viernes, 9 de agosto de 2019

POR QUÉ CREO QUE VALORAR LIBROS CON PUNTOS ES UN ERROR



Hace un rato he estado en un blog leyendo una reseña. Hay un libro que me apetece, pero lo quiero en papel y es caro, y como tengo una pila de pendientes me está entrando un cargo de conciencia horroroso comprármelo. Así que, por ver si valía la pena, me he puesto a ver qué se dice de él. Esto no es muy científico, la verdad. Sé que cada lector es un mundo, cada lectura depende, no solo de la novela, sino del propio estado de ánimo del lector, así que mi estudio no servía para nada.

Pero he llegado a otra conclusión.

En este blog, como en miles más, el final de cada reseña era una puntuación del 1 al 5. Incluso redondeando, había veces que era un 3,75  (que no tengo ni idea de cómo se llega a esta conclusión con un libro, pero bueno, no es a lo que iba).

A lo que iba es al tremendo error que creo que es valorar así.

Quien reseña una novela no tiene datos válidos para decirme si es un 1 o un 5. No los tiene porque en el arte no hay normas, todo depende de lo que se logre transmitir a quien está observando, ya sea una pintura, una escultura o, como este es el caso, un libro. 

A alguien puedes transmitirle un mundo de sensaciones, dejarlo maravillado, y a otro, con las mismas palabras, dejarlo frío como un témpano.

Además, creo que para puntuar hay que tener una formación enorme en literatura para valorar aspectos técnicos que, en la mayor parte de las reseñas que leo, no están. No se analiza el narrador, las metáforas, el tiempo o el espacio nada más que de una manera superficial, y de los personajes normalmente solo se juzga si han conseguido empatizar con ellos. Esta misma mañana, por ejemplo, hablaba con mis niños de segundo de ESO -los que tienen que recuperar en septiembre- sobre la novela histórica y les decía que muchas veces en esas novelas que aparentemente son de otra época se hace, a través de acontecimientos del pasado, una crítica del presente del autor, disfrazada en la ficción. Puede ser un modo de sortear épocas de censura, como sucedía con las obras teatrales de Buero Vallejo a mediados del siglo XX, o sencillamente porque el autor quiera establecer un paralelismo. Esto, por ejemplo, jamás lo he visto comentado, y sí lo he visto en libros que he leído. Muchísimas veces. Y eso, por ejemplo, no se valora porque estoy segura de que a muchos lectores se les pasa por alto, embaucados como están en la bonita historia que conduce la trama. En las emociones que provoca en ellos, que al final son las que deciden ese número al final de la reseña.

Veo más errores en esto de puntuar.

El principal, uno que me ha asaltado al leer, en este blog, son las puntuaciones que da a libros que yo he leído. Diferían mucho de mi percepción. Independientemente de que yo no pondría jamás un número, me estaban diciendo: "la novela X es mejor que la novela Y y por eso le doy más puntos". Y yo, habiendo leído ambas, no podía estar más en desacuerdo. Lo que me lleva a pensar que no puedo fiarme del criterio de ese blog, no solo porque no coincida con el mío, sino porque a la novela X resulta que yo le vi fallos graves de coherencia, una narración ramplona que se entretenía en contar más que en mostrar y una trama previsible que recalaba en todos los clichés, pero sin gracia, mientras que la Y me pareció un texto agradable, cuidado, delicado, con infinitos matices que se podían comentar y que dejaba de lado los tópicos para adentrarse por sendas menos transitadas, pero más certeras.

En ambos casos, era solo mi percepción la que estaba hablando... Mi manera de enfrentarme a la obra, mis sensaciones ante la contemplación del libro. Mías y de nadie más.

¿Sirve de algo entonces poner un número?

Para mí, esta claro que no. De hecho, leídas algunas de las reseñas, sin eso, no tendría que ponerle ninguna pega al contenido del blog. Entendidas como algo personal y subjetivo, sus reseñas eran perfectas. Respetuosas, sin spoilers, correctas.

Total, que al final de mi investigación, no sé si comprarme el libro o no.

miércoles, 7 de agosto de 2019

ESCRIBIR UNA NOVELA



¿Cuándo se tarda en escribir una novela? Me han hecho esa pregunta muchas veces y no tengo una respuesta exacta. No existe un tiempo de germinación de la idea ni hay fórmulas mágicas de riego del manuscrito, ni abonos que se puedan comprar en cualquier parte y que vengan con instrucciones precisas sobre el tiempo que se necesita para que esté lista.

Escribir no se mide con relojes ni calendarios.

No se puede.

Es lo más impredecible que conozco.

Yo he tardado cuatro años en terminar una novela. Y tres meses. Y dos años. Y 267 días. Y un suspiro. Y también ha sido un agónico periplo que ha durado más tiempo del que tardó Ulises en volver a casa.

¿Cómo se escribe una novela? Eso sí lo sé. Eliminando lo superfluo. El lector no es idiota. No quiere que le digas que tu personaje está desnudo ante sus ojos, quiere verlo. Le importa una mierda que le expliques qué siente, necesita sentirlo.

¿Entiendes ya la fotografía que acompaña a este texto? Así se escribe, ese es el cómo. Desnudo. Expuesto. Vulnerable. Sin esconderse bajo mil capas, porque entonces todo se vuelve mentira. No hay moda que valga, ni plan de marketing ni nada. Si no hay alma, la historia se olvida.
Me queda una pregunta, ¿para qué se escribe?

Esa ya no sé si sé responderla. En este mundo tan rápido, quizá para que esos cuatro años, tres meses, dos años, 267 días, un suspiro o el tiempo que tardó Ulises en volver a casa se esfumen en una semana, perdidos entre tanto ruido. Solo se me ocurre para quién escribir: para ti mismo.

Desnudo.

Auténtico.

Así siempre merecerá la pena.

martes, 6 de agosto de 2019

LAS MUJERES EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Foto tomada de Nueva Tribuna


El papel de las mujeres en la guerra cambia de manera significativa con la Primera Guerra Mundial. De abnegadas madres y esposas que despiden a sus maridos e hijos cuando van al frente y los esperan con angustia, pasan a tener un papel activo en la sociedad, debido a la enorme magnitud del conflicto.

Y al tiempo que duró.

Al principio, todo el mundo pensaba que esa guerra que había comenzado en Europa con la invasión de Bélgica camino de Francia por parte de Alemania duraría muy poco. Iba a ser un conflicto que se solucionase en muy pocos meses. Sin embargo, se equivocaron. Se fue alargando en el tiempo, engullendo vidas con una ferocidad nunca antes conocida, y fue necesario contar con todas las manos. Incluidas las de las mujeres, que tradicionalmente se mantenían en un papel como el que decía al principio.

Pero los tiempos habían cambiado.

El abastecimiento del frente era necesario, había que seguir fabricando munición para alimentar a la bestia que estaba asolando el mundo, y los hombres eran llamados a filas. Las mujeres, en ese momento, se convirtieron en el foco de atención de la industria, que necesitaba sus manos para suplir las que habían cambiado las máquinas por armas.

El movimiento sufragista, activo en sus reivindicaciones hasta ese momento, cambió de discurso. Vieron en la guerra una oportunidad de oro para mostrar su valía, para demostrar que las mujeres eran tan capaces como los hombres de trabajar en las fábricas. Pospusieron esa lucha por el voto hasta que todo acabase y animaron a las que ya estaban convencidas, o en proceso de estarlo, a que pasaran a la acción. El pensamiento era en realidad lógico: si demostraban que podían hacer las cosas tan bien como los hombres, luego, cuando todo acabase, tendrían más argumentos para pedir que se les dejase opinar en asuntos políticos.

La industria bélica fue quien más mujeres incorporó a sus filas. Antiguas costureras, empleadas domésticas, niñeras... dejaron sus trabajos para fabricar munición con la que surtir al ejército, o se fabricaron botas, uniformes, tiendas de campaña... En jornadas de once o doce horas, y por un sueldo siempre menor que el de los hombres, se dejaron la piel y muchas veces la salud, expuestas como estaban a gases tóxicos que, en ese momento, todavía no se habían revelado como el veneno que eran.

La propaganda, tan importante en cualquier conflicto, las animó a que se pusieran manos a la obra y muchas respondieron. La misma propaganda que, una vez acabado el conflicto, las empujó a que recuperasen su papel de esposas y madres de familia, alabando esa tarea como si fuera la única que pudieran desempeñar.

Los sueños de las sufragistas, en realidad, no se cumplieron. Los hombres, tras la guerra, volvieron a ser mayoría en las fábricas, pero un pequeño atisbo de avance se produjo a finales de 1918. El 14 de diciembre, en Gran Bretaña, las primeras mujeres pudieron votar. Es cierto que con muchas restricciones, pero ese paso ya estaba dado.

De esto va también La colina del almendro...

sábado, 3 de agosto de 2019

UN DESCAPOTABLE MARCÓ EL PRINCIPIO DEL SIGLO XX

Para escribir una novela ambientada en un período de la historia que no es contemporáneo al autor es necesario documentarse mucho más que para una que sí lo es. Es la única manera de empaparse del momento y crear la atmósfera necesaria para que el lector se sienta en el instante que se le quiere mostrar.

En ese proceso de documentación, mucha de la información que se recopila no sirve para después redactar la novela. En realidad debe ser así, pues de otro modo nos acabarían saliendo libros con miles de páginas que aburrirían hasta al lector más dispuesto.

Una de las cosas que no he utilizado en la novela que estoy a punto de presentaros, La colina del almendro, es todo lo relativo a un coche.

Como es sabido, a finales del siglo XIX, Nicolaus August Otto diseñó el primer motor de combustión interna. Fue un invento revolucionario en el que enseguida se fijaron mentes despiertas que empezaron a desarrollar un sector absolutamente novedoso y revolucionario: la automoción. Al principio, como es lógico, los automóviles eran objetos de lujo que solo estaban al alcance de muy pocos. Entre las clases altas empezaron a sustituir a los coches de caballos como medio de transporte y la realeza, por descontado, también los adquirió. En 1914, un automóvil descapotable como el Gräf & Stift era algo que muy pocos se podían permitir.



Cierto es que Henry Ford había empezado a fabricar en serie el modelo T, aplicando las teorías de Taylor  en su industria, que con inteligencia y muchas dotes de algo que hoy se llama marketing acabó haciéndose multimillonario, pero el mundo no viajaba a la velocidad de hoy y algo que había empezado en 1908 en EE.UU. no había llegado a Europa en 1914. Todavía se veían pocos vehículos, que solían compartir las calles con los coches de caballos y las bicicletas.

El 28 de junio de 1914, a bordo de un coche, iba a cambiar la historia. El Archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, acompañado de su esposa Sofía, recorría una calle de Sarajevo en el asiento trasero de un  Gräf & Stif. Asistía a un acto oficial, en el que se iba a producir una inauguración y un acto en el ayuntamiento cuando, a mitad de recorrido, una bomba lanzada por uno de los integrantes del grupo terrorista que pretendía asesinarlo rebotó en la capota, cayó al suelo y explotó bajo el siguiente vehículo de la comitiva.

En un primer intento, el Gräf & Stift Double Phaeton, o más bien la casualidad, les salvó la vida.

Los actos oficiales no se interrumpieron y el Archiduque se trasladó, como estaba previsto, al ayuntamiento. Allí tenía que pronunciar un discurso. Se dice que, en algún momento, medio en broma, le comentó al alcalde que vaya manera de recibirlo habían tenido (esto no lo he podido confirmar, pero no me resistía a guardármelo).

Al terminar, las autoridades decidieron que los archiduques hicieran un recorrido diferente al que estaba previsto, evitando las calles más estrechas del centro. Era una buena idea, pero se les olvidó avisar al conductor. El resto de los coches de la comitiva empezaban a tomar otro rumbo y el chófer, al ser avisado por sus compañeros de los cambios que se habían pactado, paró para dar marcha atrás.

El motor se caló.

Fue ese momento el que aprovechó el activista de la Mano Negra, Gavrilo Princip, para disparar a los herederos: al Archiduque en el cuello y a Sofía en el abdomen. El resto de la historia es bien conocido. Austria dio un ultimátum a Serbia, al creerlos cómplices del asesinato del heredero y su mujer. Es decir, no se acusaba del atentado, puesto que no se había podido probar después e la investigación policial, pero sí de tolerarlo. El malestar que se generó se fue extendiendo por una Europa que en esos tiempos era un polvorín y el resultado es de sobra conocido, el primer gran conflicto de la historia a escala mundial que supuso el principio de el siglo XX.

Y todo, empezó en un coche...

viernes, 2 de agosto de 2019

POR FIN... QUIZÁ



Hoy, después de cinco años, puedo decir que he empezado a ver un poco de luz en la oscuridad.

Hoy he ido a recoger unos análisis que tenía pendientes y estaban casi perfectos. El verano pasado eran un puñetero desastre, pero hoy parece que las cosas empiezan a enderezarse y los valores están todos donde deberían. Incluso algo que no parecía estar muy allá, al repetir una prueba ha dado bien, así que por ese lado puedo dejar de preocuparme.

Hoy, también, he vuelto a casa con un tratamiento esperanzador.

Llevo cinco años viviendo con un dolor que a ratos es insoportable, un dolor sordo que me vuelve loca y que combato como se me ocurre, porque ante la ausencia de evidencias más allá de lo que yo siento, no tenía un fácil diagnóstico. Sin embargo, otro síntoma que ha dado la cara por otro lado, algo que aparentemente no tiene mucha relación, ha hecho que los planetas se alineen, una idea se haya puesto en primer plano y un tratamiento probable se haya sentado en la mesa de la consulta. Ambas cosas, diferentes en apariencia, pueden tener el mismo origen y esta vez si hay algo visual que puede ayudar a encontrar qué es lo que está pasando.

Dentro de un rato, cuando termine de redactar esta entrada y el calor insoportable de la calle baje un poco, iré a buscar mi medicina a la farmacia. Soy consciente de una cosa, tal vez puede que no funcione, pero quienes hayan pasado por lo que yo estoy pasando saben que este es un paso de gigante. Ya no me dirán que estoy loca, que soy una hipocondríaca, que me estoy inventando algo o que estoy muy estresada y soy yo misma la que se provoca estos síntomas. Porque ahora ya sí hay algo que se ve y que está iluminando el camino.

También siento alivio porque sé que no es grave. Quizá sea crónico, quizá me tenga que quedar con mi dolor, pero también es posible que sienta cierto alivio, que algunas veces he necesitado con desesperación y no he tenido. A lo mejor, tal vez, quizá... funcione y me olvide de todos los palos de ciego. De los dos años tratando otra cosa que yo estaba segura de que no era el camino y que me provocaron más mal que bien. De los montones de veces que me he sentido sola e incomprendida cuando esto se ponía cansino y me decían que no era para tanto. De las vueltas que ha dado mi cabeza, porque cuando estás así no puedes evitar pensar que quizá lo que tengas sea grave y, para cuando lo descubran, ya no haya tiempo.

Ya viví eso con mi padre.

Pero no, parece que esto no me va a matar, incluso hasta el posible que, con paciencia, con suerte, con un poco de fortuna, se pase para siempre.

¿No sería magnífico?

Llevo todo el día imaginando que así es, que podré volver a hace cinco años, cuando lo noté por primera vez y me tomé un ibuprofeno pensando que se pasaría. Podré volver a una vida que no dependa de llevar el bolso lleno de remedios tontos. Incluso, si sueño un poquito más, hasta pueda dejar de depender de mi férula, quizá hasta pueda dormir sin ella...

Me ha venido bien que sea justo ahora cuando sucede esto, cuando la esperanza se abre hueco y la luz entra a raudales, porque lo interpreto como una pequeña victoria. Y en un tiempo que parecía lleno de derrotas, vencer lo que parecía invencible, o al menos tener un arma en las manos para defenderte de ello, es más que suficiente.

Sé que no estoy siendo clara con lo que me sucede, pero permitid que no lo sea, que esta entrada sea solo un grito silencioso de victoria en mi casa virtual, en mi refugio de palabras, el aliento que a veces se necesita para poder seguir respirando.

Voy a poder con esto, va a funcionar. Lo deseo con todas mis fuerzas y voy a poner todo mi empeño en que no se me olvide tomar la medicina ni una sola vez. Ya está bien de dolor, ya lo necesitaba, ya necesitaba que esto se enderezase, porque sé que sin esto, lo que viene, que es mucho y muy bueno, lo voy a disfrutar mucho más.

Y quizá, solo quizá, pueda volver a sentarme a escribir en estas tardes calurosas de verano con un café helado al lado del portátil, quizá pueda contar esa historia que tengo a medias o, si me animo, empezar esa otra que está solo dentro de mí y que no se parece a nada de lo que he hecho hasta ahora.

Quizá...