lunes, 16 de enero de 2012

OBSESIÓN, DE ANTONIO LAGARES.

Supe de la existencia de este libro casi desde el momento en el que entré a formar parte del grupo Reseñas de Facebook. El que se tratase de relatos cortos frenó un poco el interés por él, ya que, aunque sabía que todos tienen un hilo conductor, el título me desconcertaba. Anticipaba una sensación que en principio no me apetecía experimentar. Sin embargo, cuando Tatty, desde El universo de los libros, propuso dedicarle un mes al autor, no me lo pensé. Me apetece darle apoyo a gente que escribe y no es demasiado conocida y he descubierto verdaderas joyas en esta aventura. También sé, por experiencia, que los libros que menos te llaman la atención en principio pueden esconder una historia que te toque. Yo estoy abierta a descubrir.


Obsesión reúne relatos cortos en los que se analiza el comportamiento humano. A cada uno de los relatos le acompaña una ilustración que resume la esencia del mismo. Me ha sorprendido, sobre todo, el hecho de que estén muy bien escritos, con una prosa fluida y elegante que te arrastra en la lectura. Entre los libros que he leído en los últimos meses había un poco de todo, desde quienes utilizan un lenguaje llano para acercarse al lector, demasiado llano en algunos casos puntuales, hasta otros que se pierden en la grandilocuencia de sus frases. Antonio Lagares logra la medida justa: no se pierde entre palabras vacías, ni redacta con una sencillez excesiva. Para quien le gusta leer, para quien disfruta de verdad con las palabras, este libro es una delicia.

Por otro lado están los argumentos de cada relato. Cada historia es diferente y, sin embargo, cada lectura te hace llegar a la misma conclusión: lo complicada que es la mente humana, lo frágiles que somos en realidad. Tengo una costumbre que a lo mejor es chocante para muchos: retardo las lecturas que me gustan mucho. Un libro que me está llenando no me lo bebo de golpe, lo saboreo como se saborea una copa de buen vino. Por eso este me ha costado varios días, porque cada relato ha tenido su tiempo para que pensase en lo que me había ido contado el autor. No sabría con cual quedarme, la verdad. Cada uno encierra en sí mismo lo que podría ser el germen de una novela y, a la vez, no creo que hagan falta más palabras para contarlo todo. Escribir relatos breves, por lo menos a mí, me parece más complicado que enfrentar una novela. Hay que ser capaz de construir en la mente del lector una historia completa, dejarle también puertas abiertas a su reflexión y cerrarlo por completo. En diez páginas. Difícil pero no imposible, Antonio lo demuestra.

Entre los relatos, con El despertar he recordado a Kafka y en El paseo incluso me he reído con los dos locos que se creen Don Quijote y Sancho Panza. Los miedos del alma creo que ha sido el más intenso para mí y Secuelas me ha hecho pensar en que, en muy pocas páginas, se puede dar un giro a una historia que parecía que tenía un final previsible en tu cabeza para, poco después, volver a girar y terminar de un modo absolutamente inesperado.

Os invito a conocer a Antonio Lagares y a sumergiros en ese mundo de obsesiones de la mente. No creo que os arrepintáis. A él le doy las gracias por dejarme conocer sus relatos. Me han encantado.

domingo, 15 de enero de 2012

NUEVOS EN CASA (2)

Estas navidades han traido libros a casa. Han sido pocos, la verdad, porque tengo pendientes para leer en formato digital un buen montón, así que no quería agobiarme. Los nuevos se suelen quedar en mi mesilla y a veces el montón asusta, y lo peor es que soy una impaciente y con eso corro el riesgo de leerme tres o cuatro libros a la vez. Eso contando con que además siempre estoy escribiendo varias novelas, y tengo otra que da vueltas por mi cabeza, de la que no he escrito ni una sola palabra... ¡acabaré de psiquiátrico!


Vamos por orden.

Marca de nacimiento, de Caragh O. Brien. No sé qué espero de este libro, ni por qué lo compré. Un impulso. Me dejo llevar por ellos y a veces descubro libros excepcionales. No sé si será el caso o sólo se trata de una distopía más, de las que abundan en estos tiempos de cambios, ya lo descubriré. 

La casa de los Riverton, de Kate Morton. Estoy leyendo buenas reseñas de este libro y me apetece descubrir si están en lo cierto. Elegí la edición de bolsillo porque cualquier día me voy a caer, arrastrada por el peso de mi bolso, en el que hay un resumen perfecto de mi vida. A veces encuentro cosas que no recordaba haber metido ahí.

Crónica Insignificante, de Emilio Casado Moreno. Lo leí en septiembre, cuando Emilio me lo pasó para abrirse camino en este mundo de los blogs y me encantó, lo he dicho muchas veces. Así que se lo pedí a los Reyes y ahora lo tengo en casa. En casa, a veces en el coche, otras veces en el bolso... Decidí volver a leerlo para comprobar si admitía una relectura y creo que sí. Descubro frases que se me pasaron por alto, o me vuelvo a reir con las historias de Marcelo.

Siete Historias, de Ángels Om. Este libro es de Álex y la misma autora se lo ha dedicado. En realidad creo que el pobre ni se ha podido acercar a él. Estaba terminando de leer el Diario de Ana Frank y su hermana se lo llevó a su habitación. Creo que cincuenta páginas, para una niña que no hay manera de hacer que lea, no están mal, sobre todo teniendo en cuenta que tiene ocho años... Hoy mismo empezará una batalla en casa por hacerse con el control del libro, porque Álex ha terminado el que tenía entre manos. Esconderé las espadas, la Nerf y la pistola de bolitas, porque estos dos son capaces de liarla.

Mi lectura actual es Obsesión de Antonio Lagares, de la cual prometo impresiones dentro de muy poco tiempo.

viernes, 13 de enero de 2012

DL EN SG POR LA MÑN

¡Qué poco me gusta esto! Me refiero a saltarse letras para ahorrar. ¿Qué ahorramos? Pensamientos no creo, porque te tienes que romper la cabeza para saber qué te ha querido decir la otra persona. En mi caso, quería contaros la aventura de ayer por la mañana, cuando fui a Segovia a solicitar el Depósito Legal y el primer título que he puesto me parecía soso.

En realidad lo que quiero es contarme esto a mí misma y que se quede por aquí, documentando el final de este camino. Todavía queda algo que recorrer para hacer balance pero, de momento, lo puedo calificar como interesante y educativo. También un poco estresante, la verdad.

A lo que voy, que me pierdo.

Ayer fui a Segovia. Como amaneció un día de perros (a las nueve de la mañana el coche marcaba cinco grados bajo cero), decidí esperar un rato para salir. Así le di tiempo a la quitanieves para que echase sal en el tramo del pinar, que siempre parece una pista de patinaje. Salí de casa a las diez y media, fui a la gasolinera y allí, menos mal, estaba Ventura, ese espécimen en extinción que es el señor de la gasolinera que te pone gasolina. Digo menos mal no sólo porque te ahorre el mal trago de ponerte perdido con la manguera, sino porque era la primera vez que le echaba combustible al coche nuevo y no sabía qué hacer para abrir la tapa del depósito :( Pagué los más de sesenta euros sin rechistar (¿para qué?) y me fui con la música a todo volumen hasta Segovia.

No sé qué escuché, la verdad. Todavía no tengo muy claro para qué sirven los tropecientos mil botones que tiene este coche y dejé que sonase en lo que hubiera en ese momento. Toqueteando un botón del volante acabé poniendo tres veces la misma canción, pero como era "cantable" e iba sola me dio lo mismo. Desafiné divinamente sin que nadie se sintiera ofendido.

En Segovia decidí que la mejor opción era dejar el coche en el aparcamiento de la estación de autobuses. Lo que no me imaginaba era lo difícil que me iba a resultar traspasar la barrera del parking. Al principio dejé el coche un poco apartado del botón donde hay que apretar para que salga el recibo. Eso o es que tengo el brazo corto… El caso es que me quité el cinturón. Tampoco llegaba, así que abrí la puerta, salí y recogí el ticket, fijándome de reojo en la cola enorme que se estaba formando detrás.

Ahí empecé a ponerme nerviosa.

Volví a montar en el coche y… ¡horror! No avanzaba. Ni bien, ni mal, se quedaba pillado hasta que se calaba. La encargada del aparcamiento vino y me preguntó si había quitado el freno de mano. Le dije que sí (¡ni que fuera tonta!). Después de unos cuantos intentos, vino la señora del coche de detrás, me preguntó lo mismo (debo tener cara de novata) y le dije que sí lo había quitado, que si quería le dejaba que probase ella. Aceptó, se subió en mi coche y me preguntó (¡listilla!) dónde demonios lleva este coche el freno de mano. En el mío es un botón, no una palanca. El caso es que la mujer movió el coche sin problemas (después de seguir mis instrucciones con el botón, todo sea dicho) y se ofreció incluso a aparcarlo, oferta que decliné porque bastante vergüenza estaba pasando ya. Al volver a casa me enteré de que al quitarme el cinturón activé no se qué medida de seguridad extra que pone el freno de mano para evitar accidentes. Es facilísimo quitarla, un pisotón al freno y poco más. El día que me dieron el coche me aburrí en la primera media hora de explicaciones y esto debió formar parte de la información que me dieron en la siguiente hora y media… ¡Con lo fácil que se manejaba el coche viejo!

Desde el aparcamiento, fui al barrio de San Millán, donde me tomé un café en un bar para relajarme un poco. Café y relax no parecen compatibles. Esa soy yo. En el bar solo había dos señores, el camarero y un hombre de 49 años (en mi solitario café trataba de averiguar su edad pensando en su aspecto, pero se la dijo al camarero y no hizo falta comerse el coco). Hablaban sobre jubilarse. ¡Qué deprimente! Me escapé sin explicarles que ahora la edad de jubilación son los 67, no los 65, de los que hablaban por lo que les queda una tirada.

Subí las escaleras del Paseo del Salón, para tomar la Puerta de la Luna y llegar a la calle Real, más o menos a la altura de la estatua de Juan Bravo. Estoy en una forma física penosa. Llegué con las piernas temblando y con la lengua fuera. Claro que hace diez años me pasaba exactamente lo mismo. No sé si soy yo o las puñeteras escaleras que son muchas y están muy empinadas. En la calle Real me sorprendió la cantidad de gente que había y no fue hasta que llegué a la plaza cuando me di cuenta de la razón: el mercado. Siempre me olvido que en Segovia, los jueves hay mercado. ¡Menos mal que me gusta pasear por Segovia y no traté de llegar hasta allí en coche! Dejé la catedral a la izquierda y empecé a bajar hacia el Alcázar, por la calle Daoiz, hasta que llegué a mi destino: Cultura, en la Plaza de la Merced.

El trámite fue rápido, llevaba los papeles medio rellenos y fue solo completarlos, y cuando salí no pude evitar seguir el mismo ritual de siempre. Al volver hacia la plaza sólo hace falta desviarse a la izquierda por una calle estrecha. A menos de cincuenta metros está la casa museo de Antonio Machado. No sé por qué, el día que hice los trámites de Su chico de alquiler, entré en la casa de Machado y desde entonces siempre lo hago, aunque solo sea llegar hasta el patio y mirar un rato el busto que esculpió Emiliano Barral.

Volví a la calle Real y me dio tiempo a comprar un regalo para el cumpleaños de hoy (no diré la edad del cumpleañero, sólo una pista, es una cifra redonda). En lugar de entrar en la tienda de ropa estuve a punto de colarme en la farmacia, pero rectifiqué a tiempo. Volví a sufrir bajando las escaleras, que seguían igual de empinadas desde esta perspectiva.

El viaje de vuelta fue tranquilo, con más música y la sensación de que había pasado mucho más tiempo que dos horas.

El resultado es que ya tengo mi número, ya he maquetado el archivo, me he quedado sin una uña por bruta y me esperan unos días muy atareada. Menos mal que queda este espacio donde despejar mi cabeza…

jueves, 12 de enero de 2012

EL ARGUMENTO

Bueno, pues ya es jueves otra vez, así que toca otro pequeño adelanto de la novela. Esta vez es el argumento, de qué va toda esta historia de El medallón de la magia.

¿Qué pensarías si de repente te enteras que has heredado una casa? ¿Y si en esa casa vive el fantasma de un soldado de Felipe IV? Amanda, una adolescente de dieciocho años, recibe una herencia de una tía abuela a la que no conoce, una mansión ruinosa cerca de Toledo. Dentro de la casa, protegiendo una fabulosa colección de libros antiguos habita el espectro de Alonso, quien transmite a Amanda una misión que debe cumplir: recuperar un medallón mágico que lleva perdido siglos. Tiene que ser ella porque solo una bruja de su estirpe puede cumplir el encargo. Claro que Amanda deberá primero convencerse de que es una bruja.


Ya queda poco…

El jueves que viene, algo más.

miércoles, 11 de enero de 2012

LAS CRÍTICAS

Cuando exponemos nuestro trabajo, cualquiera que sea, pero sobre todo cuando se trata de cuestiones en las que se ve implicada la creatividad, nos exponemos a las críticas. Estas a veces son buenas y otras no. Creo que de todas tenemos la obligación de aprender. De hecho, siempre he pensado que hacer algo mal y que alguien lo señale es la mejor manera de mejorar, porque la reflexión que debe seguir a esto es lo que te hace abrir tu mente, ver las cosas con otra perspectiva. Si nadie señala tus puntos débiles, jamás aprenderás.

Con mis alumnos suelo emplear este sistema. Más que decir, qué bien, todo el rato, suelo mostrarles lo que está mal. Nunca se me olvida buscar el lado positivo, eso sí, porque siempre, en todo, lo hay. En un examen catastrófico, donde la nota ha sido un dos, a lo mejor encuentro que, por otro lado, no han cometido ni una sola falta de ortografía. Primero vamos a lo que está mal, a lo que se olvidaron, a lo que se puede y se debe mejorar, e inmediatamente después vemos lo que estaba bien y los felicito por ello. No se enfadan conmigo. No veo por qué debería hacer lo mismo cuando la que comete errores soy yo.

Nadie es perfecto.

Además, creo que cada uno, a lo que hace, le aplica su subjetividad, su propia manera de entender el mundo. No me imagino una sociedad en la que todo el mundo estuviera de acuerdo en absolutamente todo.

Sería aburrida y peligrosa.