sábado, 24 de noviembre de 2018

CALLE DE GAZTAMBIDE




Ayer pasé un par de horas paseando a solas por Madrid. Llegué poco antes de las dos y en diez minutos resolví mi primera cita del día. La siguiente no era hasta casi las cuatro, así que tenía tiempo para mirar las tiendas, alborotadas con las ofertas del black friday, y comer a solas. Mientras paseaba, procurando no alejarme demasiado de Princesa para no perderme, tropecé con una calle: Gaztambide.

No sé si os ha pasado que un solo nombre active los recuerdos de una etapa muy remota de vuestra vida.

Yo podría tener, quizá, seis o siete años. Recuerdo los sábados como días especiales, días en los que había una ruta trazada de antemano: convento del Sagrado Corazón, en Chamartín, donde íbamos a darle un beso a la hermana de mi abuelo, una de las monjas. Después, calle de Gaztambide, donde mi madre dejaba el trabajo que hacía en casa durante de la semana y recogía el material para la siguiente. Un paseo por Sol, una vuelta por El Corte Inglés, algún capricho que siempre era inevitable que mi padre nos concediera a mi hermana y a mí, y camino de la siguiente parada, Marcelo Usera, un décimo piso donde vivían las tías de mi padre, al que mi hermana y yo subíamos andando por el puro placer de retarnos a ver quién tardaba menos.

No estábamos locas, éramos pequeñas y teníamos más energía que ahora.

Ayer, cuando me encontré en la calle, la comparé con mis recuerdos y vi que había cambiado, pero lo que yo guardo en mi mente, cuatro décadas después sigue intacto. Recuerdo el olor del café recién hecho cuando entrabas en la casa de la tía María. Puedo ver mi mano pequeñita aferrada a las escaleras mecánicas de los grandes almacenes y, sin esforzarme, rememoro el luminoso de la hucha en la Castellana, cuando ya era de noche y volvíamos a casa en el coche. Recuerdo que me esforzaba por llegar despierta para ver cómo la moneda se metía dentro una y otra vez y que, pasado ese punto, cerraba los ojos y ya no despertaba hasta que llegábamos a casa.

No sé cuándo fue la última vez que la vi.

Ayer solo leí Gaztambide y todo volvió.

Ayer solo fue una palabra, pero me llevo a otra vida.

martes, 13 de noviembre de 2018

AQUELLO QUE FUIMOS, DE PILAR MUÑOZ, GANADORA DEL PREMIO INDIE DE AMAZON 2018



No sé cuándo supe de este proyecto, pero sí sé que fue hace años. Pilar empezó a escribir una novela "sencillita", pero poco a poco su mente fue llenándose de ideas y la hizo mucho más profunda. Tenía ganas de contar algo especial, de manera diferente, aunque ello le costase horas y horas en las que tuvo que tomar decisiones de esas nuestras, de escritor, que tienen que ver con narradores, puntos de vista y tiempos verbales. Tuvo que seleccionar información y decidir en qué momento la mostraba para conseguir el efecto que ella quería.

Y la terminó.

Cuando vi la novela, no pude más que quitarme el sombrero. Era una de esas novelas grandes que te llenan y le dije, como todos los que estábamos a su alrededor, que le diera una oportunidad grande. Me consta que lo hizo, que tanteó, que llamó a puertas y que todas se volvieron a cerrar. Fue un tiempo complicado, pero el destino juega sus cartas cuando tiene algo guardado en una manga.

Cuando casi había desistido, llegó el concurso indie.

Ella ya había participado en 2017 y todos los que estábamos a su alrededor concluimos que esta novela, Aquello que fuimos, no se movía en los parámetros que habíamos visto del concurso en otras ediciones, pero se ajustaba a las bases como un anillo a un dedo al que está destinado: originalidad y calidad literaria no le faltan. Allá la envío, con la esperanza no de ganar sino de que, por lo menos, lograra con ella esa visibilidad de la lista que haría que encontrase lectores, como sucedió con Un café a las seis.

Porque Pilar, como el resto de escritores la rodeamos, es lo que quiere de este mundo: un puñado de personas a las que ofrecer su historia para que la lean y, si es posible, que la disfruten.

A las dos semanas, nos habíamos dado por vencidos con el concurso. Lo que destacaba en ventas se alejaba mucho de Aquello que fuimos, era muy diferente, y además Pilar no se empecinó en bombardear las redes con promos a cada momento. Sus lectores, los que ya tenía de otras novelas, respondieron de maravilla y cuando el cupo parecía cubierto la novela ralentizó sus ventas. Pilar decidió dejarla viajar sola durante casi todo el verano y le dio tiempo para volver a ella en el otoño, puesto que parecía más una novela para disfrutar en un tiempo más calmado.

Pero algo sucedió que descolocó los planes.

El 17 de septiembre, Pilar recibió una llamada desde Amazon. Su estupefacción fue enorme al enterarse de que era finalista del concurso; supongo que si se lo hubieran dicho el año pasado no habría sido tan chocante, Un café a las seis ocupó muy buenas posiciones de ventas y gustó mucho.  Sin embargo, Aquello que fuimos, con sus pasos tranquilos supuso toda una sorpresa.

Ese primer día, cuando solo se lo comentó a los íntimos, lo recuerdo como pura magia. El siguiente, cuando se anunció en las redes, fue todavía más especial. El tercero, cuando llegaron quienes siempre ponen en duda todo, los que la queremos lo vivimos con ella desde la distancia autoimpuesta de mantener la elegancia. Porque hay que ser elegantes.  Porque, en realidad, no cabe otra opción. Porque las rabietas son de niños pequeños y ya vamos teniendo una edad (maravillosa, todo hay que decirlo).

Hasta que llegó el fallo del veredicto, soñamos con Pilar. Fueron días de muchas risas, de hipótesis locas, de soñar con los ojos abiertos y construir escenarios rocambolescos con lo que, de verdad, disfruté mucho. Fue también en momento de mandar a tomar por el culo a los agoreros que decían que tuviéramos cuidado, que a veces los sueños no se cumplen. Ya, lo sabemos, los sueños a veces se desvanecen nada más despertarte, pero no creo que sea malo permitirse soñar mientras estás dormido. Rejuvenece, revitaliza, reconforta y mil palabras más que empiezan por re que yo no iba a permitir que me cercenaran porque sí. Ni iba a permitir que se los cercenasen a ella, porque el trabajo que había hecho era impecable y todo buen trabajo se merece una recompensa, aunque no sea la definitiva que a veces apunta en el horizonte.

Pero ha pasado.

Ha ganado.

A veces las cosas no suceden antes porque hay algo mucho mejor esperando más adelante, lo sabemos, pero a menudo lo olvidamos.

Me pregunto hoy cómo ha podido suceder, me consta de los prejuicios de mucha gente que solo mirando la portada se pensaron "bah, otra novela romántica más", sin pararse a leerla con atención, sin darse cuenta de que de romántica, del género del XXI (dejemos de llamarla rosa, es un insulto), no tiene nada porque no cumple ni uno solo de los parámetros del género. Por eso Pilar no la catalogó ahí, porque no lo es. Se trata de Narrativa, con mayúsculas, una novela grande de las que te hacen pensar y escrita con un pulso exquisito.

Ha ganado y yo no puedo estar más feliz.

Ahora el corazón late loco porque esto no es más que una puerta abierta, el reconocimiento a una autora que lleva AÑOS haciendo un buen trabajo con la elegancia de una señora. Que va a seguir luchando por sus novelas, que serán como ella, mejores con los años. Porque es como el buen vino, que va ganando en enteros a medida que el tiempo pasa por él.

Esta puerta quizá le abra otras, o eso espero yo, porque su voz narrativa no se puede quedar en silencio tras esto. No es por el premio, ella tiene más obras premiadas, es porque ya es el momento de que pase a un primer plano y que conquiste a más lectores; porque los conquistará a poco que se lo permitan.

Yo estoy orgullosa de ella, de ser su amiga desde hace años, de compartir esta aventura y de que no se avergüence de formar parte de este aquelarre de brujas que formamos con María José Moreno. Las brujas andaluzas por mayoría, ellas, y yo que me voy a hacer andaluza de adopción. Creo que con un par de conjuros, o un par de semanas en Córdoba, el acento lo pillo.



Otra vez, felicidades, Pilar. Y gracias. Por ser grande y elegante, por escribir tan bonito, por ser una bruja buena y lista. Por cuidar de nosotras. Por crear personajes de los que se te quedan un poquito en el corazón.

domingo, 11 de noviembre de 2018

¿CUÁNTO DURA UN LIBRO DIGITAL EN EL TOP DE AMAZON?



Supongo que habrá a quien las novelas en el top le aguanten meses y meses, pero estoy en condiciones de afirmar que, si no media una promoción especial que hayan decidido desde la plataforma, las novelas aguantan unas cuantas semanas, tres o cuatro.

¿Quién es capaz de competir con una novela que está en el programa Prime Reading y además gratis con Kindle Unlimited? ¿Quién puede vérselas con las cuatro o más novelas que cada día aparecen en Kindle flash y que Amazon “buzonea” en nuestros correos electrónicos a precios de risa? ¿Quién puede destacar frente a novedades editoriales de autores estrella y más si ya van entendiendo que hay que poner precios más competitivos?

Pues muy poquita gente, por no decir casi nadie.

Durante algunos años, publicar una novela en la plataforma –sin hacer ningún tipo de trampa- podía significar, si el libro tenía cierto valor, que se vendiera, se corriera la voz y se mantuviera durante meses en el top. Lo sé de primera mano. Hubo también un tiempo que, una trampa legal, devolvía a las novelas a las primeras posiciones: poner la novela gratis. El algoritmo de Amazon, cuando la novela recuperaba el precio de venta, “olvidaba” que esos ejemplares habían sido regalados, los contabilizaba como ventas a efectos de ranking y las novelas volvían a estar visibles. Reconozco que fui imbécil perdida y no aproveché esta oportunidad a pesar de que lo sabía. Lo que sí probé fue a republicar, aunque eso fue un tanto involuntario. Al corregir erratas en mis manuscritos –erratas que muchas veces me enviaban mis propios compañeros escritores, en ese tiempo mágico en el que había más compañerismo que zancadillas-, cambiaba la fecha de publicación del libro. Automáticamente se convertía en una novedad de Amazon, aunque fuera mentira, y eso la volvía a poner en una lista llena de visibilidad que multiplicaba las ventas.

Para llegar ahora al top, se dice que hay autores que tienen grupos organizados de lectores que compran o descargan las novelas en unlimited poniéndose de acuerdo, pero esto podría ser solo una leyenda urbana…

Me he fijado en otra cosa, aunque esto no es nada científico. Es solo producto de mis noches insomnes mirando tonterías en el teléfono. Me he dado cuenta de que el pico de éxito de un escritor, salvo en esos tres o cuatro autores extraños que publican media docena de novelas al mes, está entre la tercera y la cuarta novela. Después, la curva decae sin que entienda muy bien por qué. ¿Tal vez es que los lectores ya saben cómo escribe ese autor, no sienten entusiasmo y deciden buscar otros nuevos? Somos muy de descubrir talentos, es algo que creo que pasa en todos los ámbitos. El otro día escuchaba a Pablo Motos presumir acerca de que había visto a Rosalía, la cantante, hacía mucho tiempo y había sabido de inmediato que sería una estrella. Pues con los escritores pasa otro tanto. Creo que en el despegue de los indies en España ha tenido mucho que ver. Eso de poder contar: yo lo descubrí antes que tú es irresistible para algunas personas. Cuando la novedad no existe, mucha gente se olvida a favor de otros nuevos.

Pero he visto más.

Los libros de autores que no escriben nada mal, pero no están consolidados, no venden ni a 2,99€, salvo que lleven la promoción de Kindle unlimited desde el primer día.

Triste, tristísimo que no se quiera pagar por el trabajo de escribir una novela, pero es que tiene una lógica aplastante: ¿por qué vas a pagar si tienes doscientos mil –literal- gratis si te has hecho socio de ese programa? Salir sin eso es suicidarse literariamente. Bueno, no como Larra, menos mal, pero es un poco perder el tiempo de manera miserable: mientras escribes y cuando promocionas. En esos casos consigues, como mucho, un par de días de gloria antes de darte el tortazo del siglo.

Hablando de otros suicidios: ¿habéis oído hablar de la preventa?

Vamos a ver, ¿a quién se le ocurre dispersar las ventas si lo que cuenta es que se produzcan en un breve período de tiempo para que el libro suba y este visible? Si queréis a un autor, por favor, ignorad la preventa. Reservaos para el día que sale el libro y dadle la oportunidad de ser visible por lo menos cinco minutos, que escribir una novela -bien- cuesta la misma vida y ya que no se puede vivir de ello, por lo menos alimentad sus sueños.

Es que todo consiste en esto: VISIBILIDAD. No existe lo que no se ve, no se vende lo que no está, desaparece de lo que no se habla. No es que los autores estemos obsesionados con las listas, es que para muchos es nuestra vía de comunicación con los lectores. Casi la única. En mi Facebook, por ejemplo, solo hay 2000 personas, de las cuales estoy segura que 1900 pasan olímpicamente de que sea escritora. En mi Twitter tengo 7500 seguidores –más o menos, esos cambian a diario- y la interacción se reduce a unos veinte o treinta que saben que escribo.

La lista es al final nuestro recurso. Y dura menos que los amores de verano.


sábado, 13 de octubre de 2018

ESTOS DÍAS, RECUERDO OTRA RIADA

El 9 de agosto de 1995 es una fecha que tengo grabada en la mente, porque estuve en peligro durante unas cuantas horas. En todo ese tiempo cometí un montón de imprudencias.

Estaba en Pastrana (Guadalajara), trabajando.

Eran más o menos las ocho de la tarde cuando subí a la planta de arriba de la Hospedería Real de Pastrana para cerrar las ventanas. En ese tiempo yo estaba haciendo prácticas en la recepción del hotel y me di cuenta de que el cielo se oscurecía mucho para ser una tarde de agosto a esas horas. Oí que las contraventanas daban golpes y subí a cerrarlas, sobre todo para que no se rompiera ninguna. Estaba enamorada de ese edificio recién rehabilitado. Al llegar arriba, el viento era tan fuerte que me costó muchísimo empujarlas y cerrarlas, pero no detecté nada más que eso, un viento intenso y el olor de la tierra mojada.

Pensé que se aproximaba una tormenta de verano.

Una más.

Mi hora de salida estaba próxima, así que, en cuanto llegó, cogí mi coche, un Volkswagen Passat, y con una compañera puse rumbo a Guadalajara. Para llegar a la carretera principal teníamos que atravesar un camino, porque la carretera de acceso a la Hospedería aún estaba en obras, y en camino atravesaba también un pequeño arroyo. Apenas caía agua entonces, gotas nada más, pero cuando llegué a Pastrana (está al lado, tres o cuatro kilómetros desde donde yo inicié el viaje) llovía tanto que decidí no seguir. Me fui a la Plaza de la Hora, porque está en una zona que es casi imposible que se inunde. Mi plan A era esperar a que dejase de jarrear y después seguir camino. A la media hora, viendo que era imposible, pasé al plan B. Una amiga de mis padres tenía una taberna en la plaza. Desde el coche veía que estaba abierta, así que le dije a mi compañera que le pediríamos a Angelines que nos acogiera. Al menos hasta que lo peor pasara.

Abrí la puerta para salir del coche.

La cerré al medio segundo.

Caía agua con tanta potencia que solo ese gesto hizo que me empapase, y eso que no salí del coche. Estuvimos un buen rato más esperando. No sé cuánto. Al final, mi compañera pensó que era mejor que nos volviéramos al hotel. Al menos ahí podríamos pasar la noche. Las dos pensamos que no podríamos volver a Guadalajara con la que estaba cayendo.

Salí de la plaza y rehíce el camino, y ese fue mi primer error. El agua que había acumulada en la carretera era tanta que no sabía por dónde iba, pero tampoco me atrevía a dar la vuelta. Era una locura haber vuelto, solo se me ocurrió seguir. Me guie por el guardar rail, que me iba marcando el rumbo.

Cuando llegué al cruce, entré en el camino de tierra.

Hoy sé que no debí hacer eso, que fue una imprudencia de las que no se deben cometer dos veces en la vida porque es probable que la suerte no te vuelva a sonreír. Crucé al arroyo. Ya sé que es lo que no debe hacerse, pero lo hice y lo salvé, y pude continuar hasta el hotel. Cuando llegué, parecía que había estado conduciendo un año seguido. El lateral del coche, azul oscuro, era marrón. Estaba cubierto de barro.

El personaje que era director del hotel entonces se burló de nosotras. Le parecía que habían caído un par de gotas, que éramos unas exageradas…

El caso es que, a pesar de que este señor era imbécil, nos dejó que ocuparamos una de las habitaciones. Llamé a mis padres para decirles que no volvía y, después de cenar, nos fuimos a dormir.

Por la mañana, al despertar, encendí la TV. Puse la CCN y allí, la primera noticia, era de Guadalajara. En un pueblo cercano, Yebra, se había roto un muro y la gente que se refugiaba en un local había recibido el impacto de miles de litros de agua. Volvían de un entierro. Si no recuerdo mal, 7 personas fallecieron, a las que hubo que sumar otras tres que perdieron la vida en sus coches, en la carretera.
Si me habían temblado las piernas al bajar del coche la noche anterior, en ese momento volvieron a hacerlo con mayor intensidad. Fue cuando me di cuenta de que había estado en peligro de verdad.

Cuando bajé a recepción, el hotel estaba lleno de periodistas. Para todos fue una suerte que nosotras nos hubiéramos vuelto, porque esa mañana hubo muchísimo trabajo extra. También fue una suerte para mí, porque no me dio tiempo a pensar. Con tanto trabajo, logré evitar la sensación que me invadía.

Esa que volvió cuando tuve que coger el coche de nuevo.

Ahora quiero contar algo más. El coche, que vendimos en septiembre de 2011, se marchó todavía con barro. Cada vez que le hacíamos una reparación salían de alguna parte restos de esa tarde noche. Casi 20 años después, los restos de aquella imprudencia seguían en sus entrañas.

No he dicho nada estos días sobre lo que pasó en Mallorca. Yo sé que cuando te pasa algo asó en primera persona, no sabes nunca cómo vas a reaccionar. Puede que lo hagas bien. Puede que te la juegues como yo y tengas la suerte de cara. O puede que no lo consigas.

Me estremezco cada vez que veo una riada, barro, lluvia… Se me escapan las lágrimas y revivo esa sensación de temblor cuando bajé del coche. Y me cuesta unos días de visionar esa película que está en mis recuerdos.

Lo confieso, estos días he llorado. Y no he sabido qué decir. Un "lo siento" no definía lo que siento.

jueves, 11 de octubre de 2018

EN LA SALA DE ESPERA

Se me ha olvidado el kindle y estoy en la sala de espera del dentista. Como me aburro, observo. Me he enterado de que el nieto de una señora es la sexta generación del negocio familiar, que el lunes le sacan el último diente para ponerle dentadura postiza y que, gracias a Dios, a ella no le duele nada.

No sé a quién se lo cuenta, el resto de la gente está en silencio. Todos estamos abducidos por los móviles. Echo un vistazo y veo a uno revisando Instagram. Hay otra mandando mensajes de manera frenética y dos niños jugando. La pila de revistas espera a que alguien le muestre atención,  pero por lo nuevas que están me temo que no consiguen mucha.

Qué distintos somos a los que éramos hace solo una década.

Qué poco queda de aquello que fuimos.

Solo la señora mayor continúa aferrada a viejas costumbres. Acaba de abrir una revista.