insoportable. Sofía busca en todo momento libertad y acaba encontrándola a través de su afición a la pintura, retomada tras años de haber abandonado y la pantalla del ordenador, cuando tropieza, ya mayor, con Adrián, más joven que ella y se enamora de él. La historia entre ambos, nada sencilla por otro lado, acabará por concederle un poco de valor para salir del círculo vicioso que le ha arrastrado siempre, donde la depresión y la desesperación han ganado casi siempre la batalla a la alegría. Pero Sofía no se rinde, busca la manera de escapar de lo que parece que va a ser siempre su destino. Busca, en definitiva, vivir.

El narrador, cómplice siempre de los pensamientos de Sofía, se mueve entre el presente y el pasado, a veces sin una lógica aparente, pero creo que todo el libro son los recuerdos de Sofía, y cuando recordamos nuestra mente danza caótica.

El libro de Julia está editado por Círculo Rojo y se puede conseguir en la librería de la editorial, a través de internet. Un euro de cada una de las ventas de este libro Julia Zapata Rodrigo lo dedica a la fundación Dravet. El síndrome de Dravet, anteriormente conocido como Epilepsia Mioclónica Severa de la Infancia (SMEI), es un trastorno del neurodesarrollo que comienza en la infancia y se caracteriza por una epilepsia severa que no responde al tratamiento.

Si queréis sabe más:

http://www.dravetfoundation.eu/

Espero que os animéis a leerlo, si es que no lo habéis hecho ya.

lunes, 19 de diciembre de 2011

AL SALIR DE LA NIEBLA

Tengo ya muchos años y he decidido morir. Mi alma lleva tiempo gritándome que la libere de este cuerpo caduco en el que está atrapada y, finalmente, he encontrado la manera. No ha sido sencillo, nada de eso. Estoy sorda, cegada por unas espesas cataratas y apenas tengo movilidad, así que debía idear algo sin comprometer a nadie. Nada de venenos, ni firmes cuerdas colgadas de una viga. No cabía la posibilidad de saltar por la ventana o lanzarme por las escaleras, mis piernas y mis fuerzas no me lo permiten. Al fin, he hallado el modo de escapar de mí misma. Era tan fácil que casi me avergüenzo de haber tardado tanto. Supongo que hay que achacarlo a la torpeza de mi cerebro, que ya no es lo que era. Ciento dos. ¿Quién se imaginaba que podría vivir tanto?

Abro los ojos y estudio la niebla. No veo otra cosa desde hace casi diez años, pero he aprendido a distinguir los matices de la nada. Si se acerca al blanco es de día y de noche si los tonos son naranjas o amarillos. No oigo apenas, pero el rumor de la televisión, el tráfico y las pisadas de los vecinos se mezclan en un barullo que casi siempre me molesta, así que también por ahí intuyo en qué momento me encuentro. Ahora es de día. Un día radiante porque la luminosidad me obliga a cerrar de nuevo los ojos. Me molesta. Ojala fuera tan sencillo dejar de escuchar. ¡Si al menos oyera algo claro…! Sólo me llegan fragmentos de palabras, ruido de un mundo que va perdiendo su forma en mi memoria. Noto una mano en mi brazo derecho y el rumor de una conversación. Me ha parecido oír mi nombre. No contesto. No sé si no puedo o, en realidad, es que no me apetece. No sé qué quieren ahora. A lo mejor me han visto abrir los ojos y han pensado que me puede hacer falta algo. No entienden que ya todo es inútil. Hace días que me he negado a comer o beber. Siento la debilidad que me produce no alimentar mi cáscara y, a la vez, el placer inmenso de tener, de nuevo, el control de mi vida. Aunque sea para perderla.

El agua ha resbalado por la barbilla y se ha metido por mi camisón. Agua fresca que me despierta y me conduce a un rincón de la memoria. Risas de niños y chapoteos en el agua del río. ¿El Tajuña? No me acuerdo, pero ya no importa. Era un río y yo una niña feliz. Niña con ilusiones, mucha vida por delante. Más de la que, entonces, podría alcanzar a soñar. Sonrío. Allí está Tomás, con su cara redonda y sus modales bruscos, tratando de molestar. Muchos años después descubro otras intenciones. Tomás, ya hombre, y su extraña manera de pedirme que fuera su novia.

- ¿No le importaría, señorita, que yo la frecuente?

A veces hacía falta un diccionario para entenderle. Cuando se ponía serio, porque el resto del tiempo era transparente: dulce, simplón, generoso, honesto… Tomás me coge de la mano y me arrastra al centro del baile. No deja de mirarme durante la pieza. Veo. Me pierdo en sus ojos verdes, acaricio la piel de sus brazos tostada por el sol campesino. ¡Cuánta felicidad concentrada en un momento! Me descubro soñando con unos hijos de ojos verdes y sonrisa traviesa. Los dibujo en mi mente, les pongo nombre y les invento un futuro grande. Y, de repente, todo explota.

No quiero recordar aquello. Esta noche no. Ya he llorado muchas noches de mi vida por esa otra que me arrebataron. Tomás. Mi Tomás. Tan alegre. No veía el peligro. No me escucha cuando le grito que no vaya.

- No es tu guerra, ¡tú qué sabes de política! Déjales que se las arreglen solos.

- Esta guerra es de todos. No podemos dejar las cosas como están. ¿Qué futuro les daremos a nuestros hijos si no afrontamos la realidad?

Rebotan las palabras en mi mente. Hijos. Nunca hubo hijos. Tomás no vuelve. Ni siquiera su cuerpo inerte para devolverlo a la tierra. El tiempo pasa y me marcho. Madrid. Grande, nuevo, una oportunidad de empezar otra vez. Pero no estás, Tomás. Repaso el rostro de todos los extraños que me cruzo y ninguno es el tuyo. No puedo encontrar tus ojos por más que busque. Mitigo la tristeza oyendo música. Liszt, no sé por qué, me gusta. Me tranquiliza. Suspiro.

Alguien baja la persiana. He oído un ruido que, a base de repetirse, reconozco. Se mezcla con un barullo de voces, puede que tenga visita. Noto una mejilla sobre mi rostro y el instinto hace que me vuelva y estampe un beso. No sé a quién. Tal vez a mi Tomás. Más caricias, de esas que extrañé tanto. Alguien que me quiere está aquí, pero sus nombres se han borrado. Lo que no se ha perdido es el ruido de las bombas.

- ¿Eres la novia de Tomás Agüero?

- Sí, ¿qué pasa? – el recuerdo es tan nítido que siento que me tiemblan las piernas, aunque estoy tumbada y de estas palabras hace ya una vida.

- Una bomba cayó sobre el camión en el que iba. Ha muerto, igual que todos sus compañeros.

Una bomba para él. La mía es distinta. Me veo dentro del refugio. Niños llorando y madres que tratan de ahuyentar el miedo apretándolos contra su pecho. Sirenas que avisan de lo inevitable. Un silbido y el mayor estruendo que recuerdo para, después de soportar un pitido desquiciante, sumirme en el silencio. Estoy viva, eso es lo que importa, dice mi madre, lo leo en sus labios. Yo no estoy segura. Estoy mutilada. Me falta un sentido, el oído, y el sentido de mi vida: Tomás. Dos mutilaciones aunque tenga brazos y piernas. Sigo respirando y no me opongo a que, cuando nos recuperemos de esta desgraciada guerra, busquen una solución a mi sordera.

- Lo que quiera, madre.

Me incorporan para intentarlo de nuevo, quieren darme agua. No colaboro, cierro la boca y aprieto los labios para que la vida no se cuele dentro de nuevo. Necesito que me dejen tranquila pero no sé cómo decírselo. Vuelvo a estar tumbada, no me molesto en abrir los ojos. Sigo recordando. Otros momentos que casi se parecen a la felicidad. Un audífono me devuelve, con sonido metálico, la voz de mi madre. Oigo a padre, a mis sobrinos, la voz de mi hermano que se burla de la pinta que tengo. La vida, mi vida, empieza de nuevo. Pasan muchos años, pero en los recuerdos los recorro en segundos.

- Tengo demasiados años para estas tonterías – le digo a Julián mientras me mira fijamente.

- Nadie es viejo para enamorarse.

A lo mejor Julián lleva razón, pero me cuesta creerle. Madre murió cuando tenía un año menos que yo. Soy mayor y él no es Tomás. Insiste y, al final, lo consigue. Me estoy casando. La iglesia me parece hoy más hermosa, veo las sonrisas de los invitados y me contagio de su felicidad. Es una enfermedad que me dura mucho, hasta que Julián se marcha. Sus cuentas con la vida las salda en cinco minutos. Un infarto y me despierto de ese sueño. Ya soy vieja, estoy sola y puede que pronto me marche con él. Me consuela la idea.

Ha venido alguien más a besarme. Insisten en su empeño ridículo de mantenerme atada a una vida que hace mucho que ya no me interesa. Hace más de treinta años que perdí a Julián, mucho tiempo para una espera. Me veo sentada en una silla, en un sofá, frente a una mesa camilla, enfrascada en un libro hasta que la niebla se apodera de mí. ¡Qué largo el camino desde entonces!

No puedo hablar. Trato de explicarles, de hacerles entender, pero es imposible. ¡Estoy tan cansada!

Una música suave inunda mi mente. Franz Liszt. Sonrió. Las notas de Sueños de Amor suenan claras, sin eco, igual que en aquel tiempo en el que todavía oía. Veo un paisaje, la ribera de un río que hace rato que fluye por mi memoria. Y allí está Tomás, esperándome. Pero no está solo. A su lado, con una sonrisa, Julián me tiende una mano. No puedo elegir; igual que una madre no puede elegir entre sus hijos yo no puedo decidirme por ninguno. Los quiero a los dos. Si tengo dos manos, dos ojos, dos orejas, dos piernas sobre las que camino, puedo tenerlos a los dos, me digo.

- Te esperado mucho tiempo – me sonríe Julián.

- Para mí ha sido casi una eternidad – la voz de Tomás llega clara, nítida. ¡Es casi un niño!

Me agarran cada uno de una mano y al salir de la niebla entre la que vivía me veo joven, ligera, hermosa. Caminamos, no me importa dónde y, sin saber por qué me suelto, levanto mis manos y hago un gesto de despedida, aunque no sé a quién. Escucho otras palabras, esta vez lejanas, que anuncian la hora de mi muerte. Por fin, soy libre.

Esta historia es real, la historia de María. Murió hace un año, a los 102 cuando, cansada, cerró la boca y se dejó arrastrar al otro lado.

Algunos datos los he cambiado un poco en beneficio de la ficción (y porque tampoco estaba segura de la verdad)