domingo, 1 de noviembre de 2015

NECESITO RESOLVER UNA DUDA

El otro día me contó mi madre que estaba leyendo el relato que he ido publicando por entregas, Oasis de arena, pero no le resultaba cómodo. Es normal, para alguien que no se maneja bien con internet –le daré tiempo, seguro que lo logra- es un poco difícil ir saltando de enlace en enlace, así que he pensado que podría hacer una cosa: maquetarlo y meterlo en su Kindle para que pueda leerlo del tirón.

Y ya que estaba pensando en maquetarlo, se me ha ocurrido otra cosa. ¿Por qué no lo subo a Amazon? 

La verdad es que lo único que necesitaría para hacerlo sería escribir una sinopsis y crear una portada, pero todo es ponerse. Podría incluirlo en el programa KDP y de ese modo, quien esté suscrito, lo descargaría gratis independientemente del precio que le pusiera yo al relato (que ya os aviso que es muy posible que fuera 2,99€). Me da igual que alguien piense que es demasiado para tan pocas páginas, no le voy a poner una pistola en el pecho a nadie para que lo compre, incluso puede que hasta me abstenga de publicitarlo. Solo pienso que no quiero que se pierda entre las cientos de entradas de este blog, que me está dando muchos problemas en las últimas semanas y cualquier día no me dejará ni volver a entrar.

También he pensado que puedo recopilar algunos relatos que he ido escribiendo en este blog en una antología, pero eso me parece menos sensato porque entre ellos el único hilo conductor que hay es que los he escrito yo, pero no se parecen en nada ni tienen nada en común.

Estoy valorando la idea, pero me gustaría saber qué os parece. Tengo muchas preguntas.

¿Lo subo?
¿Me estoy quieta?
¿Me dedico mejor a estudiar matemáticas?
¿Me tomo un café y me echo una siesta?
¿Lo alargo?
¿Quedo con alguien para comer y me dejo de tonterías?
¿Leo un poco?
¿Sigo escribiendo?
¿Lo dejo para siempre?


¡Sacadme de dudas!

viernes, 30 de octubre de 2015

DICEN DE UN ABRAZO


Con los abrazos tengo una relación extraña.

Creo que de manera inconsciente los evito en los saludos. No es que no me guste que me abracen, pero me desconcierta mucho, no sé qué hacer, me siento torpe y los abrevio. Si tú que estás leyendo alguna vez has recibido un abrazo mío, largo, cálido, intenso, que sepas que ha sido algo excepcional. No me salen solos salvo en contadas, contadísimas excepciones. Con contadas, contadísimas personas.

Con los únicos que nunca he tenido reservas ha sido con mis «A».

Dicen que los abrazos son poemas que escribimos en la piel y creo que no todo el mundo hace que nazca en ti la poesía, que se produzca una explosión de emociones de un calibre tal que, durante el tiempo que dura, parezca que el mundo se desvanezca a tu alrededor.

Debería abrazar más.

Dicen que cuando abrazas se segrega oxitocina, que mejora nuestra salud.

Dicen que con los abrazos aumentamos la cantidad de serotonina y dopamina, que provocan sensación de bienestar y tranquilidad, y mitigan el estrés.

Dicen que si abrazas te baja la tensión y mejora tu sistema inmunitario.

Es más, dicen que cuando envejezcas no te perderás en una maraña de recuerdos difíciles de ordenar.

Dicen que tu autoestima puede mejorar, así como el dolor de espalda y quizá hasta te sientas más joven.

Creo que debería dejar que me abracen y abrazar un poco más.

Lo dicho, abrazaos más, yo pienso ponerlo en práctica desde ya mismo. 

lunes, 26 de octubre de 2015

UN JUEVES DE OCTUBRE

Para alguien que de pronto aterrice en mi blog puede parecer que me paso la vida de evento en evento, y nada más lejos de la realidad. Se ha dado la coincidencia de que, en menos de siete días, tenía la posibilidad de asistir a dos citas literarias en la Gran Vía madrileña, dos citas a las que tenía muchas ganas. Aunque salir de mi pequeño mundo supone siempre un trastorno mayúsculo, lo hice. La primera de ellas, porque no podía quedarme con el medio millón de preguntas que tenía -aunque un cuarto de millón se quedaron en el tintero por falta de tiempo- y la segunda porque se trataba de María José Moreno y no me lo podía perder. Presentaba La caricia de Tánatos en la Casa del Libro de Gran Vía y quería estar con ella.

María José y yo coincidimos en nuestra primera presentación en Madrid hace casi dos años, cuando ambas presentamos las novelas que habíamos publicado en papel con Vergara: Bajo los tilos y Detrás del cristal. Desde el momento en el que nos vimos hubo una conexión que ya intuíamos a través de nuestras conversaciones virtuales, un lazo que a medida que ha ido pasando el tiempo se ha ido estrechando y haciéndose más fuerte. Para mí tiene tanta importancia el evento como verla a ella, la conversación delante de un café.

Por eso, el pasado jueves 22 de octubre, hice todo lo posible por estar a su lado. Y no fue sencillo.

Vivo en un desierto demográfico. Eso significa que, aunque existe transporte público, es muy limitado porque no es rentable. Hasta hace un año teníamos la posibilidad de ir en autobús a Madrid, pero la escasa cantidad de viajeros provocó que lo quitasen. Para llegar hasta allí no queda más remedio que ir a Segovia y, desde allí, montar en otro autobús. Y no se puede volver el mismo día si la cita es por la tarde, como era este caso. Sí o sí, te tienes que quedar si nadie te puede recoger.

Con mi desconocimiento absoluto de cómo funciona esto, me fui con mi mochila al hombro. Monté en el primer autobús y cuando llegué a Segovia... la estación de autobuses estaba en obras. ¡Genial! Si me pierdo cuando todo está en su sitio, empezaba con todo descolocado. Lo bueno de esto es que no era la única despistada y, preguntando, como todo el mundo ese día, logré montarme en el autobús correcto.

Y quedarme dormida.

Los nervios por volver a verla, por enfrentarme al hecho de que apenas viajo sola, habían provocado una noche más de insomnio y el solecillo, unido al traqueteo de la máquina me desconectaron hasta que desperté en Villalba. Al llegar al intercambiador de Moncloa salí a la calle, le pedí a mi teléfono que trazase la ruta que debería seguir para ir andando -ya sé que estáis pensando que debería haber cogido el metro, pero dos autobuses en un día eran ya suficientes para mí- y a ello me puse.

Llegué andando sin problemas -y con un bolso nuevo, porque me paré por el camino en una tienda- hasta la puerta de la Casa del Libro, casi una hora antes. Es también otro problema de ir en transporte público: llegas a la hora que te deja, no a la que quieres. Menos mal que allí encontré, en plena Gran Vía, a Marina Collazo y nos fuimos a tomar algo mientras se hacía la hora.

Juntas alcanzamos la tercera planta, donde era la presentación, y tras los saludos nos instalamos para escuchar a María José, que antes me dio dos besos y su cámara de fotos para que inmortalizase el momento. Mientras se preparaba todo conocí a varias lectoras con las que mantengo contacto en las redes, saludé a Sany, a Pedro, a Concha y a Teresa, blogueros vocacionales como yo y pronto hubo que sentarse para que David G. Panadero presentase a María José.



Me encantó el entusiasmo de los editores de Versátil, el mismo David y Consuelo Olaya, la pasión con la que hablan de una novela que la verdad es que sorprende mucho. Como dice muchas veces su autora, es una novela que asusta mucho sin que haya sangre, porque en esta historia no hace falta. El maltratador, con solo una "caricia", consigue matar a sus víctimas. Es una novela que de pronto te hace pararte a pensar en quienes tienes alrededor, te das cuenta de que cualquier persona encantadora puede llevar dentro un monstruo que se lo está haciendo pasar mal a alguien de tu entorno. Una novela inteligente y muy bien construida, que me consta que está haciendo disfrutar a los buenos lectores.


Hablaron los editores, habló María José y preguntó el público, mayoritariamente femenino. En un momento dado me di la vuelta. Quería elegir un lugar desde atrás donde se viera bien que el espacio se había llenado por completo y mi cara tuvo que reflejar desconcierto porque no podía creer a quién me había parecido ver. ¿Marlene Monleon? ¡Pero si vive en Miami! Cuando me levanté y fui hacia atrás confirmé que no me había equivocado. ¡Era ella! Y, justo detrás, estaba Víctor Fernández Correas, al que pido perdón desde aquí porque me emocioné al verlo y le di un abrazo y un beso de lo más efusivo en medio del acto. Tan efusivo que Manuela Marín, que estaba al lado, me gruñó un poco -y con razón- porque la ignoré.


Volví a mi sitio hasta que terminó y cuando empezó la firma de libros fui hablando con mucha gente, aunque sin poder prestarles toda mi atención porque esa tarde-noche yo ejercía el papel de reportera gráfica. Le he robado a María José las fotos de su cámara, la mayoría  de las cuales disparé yo. ¡Montones de fotos! No podía ser más emocionante, la fila esperando para firmar era enorme, tanta que en un momento dado se apagaron las luces de la sala y nos indicaron que no tenían más remedio que cerrar. Hubo de firmar los últimos ejemplares en la puerta de la librería, en plena Gran Vía.



¿A quién le pasa eso? Solo a los grandes.

Tras eso nos fuimos a tomar algo, una cena informal de chicas, donde conversamos, nos reímos, repasamos el día y se nos hizo, como siempre pasa cuando estás a gusto, demasiado corto. Tanto que María José y yo apenas pudimos hablar casi nada -lo solucionamos al día siguiente-.



Me quedé en Madrid con Mercedes Gallego, mi hada madrina particular, a la que tengo que volver a ver pronto porque me llevé a casa puesta una de sus chaquetas. ¡Si es que siempre tengo frío, aunque Marina me diga que en lugar de abrigo llevo una manta zamorana! Al día siguiente teníamos planes pero un retraso aéreo nos los desbarató. Fui con ella al aeropuerto a recoger a Blanca Miosi, pero al final no la pude conocer. El sábado era el evento de Amazon, pero no me quedé porque tengo obligaciones familiares que cumplir y escaparme dos días ya era mucho.

Pronto llegarán las otras dos novelas de esta Trilogía del Mal y espero que para entonces sean muchos más los lectores que se enganchen a esta historia.

Al día siguiente continuaron mis aventuras en transporte público: metro, tren, autobús... todo un reto para alguien como yo, que va andando -o en coche- a todas partes.

Pero esa ya es otra historia.

domingo, 18 de octubre de 2015

ENCUENTRO CON MIKEL ALVIRA EN EL HOTEL DE LAS LETRAS

Llovía. La tarde era el preludio de un fin de semana de chubascos, de cielos grises y viento, el anuncio de que al invierno no se le olvida nunca hacernos una visita. La calle Preciados parecía ajena a todo. Miles de personas caminaban por ella, como siempre, pero esta vez paraguas en mano, esquivando a veces al resto de viandantes y, otras, ignorando que habían estado a punto de sacarle un ojo a quien caminaba tras ellos. Las tiendas servían de refugio improvisado. Y los voladizos de los balcones, las marquesinas del autobús, las entradas de los hoteles a medida que avanzábamos por la Gran Vía de camino al Hotel de las Letras.

Caminaba bajo mi paraguas rojo. Pegados a mi pecho, protegidos tan solo por una bolsa de plástico, los ejemplares de La novela de Rebeca que tenía el encargo de llevarme firmados por su autor me recordaban que faltaba muy poco para reencontrarme con Teresa, Concha y Manuela. Para los besos de bienvenida, para esos minutos en los que las preguntas de cortesía sonarían reales, porque importa qué tal están, cómo les ha ido en estos meses en los que solo nos hemos podido “ver” de manera virtual.

Llegué con mis chicos, con seis escasos minutos de margen. Es complicado andar por la ciudad bajo la lluvia. Mientras mis pies seguían la secuencia de cada paso me iba preguntando dónde está ese ritmo rápido de las grandes urbes. En mi pequeño mundo, donde me muevo cada día, no hay nadie que entorpezca un paseo rápido. La velocidad funciona diferente. El espacio se recorre en menos tiempo, por más que sea el mismo medido en metros. Aquí la impaciencia escala posiciones en la gráfica, haciéndose presente en una ecuación donde no está convocada. Y eso que dicen que la física no entiende de emociones...

No nos dio tiempo a mucho mientras Mikel Alvira llegaba. Besos. Conocer a Marta, la amiga de Manuela, que, casualidades de la vida, vive en mi pueblo, en el que crecí. Llegaron también Luis y Teresa. Y, un poco más tarde, Nicolai. Unos sillones blancos. Dos pequeñas mesas redondas blancas. Cojines blancos. Un revoltijo de abrigos y bolsos colocados donde menos estorbasen y empezamos.

La reunión para hablar con Mikel de su novela tenía muchas ventajas. La primera, que todos habíamos leído el libro y podíamos hablar de él sin temor a spoilers. Hablamos. Preguntamos. Por el proceso creativo, por manías, por detalles que aparecían en la lectura de la novela. Por la estructura. Por la forma de abordar una novela. Por las frases. Por el significado de trascender. Por la figura del agente literario…

Miré el reloj la primera vez cuando había pasado hora y media. Mis chicos no se habían quedado, para ellos esta reunión no tenía el atractivo ni el interés que despertaba en mí y se fueron a pasear bajo la lluvia. De momento estaban tranquilos, porque no encontré ningún mensaje que demostrase su impaciencia.

Seguimos hablando, preguntando, compartiendo unos minutos que fluían mezclados en una amena conversación. Yo pensaba que esto me gusta, que quizá estaba asistiendo a la mejor “presentación de libro” en la que he estado nunca, porque en realidad no lo era. El libro ya se había presentado solo, ya lo había disfrutado en casa. Parándome en cada sentencia de esas que me obligaban a anotarla en mi libreta. Sonriendo al descubrir la habilidad de Mikel para contar una historia tan compleja estructuralmente y tan sencilla de leer y de sentir a la vez. Maravillándome por la seguridad con la que su agente literaria, Antonia Kerrigan, creyó en el libro que él mismo definía como “impublicable”.

Mikel, en persona, parece más joven que en las fotos que había visto en las redes. Es muy locuaz y provocó varias veces la sonrisa de quienes estábamos ahí –sobre todo cuando le preguntaba qué opinaba a Marta, que fue la que más silenciosa se mostró-. Habla con pasión de todos sus libros, de La novela de Rebeca pero también de esos otros que ha publicado: novelas,  ensayos, teatro y poesía. Porque él, nos lo dijo, se siente poeta, autor de frases en torno a las que construye novelas. Y seguro que lo es, porque los títulos de sus otros libros lo son: El mar que te debía, El silencio de las hayas, La playa de las letras…

Pero no nos quedamos en esto. También hablamos de los blogs. Del escasísimo pudor que tenemos al mezclar en nuestros comentarios en Twitter libros con lavadoras, o con el menú del día, o con recoger a los niños del colegio. De los personalísimos análisis en las reseñas. Ninguna se parece a otra, cada uno encontramos matices nuevos, ponemos focos en distintos aspectos. De la pasión por la literatura que detecta en cada uno.

Miré de nuevo el móvil y ya me estaban llamando, impacientes. La lluvia entorpecía su paseo y querían volver a casa. Vinieron a buscarme, pero les pedí un poco más de tiempo. Me lo concedieron, pero me tuve que marchar antes del final. Los veía al fondo, en otra mesa, con cara de aburridos y de querer regresar. Y tenía que hacerlo con ellos, por más que esta tarde de sábado lluvioso en Madrid haya sido oxígeno para mí.

Espero que haya más, que en otro momento podamos sentarnos y sentirnos como esta tarde. Que las palabras escritas vuelvan a protagonizar unas horas compartidas con gente que las ama tanto como yo.

Fotos del momento. Pocas, no nos dio tiempo.






viernes, 16 de octubre de 2015

RESEÑA EN VÍDEO DE DETRÁS DEL CRISTAL

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Es la primera vez que me pasa, la tengo que compartir porque me ha encantado!!