viernes, 23 de noviembre de 2012

LA VIDA IBA EN SERIO. OBJETIVO EDITORIAL: VENDER, POR SUPUESTO.


              El otro día, paseando por TW, descubrí que Jorge Javier Vázquez, el presentador de T5, ha escrito una novela. No me había enterado porque sigo muy poco la televisión, y mucho menos programas como el que conduce, y además hace algunas semanas que anulé mi perfil en Facebook. Se puede decir que estoy incomunicada del mundo, salvo por la ventana de Twitter, donde me asomo de vez en cuando. No es que me sorprendiera que un presentador de televisión haya hecho su incursión en la literatura (ni es el primero, ni será el último), me sorprendió la reacción de la gente.

               En mis contactos de Twitter hay básicamente personas relacionadas con los libros y la noticia no es que haya sido recogida con demasiado entusiasmo, más bien al contrario: noté cierto tono no muy agradable en algunos comentarios. ¿El motivo? Supongo que a la gente que escribe le parece intrusismo por parte de alguien que aprovecha el tirón mediático de su trabajo para exponer una obra de la que, sin haber leído una sola línea, calificaban de oportunista.

Vamos a ver. 

               El mundo editorial es un NEGOCIO. Como tal, está encaminado a obtener beneficios, por lo que cualquier circunstancia que sirva para que el producto que se pone en el mercado se venda es lícito aprovecharla. Un libro de Jorge Javier Vázquez, sobre el papel, antes incluso de escribir una sola línea, cuente lo que cuente, tiene más posibilidades de vender que, por ejemplo, uno mío (no voy a entrar en los de nadie más, sirvo como ejemplo). Sin tener en cuenta nada más. Sin hablar de calidad literaria, ni de tema, ni de pervivencia de lo que cuenta en el tiempo… Ni siquiera hace falta que sea literatura. Es un producto, tiene el soporte de una campaña de marketing que se aprovecha el tirón que supone estar en la primera línea de los presentadores de televisión. Me pregunto qué haría cualquiera de las personas que el otro día lo criticaban si se encontrase en su posición. Apuesto lo que sea a que no dirían que su ética les impide publicar porque parten con cierta ventaja frente a los que no tienen a nadie detrás. Apuesto y seguro que gano…

               Seamos serios.

               Hasta hoy no he sabido nada de nada del contenido del libro. Lo más importante, las palabras que incluye, se han quedado disueltas en el debate sobre si está bien o mal que se publique. Por eso he investigado y he averiguado que se trata de una especie de biografía que en muy poco tiempo ya ocupaba el séptimo puesto en la lista de Amazon. Tampoco parece muy profundo, pero quién soy yo para hablar de eso, que mi libro más conocido es precisamente la biografía de una persona anónima, La arena del reloj.

               Faltan dos cosas.

               Primera: leerlo para poder opinar con criterio.

               Segunda: averiguar cuánto tiempo aguantará en las primeras posiciones. Cuando durará el tirón.

               Lo sabremos con el tiempo.

               Sobre lo de leerlo, me temo que tengo demasiados pendientes, no ha despertado lo suficiente mi curiosidad y, además, hay algo que no me inclinará a comprarlo: el precio. He visto que el ebook cuesta 13,99€. Me parece exagerado. Volvemos al eterno debate del precio de los ebooks: puede que 1€ sea muy poco, pero desde luego que 14 es desorbitado.

Imagen sacada de la red

miércoles, 21 de noviembre de 2012

LIBROS A LOS QUE VUELVO



Hay libros a los que vuelvo.

Siempre.

He perdido la cuenta de las veces que los he leído, me sé pasajes de ellos de memoria, sus hojas se desprenden sin remedio y, sin embargo, cuando las lecturas de otros se me atascan, cuando no encuentro un libro de esos que me llenen, vuelvo a ellos. 

Para que Celestina me grite al oído "confesión" y constate que a pesar de las apariencias, de las putas convirtiéndose en protagonistas y de los brebajes reparadores de virgos, las cosas habían cambiado muy poco todavía a principios de ese siglo XV. Para que Jorge Manrique me susurre sus coplas al oído, acariciándome el alma con ellas, recordándome que la familia es tu vínculo más fuerte. Para que Enid Blyton me transporte hasta mi infancia de la mano de una pandilla de ensueño, donde el protagonista era el perro que no me dejaban tener. Un perro, todo sea dicho, más listo que mucha gente.

Vuelvo a leer El clan del oso cavernario, me vuelvo Ayla, perdida y sola en medio de un mundo en el que no habría ni cien mil ejemplares de nuestra especie, en el que todo era nuevo y difícil. Viajo a la Inglaterra medieval, y me convierto en uno más de los albañiles que construían la catedral de los Pilares de la Tierra, observadora de las intrigas que la ostentación del poder empuja a urdir. Viajo con El mercader de Venecia, de la mano de Shakespeare, me sigo asombrando con su capacidad para construir una historia redonda, donde todo encaja, y vuelvo a escuchar a las brujas mientras Lady Macbeth se retuerce las manos. De pronto, una varita mágica me da en la cabeza y me vuelvo una niña crédula, y leo y releo las miles de páginas de Harry Potter repletas de tanta magia como encanto. Y me da igual lo que piensen los adultos, me hechiza la profesora Mcgonagall y me caen tan mal los mortífagos como los nazis en los que se inspiró J.K.Rowling. Conozco a cada uno de los amigos de Harry, que son los míos mientras leo, incluso sonrío acordándome de mi lechuza (sí, tuve una que rescatamos en una carretera, después de que la atropellaran y le rompieran un ala) que no sabía traer el correo pero que miraba muy gracioso.

Mis libros de siempre son valores seguros.

Sé que cuando no me encuentre en ninguna historia podré volver a ellos.

¿A qué libros vuelves tú?

lunes, 19 de noviembre de 2012

EL JUCIO DE DIOS DE RÍOS FERRER.



Sinopsis (extraída de Amazon):

VATICANO. Un secreto guardado durante siglos y una mujer sola, enfrentada a un mundo despiadado regido por la ambición y el poder. Sus preguntas no iban a obtener respuesta, pero provocarían que la más dura batalla legal de la Historia, estuviera a punto de producirse. Los mejores abogados del mundo estaban preparados. Los de la Iglesia; para impedirlo.

Mi opinión:

El Juicio de Dios es una de esas novelas que desde que la vi por primera vez me atrajo. Quería saber qué se ocultaba tras una sinopsis tan osada, una mujer que se atreve a ponerle una demanda, nada más y nada menos, que al dios de los católicos. Fui leyendo otros libros este verano y cuando encontré unos días tranquilos, en los que pudiera centrarme de verdad en lo que tenía en mis manos, empecé con la novela de Ríos Ferrer.

A veces, antes de leer, sé cómo escriben los autores porque sigo sus blogs personales. Considero que son una herramienta que toda persona que se quiera dedicar en serio a esto (los que de verdad sienten que escribir forma parte de su alma) deberían tener. Da igual lo que nos cuenten en ellos: reseñas, reflexiones o promoción de su novela. En los blogs están las palabras y el estilo del autor y sirven para tener una impresión de lo que hacen. En el caso de Ríos Ferrer, su blog fue decisivo para mí (Secuencia y Palabra). Sus pequeños relatos, que nos regala de vez en cuando, me decían que me gustaba cómo escribe, que cuando tuviera su novela en mis manos, la disfrutaría. No me equivoqué. La he disfrutado tanto como esas pequeñas grandes historias del blog. Una de ellas, latableta de chocolate, creo que es uno de los cuentos cortos que más me han gustado en los últimos tiempos.

La novela tiene una complicada secuencia temporal, que va dando saltos del pasado al presente. Empieza en 1578, en Dinamarca. Hans Fenrisulven tiene una misión que cumplir en el castillo de Kronborg y el premio a su diligencia será algo que en absoluto espera. Tras este impactante principio la novela entra en el prólogo, se traslada a 2004, momento en el que conocemos a Giselle, la mujer que pondrá la demanda a dios, o mejor dicho, a su representante en la Tierra: el Papa.

Pero no será todavía.

Este es un momento de felicidad, porque junto a su compañero René, Giselle ha conseguido cerrar una operación que le reportará a su empresa una buena cantidad de dinero. El premio serán veinte días de vacaciones y una suma importante de dinero que decide emplear en un viaje con sus padres, su hermana, su cuñado y su novio. La familia al completo viaja a Tailandia y la novela hasta ese momento me mantenía desconcertada. Parecía un cuento de hadas, el final de la historia, lo que va después del "y fueron felices y comieron perdices" y no era capaz de entender demasiado. Hasta que me di cuenta de que estaban en navidad, en Phuket. Ríos Ferrer no me había ocultado nada, me había contado que era 2004, precisamente cuando el tsunami más devastador de la historia decidió darse una vuelta por sus costas, pero no caí hasta un poco antes de que la tragedia sucediera. Me gustaba cómo el autor me contaba la felicidad de la familia, y aunque no encontraba sentido al título de la novela, me daba igual. Me sentía bien leyendo, era como tumbarse al sol una tarde de verano, una experiencia relajante. Hasta que el tsunami me borró la sonrisa del rostro, igual que la noche que sucedió en la realidad, cuando me desperté a dar de mamar a mi hija, puse la televisión para que la luz apenas la despertase, y me quedé conmocionada con las primeras imágenes de la tragedia.

Giselle sobrevive y la desesperación por la pérdida de su familia le hace buscar al bufete de abogados de Henry Thompson. Quiere que pongan una demanda a Dios, como creador de todo, por haber sido también responsable de la destrucción originada por el tsunami. Y busca a los mejores, que en su empeño de ganar siguen la pista de un manuscrito en poder de la Iglesia: el juicio de Dios, que se celebró en la época de Constantino y que supuso el respaldo decisivo para que la religión católica se convirtiera en la religión del Imperio Romano.

Esta es una novela de las que te gustaría ver convertida en una película. Lo tiene todo: una buena escritura, un argumento potente y la capacidad de hacerte pensar en muchas de las reflexiones que Ríos Ferrer va dejando dispersas.

Tenéis que leerlo.

De verdad.

Os dejo el booktrailer y mis sensaciones, absolutamente positivas de este libro que muchos de los compañeros de Amazon, que ya la han leído, califican como una joya. Lo es, en serio.


Enrique, sigue escribiendo para nosotros, por favor.


jueves, 15 de noviembre de 2012

ESCRITOR


               Sé que esto ha tenido que ser una ensoñación. 

               No puede ser de otro modo.

               Estoy sentada en el suelo, con las rodillas abrazadas, cerca de una lumbre cuyas llamas me mantienen hipnotizada. Siento el agradable calor del fuego en mi rostro y apenas me muevo. Un suspiro procedente de alguien a mi espalda me saca de mi ensimismamiento y me giro. Junto a la chimenea hay una recia mesa de roble y, sentado frente a ella, un hombre vestido con ropas que me hablan de otro tiempo que no es el mío. De hecho, ahora que me fijo, me doy cuenta de que no hay nada de mi tiempo en esta habitación.


               En la mesa, alumbrándole, un par de velas y en una esquina reposa un tintero. Mira absorto una hoja de papel mientras con la mano derecha, suspendida en el aire, sujeta una pluma que hace poco recargó con tinta. Si no se da prisa, estoy segura, el líquido acabará derramándose y emborronando la hoja en la que parece tan concentrado. Me quedo mucho más quieta aún y ahogo un pequeño suspiro cuando por fin le veo abordar el papel con decisión. No ha pasado nada, parece que el accidente que mi mente imaginó no era más que eso, imaginación de alguien mucho más torpe que él, que parece bastante hábil manejando esta herramienta de escritura. Miro su rostro y su sonrisa de satisfacción mientras la pluma se desliza con su típico rasgueo. Puedo intuir que está escribiendo algo más largo que una simple carta porque a su izquierda se acumulan varias hojas en un pequeño montón que sugiere más que lo que escribe podría ser un libro.

               De pronto siento la necesidad de levantarme y curiosear. Al fin y al cabo, esta es mi ensoñación y no podré molestarle mientras busca la manera de colocar las palabras para componer esa historia que de momento vive solamente en su imaginación.

               Con mucha suavidad me incorporo y rodeo la mesa hasta situarme a su espalda. Leo unas palabras con la dificultad de no estar familiarizada con esta caligrafía suya, pero cuando me acostumbro mis ojos se abren como platos. Reconozco de inmediato la frase que acaba de componer: 
"… hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama".

               Mi corazón se acelera. Le miro perpleja porque de pronto reconozco al hombre que está ante mí. Ya no tiene aspecto de estatua (siempre le he identificado con una estatua), sino que respira y su piel está perlada de sudor, de ese que provoca estar sentado tan cerca del fuego. El libro que escribe, que recién nace, lo he tenido en mis manos muchas veces, incluso sé cómo acaba y conozco a los personajes. Quizá ni él mismo sepa que algunas de las frases que están por escribir se convertirán en inmortales. Él mismo es inmortal. Y yo, quizá presa del mismo encantamiento que su personaje principal sufre debido a su afición a la lectura, me acabo de colar en este instante mágico.

               La razón me dice que nada de lo que aquí sucede es real y dejo de tomar precauciones. No creo que pase nada porque me mueva sin tanta cautela. Aparto un taburete de la mesa y lo ocupo, sentándome a su lado. Quiero observarle cómodamente, me apetece perderme imaginando lo que siente mientras escribe. Quiero analizar cada gesto, empaparme en cada una de sus pausas, beberme la felicidad que se dibuja en su rostro cada vez que encuentra cómo darle forma a la idea que revolotea por su mente.

               Lo malo es que algo falla.

               De pronto me encuentro con sus ojos que me miran interrogantes, preguntándose, estoy segura, de dónde demonios he salido yo.

               Me ve.

               Reconozco que me asusto casi tanto como él, aunque en mi mente siempre quede la sospecha de que estoy dentro de un sueño.

               Tras unos instantes de duda, él decide hablarme. Me pregunta, con la cautela de quien en el fondo piensa que está un poco loco, qué clase de ser extraño soy, qué conjuro mágico me ha conducido a su lado. Me río pensando que quizá él se sienta su personaje de pronto, que piense que ha enloquecido por leer tantos libros.

               Me presento, educadamente. Mi nombre solo, sin apellidos que no vienen al caso. Le hablo de mí un poco: soy aprendiz de escritora. Se ríe con ganas, acabo de dejarle de piedra (pero no se ha convertido en estatua, menos mal). Ya es extraño para él que una mujer sea capaz de leer y muchísimo más raro le parece que una pretenda ser considerada ¿escritora? Hasta la palabra le suena nueva, extraña, pero le digo que no se preocupe, que hasta que eso suceda tendrán que pasar siglos porque he venido desde el futuro (no sé cómo, la verdad) para presenciar cómo el maestro de los maestros empieza a dar sus primeros pasos.

               Su extrañeza se multiplica pero aunque la tentación de contarle quién será es mucha, me contengo. No quiero influir en nada, no sé si eso que hablan en las películas sobre los cambios que suceden cuando se trastocan acontecimientos del pasado son verdad.

               Por si acaso.

               Lo que sí le pido es que me hable de su libro, que me cuente su idea, lo que quiere escribir. A veces me pongo pesada, soy experta cuando algo lo quiero de verdad pero esta noche veo un brillo especial en su mirada y no tengo que insistir demasiado: enseguida me empieza a hablar con entusiasmo de Don Quijote, de Sancho, de Dulcinea, de los molinos, de los gigantes… y la noche se va deshaciendo como la cera de las velas que nos alumbran.

               Las llamas se mueven caprichosas ante mis ojos y el sonido del teléfono móvil me saca de ese mundo extraño donde me he colado.

               No queda nada de lo vivido.

               ¿O sí?
               

lunes, 12 de noviembre de 2012

TREINTA POSTALES DE DISTANCIA DE SARA VENTAS


Sinopsis (extraída de Amazon):
"Un pasado que creía superado, una amiga histriónica en la distancia, un mejor amigo encantador y un vecino algo peculiar. Sofía lo tenía todo, o creía tenerlo porque un buen día se encontró rodeada de "ex" ―propios y ajenos―, casualidades, malentendidos y un buzón lleno de postales.

Dicen que el amor lo podemos tener justo al lado, sólo hace falta mirar para verlo. Para Sofía, el amor se encontraba a treinta postales de distancia."


Mi opinión:

Treinta postales de distancia es la novela de Sara Ventas, una madrileña que ha logrado en pocos meses colarse con su novela entre las digitales más vendidas en España.

¿Os animáis a saber por qué?

No sabía qué me iba a encontrar en esta novela porque no me leí la sinopsis. Sabía de su existencia nada más y el sugerente título me inclinó a incorporarla a mi lista. Amazon te da la opción de crearla en tu perfil, pero yo soy yo: me hago una lista en un papelito, que llevo en la funda del kindle, y voy descargando libros sólo cuando acabo el anterior, a la vez que los tacho. Mi lista de deseos. Ya, ya sé que es raro, teniendo en cuenta que se puede hacer de otro modo mucho más moderno, pero qué queréis, me gusta mi letra… Es verdad que de vez en cuando se cuela alguno que está en descarga gratuita, pero sólo por si me quedo de pronto sin cobertura wifi cuando se me termine un libro. Con este método se me ha colado algún que otro intruso pero también un par de novelas de esas que se merecen la ene mayúscula, así que no lo desprecio.

Un sábado a medio día decidí empezar su lectura y sin darme casi cuenta me había merendado el treinta por ciento. Curioso, treinta postales, treinta por ciento… Pero sigo, que como Sofía me pierdo. Me metí tanto en la historia que pude sentirme Sofía, la protagonista, intentando enderezar una vida que no sabía en qué momento se había torcido. Me reí mucho con sus conversaciones con Manu, su amigo gay, sentí su culpabilidad por no querer volver a ver a Alex, su ex, y su nerviosismo cada vez que coincidía en el ascensor con su estirado vecino del piso doce, Jaime y me lo pasé pipa "escuchando" sus pensamientos, que muchas veces me recordaban a los míos, de puro caóticos. Esas dos conversaciones simultáneas que tienen los personajes de Treinta Postales: lo que dicen y lo que piensan, es una de las cosas más interesantes que le he visto al libro, te hacen reír porque muchas veces es lo que hacemos sin darnos cuenta.

Poco a poco, la historia me fue absorbiendo y las sonrisas que me provocaban los ocurrentes pensamientos de Sofía dieron paso a sentimientos mucho más intensos: las dudas sobre lo que sentía por Jaime, con quien estaba segura de que no tenía nada que ver, por su carácter geométrico, pero en quien no podía dejar de pensar, sus sentimientos por la ruptura con Alex, el vínculo que poco a poco se iba deshaciendo entre Paula, su mejor amiga y ella, y que no se debía precisamente a la distancia entre Mallorca y Málaga. La novela, aunque aparentemente no trata temas trascendentales y siempre conserva un tono de humor en la superficie, esconde entre sus líneas muchos pensamientos que de pronto asaltan al lector. Me gustó la teoría del pasante de Sofía: quienes la hayáis leído sabréis de qué hablo. Los que no, os queda la tarea de descubrirla. A lo mejor encontráis hasta pasantes en vuestra vida…

Treinta postales de distancia me duro un día. En menos de 24 horas la historia estaba terminada y el sabor que dejó fue fantástico.

¿Tenéis un día para ella?