lunes, 26 de diciembre de 2016

DIEZ COSAS QUE APRENDÍ



Este año he aprendido algunas cosas.

1.- No odio las gominolas (de hecho, me gustan, pero no lo sabía).

2.- Puedo escribir borradores de novelas en un par de meses (aunque luego tarde mucho en darles el visto bueno).

3.- La gente que te quiere de verdad no te hace llorar ni una sola vez (y menos por gilipolleces, en todo caso te sujetan cuando te caes).

4.- Los mejores besos del mundo saben darlos mis hijos (esto ya lo sabía).

5.- Estoy muy orgullosa de mi trabajo, con independencia de lo que piensen los demás (por lo tanto, lo que puedan decir me afecta muchísimo menos que en el pasado y no descarto contestar más de lo que lo he hecho hasta ahora).

6.- Dormir más de tres horas seguidas es muy bueno para la salud (aunque se engorde un poco... más que un poco).

7.- Estar sola y callada es tan bueno como acompañada y charlando sin parar (estoy practicando lo primero mucho).

8.- La palabra clave no es necesitar, es compartir (solo quiero cerca gente que quiera compartir).

9.- No pienso dejar de ser yo misma por nada ni por nadie (he dicho).

10.- No tengo miedo a dar un paso adelante apostando por lo que sueño, aunque acabe siendo un tropezón de libro (si no lo haces, nunca sabrás si estaba en tu destino...).

He cometido un montón de errores en 2016 y aquí sigo. En 2017 pienso equivocarme un poco más.

jueves, 22 de diciembre de 2016

LA CHICA DEL PELO AZUL DE LAURA SANZ




Sinopsis:

Una historia de amor entre dos épocas.

Álex Carmona poco se podía imaginar que el pergamino que había adquirido en una misteriosa librería la iba a llevar a la Inglaterra medieval. 

Allí conocerá a Robert FitzStephen, señor de Black Hole Tower, que desde el primer instante la fascinará y le hará cuestionarse todos sus principios.

Si bien el destino ha sido el artífice de que sus caminos se crucen, habrán de ser ellos los que decidan sobre su futuro. ¿Son novecientos años realmente una distancia insalvable?



Mis impresiones:

Creo que he contado más de una vez que, desde que leo sin tener mucho en cuenta la lista de pendientes, sino siguiendo mis propios impulsos, acierto mucho más con las lecturas. Deshacerme de los compromisos que me había impuesto mejoró que disfrutase leyendo, algo que hace unos años empezaba a pasar. No podía ser, no podía consentir que una actividad como esta, que es de lo que más me llena, se transformase en una cuesta arriba.

Os paso el consejo, aunque no lo hayáis pedido: escuchad vuestros deseos.

La chica del pelo azul es un libro que no sé cuándo vi la primera vez, aunque sí sé lo que pensé: otra como yo. Por lo del pelo, claro, porque de la historia que escondía esta novela no tenía ni idea y al final no tiene nada que ver con lo que escribo yo. Quizá también tuvo que ver el que no supiera nada de ella que la portada es un poco oscura y no me fijé en el caballero medieval que la protagoniza. Cuando la compré y por fin me decidí a leerla, no había ni echado un vistazo a la sinopsis.

Solo sabía que me apetecía.

La verdad es que fue toda una sorpresa, porque lo que sí sabía era que se trataba de una novela autoeditada y me he dado tantos tortazos este último año con estas novelas, que me temía que pudiera ser uno más. Pero no, me equivoqué y me alegro muchísimo. Junto con Como diente de león de Pilar Fernández Senac y Barridos por el Salitre de Lena Moreno, han sido mis descubrimientos de este año, lo que me hace pensar que en todo ese maremagnun que se ha convertido la autoedición, donde empieza a decantarse la balanza más hacia lo malo que hacia lo bueno, aún queda esperanza.

Lo seguiré intentando, seguiré buscando y leyendo libros porque al final, aunque cueste, aparecen.

La historia que nos cuenta La chica del pelo azul es la de un viaje en el tiempo. Álex Carmona, la protagonista, es traductora. Es independiente, decidida y ha logrado deshacerse de las cadenas del pasado, un pasado un tanto duro que vivió con una abuela controladora en exceso. Ha vivido en muchos lugares y, quizá por eso, se ha acabado convirtiendo en una persona un tanto solitaria a la que no se le dan muy bien las relaciones y le apasiona la lectura. Es esa pasión la que le lleva un día a recorrer las calles del Madrid de los Austrias en busca de una librería. Cuando la encuentra, se queda fascinada por un pergamino y lo compra, sin saber que eso va a ser la decisión más trascendental de su vida. El pergamino del siglo XII provocará que un día se duerma en su casa y cuando se despierte esté en mitad de la Edad Media.

El desconcierto inicial, el mundo que descubre, le harán pensar que sigue dormida, pero las sensaciones son tan reales que acabará claudicando ante la realidad que se ha presentado: está en otra época. Su mayor preocupación será intentar volver al presente, aunque sin saber cómo ha llegado hasta allí, las posibilidades se vuelven escasas.

Imaginad. Vosotros mismos, sin ir más allá, que de pronto os vieseis en un tiempo en el que nada se parece a ahora. En el que todos os mirasen como si fuerais marcianos (lleva un mechón de pelo azul, encima). A Álex le costará mucho que no la tomen por una bruja. Más cuando el primer tropiezo que tiene con gente lo hace envuelta en un incidente que a nosotros no nos chocaría, pero que a alguien que vivió casi mil años antes le parecerá producto de fuerzas demoníacas.

Alex conoce a Robert FitzStephen, señor de Black Hole Tower, y a su hijo Jamie y a partir de ahí, su necesidad de volver chocará con la curiosidad que le produce ese tiempo y con los sentimientos que se han despertado entre ella y el guerrero medieval.

Y ya os he contado mucho.

Lo demás, creo que deberíais averiguarlo por vosotros mismos.

La narración de la novela es desenfadada, con multitud de detalles que recrean la época a la que nos traslada la autora, lo que hace que se trate de una novela muy visual. Varias tramas secundarias se entremezclan con la principal, y entre ellas está la historia de amor, que Laura Sanz ha tratado como me gusta a mí que se traten las historias: a fuego lento. Sin la precipitación que choca tanto con la realidad y que provoca que muchas novelas, en mi caso, se me deshagan en las manos por ser demasiado rápidas. No digo que en géneros como New Adult esto no tenga que ser así, de hecho creo que los adolescentes actúan de manera impulsiva todo el tiempo y es más verosímil, pero cuando se trata de adultos, me encuentro demasiadas veces con historias que me resulta complicado no creer que son solo excusas para escenas de cama.

En esta novela habrá amor, tensión sexual, por supuesto, aventuras, una ambientación fantástica y sobre todo, se disfruta leyendo. Eso sí, preparaos porque son quinientas páginas, que en digital no se nota, pero en papel el libro tiene que pesar lo suyo.

Me ha gustado de la novela lo diferentes que son los protagonistas, conocer sus fortalezas y sus debilidades, empaparme de ese tiempo que es fascinante: la Edad Media.

A la novela le he visto algunos pequeños fallos, pero para mí pesa más descubrir que detrás de la historia hay alguien que sabe por dónde se mueve y que, a medida que avanza, corrige esos pequeños defectos de forma que yo, como pesada que soy, le pongo. Algunas repeticiones de palabras innecesarias o, quizá, en mi caso eliminaría también algunas explicaciones del narrador porque se repiten. Pero no es nada, no impide la lectura porque, a medida que avanzas, ella misma ha ido corrigiendo ese pequeño error. Las últimas páginas de la novela (no media docena, muchísimas) vuelan en tus manos.

No me imaginaba que un viaje en el tiempo me acabase gustando tanto, sobre todo porque leí otro este verano, en ese afán de conocer gente nueva, y acabé hasta el gorro y cabreada.

Si queréis viajar a la vez que leéis, enamoraros, vivir una aventura en plena Edad Media, esta es la novela.

La tenéis aquí.

lunes, 19 de diciembre de 2016

ENTRE PUNTOS SUSPENSIVOS: LA SINOPSIS.



¿No os parece que escribir una sinopsis es casi tan complicado como subir una torre de veinte pisos a pie? Llegas arriba con agujetas y, cuando te asomas al hueco de la escalera valoras el esfuerzo, pero te preguntas si es para tanto. Al final, solo has subido unos pocos metros, el resultado no es nada del otro mundo si te paras a pensar en las caminatas que a veces te pegas por la ciudad, pero ha costado un mundo y tus piernas te lo están gritando.

Quizá mañana hasta tengas agujetas.

Eso pasa al escribir una sinopsis. Es un esfuerzo titánico para unas pocas líneas. El esfuerzo de hacer una subida vertical del todo, donde tienes que demostrar al máximo tu forma física. En la sinopsis no caben rodeos, no te puedes parar porque en apenas una docena de líneas, como mucho, debes conseguir muchas cosas:

-Invitar a leer.
-Presentar la historia.
-Decir quiénes son los protagonistas.
-Mencionar, quizá, la ambientación.
-Crear intriga.
-Despertar curiosidad.
-No desvelar nada importante.
-No mentir al lector.

Casi se van las doce líneas sin haber empezado, ¿verdad? Espero haberlo conseguido esta vez, haber logrado transmitir todas esas cosas que he contado en la novela y que, cuando alguien las lea, quiera adentrarse en la trama.


¿Lo lograré?

Vamos a ver... Aquí os presento la sinopsis de Entre puntos suspensivos.


"Mario Aguirre, el padre de Paula, lleva desaparecido unos días. Por más que su hija trata de localizarlo, no logra dar con su paradero y por ello busca la ayuda de Javier Muñoz, inspector de policía. Diez años atrás, Javier y Paula mantuvieron una relación que nunca ha acabado del todo. De vez en cuando sellan treguas que duran solo unos días, y de las que los dos salen siempre heridos.

Paula sabe que permanecer cerca de Javier no es lo más sensato, porque recuperarse después de estar juntos es cada vez más difícil, pero necesita que sea él el que la ayude a encontrar a su padre y no duda en pedírselo. El magnetismo que existe entre ellos es tal que quizá el viaje que emprenden para encontrar a Mario no sea muy buena idea, quizá exponga demasiado sus sentimientos."

jueves, 15 de diciembre de 2016

ENTRE PUNTOS SUSPENSIVOS: LA PORTADA.



Buscar una imagen que resuma una historia es una de las tareas más arduas a la hora de preparar la salida de una novela. Tiene que contar mucho de la historia, debe ser limpia, que no agobie con demasiados elementos, es necesario que contenga el título y el nombre del autor y, además, enamorar desde el primer vistazo.

Es, esencial, para que el potencial lector se quede con ella y sienta que quiere adentrarse en sus páginas.

Sé que esto es juzgar a la ligera, elegir sin datos, pero también sé que es algo que hacemos los lectores: enamorarnos de portadas y lanzarnos de cabeza a las novelas. No es un tema que haya que descuidar, porque hacerlo, no ser exigente con la imagen, puede suponer cargarte de un plumazo la tarea de muchos meses de trabajo.

Yo le doy importancia a las portadas. Se la doy hasta el punto de que hay novelas a las que no me he acercado hasta que no me han dado un empujón porque no me entraban por los ojos. Y, al contrario, he dado patinazos de libro al fiarme de esa primera impresión buenísima que me dio una novela y que, una vez en el interior, se esfumó a la media docena de páginas.

Pero con las personas es igual, ¿no?

No todos los envoltorios mágicos llevan dentro magia.

De las portadas de las tres novelas que tengo con editorial me enamoré al primer vistazo. Supe, nada más verlas, que eran el anillo que encajaba en el dedo de la historia. Fue amor a primera vista del que no me arrepiento en absoluto. La modelo (rusa, lo he averiguado) que se planta de brazos cruzados en Detrás del cristal me decía mucho del fondo de esa historia. La imagen de una mujer sin rostro delante de un montón de cámaras en una alfombra roja resumía a la perfección ese trasfondo de La chica de las fotos.

¿Y en esta?

No era fácil encontrar una portada. Empezamos a buscar por una en la que jugásemos con el tipo de letra, en la que no apareciera ninguna fotografía. La verdad es que, una vez visto el resultado, no me enamoré. No me gustó, aunque la idea pareciera muy buena en principio. Volvimos a la idea de una fotografía.

Tras mirar muchas, apareció.

Es la imagen de un camino que desemboca en un lago, que se interrumpe porque el agua ha bajado de nivel y queda lejos. Al lado, una pareja que me transmiten que están enamorados. La historia de Paula y Javier es como ese camino. De pronto se queda sin agua y son incapaces de seguirla, se interrumpe, pero no acaba en realidad. Solo hay que esperar a que el nivel suba y ellos continúen.
Es una imagen limpia. Azul, un color frío, como el frío que hace cuando empiezan su viaje en moto. Azul, como el fondo de Su chico de alquiler, una manera más de dar coherencia a dos historias que no es necesario leer una para entender la otra, pero que se complementan. No hay nadie más en la imagen porque esta novela, a pesar de todos los personajes que aparecen (muchos y complicados de explicar), es una historia en la que ellos dos, y solo ellos, son los que llevan el peso de la trama.

Si la primera opción no me enamoró, esta lo hizo al primer vistazo. Supe que era la que quería, el anillo que ajustaba a su dedo y que la hacía perfecta, al menos para mí.

Y llevan abrigo.

Los lectores cero sabrán el trajín que me traje durante la escritura con el dichoso abrigo de Paula, con el que nos hemos echado unas buenas risas.

Ahora, habrá que esperar a que los lectores futuros sientan lo mismo que yo.


Espero que no me falléis.

lunes, 12 de diciembre de 2016

AMBIENTANDO




Hace  poco, en un muro de Facebook preguntaban si nos gustaban más las novelas ambientadas en el extranjero o aquí. Me paré un momento a pensar en lo que escribo y encontré en todas las novelas un denominador común: las mías suceden, casi por completo, en entornos cercanos.

¿Me gustan las historias ambientadas lejos? Sí, no tengo problema. Me transportan y disfruto con ellas.

¿Por qué, entonces, no lo hago yo? La respuesta me la dio el libro de literatura con el que trabajo todos los días. Mis lecturas obligatorias, las que repito año tras año, están todas ambientadas aquí. Lo están porque la literatura es también un reflejo de la sociedad, una especie de registro de costumbres, de época, de comportamientos que van mutando a lo largo del tiempo. Los libros que se quedan en nuestra literatura son muy nuestros y empiezan siéndolo porque transcurren aquí. Porque reflejan cómo fuimos, cómo hablábamos, cómo sentíamos en cada momento de la historia.

La colmena, de Cela.
Los santos inocentes, de Delibes.
La Celestina, de Fernando de Rojas.
La Regenta, de Clarín.

Y así podría pasarme un buen rato.

Somos también lo que leemos, y yo leo, en gran medida, libros ambientados aquí. En distintas épocas, con los que acabo sabiendo más de cómo éramos que con los de historia, que se centran en hechos destacados (bélicos la mayoría), pero que a veces pasan de puntillas sobre la sociedad, las costumbres, la mentalidad de cada momento. Para mí no son tostones, porque de ellos aprendo en cada lectura y, sobre todo, frenan que pueda soltar barbaridades, como alguna que he escuchado hace poco. (Ya la conté, así que no insisto).

Ambientar en entornos próximos, tiene una ventaja. Los conoces. Esta perogrullada es más importante de lo que parece a simple vista. Supone que si cuentas algo lo hagas con conocimiento de causa. Nada más estúpido que encontrarte con que un personaje que se mueve en Estados Unidos, por poner un ejemplo, al lector le da la constante sensación de que está en Ciudad Real. O ver un sistema sanitario calcado al nuestro cuando, en ese país sin ir más lejos, funciona de otro modo completamente diferente. No digo que no se pueda hacer, claro que sí, para eso está la fase de documentación, pero el riesgo de meter la pata es tan alto que creo que lo descarto de manera inconsciente. Una de mis alumnas de narrativa, de origen francés (esto lo deduzco por su nombre y por su acento, aunque se me ha olvidado preguntarle si es de allí), me contó que había leído una novela que mencionaba el Museo  d'Orsay en una época en la que era estación y no pinacoteca. Lo recordaba a la perfección porque había cogido ella misma un tren allí, no tenía que acudir a hemerotecas. El libro se le desmontó en las manos en ese mismo instante.

¿Veis el riesgo?

Y, ojo, lo he corrido varias veces. Me he equivocado como todo el mundo, que para eso soy humana y tonta.

Nunca voy a ir a Nueva York. Eso es algo que a mi edad ya tengo asumido. Mi economía tendría que dar un viraje de dos millones de grados, o tendría que atracar un banco suizo, así que se me ocurrió que embarcarme en una historia que transcurriera en esa ciudad sería una manera de conocerla. Al fin y al cabo tenemos herramientas virtuales que te permiten pasear por las calles de casi cualquier lugar del mundo. Estuve unos meses entretenida, y os puedo decir que si me soltasen por Triveca me perdería menos que en Soria. Incluso sería capaz de encontrar un taller para que me reparasen el coche, pero la historia no funcionaba. Constantemente me encontraba escollos y la sensación de que no me sentía cómoda. Me resultaba todo lejano, por mucho que hubiera puesto los cinco sentidos en patearme el barrio de manera virtual y en aprender cómo funcionaban las bajas en el trabajo, por ejemplo. La historia se me agarrotaba, porque no podía casi respirar en ella sin tener la sensación de que me equivocaría en cualquier detalle de un momento a otro. Agarré a mis personajes y me los traje de vuelta.

El cambio fue espectacular. Empecé a disfrutar escribiendo. Se transformó, transformó mis ganas y fluyó como esperaba. Mejor incluso, porque casi la había dado por perdida.

Retomaré en ratos tontos la de Nueva York, no me rindo así como así, pero con calma, más por capricho que como el reto de obtener de ese texto una novela.

Hay otra de mis novelas en la que Roma tiene un papel importante. Es curioso, pero ahí no tuve los mismos problemas, quizá porque aunque tampoco haya ido a Roma, sé mucho más que de Nueva York. Porque las calles se parecen más a las de las ciudades que sí pateo y porque en ella mis personajes solo estaban de visita. Quizá ahí radicaba la enorme diferencia. No es lo mismo hacer turismo que vivir un lugar.

En la última, mis personajes eligen lugares poco novelescos para perderse. Nada de ciudades míticas, solo rincones que a mí me resultaron especiales. Cercanos. Conocidos en parte aunque en alguno no haya puesto un pie, pero no importa. Sé que Zamora y Segovia, por ejemplo, no son tan diferentes en lo esencial. Respiro el mismo cielo, vivo el mismo sol, me dejo mecer por unas costumbres que son las mías.

Y hay una más.

Atascada.

Arranca en Inglaterra en 1913. Necesitaba que fuera así para lo que quería contar, un acontecimiento importante durante la Primera Guerra Mundial, y en ella España fue neutral. Y, además, lo importante de mi historia aquí no sucedió del mismo modo que yo quería enfocarlo, así que no me quedaba más remedio. Llevo cien mil palabras y le faltan otras cien mil, y me está costando la vida seguir, porque creo que, aunque lo que quiero destacar también nos cambió aquí, de alguna manera lo siento lejano. Y esta vez no es porque no conozca Londres, o Inglaterra, puesto que pasé una temporada allí, pero es verdad que ese Londres que viví no tiene nada que ver con el que narro. Si no, yo tendría más de cien años y no es el caso.

Se quedará en la carpeta de imposibles, cien mil palabras después de empezarla.


O, quien sabe, un día a lo mejor dejo de tener miedo de equivocarme, me documento como se debe hacer y  la termino.