viernes, 20 de mayo de 2016

TUS PROPIAS DECISIONES

Hay momentos en los que la vida te pone en la tesitura de tener que elegir. Entre lo que crees que es lo mejor para ti y lo que los demás esperan.

Elegir lo que los demás esperan lleva enredado el fracaso, porque al final no has sido tú quien ha tomado las riendas y ha hecho lo que sentía que debería hacer. Y eso, al final, te pasa una factura inasumible.

Me puedo equivocar. Siempre. Puedo tomar las decisiones más tontas que me conduzcan a errar de lleno, pero serán mis decisiones. Lo que yo quiero. Lo que siento. Y como son lo que quiero y lo que siento, lo asumiré.

Lo que sería incapaz de procesar es hacer algo tan solo por complacer a otro, por un capricho, por una idea mal entendida de lealtad. Y eso, a día de hoy, lo descarto porque me anularía como persona, me convertiría en un juguete en manos de otro y no estoy dispuesta.

Mis renuncias, siempre mías.

Mis pasos, los que yo decida.

Mis errores, los que cometa por mi propia falta de juicio.

Mis aciertos, los que me gane.

Ya lo hice alguna vez en el pasado. Escuchar lo que no debería haber escuchado, fiarme y creer, dar pasos de los que no estaba plenamente convencida y que fueron tropezones de libro. Es verdad que con ellos he aprendido. Mucho. Sobre todo he aprendido lo que digo, a hacer solo lo que yo esté convencida. Sin dejarme llevar por el miedo a perder a alguien o porque quizá he pensado que otros podían saber más que yo.

¿Alguien sabe más que nosotros mismos de nuestra propia vida?

No lo creo.


Por eso voy a seguir mi instinto. Voy a esperar a que lo que está en marcha siga su proceso. Y si acierto, bienvenido. Y si me equivoco… pues también, porque es lo que quiero.

lunes, 16 de mayo de 2016

EL REGALO DE ELOY MORENO



Sinopsis:

Un hombre aparca en un área de servicio su caro coche nuevo, un coche que acaba de comprar gracias a los ahorros de varios años, un coche que le roban delante de sus narices, y también su ordenador, y su móvil, y su ropa y... y no le queda otra opción que fiarse de un músico callejero para que le lleve con su vieja furgoneta a la comisaría más cercana. Una comisaría situada en un enigmático lugar llamado La Isla. Un lugar donde... todo es diferente.

Mis impresiones:

La novela de Eloy Moreno, El regalo, es diferente. No solo porque la manera elegida para contarla es poco convencional, sino porque durante toda la lectura tienes la sensación de que estás inmerso en un cuento, uno de esos con moraleja final, un cuento para pensar. Y claro que lo logra, no solo porque el texto está salpicado de frases que te hacen pararte a reflexionar -por más que la mayoría las hayas leído mil veces en otras partes- sino porque es una perfecta fábula de cómo nos movemos en este mundo en el que vivimos.

El protagonista del relato no tiene nombre. De hecho, creo que nadie tiene nombre en esta historia. Sabemos de ellos lo que son: un músico, un fotógrafo, un policía... pero jamás nos dice cómo se llaman porque en realidad no importa. Los personajes son reflejos de personas reales con las que nos cruzamos todos los días, personas que, poco a poco han ido perdiendo los sueños, dejándose arrastrar por este mundo en el que todo está medido y programado.

Lo son, pero les pasa algo que acaba cambiándolo todo.

Escribir una historia como esta, que empieza siendo un puzle de piezas sueltas que solo encajarán a medida que se llegue hasta el final me parece muy complejo, más si unimos ese pequeño detalle de no nombrar. Sé, por experiencia, que no ponerle nombre a los personajes dificulta la narración. No es fácil decir ella y que sepas a que ella se refiere en concreto, ni lograr que el texto se convierta en repetitivo si anulas de manera voluntaria el recurso de nombrar, pero Eloy Moreno lo hace y lo hace muy bien, impregnando además el texto de una prosa que es sencilla, pero que, por momentos, se vuelve hasta poética.

De esa que lleva mucho trabajo detrás.

El desconcierto del protagonista cuando llega a La Isla, el lugar ficcticio donde se desarrolla todo el relato, donde las cosas no funcionan igual que en ningún otro lugar, lo vives con él mientras lees y, al menos en mi caso, a veces se ha producido una cierta incomodidad ante tanta sacudida de conciencia. Una incomodidad derivada de nuestra propia comodidad, del lugar donde los instalamos y que nos decimos que es el mejor del mundo, pero que, como nos dice varias veces, es solo una excusa para no actuar.

Este libro es una fábula sobre perseguir los sueños. En este punto, y en algunos que relata vidas "normales" a mí me sacaba sonrisas porque yo he renunciado muchas veces, pero no en el sentido en el que lo hace el personaje, sino en todo lo contrario. He renunciado a la comodidad por tener presentes los sueños, a acumular cosas -y algunas experiencias- en favor de tener más tiempo para compartir con mis hijos. Muchas veces he pensado que quizá no estaba trazando un futuro seguro para mi jubilación, pero a cambio tengo un presente lleno de ellos y estamos construyendo momentos y recuerdos felices.

Recomiendo la novela. Para pensar, para disfrutar con un libro bien escrito y porque lo que nos dice, aunque lo sepamos, no bien mal recordarlo de vez en cuando.

domingo, 15 de mayo de 2016

LO QUE DEJA EL INSOMNIO



Esta mañana me he levantado muy temprano, tan temprano que el día aún se estaba desprendiendo de la pereza. La tenue luz de los primeros rayos se hacía un hueco por la ventana, sin conseguir todavía llenar el espacio de mi salón. Podría poner aquí que ha sido para escribir, me haría quedar como una escritora responsable que aprovecha los momentos libres para dejarse llevar por su pasión, pero estaría mintiendo. Y no quiero mentir. Me levanto muy temprano todos los días, me acuesto muy tarde y me despierto doscientas veces porque no duermo bien.

Así de absurdo.

Puede que fueran más de las dos cuando me quedé dormida anoche. No eran las siete cuando he abierto los ojos hoy y ya no he sido capaz de volver a cerrarlos.

Cuando el sueño no me alcanza por las noches o cuando decide marcharse de mi lado mucho antes de que la alarma del reloj marque el inicio de otro día, yo aprovecho para hacer algo. Antes me levantaba y recogía la casa. Planchaba. Doblaba calcetines. Limpiaba el polvo. Ordenaba el interior de los muebles del salón, Leía... Cualquier cosa que hiciera poco ruido, para que el resto no se despertasen.

Ahora, cuando me despierto de madrugada, me escabullo despacito de mi cama, agarró la manta del sofá, pongo el portátil sobre las piernas y escribo.

Esta mañana he estado escribiendo.

Así se me olvidan el insomnio, las noches eternas, el darle vueltas a la cabeza y a este cuerpo inquieto que me ha tocado. Encuentro historias con las que soñar y que me mantienen entretenida durante las horas en vela y, a veces, hasta me ayudan a quedarme dormida pensando en ellas.

Lo escrito esta mañana podría calificarlo, sin temor a equivocarme, como basura y como tal irá mañana mismo a la papelera, cuando haya dejado pasar unas horas prudenciales para el juicio al que someto todo lo que escribo. Como yo misma sé cuándo es el momento de escribir y cuándo no, me he ido a dar una vuelta por las redes y ahí...

Ahí he encontrado la razón por la que estoy aquí, escribiendo este extenso preámbulo, hablando de mi insomnio a propósito, porque estoy segura de que solo llegarán hasta este punto cuatro personas, las cuatro que siempre me leen.

Y sabrán, de verdad, de lo que voy a hablar.

He tropezado con una entrada de blog. El título en engañoso, pensado para que cientos de incautos caigan en él en busca de algo que no van a encontrar. Usa la palabra GRATIS, palabra que creo que debe ir unida a cualquier tipo de sortilegio porque de verdad hace magia. Y usa escritura.

No voy a redireccionar a ella porque no me da la gana. De lo que quería hablar es de un par de cosas que me llaman mucho la atención. Una de ellas es precisamente esto, la manera que tenemos de llamar la atención cuando no tenemos contenido que mostrar y sí la necesidad imperiosa de que nuestro blog sea muy visitado. Ahí se recurre al famoso método de "me meto con alguien, monto un pollo y las visitas se multiplican" o a ese otro de "me burlo de muchos y aunque solo sea para que me insulten, pero consigo atraer tráfico".

En esta entrada se hablaba de la inutilidad de los talleres de escritura y de lo fácil que es comerciar con las ilusiones de tontos que se dejan engañar por escritores frustrados que no sirven nada más que para vender humo a incautos que, lo que deberían hacer, es dejarse de monsergas y leer y escribir que es como se aprende.

Todo, eso sí, dicho con mucha más gracia que yo.

Sin embargo, a mí no me ha hecho gracia. Debe ser el madrugón, o que soy de las personas que nunca se han creído con la capacidad suficiente como para ir dando lecciones de vida. Debe ser porque ha llamado idiotas a quienes acuden a los talleres de escritura y estafadores a los que los imparten. No me ha hecho gracia porque yo estoy en esa tesitura (y ojo, no cobro nada, no puedo estafar nada más que el tiempo de las personas que vienen un día al mes para compartir impresiones). No me ha hecho gracia porque creo que aprender y enseñar son acciones complementarias. Es cierto que se puede aprender solo, pero también lo es que, si nadie te señala tus errores, tu aprendizaje puede acabar siendo un completo fracaso. ¿Qué hay de malo en que alguien te señale el camino correcto? ¿Que tiene de perverso aprender los métodos básicos para desarrollar un texto?

Nada, sino más bien lo contrario.

Aprender para desarmar. Los buenos, los escritores brillantes, al final es lo que hacen, pasarse por el arco del triunfo las normas y reinventar, pero para reinventar algo hay primero que conocerlo y no es pecado mortal ni preocuparse por aprender ni por intentar enseñar lo que sabes. Incluso, si me apuras, no es ni siquiera pecado leer un best seller porque ayuda también a aprender (en este artículo, leer best sellers está penado con que insinúen que tu nivel intelectual está por los suelos).

Pero no voy a ser dura, no es mi estilo y, quién sabe, a lo mejor esta persona duerme poco como yo. O tiene otras carencias en su vida que se le escapan por los dedos y le hacen decir estas cosas con las que no estoy nada de acuerdo.



lunes, 9 de mayo de 2016

LA OTRA ESCRITURA

Hay dos escrituras. Una, cuando te sientas, cuando posas tus manos sobre el teclado y dejas que los dedos se deslicen por él, poniendo en palabras tus pensamientos. Otra, más larga, más íntima, en la que las manos no intervienen. Ni siquiera es necesario sentarse frente a un escritorio. Puedes estar escribiendo

... mientras paseas por el bosque...

... sentado en la orilla del mar...

... corriendo...

... mientras te tomas un café...

... cuando te vas quedando dormido...

... planchando...

Y estás escribiendo mientras buceas en libros para documentarte, cuando ves una película o un documental. Cuando tomas notas de manera compulsiva, aunque sepas que muchas no las vas a usar porque son demasiadas.

Estoy ahí, en la fase de poner orden. Tengo datos, fechas, imágenes... tengo ideas y la mitad de la novela redactada, pero hace meses que la pausé y he vuelto a ella esta semana. No sé cuánto me llevará terminarla. Creo que he escrito más o menos la mitad y esto me ha llevado año y medio (aunque es cierto que en medio he escrito otra de otro género). Necesito al menos otro año y que las cosas no se tuerzan mucho para poder terminarla.

Creo que si soy capaz de sacarla de mi cabeza tal y como la imagino, os va a sorprender.

domingo, 8 de mayo de 2016

IMAGINAMOS LO QUE QUEREMOS



¿Imaginas toda una vida obligado a fingir que eres otra persona? ¿Imaginas pasarte el tiempo aparentando ser quien no eres? ¿Imaginas no poder contarle a nadie tus verdaderos sentimientos? ¿Imaginas sentirte solo en medio de la multitud?

A primera hora de esta tarde he estado pensando en ello. A mí no se me puede dejar pensar un poco porque enseguida mi mente maquina una historia que me entran ganas de escribir inmediatamente. No tengo tiempo para tanto, de momento hay dos novelas a medias que debería terminar antes de arrancar con otra, así que ni siquiera me he tomado la molestia de anotar todas las preguntas que circulaban por mi mente.

Hasta ahora, que me han entrado unas ganas irrefrenables de venir aquí y lo he hecho. Así, a lo bruto, como si agarrase un bote de pintura y me pusiera a hacer grafitties por las paredes de casa (esta es mi casa también).

Os preguntaréis si no es un poco absurdo poner una idea de una novela en público -te la van a copiar, seguro que estáis pensando-, pero no tengo miedo. Las mismas preguntas se le pueden hacer a un hombre o una mujer. A alguien que nació en el llamado primer mundo o en medio de un país tercermundista. La trama se puede ambientar en medio de una gran ciudad o en un entorno rural. Incluso la profesión del/la protagonista podría ser desde conductor de autobús, a economista, político, jueza o limpiadora. Yo que sé. Son tantos los matices que solo por unas preguntas no saldrían historias ni parecidas.

Y además, que a lo mejor ni siquiera me da por escribirla.

Al hilo de esto, mi mente ha seguido dando vueltas mientras me paseaba por delante de la estantería de una librería (vale, lo reconozco, en cuanto puedo ir a una, entro aunque solo sea para disfrutar del olor a libro). Me he puesto a pensar en lo que imaginamos con solo unos pocos datos, algo que nos sucede siempre cuando tomamos un libro entre las manos. El título muchas veces nos lleva a pensamientos engañosos. Nos imaginamos lo que querríamos que nos contase el autor y a veces eso hasta nos decepciona porque no se parece a lo que a él le apetecía contar. Incluso a veces lo mismo sucede con la portada, que nos transporta a lugares diferentes a los que en realidad el autor puso en palabras.

He seguido encadenando pensamientos.

Con las personas que no conocemos pasa lo mismo. Las imaginamos como queremos. A veces fuertes, otras atractivas, algunas sensibles y hasta se nos ocurre que son responsables y mágicas cuando, si nos parasemos a conocerlas de verdad, la fortaleza se volvería fragilidad y el atractivo se diluiría como el azúcar en un vaso de agua. Y magia es la que nos gustaría manejar para que desaparecieran...

No me hagáis mucho caso, es la madrugada de un domingo.