martes, 10 de septiembre de 2019

UNA CARTA PARA MARY

Querida Mary E. Davenport:

Tal vez hayas pensado, al recibir esta carta, que al fin te contestaba Camille. O John Lowell. O James Payne para contarte las dificultades de una vida por la que temes. Pero no es así. Quien te escribe esta carta ni siquiera es una mujer de tu tiempo, sino alguien que ha sido testigo de tu historia de viva voz y a través de unas letras maravillosamente escritas y quiere mostrarte ahora su más profunda admiración.

No he tenido la suerte, o tal vez la desgracia, de formar parte de la sociedad inglesa de principios del siglo XX a la que has pertenecido tú, pero nada me hubiera gustado más que haber sido testigo directo de la vida de la mujer fuerte, valiente y un tanto rebelde que demostraste ser, una mujer que a pesar de su juventud y palpable inexperiencia afrontó vientos en contra que la hicieron tambalearse, que abrió los ojos al mundo feroz al que la empujaron sin más armas que las de sus propias manos, su ingenio y ese orgullo perdido en tantas y tantas otras coetáneas tuyas y que tú desempolvaste, dando una lección incluso a más de una de las que ahora conocerán tu historia.

Han sido muchos los inconvenientes por los que has pasado: algunos, tomando forma fuera de ti, como esa guerra maldita que tanto sufrimiento causó; otros, dentro de tu corazón y en nombre de un amor reñido con las costumbres, las imposiciones y los designios de un padre a cuya voluntad te debías. A pesar de lo pudieras sentir.

No sé si quien lea tu historia te juzgará; aunque lo dudo. Yo no lo he hecho, al contrario, he sentido hacia ti una empatía inmensa. He deseado con todas mis fuerzas que te sonriera la vida y, sobre todo, el amor. Que uno de los dos hombres que compartían tu existencia te correspondiera con la intensidad que merecías, con la misma que sentías tú.

Yo hoy me siento emocionada por que el mundo te conozca. Sí, ya sé que no aciertas a comprender la razón; no sabes ni siquiera quién soy. Pero eso no importa. Mis mejores deseos están contigo y con aquella otra mujer que ha querido que tus vivencias vean la luz.

Espero de todo corazón que tú, mi desde siempre querida Mary, conquistes a todo aquel que tenga a bien abrirte las puertas de casa. Que tenga a bien escucharte. Que tenga a bien mirarte a los ojos mientras te encuentra entre las líneas de tus hojas de papel.

Recibe un cordial abrazo. O como solemos decir en mi tiempo:
¡Un besazo enorme!

Pilar.

lunes, 9 de septiembre de 2019

MIÉRCOLES 11 DE SEPTIEMBRE, LA COLINA DEL ALMENDRO EN LIBRERÍAS

El pasado 29 de agosto estrené novela, La colina del almendro, publicada por HarperCollins Ibérica en la colección Top Novel en digital. El miércoles 11 de septiembre será el día en el que llegue a las librerías en formato papel.

Me consta que la estáis esperando así, y os aseguro que me encanta saberlo porque para mí significa algo. También tengo preferencias en cuanto a los libros.

Cuando no me dicen nada, puedo leerlos a través de programas con KU o Prime reading. No me importa porque intuyo que serán libros que me dejarán poca o nula huella. Si lo hacen, la verdad es que los acabo comprando en digital casi siempre para tenerlos o para releerlos cuando quiera (releo cuando me atasco y no encuentro nada que me llene).

Cuando me apetecen, pero no estoy segura de que me vayan a volver loca, primero los compro en digital y, si superan la prueba, me los regalo en papel. Si hay suerte hasta algunos he conseguido que me los firmen los autores.

Cuando me apetecen muchísimo, no me lo pienso, los compro en papel directamente. Sé que estoy loca, porque tengo la casa ocupada por libros, pero no me pienso mudar y, cuando me muera, mis hijos me han dicho que los van a tirar todos -son así de sinceros-, que no ocuparán espacio en sus vidas, así que también en ese sentido estoy tranquila, no serán una molestia para nadie.

Así que, si me decís que la queréis en papel antes que en digital, yo interpreto eso como algo muy, muy bueno.

Vamos a ver cómo transcurre esta aventura.


viernes, 6 de septiembre de 2019

TENEMOS UNA PROPUESTA PARA TI

Se acerca el 11 de septiembre, día en el que se publicará en papel La colina del almendro, mi última novela, y desde HarperCollins Ibérica tenemos una propuesta.





Sí, para ti.

¿Quieres la novela firmada, completamente gratis?
¿Te apetece conocer las instalaciones de una editorial y ver cómo trabajan en ella?
¿Te gustaría charlar un rato conmigo allí?

Pues solo tienes que apuntarte en el siguiente formulario:


Se sortearán 10 pases junto con 10 ejemplares en papel y estoy segura de que será una experiencia enriquecedora para todos. Es posible hasta que os invite a comer un pedacito de bizcocho. ¿Por qué? Bueno, lo entenderéis al leer la novela...

viernes, 30 de agosto de 2019

LE LLAMABAN BRONCO, DE LAURA SANZ


Sinopsis:

Texas, 1868

Rose Randolph vuelve al rancho familiar tras haber pasado los últimos años en Chicago. Las ilusiones que tenía puestas en su retorno al hogar se ven pronto truncadas al descubrir que su padre la ha hecho regresar para casarla con un desconocido. Su tristeza y desolación se verán mitigadas por la presencia de un atractivo e inaccesible vaquero que trabaja domando mustangs salvajes a las órdenes de su progenitor, por el que se sentirá irremediablemente fascinada. Gabriel Salas, el hombre con nombre de arcángel, al que todos llaman Bronco.

Bronco Salas no lo ha tenido fácil en los últimos tiempos. Trabaja en Las Claritas, uno de los ranchos más prósperos de la zona, mientras espera poder cumplir una promesa que le hizo a su familia, por la que ha empeñado su vida y su futuro. La llegada de la hija mayor de su arrogante patrón le supone un contratiempo con el que no había contado. Aun a sabiendas de que cualquier relación con la señora Randolph está destinada al fracaso, y que permitirse caer en la tentación que esa mujer personifica sería un gran error, no puede evitar sentirse atraído por ella.

Ciertas historias de amor están condenadas a no suceder, otras, aun pareciendo imposibles, están escritas en el destino desde el principio. La de Gabriel Salas y Rose Randolph es una de ellas…


Mis impresiones:

Le llamaban Bronco es la sexta novela que leo de Laura Sanz. Desde que la conocí con La chica del pelo azul han pasado unos años y en ellos he visto su evolución positiva como narradora. Durante cuatro novelas dejó la novela de ambientación histórica por la contemporánea, pero esta ocasión vuelve a sus orígenes de alguna manera, a una novela que transcurre hace siglo y medio, y que ha necesitado de un tiempo de documentación para hacer que la historia fuera verosímil.

Pero yo me he dicho a mí misma que no iba a hacer una reseña, que no iba a hablar del narrador equisciente, ni del pasado en el que se nos narra la historia. Tampoco del uso cuidado del lenguaje, teniendo tan en cuenta el decoro poético que hasta se ha documentado en las expresiones mexicanas de algunos de los personajes para que existieran ya en el período que nos narra, y que le dan un tremendo sabor a los diálogos.

Tampoco me apetece hablar de esos capítulos que se enlazan a través de cómo los dos personajes van viendo la misma situación, sin llegar a parecer que se repite, porque ha tenido mucho cuidado en que esas introducciones, necesarias, fueran breves. Os mataría de aburrimiento si me pusiera técnica o me entretuviera en contar que parece que estás en el Oeste americano, cuando describe las calles del pueblo o el rancho Las Claritas. O la forma en la que se visten, o las herramientas que usan, o cómo doman los caballos salvajes.

Quiero hablar de otra cosa.

Quiero hablar de lo que he sentido como lectora.

En esta sexta novela de Laura me ha pasado como en las anteriores, quería encontrar un momento para seguir leyendo. No me he dado cuenta de la cantidad de páginas que tiene, ni siquiera he ido pensando si estaba empleando bien o mal los tiempos verbales, porque en realidad estaban todos tan  bien elegidos y me había metido tanto en la historia que solo quería enterarme de lo que pasaba con Gabriel y Rose.

(También hubo un momento en el que me entraron ganas de asesinar a Laura, pero esto mejor no lo explico mucho. Por si os entran ganas de mandarle a un sicario por hacernos sufrir.)

Le llamaban Bronco tiene lo que le pido a una novela: un punto de intriga, un tanto de romance, una escritura sin escollos, una lectura envolvente que me haga olvidarme del mundo y esa sensación de querer dejarlo todo para leer.

No creo que necesite más razones para enamorarme de una historia, y esta me las ha dado todas.


martes, 20 de agosto de 2019

EL PRINCIPIO DE LA COLINA DEL ALMENDRO



C A P Í T U L O 1







Almond Hill
Residencia de los condes de Barton
27 de julio de 1913

Querida Camille:

Me ha entristecido leer en tu carta que no vendrás a visitarnos. Esta casa hace tiempo que necesita que algo de luz entre por puertas y ventanas, y estoy segura de que solo tú puedes lograr que eso suceda. Ya sé que no te entiendes demasiado bien con papá, pero seguro que nos las podemos arreglar para que apenas coincidáis más que en las comidas, como en agosto pasado. Echo muchísimo de menos a mamá desde que murió, la preciosa familia que teníamos, y solo tus cartas me han servido de alivio en este tiempo en el que en Almond Hill solo se respira tristeza. Piénsalo, Camille, quizá encuentres un par de semanas para tu ahijada, que te extraña mucho.
Tuya,
Mary E. Davenport


***



Viernes, 1 de agosto de 1913

Pasaban unos minutos de las once de la mañana cuando la señora Durrell, el ama de llaves de Almond Hill, interrumpió la tranquilidad de la biblioteca para anunciar una visita. El ocupante de la sala, Richard Davenport, conde de Barton, bebía en esos una copa de brandy mientras lidiaba con la correspondencia del día. Sentado en el elegante escritorio de caoba, levantó la vista hacia la mujer y le dio instrucciones para que hiciera pasar al visitante, pero no antes de diez minutos. En ese tiempo ordenó con tranquilidad los papeles que tenía esparcidos sobre la mesa y los guardó en un cajón.
Educado en la elitista escuela de Eton, Richard era un hombre serio y de costumbres severas. Solo había algo que alteraba la sobriedad de su carácter, su insana afición a las bebidas espirituosas, que había ido en alza tras la muerte de su esposa Elisabeth. Levantó la vista hacia el retrato de ella, situado sobre la chimenea, y por un momento pensó en que debería ser su última copa. Casi se había convencido, pero instantes después, empujado por la ansiedad que lo consumía, apuró el licor y dejó la copa con brusquedad en la mesa. 
Volvió a sentir cómo la rabia le invadía, como hacía día tras día desde hacía un año, cuando la condesa murió por unas fiebres sin haberle dado un hijo varón.
Se había casado veinticinco años antes con ella, la hija mayor del duque de Bedford, y poco después había nacido su primogénito, un niño débil y enfermizo que, a pesar de los cuidados que le prodigaron, no logró sobrevivir. Tampoco lo hizo otra criatura, que se malogró a mitad del segundo embarazo de la condesa. Con el tiempo, la fortuna les sonrió y fueron padres de dos preciosas niñas tan distintas como la noche y el día: Mary Elisabeth y Mary Ellen. Sin embargo, esa felicidad siempre tuvo un pero para Richard: no tuvieron un hijo varón, lo que era causa de los desvelos del conde. Esto suponía que las posibilidades de conservar Almond Hill para los suyos eran prácticamente nulas. El patrimonio familiar no lo heredarían sus niñas, sino que pasaría, inevitablemente, al hijo de su primo, Charles Davenport, un joven de veinticuatro años asiduo de bailes y carreras de caballos, y bastante dado al despilfarro. Que Charles se quedase con el título supondría que sus hijas probablemente se tuvieran que marchar de Almond Hill a su muerte. Necesitaba conseguir antes para ellas un buen casamiento que mantuviera su estatus intacto. 
Pero no era su único problema, algo más tenía desesperado al conde: la inmensa fortuna heredada de sus antepasados había mermado de manera alarmante en los últimos años. Él mismo se encargó de dilapidar el dinero, tras algunas gestiones hechas con muy poco criterio. Cierto era que conservaba intactos sus bienes, Almond Hill y los terrenos aledaños, inmensos jardines verdes que se transmutaban en un frondoso bosque donde era frecuente encontrar corzos y faisanes, pero el banco al que había pedido un crédito para cubrir las deudas contraídas por sus fallidas inversiones exigía su devolución y no sabía con qué afrontarlo. Las rentas no daban para tanto y, si no actuaba pronto, habría que empezar a tomar decisiones drásticas, a menos que quisiera perderlo todo. 
Esa mañana esperaba la visita de un representante del banco con el que tenía que renegociar el importe de los plazos, por lo que se sorprendió cuando vio entrar a un desconocido en la biblioteca. Los ojos de Richard Davenport se enfrentaron a los de un señor de escasa estatura, ataviado con un gastado traje de tono gris.
—Buenos días, señor. Encantado de saludarle. Permítame que me presente: soy Angus Stockman, abogado de Londres.
El hombre se quedó plantado en medio de la biblioteca, esperando que le ofrecieran asiento en uno de los cómodos sillones de la sala, pero Richard no hizo el gesto de invitarlo. Frente a él, sobre la mullida alfombra traída de la India por el anterior conde de Barton, preguntó:
—Buenos días, señor Stockman, ¿a qué debo su visita?
Stockman, un hombre calvo y orondo que bordeaba los cincuenta, extrajo un pañuelo del bolsillo y se secó el sudor de la frente. No hacía calor, así que no cabía nada más que pensar que la noticia que traía no era fácil de transmitir y estaba destemplando sus nervios.
—Me envía mi cliente, el señor John Lowell, para… —se interrumpió, haciendo uso del pañuelo de nuevo, dejando la frase inconclusa.
—¿Para? —le animó Richard Davenport.

...

Continúa...

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