El blog La novelera que habita en mí ha puesto en marcha una iniciativa muy bonita, un libro viajero. Para los que no lo sepáis, el blog lanza un libro y espera a que se apunten las personas que quieren recibirlo en casa. El primero de la lista recibe el ejemplar en papel y una vez hecha la lectura debe enviárselo al siguiente (la administradora le proporcionará los datos). Lo único que tiene que hacer es escribir en el ejemplar algo y una fotografía que publicaremos en las redes.
Esto ya lo experimenté con Detrás del cristal y la verdad es que fue maravillosa la acogida. Durante un año y medio el libro estuvo de casa en casa y me llegó repleto de palabras de los lectores, porque yo soy la última que lo recibirá.
Si os queréis apuntar, tenéis todos los datos aquí
En este caso no voy a ser la única que tenga un libro viajando, pues a la vez habrá otro autor que tendrá uno de los suyos, José de la Rosa. El elegido para esta iniciativa es Gigoló, así que, si os apetece, también podréis participar.
La novela avanza y la lectura también, aunque a un ritmo menor del que desearía. Hay dos factores que lo impiden: mis propios compromisos para el día del libro, que me tienen enredada y que, durante bastantes páginas, la acción se ha ralentizado.
Me cuenta el pasado de los protagonistas y la trama espera paciente a que termine.
Yo, que soy nerviosa por naturaleza, no consigo que la lectura me sumerja del todo porque necesito un poco más de acción. Sé que es básico que conozca a los personajes para después poder juzgar sus decisiones, pero este ritmo pausado, que contrasta con lo sencillo que fue empezar y lo deprisa que me bebía las páginas, está frenando el que la termine antes.
El fin de semana se acerca. El 23 me esperan a mí los lectores lejos de casa, así que seguro que el final no lo conozco hasta la semana que viene.
Sigo con la lectura, aprendiendo cosas de los personajes de la novela, conociéndolos. Poco a poco, la autora los muestra ante mis ojos y descubro, en esta tercera parte de la novela leída, que me enfrento ante una historia familiar, contada por un narrador omnisciente.
La autora decide que a la primera que quiere poner ante mis ojos es a Marina. Encuentro en ella a una mujer comprometida, enamorada de Mathias, una mujer de 46 años que no ha perdido la capacidad de sorprenderse por sus propias emociones. Lo descubro en las primeras páginas, cuando se enfrenta a una situación que, como matrona, no ha vivido aún. Y también sorprendida por lo que es el detonante de esta historia, una herencia recibida de alguien que no conoce y que tiene que ir a recoger a Mallorca.
De ella, de su físico, conozco poco y lo prefiero. Solo me da tres datos breves, muy concretos y no lo hace nada más presentarla, sino a medida que avanza el relato. Me gusta eso, que me permita ir matizando al personaje a medida que leo. Lo mismo hace con Anna, con su hermana, de la que me muestra los mismos matices para contraponerlas y que, desde el principio, capte lo diferentes que son. Por dentro y por fuera.
Anna, al principio, es superficial. Preocupada por las apariencias y porque busca crear a su alrededor un mundo perfecto, de anuncio, pero que falla por todas partes. Anita, su hija, es la primera que no cumple con sus expectativas. Armando, su marido, tampoco.
Alrededor de ellas, en estos primeros pasos, van apareciendo otros personajes: Imelda, la asistenta; Laura, la amiga de Marina; Cuca, una amiga de Anna; Nestor, el padre de ambas.
Y, entre la narración, cartas. Notas. Carteles. Recetas... Me han dicho que en la versión kindle no se ven bien, pero yo tengo el libro.
Llegados a este punto recuerdo, de manera inevitable, un clásico: Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, donde cada capítulo arrancaba, como en este, con una receta, pero en este libro, al menos de momento, todas son de pan.
Una curiosidad. Hice chapati. Después de leer la receta me entraron unas ganas tremendas de investigar qué era y de probar su sabor. Creo que necesito repetirla y mejorar mis habilidades culinarias. No estaba mal, pero tampoco creo que me saliera perfecto.
El otro día, en un blog que por desgracia no recuerdo, vi que hacían reseñas por partes, según avanzaba la lectura. (por favor, Marisa Sicilia, si lees esto dime cómo se llama que sé que tú sí lo sabes). Dejaban las sensaciones que el libro les iba produciendo fragmentadas y me pareció curioso, divertido y muy original.
Nota: Marisa ha venido y ha sido tan amable de dejarnos el enlace del blog: Porque leo lo que quiero
Me apunto la idea para este libro, doy las gracias a ese blog por la fantástica idea y comienzo, aunque al ritmo de lectura que llevo tenemos para rato. No por el libro, sino porque este fin de semana lo he dedicado a salir y no a leer, y no he avanzado nada desde el viernes.
He elegido un libro: Pan de limón con semillas de Amapola, de Cristina Campos.
Lo he elegido tal y como empiezo esta reseña, sin leer la sinopsis, sin saber ni una sola palabra de él. Soy socia de Círculo de Lectores desde... desde siempre, y desde siempre compro muchos de los libros que tengo en papel por este medio. Antes era genial, porque me tenía que pelear conmigo misma para decidirme por uno. En Círculo estaban muy atentos a las novedades editoriales, pero desde que trabajan solo con una... la decisión ha mutado.
Muchas veces no me apetece nada.
Miro la revista y paso por encima de casi todo. Tanto, que cuando la agente me llama para ver qué quiero, acabo diciendo el primero que se me ocurre. Y no siempre acierto, la verdad, el libro anterior que pedí (y que leí, porque encima me costó una pasta) fue una auténtica tortura lectora para mí.
Este mes la llamada me pilló tan a contrapié como siempre, así que tomé una decisión racional, lógica y, por supuesto, muy poco arriesgada para elegir uno: abrir la revista y por la página que cayera. Total, peor que el anterior iba a ser difícil, así que...
Abrí por la página donde estaba esta novela, la primera de Cristina Campos, y la verdad es que ni siquiera me molesté en leer la sinopsis. Me dije que cuando llegara ya vería. Llegó esta semana a casa
y tampoco la leí. Dejé el libro dos días en el mueble de la entrada y solo al tercero me lo llevé a la habitación.
Entonces, le quité el plástico.
Y aquí, justo aquí, empiezan mis sensaciones de la novela. Quizá sea un poco descabellado, pero fue en el momento en el que toqué la portada cuando me di cuenta de que la elección iba muy bien encaminada. Las letras del título, en la sobrecubierta que llevan todos los libros de Círculo, están en relieve. Sé que va a sonar idiota, pero las de Detrás del cristal también lo están, es algo que nadie ha comentado nunca, pero que a mí me encantó cuando tuve los primeros ejemplares entre las manos. Quizá esa asociación subjetiva empezó a hacer que germinasen en mí las buenas sensaciones que continuaron cuando lo abrí y me sumergí en la primera página.
Y llegué hasta la treinta del tirón.
Lo que leí, me cautivó. El estilo, me enganchó. Me di cuenta de que no había sido un error hacer esa elección idiota: vendarme los ojos y dejarme llevar. Me alegro porque estoy segura de que, por casualidad, se tienen los mejores encuentros.
Por cierto, ¿sabéis lo que hice justo después de esas treinta páginas? Me fui a por un café e investigué sobre la novela. Me encontré con la biografía de la autora, una barcelonesa de cuarenta años, licenciada en Humanidades, y vinculada al mundo del cine ya que desde hace diez años se dedica a la dirección de casting de largometrajes y series de televisión, y que tiene en esta su primera novela. Cuando leí esto, pensé que habría un booktrailer por ahí, sobre todo por su biografía, y lo busqué. Arriba os lo dejo, en lugar de contaros de qué va la novela, en lugar de la sinopsis. Estoy convencida de que os va a encantar.
Por cierto, después leí otras cincuenta páginas de otra sentada. Y me alegré todavía más de haber elegido de una manera tan tonta y de ser capaz de leer a mi aire.
Ahora que me doy cuenta... no he contado nada de la trama, ni de los personajes, pero es que apenas los estoy conociendo. Dentro de unos días, os sigo contando...
Llevo un tiempo así, ignorando la realidad mientras escribo, porque lo que veo ante mis ojos duele. Araña. Desconcierta y sobresalta mi ánimo y no me apetece reflejarlo.
Por eso, porque escribir para mí es pasión y es terapia, en esta novela en la que enredo mis días, en algunos momentos le doy la espalda a lo lógico y me escudo en lo bello, en lo que me gustaría que fuera el mundo. No me apetece pensar con las coordenadas de lo razonable.
Porque no.
Porque ahora necesito escaparme y porque esta no es nada más que una historia.