jueves, 4 de junio de 2015

YA ESTÁ A LA VENTA LA CHICA DE LAS FOTOS DE MAYTE ESTEBAN (HQÑ)

Esta noche, como Cenicienta, he esperado a que dieran las doce. A esa hora estaba previsto el estreno –se permitían ciertos minutos de retraso como cortesía–, y había que prepararse como esta novela merece. Como en realidad no me iba a ver nadie, lo que he preparado ha sido más sencillo que el vestido de la portada y la alfombra roja: una botella de vino blanco que puse a enfriar y un par de copas.

Con él voy a brindar.

Primero, por aquel día de diciembre de 2011, cuando surgió dentro de mí la primera semilla de esta novela, que nacía simplemente para entretenerme durante la Navidad. A continuación, por mis lectores cero, las tres personas que la leyeron antes de enviarla al HQÑ y que estuvieron seguros de que la que tenía entre manos era una buena historia. Después, a dos pedazo de amigas que no han dejado de alentarme todo este tiempo –y que estoy segura de que no dejarán de hacerlo-. A quienes han compartido estos días de preventa (preestreno casi) las promos, a quienes las han puesto por su cuenta, a quienes me han mandado todos esos preciosos mensajes de ánimo que he estado contestando hasta hace un momento y a los que incluso han hecho un conteo hacia atrás de este momento, para el que yo no he tenido ni tiempo.

A quienes me aguantáis con paciencia los enlaces que de pronto llenan mis perfiles sociales cuando me dan arrebatos de sobreprotección maternal hacia la novela.

No  pongo nombres porque siempre me olvido de alguien y no es justo. Al fin y al cabo, quienes sois os reconoceréis.

Y en último lugar, pero no los últimos, a todos y cada uno de vosotros, los que esta noche recibiréis en vuestro lector el libro. La confianza mostrada en mí al comprarlo a ciegas emociona y pesa a partes iguales. Espero devolvérosla con palabras: las de la novela.

Todo empieza en Grimiel, un pequeño pueblo en la falda de una montaña, a unas tres horas al norte de Madrid. Es invierno, y lunes, así que el coqueto hotel rural está a punto de cerrar. Luisa se irá a ver su serie, Dani a celebrar su cumpleaños y Rocío seguirá con los eternos preparativos de su boda, para la que queda mes y medio. Nada parece interrumpir la suave rutina que preside entre semana este pequeño paraíso. ¿Nada? Este lunes, sí. Una pareja de actores, Lucía Vega y Alberto Enríquez, lo han elegido para relajarse antes del estreno de su última película. La prensa no tiene que saber de su idílico descanso, y mucho menos de la relación que los une. Al menos hasta que la película se estrene.

Pero ¿todo esto es verdad o no es más que parte de un guion de cine?

Leo estos días un libro, Mientras escribo, de Stephen King. En él dice que pone a los personajes en una clase de aprieto y se dedica a observar y transcribir cómo salen de él. Pues algo así es lo que hice.


Espero que os divirtáis.

lunes, 1 de junio de 2015

DESCUBRIENDO A VALENTINA DE MARA MACBELL


Sinopsis:

Cuando descubres que tu vida no es todo lo que podría llegar a ser; cuando piensas que no estás sacándole todo el jugo que podría tener... entonces tienes que reconstruirlo todo y, en especial, reconstruirte a ti misma.
Valentina ha temido esa decisión durante los últimos años en los que ha estado viviendo una vida que a priori debía pertenecerle, pero con la que jamás se ha sentido completa.
La aparición de una persona, extrañada pero no extraña, le ayudará a dar el paso idóneo para despertar en ella su parte más íntima y más real: su verdadera identidad, anulada durante el tiempo suficiente como para que esta resurja con la fuerza necesaria para afrontar su futuro inminente.
El apoyo de sus amigos será indispensable para no desviarse del camino trazado, para no tropezar y para huir de las incertidumbres.
Pero, ¿para levantarse, no es necesario caer anteriormente? ¿Y si el camino trazado fuese el primer desvío hacia la verdadera felicidad de Valentina?

Mis impresiones:

Lo primero que tengo que decir es que fue toda una sorpresa descubrir que conocía a Mara Macbell. Detrás del seudónimo estaba Maca, alguien con quien interactuaba en las redes, a la que conocía a través de su blog, pero como siempre voy a la carrera no me había dado cuenta de que tenía un seudónimo con el que escribía. Cuando compré Descubriendo a Valentina, en preventa, no sabía que era ella, simplemente había leído a quienes habían tenido la oportunidad de leer el libro antes de que se publicase y sus opiniones positivas me empujaron a decidirme por él.

¡Fue genial!

Descubriendo a Valentina es una historia fresca, actual, con un personaje que enamora desde el principio. Su situación personal es complicada, pero no pierde el sentido del humor en ningún momento cuando empieza a contarla en primera persona, y eso hace que sigas leyendo, empapándote con sus inquietudes que se van haciendo un poco tuyas. Valentina viene de un matrimonio en el que se ha sentido anulada y la decisión de dar por terminada esa historia le ayuda a tomarla Jack, un hombre al que ha conocido a través de un chat y con el que siente una conexión especial, aunque nunca se hayan visto. Cuando se marcha de casa lo hace sin nada, se instala en casa de su mejor amiga, Rebeca, y allí vuelve a coincidir con Rubén, el hermano pequeño de Rebeca, que se ha convertido en un hombre atractivo. Valentina y Rubén empiezan una relación en la que ella se muestra cauta, porque después de lo vivido le da miedo el compromiso, pero la personalidad de él, la manera de comportarse con Valentina van haciendo que pierda todos los miedos.

¿Por qué os la recomiendo?

Pues porque es de esas historias que se leen solas, que cuando te quieres dar cuenta llevas media novela y no quieres que se termine, aunque a la vez buscas llegar al final, seguir de la mano de un personaje que le ha salido redondo.

Descubriendo a Valentina es una novela autoeditada, está disponible en Amazon por menos de lo que cuesta un café y prueba de que lo que estoy contando sobre su calidad es cierto es que en menos de un mes se ha colocado número uno del top. De verdad, hacedme caso, descubrid a Valentina porque no os vais a arrepentir.

Tiene un alto contenido erótico, pero está tan bien contado, con tanto sentido del humor, que hay escenas en las que vais a soltar una carcajada.


Felicidades Maca/Mara, me has conquistado.

jueves, 28 de mayo de 2015

ASÍ EMPIEZA... LA CHICA DE LAS FOTOS

Grimiel

Cocina del hotel. Lunes por la tarde.

Rocío irrumpió en la cocina del hotel empujando la puerta con energía y se dejó caer rendida en la silla más cercana al acceso del restaurante. Las bisagras batientes tardaron un poco en encontrar de nuevo el punto de reposo.
—¡Catorce habitaciones terminadas! ¡Odio los lunes con todas mis fuerzas! —dijo mientras se servía agua de una jarra.
—No te quejes tanto, sabemos que te encanta venir a vernos cuando acabas de borrar el rastro de los clientes del fin de semana.
Daniel, el cocinero, acercó a Rocío un café recién hecho y el último trozo de la tarta de chocolate que había preparado para celebrar su entrada en la treintena.
—¡Felicidades! —dijo ella, levantándose para darle un sonoro beso. Apretó los labios contra su mejilla dejando un bonito estampado de carmín digno de protagonizar una camiseta.
—Ya pensaba que se te olvidaba, por eso he decidido guardarte una pista —aclaró Daniel—. Estos buitres no han dejado nada más.
Desde el otro extremo de la cocina se escuchó un gruñido, un murmullo ininteligible al que ninguno de los dos prestó la más mínima atención. Luisa, ayudante de cocina y camarera ocasional, limpiaba la plancha con energía. Para ella la jornada laboral se terminaba en el instante en el que decidía que se podía ir a casa. No le preocupaba si había llegado la hora, solo si le parecía que el trabajo estaba terminado.
—¿Qué hora es? —preguntó Rocío. Se había vuelto a olvidar del reloj en el cuarto donde se cambiaban.
—Las cinco y media. Hoy has acabado antes que otros días. ¿No te habrás dejado alguna habitación a medias?
—¿Dudas de mi profesionalidad, Daniel? —Sonrió Rocío—. ¡Esta tarta está deliciosa! Me tienes que dar la receta —dijo, saboreando los restos de chocolate prisioneros en la comisura de sus labios.
—¿Y se puede saber para qué quieres mi receta de la tarta de chocolate? Reconócelo, no tienes ni idea de repostería, te acabarás cargando esta obra de arte.
—Tendré que empezar a aprender ahora. Mi madre dejará de cocinar para mí dentro de poco más de un mes —apuntó Rocío —. Por cierto, ¿de verdad crees que tengo tan mala memoria como para olvidarme por completo de tu cumpleaños, Daniel?
Se levantó, salió al comedor a través de la puerta de la cocina y volvió con una enorme caja que llevaba todo el día esperando escondida debajo de una de las mesas.
—¡Vamos, Dani! ¡Cógela! ¡Cuidado, pesa mucho!
El cocinero, estupefacto por recibir un regalo y por el tamaño del colorido paquete que cargaba la camarera, tardó un poco en reaccionar. Rocío se lo puso en las manos cuando todavía no había logrado cerrar la boca.
—¿Lo abro?
—No, si quieres te puedes quedar mirándolo eternamente… ¡Pues claro, hombre! ¡Ábrelo!
La paciencia no era una virtud de Daniel así que en pocos instantes el envoltorio acabó hecho trizas, desperdigado por la cocina del hotel.
—No quiero ver un solo papel en el suelo —gruñó Luisa.
Incluso de espaldas era capaz de adivinar el desorden montado por Daniel. Sin embargo, este, más pendiente de descubrir lo que contenía el paquete que de su huraña ayudante, no le hizo el más mínimo caso. Debajo de los papeles había una caja blanca. Cuando Daniel quitó la tapa y descubrió su contenido los ojos se le abrieron como platos.
—¡La madre que…!
—Como puedes comprobar, sí sé hacer tartas, colega —dijo Rocío sonriente, remarcando la afirmación—. Las mías tienen un aspecto tan apetecible como las tuyas aunque… te aconsejaría que no intentes hincarle el diente, puede que después necesites visitar al dentista y de eso no me haré cargo, te lo advierto.
—¡Pero es espectacular, Ro! Parece… real.
—Tócala, es real… pero no creo que te la quieras comer.
La tarta, de tres pisos, simulaba estar recubierta de una capa de fondant blanca y una cascada de flores rosas con sépalos y hojas verdes la recorría formando una espiral. El delicado diseño de las flores se repetía en el plato sobre el cual se apoyaba. Cuando Daniel la sacó, comprobó que pesaba bastante más que las suyas.
—Desventajas de usar arcilla en lugar de huevos, azúcar y harina —dijo Rocío intuyendo su pensamiento por la expresión de su rostro.
—Eres una artista, deberías dedicarte a esto profesionalmente, te lo digo en serio.
—Me moriría de hambre, Dani. Mejor seguiré limpiando habitaciones que es muchísimo más rentable: el arte no llena la bolsa, al contrario, acabaría gastando todo en más material. Felicidades, ya me contarás cómo es eso de inaugurar la tercera década.
La ayudante dejó de frotar para interrumpir la conversación con una lacónica pregunta.
—¿Ya tienes todo preparado para la boda?
Rocío sonrió. A veces parecía que Luisa vivía en su mundo, pero no era cierto, siempre se enteraba de todo. En lo concerniente a su boda era normal: ella no hablaba de otra cosa desde hacía unos meses, del gran día que la uniría para siempre a Óscar, su novio de toda la vida. Los preparativos le estaban robando mucho tiempo, pero le encantaba tenerlo todo bajo control.
—No, quedan muchos detalles, pero aún tengo tiempo.
—Yo no me voy a casar nunca —dijo Daniel—. Cada vez que lo pienso... Fotos, invitaciones, flores, trajes, restaurante, iglesia... y eso sin contar con colocar a la gente en las mesas del superbanquete. ¡Qué locura! Si algún día a mi cabeza le da por hacer saltos mortales sin red y decido casarme lo haré en secreto.
—Se te ha olvidado la despedida de soltera en esa lista interminable —sonrió Rocío.
—No se me ha olvidado, bonita, suponía que de esa se iban a encargar tus amigas.
—Ni loca dejo que se ocupen de ella, ¡qué dices...! A saber qué se les ocurriría.
—Ese día está pensado para hacer una última locura hasta que te encierren en esa cárcel sin rejas que se llama matrimonio. Si la preparas tú, seguro que locuras haréis pocas —apuntó Daniel.
—Yo volví a los dos días a casa —dijo Luisa—, y no me acordaba de nada.
Daniel y Rocío se quedaron mirándola un instante. Luisa rondaba los sesenta años y hasta donde sabían estaba soltera, por lo que el comentario los pilló desprevenidos. No entendían a qué despedida se refería. De todos modos era muy complicado seguir los pensamientos de Luisa y siempre era mejor no preguntarle si no se querían llevar una respuesta brusca, así que siguieron hablando como si ella no estuviera.
—La verdad, estoy atacada —continuó Rocío—. No me imaginaba que preparar una boda estresara tanto, pero estoy contenta, es lo que quiero.
—El merluzo de tu novio te estará ayudando, ¿no? —preguntó el cocinero.
—¡No le llames merluzo!
—Es pescadero y un poco merluzo, si me lo permites.—¡Dani!
—¿Te está ayudando Óscar o no?
—Lo que puede, ya sabes que se levanta pronto para ir al mercado y luego le espera la tienda... Yo me ocupo de casi todo lo relacionado con la boda.
Daniel se dio la vuelta. No quería hacer otro comentario desagradable. Le tenía demasiado cariño a Rocío como para dañarla, pero por otro lado sentía que alguien debería hacer algo antes de que cometiera el error de su vida. Le parecía una flor demasiado preciosa para marchitarse al lado de un tipo como Óscar. Acabaría trabajando con él en la pescadería y terminaría desdibujándose entre la rutina que esperaba agazapada en cuanto se apagasen las luces de esa boda. Con él, el recorrido era corto: de casa a la pescadería y de la pescadería a casa.
—Rocío, te estaba buscando, ¡menos mal que no te has ido!
Marcos, el dueño del hotel, entró precipitadamente en la cocina, llevándose por delante los cubos de agua que Luisa había dejado preparados para fregar el suelo cuando terminase con la plancha. La mirada reprobadora a su jefe provocó que este se arrugase al instante.
—Perdón, Luisa. Lo siento, de verdad, no los he visto. Ya lo recojo, no te preocupes.
Rocío y Daniel contuvieron la risa ante la cara de apuro del que se suponía que era el jefe de todos, aunque, por su manera de actuar, siempre parecía estar tres pasos por debajo de Luisa en el escalafón de mando.
—Rocío, una emergencia —logró decir Marcos mientras escurría la fregona en el cubo rojo.
—¿Emergencia? —preguntó ella mientras apuraba la tarta.
—Sí, te necesito un rato más.
—Pero...
—Te prometo que te pagaré el doble por este tiempo, pero tienes que preparar la suite.
Rocío lo miró extrañada. La suite se había ocupado el día anterior y la había dejado lista, como el resto de las habitaciones.
—La suite está perfecta, Marcos. ¿Me he olvidado de algo?
—No, no, tú has hecho bien tu trabajo, de eso estoy seguro. Luisa, ¿así está bien? —preguntó Marcos, dirigiéndose a la ayudante de cocina, que contestó con un gruñido cuando comprobó que el suelo estaba casi más mojado que al principio.
—Pues no lo entiendo —dijo Rocío—. Si está bien, ¿para qué tengo que prepararla otra vez?
—Me acaban de llamar porque Alberto Enríquez y Lucía Vega llegarán dentro de un par de horas para quedarse hasta el jueves. ¡En mi hotel! ¿No es genial?
—¿Los actores? —preguntó Daniel.
—Los mismos. Se ve que van a estrenar una película y han decidido tomarse unos días de vacaciones antes de que empiece todo el lío ese de la promoción.
Rocío no era demasiado asidua de la prensa rosa ni de los programas del corazón, pero no había que serlo para conocer a Alberto Enríquez y Lucía Vega. Además de ser dos de los actores españoles con más proyección internacional, acababan de protagonizar una película cuyo estreno era inminente. No se hablaba de otra cosa en esos programas televisivos que su madre devoraba cada tarde.
La elección del hotel para aislarse durante unos días parecía justificada. El establecimiento era un pequeño alojamiento rural con encanto situado muy cerca de la montaña y relativamente alejado de la capital. Era el lugar ideal para que se pudieran sentir cómodos. En un pueblo diminuto seguro que su presencia generaría cierto revuelo: los vecinos sentirían curiosidad por los ilustres visitantes y especularían sobre las razones de su visita, pero enseguida volverían la vista hacia sus asuntos y les dejarían pasar unos días tranquilos. La curiosidad de la gente de la zona por los extraños se limitaba al principio. Cuando algo alteraba su calma, la rutina suave que presidía su forma de vida, se paraban a mirar. No duraba mucho. De todos modos, era tan poca la gente en el pueblo durante el invierno que el alboroto no provocaría un vendaval sino, como mucho, una suave brisa.
—Pero, Marcos, ¿qué tengo que hacer...? —Rocío se quería marchar, aunque la curiosidad impulsó sus labios.
—Nada, nada, manías de famosos. Quieren sábanas de hilo, toallas rosa palo, un jabón especial que solo tienen en la farmacia de Lorsa y... ¡No me acuerdo! ¡Algo más que se me olvida!
—Tranquilo, Marcos —dijo Daniel—. Siéntate y te preparo una tila.
Rocío se levantó de la silla para cedérsela a su jefe.
—¡Ya sé! Una cesta de fruta, un benjamín de cava, bombones...
—Una caja de condones... —añadió Daniel.
—¡Dani! ¿No ves que se está poniendo muy nervioso? —Se enfadó Rocío—. Deja de decir chorradas.
—Era otra cosa, algo más de la habitación... Era... Era...
—Marcos, ya te acordarás, no te preocupes. Hay que buscar sábanas de hilo y toallas rosa palo. Lo que no sé es de dónde las vamos a sacar. En el hotel no hay nada de eso y en Lorsa lo veo complicado —dijo Rocío. El pueblo de al lado era más grande que Grimiel, pero no tanto como para que les fuera fácil localizar unas toallas de ese color sin encargarlas.
—¡Ay, Dios! La oportunidad del siglo para elevar la categoría de este sitio definitivamente, y vamos a fallar por unas malditas sábanas rosa palo y unas toallas de hilo.
—Al revés —corrigió la chica.
—¿Qué?
—Sábanas de hilo y toallas rosa palo, o eso has dicho antes.
—Ya no sé ni lo que digo... No lo lograremos.
—Creo... —Ella había tenido una idea.
—¿No me digas que sabes dónde encontrarlas?
La radiante sonrisa de Rocío dibujó la posible solución al contratiempo.

—Vuelvo en un momento.
* * *

¿Os apetece seguir? Os dejo el enlace de compra. En una semana ya estará disponible para lectura.


Os agradezco mucho los tuits y los enlaces que estáis poniendo por todas partes. ¡Sois geniales! No os olvidéis incluir en Twitter el hastag #LaChicaDeLasFotos para reunirlos.


martes, 26 de mayo de 2015

LA CHICA DE LAS FOTOS de MAYTE ESTEBAN





Sinopsis:

Rocío, camarera de pisos de un hotel rural y escultora en sus ratos libres, vive al borde de un ataque de ansiedad: el día de su boda está a la vuelta de la esquina, faltan muchos detalles por concretar aún y su novio no ayuda. Para colmo, se encuentra con que tiene que trabajar horas extra en el hotel. Todo debe estar impecable para la llegada de Alberto Enríquez y Lucía Vega, la pareja de actores de cine más rutilante del momento. Cuando aparecen, a Rocío le ocurre algo que no logra entender. Es verdad que Alberto tiene un físico imponente y una mirada terriblemente sexy, pero lo que empieza a sentir es desconcertante e inoportuno, y por ello lo trata de manera fría, hasta brusca.

Alberto enseguida descubre que Rocío no es la típica muchacha encandilada por un famoso y justo eso es lo que llama su atención. Sin embargo, algo se le escapa: ¿por qué Rocío evita mirarlo a los ojos? Impaciente por descubrirlo, idea mil maneras de tropezar con la esquiva camarera. Con lo que no cuenta es con que la prensa sensacionalista es capaz de cualquier cosa con tal de lograr una exclusiva.


* * *

¡Ya está en preventa!

Pincha aquí para verla en la página

Desde ya mismo podéis descargar mi nueva novela, LA CHICA DE LAS FOTOS y el 4 de junio se transferirá automáticamente a vuestros lectores electrónicos. Al menos desde Amazon, y hablo de esta página porque es la que más controlo.

Tenía muchísimas ganas de poder contaros esto. Han sido muchos meses desde que puse la palabra fin (mentira, nunca la pongo) a esta historia.

Sé que todas las novelas tienen dos maneras de verse. La primera, la importante, leyéndolas y empapándonos de la historia que nos cuentan. Hay otra, cuando conoces detalles del proceso de creación, que te hacen mirarla con otros ojos.

Yo dejo que la primera la descubráis y os pido una cosa: hacedlo también para mí. Contadme lo que os ha parecido, porque me ayudará a aprender, que es en definitiva para lo que estoy aquí. Supongo que con todo lo que me habéis ido diciendo de las otras he construido el camino que me ha llevado a ser finalista en el HQÑ, pero sabéis también que soy inquieta y que no me voy a quedar parada.

No puedo.

La segunda historia me corresponde contarla a mí. Os diré que esta novela la empecé en las navidades de 2011. Por aquel entonces descubrí que no sabía poner la raya. He aprendido leyendo pero nunca me había fijado en detalles que no estaba haciendo bien. Leyendo en un blog supe que lo estaba haciendo muy mal y se me ocurrió que una manera divertida de aprender era empezar a escribir una historia en la que me tenía que obligar a seguir las reglas.

En quince días tenía las cuarenta mil primeras palabras.

Ya, ya sé que suena excesivo, pero estábamos de vacaciones y tenía mucho tiempo libre y muchas ideas en la cabeza, además de otra cosa: ninguna intención con ella. Eso es lo mejor, porque te libera de presiones absurdas y me permitió ir avanzando con paso seguro. Una palabra detrás de otra la historia fue tomando cuerpo y creció de forma sorprendente.

Después, un frenazo.

Tenía otras cuestiones en mente, meterme en el lío de publicar en Amazon, por ejemplo. Dos novelas pugnaban por ser la primera: Detrás del cristal y El medallón de la magia. Ganó la segunda, quizá porque la primera lectura cero de la primera no fue hecha por la persona más indicada (no volveré a contar esto porque no quiero ni acordarme de lo que estuve a punto de hacer con ella). Publiqué El medallón, le siguieron La arena del reloj y Su chico de alquiler y con esas tres tuve más que suficiente. Me estaban pasando tantas cosas y todas tan alucinantes que esta novela se quedó perdida.

La publicación de Detrás del cristal, su éxito inmediato en 2013, el contrato con Ediciones B y el lanzamiento en papel para 2014 siguieron, y La chica de las fotos siguió escondida entre los proyectos inacabados. Incluso escribí otra novela ATCLV, que sigue esperando su oportunidad (no seáis pesados, la tendrá, yo creo en ella firmemente, pero dejadme que lo siga intentando un poco más).

El verano pasado me puse como meta terminar dos novelas. Una fue Brianda, el origen del medallón, con la que quería dar por cerrada la aventura en Amazon que empezó dos años antes. La otra, esta chica a la que un paparazzi mete en el lío de su vida. Como no sé escribir novelas de una en una fui saltando, ocupando mi tiempo en ambas a partes iguales.

Cuando la terminé y le hice la revisión pertinente, no me lo pensé.

Había visto ya el certamen HQÑ y pensé que, tanto la trama como el estilo en el que está escrita, encajaban a la perfección en lo que buscaban. Como estoy loca, pero solo a medias, le pedí a una amiga (Yas) que se la leyera. Su entusiasmo, contagioso, me hizo cerrar los ojos y enviarla.

Siempre creí en ella.

Es algo que a veces sucede, te convences de que las cosas pueden pasar y ocurren. Cuando la editora, María Eugenia Rivera, me llamó, mi cabeza era un hervidero. Alegría. Sorpresa. El pensamiento de que mi mente estaba enfocada en esto y había sucedido... No sé. Fue un subidón, en un momento más que oportuno porque me estaba planteando, en serio, dejar esto de una vez.

¿Qué vais a encontrar? Pues una historia romántica, o dos, quién sabe. Una pequeña reflexión sobre la prensa rosa y los pocos escrúpulos que de vez en cuando se gastan. Un estreno. Líos. Risas. Un adolescente que me encanta...

Os dejo que seáis vosotros quienes me lo contéis.

¡Pero hacedlo!

Es importante para mí.

Muchas gracias al equipo de HarperCollins Ibérica por confiar en mí y sobre todo a María Eugenia Rivera, mi editora, que siempre está disponible para cualquier pregunta tonta que se me ocurra. También quiero darle las gracias a Mónica Sota por la portada. ¡Me encanta!

martes, 19 de mayo de 2015

EL MEDALLÓN DE LA MAGIA EN EL CEO VIRGEN DE LA PEÑA (SEPÚLVEDA)

El lunes 18 de mayo estuve en Sepúlveda. Visitar esta villa castellana es un placer. Cada uno de sus rincones está lleno de historia y es siempre agradable pasear por sus calles empedradas, después de degustar un cordero asado, el plato del que se sienten orgullosos sus habitantes.

Pero no fue una visita turística el motivo por el que estuve allí. Fue otro más literario, fui al CEO Virgen de la Peña, el centro de enseñanza obligatoria de Sepúlveda, donde los alumnos de MAE leyeron El medallón de la magia. Tuvimos un encuentro en el que pudieron preguntar sobre todas las cuestiones que les habían llamado la atención de la historia y sobre el proceso de escritura de una novela.

Siempre que me enfrento a una charla, una firma o cualquier encuentro con lectores reconozco que me pongo muy nerviosa. La escritura es una actividad solitaria y reflexiva, todo lo contrario a encontrarte frente a un auditorio. Esto supone un choque puesto que las respuestas a las preguntas no permiten un mínimo de reflexión si quieres que el acto mantenga la fluidez adecuada. Sin embargo, con los chicos yo estoy siempre como pez en el agua. Con ellos me siento muy cómoda y en este caso tuve la sensación de que, después de un principio en el que estaban más cortados, a medida que avanzaba el acto iban perdiendo la timidez y preguntando cada vez más.

Lo pasé muy bien. Recordé el principio de toda esta aventura en la que estoy inmersa y volví a situarme en ese tiempo en el que tome la decisión (inconsciente del todo) de convertir mi afición en otra cosa. El medallón de la magia y Brianda para mí son dos novelas mágicas, no solo por el tema que tratan, sino porque la primera me cambió la vida y la segunda me ha hecho aprender de verdad lo que significa escribir, trabajar un relato hasta dejarlo como quieres.

Cuando llegué habían preparado un escenario, lo cual me sorprendió mucho.



El director del centro, Patricio Pérez, preparó el equipo de sonido y, micrófono en mano, me presentó brevemente, dejando que fuera yo quien les contara cómo había llegado hasta allí, hasta estar frente a ellos en ese salón de actos. Intenté ser concisa, pero va habiendo tantos datos ya en mi biografía que me voy a tener que plantear, en serio, para futuras ocasiones, reducir esta parte, puesto que la que más me gusta es la siguiente, cuando se empieza a hablar del libro y ellos comienzan a preguntar.



Me preguntaron muchísimas cosas. Una de ellas, si creía en la magia, me dio opción a leer un párrafo de la novela. No, no creo en la magia como está planteada en el libro, pero sí en la magia de las palabras, y eso aproveché para contarlo de alguna manera en el medallón:

Siempre imaginó que los conjuros estaban hechos de grandes palabras, palabras hermosas que, al estar unidas por las reglas gramaticales, provocaban aquellas mutaciones de la realidad con las que le costaba tanto convivir. Pensaba que eran algo parecido a los poemas de los grandes escritores, que tenían la virtud de despertar emociones. Un poema de Quevedo, o de Góngora, su eterno enemigo, eran mucho más prodigiosos. Por eso, cada vez que se escuchaba recitar un conjuro, no entendía cómo era posible que aquellas palabras tan burdamente trabadas pudieran modificar la realidad. Sin embargo lo hacían. 

Además de preguntas sobre el libro, les interesaban otras cuestiones. Me dio mucha pena tener que contestar negativamente a una de ellas, cuando uno se interesó por saber si se puede vivir de la escritura. Pero no iba a mentir, de momento creo que son muy pocos los privilegiados que se pueden mantener solo de las palabras que escriben en sus libros. Ojalá fuera posible para mí, pero no, a día de hoy no es posible. De todas maneras les hablé de una frase que siempre repito:

Lo imposible solo tarda un poco más.

El éxito en todas las empresas de la vida creo que está en la paciencia para esperar por ellas. Si no la tenemos, si abandonamos los sueños, entonces es cuando no se cumplen. Hay que esperar el momento y estar ahí para cuando llegue.

Entre las preguntas destacó una que siempre me hacen,  los escritores a los que admiro. Son tantos que sería más que injusto hablar de unos y dejarme a otros, así que aproveché para leer otro fragmento de la novela, donde hablo de otro libro, uno imprescindible en la historia de la literatura. No sé si hay que haberlo leído, pero sí al menos conocerlo y valorar su importancia. Por eso, como este libro lo escribí para mi hijo, lo incluí:


Alonso se había sentado en una butaca frente al lecho. Velaría su sueño toda la noche, feliz por tener, por fin, una tarea diferente. Después de tantos años sin poder hablar nada más que con espíritus hostiles a los que, por lo común, sólo dirigía improperios, era magnífico hablar con un ser humano, cuidar de Amanda en lugar de los libros. De esos, que se ocupara el nuevo, que para eso había sido convocado. 
Pensó que cuando llegó allí apenas sabía leer. Juntaba las letras pero era bastante lento. Durante el confinamiento en la biblioteca tuvo siglos para practicar y aprender del saber antiguo que había recopilado Brianda. No había estado tan mal. Además también había libros de aventuras con los que disfrutó muchísimo, aunque estaba seguro de que, si alguien se hubiera tomado la molestia de escribir las que vivió con su amo, hubieran sido casi más emocionantes. 

Uno de los libros que más veces había releído versaba sobre las aventuras de un hidalgo modesto y maduro que llevaba su mismo nombre, enloquecido por los libros de caballerías que decidió salir a vivir sus propias aventuras, llevando como escudero a un humilde labrador. Mirando a Amanda dormida imaginó que el Alonso del libro debió ver en su imaginación a Dulcinea muy parecida a aquella preciosa criatura. Desde que la viese aquella mañana no podía dejar de pensar que era la mujer más hermosa que había visto jamás. Sus ojos verdes, que lo miraban todo con una curiosidad infinita, eran un lugar en el que le encantaría desaparecer para siempre. Tenía carácter, eso estaba claro, pero no le desagradaba en absoluto una mujer así. Le gustaría acariciar de nuevo aquel cabello que imaginaba suave y perderse en la blanca piel de su cuello. Tanto tiempo encerrado habían hecho mella en su entendimiento, como en el de aquel caballero andante y, mientras la miraba, empezó a imaginarla perdida entre sus brazos, gozando de aquellas sensaciones que en vida sólo compartió con la posadera y alguna mujer de mala vida de las que acompañaban a las tropas en Flandes.

El medallón de la magia lo escribí para mi hijo y con su ayuda a la hora de elegir escenarios. Me preguntaron si había visitado Toledo o Turégano para documentarme (claro que lo hice) y me hizo mucha gracia una de las preguntas: ¿Tú hijo te ve como una escritora? Sonreí y les dije que creo que mi hijo me ve como su madre.

Me quedo con ese ratito con ellos para guardarlo entre mis mejores recuerdos. Tengo una foto muy chula de grupo, pero como son menores me la quedo para mí, en privado. Os dejo otras en las que, no sé por qué, parece que estoy cantando. Supongo que estaba tan feliz que se me olvidó dejar de gesticular. 

Ah, si queréis, chicos, vuelvo otro día.