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lunes, 16 de septiembre de 2024

CXIII CAMPOS DE SORIA. MACHADO Y YO

CXIII

CAMPOS DE SORIA


I


 Es la tierra de Soria árida y fría.

Por las colinas y las sierras calvas,

verdes pradillos, cerros cenicientos,

la primavera pasa

dejando entre las hierbas olorosas

sus diminutas margaritas blancas.

La tierra no revive, el campo sueña.

Al empezar abril está nevada

la espalda del Moncayo;

el caminante lleva en su bufanda

envueltos cuello y boca, y los pastores

pasan cubiertos con sus luengas capas.


Esta silva arromanzada, breve y bella, tiene sonidos poderosos. Solo tengo que cerrar los ojos y puedo escuchar las sonoras aliteraciones de la erre y de la ese. Se cuelan bajo mi piel y arañan, y siento como mío ese campo que se trueca en alguien vivo que sueña como lo hacen los hombres. La delicadeza de esas palabras que evocan lo minúsculo, que a mí me hace pensar en grande. Porque encuentro la esencia de la vida en eso, en centrarse en los pequeños detalles son, al final, lo importante.

Es saber encontrarlos en cualquier lugar.

En la que fue tu Castilla, en que es ahora la mía.

El frío, la nieve, el tomillo y una bufanda se transmutan y se convierten en algo más que unas palabras. Son diminutos fragmentos de felicidad. Representan la dulzura de la vida que cada uno encuentra donde quiere. Me mueven y me conmueven, porque sé lo que se siente cuando ese viento te roza la piel, cuando el frío te congela las manos o cuando el olor del tomillo se te cuela en el alma.

Tú lo sentiste, como yo.

Tú te enamoraste, como yo.


VII


 ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, obscuros encinares,

ariscos pedregales, calvas sierras,

caminos blancos y álamos del río,

tardes de Soria, mística y guerrera,

hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor! ¡Campos de Soria

donde parece que las rocas sueñan,

conmigo vais! ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas!...


A veces les hablo a mis chicos del impresionismo. Les cuento que fue un movimiento en pintura, una nueva manera de crear que encontraron los pintores franceses de finales del XIX para, a través de leves trazos inconexos, transmitir paisajes completos que el espectador es capaz de reconstruir en su mente cuando observa el cuadro.

Tan sencillo y a la vez tan mágico.

Tú eres impresionista en este poema, impresionista de las palabras. Te olvidas de los verbos que conecten adjetivos y sustantivos y, como aquellos pintores, dejas tus trazos diseminados por el poema.

Un color.

Un matiz.

Un elemento del paisaje.

Ellos solos, sin más nexos que esas admiraciones que llenan todo de emoción dibujan un cuadro. El presente y el pasado. Esa mezcla tan tuya de dureza y sentimientos de amor.

Y en medio de todo, tú, presente en el poema.

Porque estás ahí, no solo tras cada palabra, sino hablándole al paisaje, convencido de que te escucha. Loco poeta, tan loco como yo que te escribo, aunque sepa que no me puedes escuchar.

Quizá todos estemos un poco locos.

Siguen siendo Soria y su Duero los dueños de estas líneas, siguen presidiendo tus emociones. Ella, altiva. Él, poderoso. Y a ellos encaramas las palabras que a saltos de caballo brincan de un verso a otro y hacen que fluya tan suave como la primavera.

¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas!...

Seis palabras, cierro los ojos y soy capaz de sentirme allí.

Mágico poeta.


(Seguirá)


 


sábado, 14 de septiembre de 2024

CII ORILLAS DEL DUERO: MACHADO Y YO

 

Wikipedia

CII

ORILLAS DEL DUERO

 

¡Primavera soriana, primavera

humilde, como el sueño de un bendito,

de un pobre caminante que durmiera

de cansancio en un páramo infinito!

¡Campillo amarillento,

como tosco sayal de campesina,

pradera de velludo polvoriento

donde pace la escuálida merina!

¡Aquellos diminutos pegujales

de tierra dura y fría,

donde apuntan centenos y trigales

que el pan moreno nos darán un día!

Y otra vez roca y roca, pedregales

desnudos y pelados serrijones,

la tierra de las águilas caudales,

malezas y jarales,

hierbas monteses, zarzas y cambrones.

¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!

¡Castilla, tus decrépitas ciudades!

¡La agria melancolía

que puebla tus sombrías soledades!

 ¡Castilla varonil, adusta tierra.

Castilla del desdén contra la suerte,

Castilla del dolor y de la guerra,

tierra inmortal, Castilla de la muerte!

Era una tarde, cuando el campo huía

del sol, y en el asombro del planeta,

como un globo morado aparecía

la hermosa luna, amada del poeta.

En el cárdeno cielo violeta

alguna clara estrella fulguraba.

El aire ensombrecido

oreaba mis sienes, y acercaba

el murmullo del agua hasta mi oído.

Entre cerros de plomo y de ceniza

manchados de roídos encinares

y entre calvas roquedas de caliza,

iba a embestir los ocho tajamares

del puente el padre río,

que surca de Castilla el yermo frío.

¡Oh Duero, tu agua corre

y correrá mientras las nieves blancas

de enero el sol de mayo

haga fluir por hoces y barrancas,

mientras tengan las sierras su turbante

de nieve y de tormenta,

y brille el olifante

del sol, tras de la nube cenicienta!

¿Y el viejo romancero

fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?

¿Acaso como tú y por siempre, Duero,

irá corriendo hacia la mar Castilla?

 

En esta silva, le hablas al Duero, como si en lugar de ser agua que corre fuera un ser vivo. Y lo haces porque así lo sientes, como el señor de este reino condenado, como la columna vertebral de esta áspera tierra. Le preguntas sobre el destino de Castilla, pero no esperas, por supuesto, su respuesta. No porque sea un río y los ríos no respondan al hombre sino cuando se desbordan y reclaman su sitio o cuando se secan y comprometen la sed de las cosechas. No. No esperas su respuesta porque la estás viendo frente a tus ojos.

 

La sientes en cada paseo por sus caminos vacíos y sus ciudades ruinosas. En cada páramo yermo y desabrigado donde apenas crece nada.

 

Castilla, siguiendo la metáfora de Manrique, a la vera de su río, se encamina al mar de su muerte.

 

En tu tiempo.

 

En el mío.

 

Puede tener la esperanza de la primavera más bella, esa que se ansía como alivio entre el duro invierno y el verano más extremo, pero no será suficiente para salvarla de una muerte tan lenta que aún estamos doliéndonos por ella.


(Seguirá)