sábado, 8 de julio de 2017

CEMENTERIO DE LIBROS

"Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados"

Así empezaba La sombra del viento, el libro de Zafón que se convirtió en uno de los libros en español más traducidos de todos los tiempos. En este mágico lugar, escondido en una oscura calle de Barcelona (hice la ruta en 2007 y la guía nos llevó a una puerta donde podría estar la ubicación de ese cementerio) se encuentran recogidos todos aquellos libros que han sido extraviados u olvidados por sus dueños a lo largo de la historia de la humanidad. Allí están, a la espera de que alguien que los lea, los disfrute y los rescate de su olvido.

Esta mañana, hablando con mi amiga escritora, María José Moreno, ha dicho que Amazon se parece cada vez más a un cementerio de libros. Lo más triste es que tengo que darle la razón. Yo misma tengo unos cuantos cadáveres en ese cementerio.

Ocho, para ser precisos.

Espero que algún loco los rescate del olvido, que es la última de las muertes.



jueves, 6 de julio de 2017

UN CAFÉ A LAS SEIS DE PILAR MUÑOZ



Sinopsis:

«No menosprecies el poder de la imaginación, también puede destruirte». Raquel se dispone a acudir a una cita de compañeros de promoción organizada por su amiga Lourdes después de 25 años, aunque en el fondo siente que no debería ir; una parte del pasado, que no la ha dejado vivir en paz, podría estar esperándola en el hotel donde tendrá lugar la celebración. Ansía ese encuentro tanto como lo teme. Porque aquello de lo que ha estado alimentándose a lo largo de su vida podría dejar de ser real. O atraparla para siempre. Unas veces, no podemos huir del pasado. Otras, no deseamos escapar de él.

«Un café a las seis» es una historia intensa, emotiva, reflexiva, visceral. Una historia escrita con el corazón. De las que te hacen sentir.


Sobre Un café a las seis:

Había escrito una entrada muy currada y muy profesional, una reseña de las mías, de las que incitan a leer, pero Pilar Muñoz me ha hecho cambiar de idea con una foto que ha publicado en Facebook. Es una fotografía con la portada del libro, un "gracias por todo" y los nombres del equipo fijo de lectores cero que nos prestamos apoyo mutuo cada vez que publicamos un trabajo.

Ya lo sabéis, he sido lectora cero.

Quizá eso me convierta en alguien poco objetivo a la hora de recomendaros la lectura de esta novela, pero lo voy a hacer porque creo en ella y porque quienes se asoman a mi espejo saben que si no creo absolutamente en algo, no lo digo. Mis compromisos en este mundo de la escritura los deshice hace muchos años. Conmigo tampoco los tiene nadie, solo quien crea en mí y tenga ganas de contarlo. Como yo, en este caso, creo en la novela que nos trae Pilar.

Esta historia partió de un relato que permanece inédito, un relato que tras escribirlo se le quedó corto. Ella tenía ganas de contar muchas más cosas, así que poco a poco fue madurando la idea y un día se lanzó a la piscina. Es un perfecto ejemplo de lo que algunos autores decimos, que muchas veces los personajes reclaman su espacio y no nos dejan tranquilos hasta que contamos la historia que nos susurran.

Pues con Raquel le pasó esto. Le pidió más páginas, más atención, y ella se la dio. De relato pasó a novela y es lo que ahora nos presenta. Desde hoy está en Amazon, lista para que la descarguéis y además participa en el concurso de este verano. La verdad es que esto le da un punto un poco más divertido a la aventura, aunque añade un extra de dificultad. No en vano, en cada concurso que ha organizando la plataforma se apuntan miles de novelas y atinar con las que tienen calidad es casi tan complicado como dar con una aguja en un pajar.

Os hago de imán, que así las agujas se encuentran enseguida, y os digo que esta novela se disfruta muchísimo, dura un suspiro y deja un excelente sabor de boca. Y no tengo miedo a comprometer mi palabra porque estoy segura de lo que digo. Ya lo veréis vosotros si os decidís a leerla.

Un café a las seis cuenta el reencuentro de Raquel con un antiguo amor tras muchos años en los que no supieron nada el uno del otro. Conoceremos el presente de la protagonista y también, a través de esa reunión de compañeros de clase, su pasado, la historia que marcó su vida y que no ha conseguido olvidar. No creo que sea necesario contar mucho más porque como os digo es una novela corta. Solo os adelanto algo que los que conocéis a Pilar no necesitáis que os recuerde: está tan bien escrita, te arrastra tanto, que es posible que os pase como a mí, que en una tarde os veáis en las últimas páginas, preguntándoos cómo demonios ha hecho para teneros delante del kindle, o del libro, sin hacerle caso al mundo.

Yo tardé en leerla un solo día. Como autora siempre tengo una sensación ambivalente con esto, puesto que me lleva mucho tramar la historia, escribir el primer borrador, destrozarlo para darle la forma definitiva que quiero y, después de todo esto, que me lleva meses, corrijo hasta la extenuación. Y el lector, en una tarde, llega y se merienda mi trabajo. Pero también es mágico conseguir que alguien no quiera dejar de leer lo que tú has escrito, ¿no?

Lo dicho, que os la recomiendo, que es ahora el momento de hacerse con ella y hacerle un hueco. Os la vais a beber.




miércoles, 5 de julio de 2017

SÍ, PARA TI...



Es probable que no tenga mucho que ofrecerte. Quizá un sitio en mi corazón, uno que no habrás de compartir con nadie porque te lo cedo entero si te acurrucas a mi lado y me susurras historias bonitas por las noches. Ahora que lo pienso, tengo para ti un hombro en el que descansar cuando lleguemos rendidos del trabajo. Y mis manos, que esperaran impacientes un roce de las tuyas. Mis ojos también te los prestaría para que veas el mundo con mis colores, pero como no funcionan bien, he aprendido a pintar con palabras. Y lo he hecho para ti. Sí, para ti.

lunes, 3 de julio de 2017

ARAÑAZOS EN JULIO

Me estaba acordando de la primera vez que me di un golpe con el coche. La verdad es que siempre he sido muy lenta para todo, para lo bueno y para lo malo, y tampoco con esto fui una niña precoz. La primera vez que le hice un arañazo al coche tenía ya 25 años.

Como todas las primeras veces, la recuerdo con bastante nitidez.

Era un día de diario y yo me encaminaba al trabajo. Hacía tiempo que mi Opel corsa verde (horroroso) había cogido la insana costumbre de dejarme tirada, así que mi padre me dejó su coche, (un Volkswagen Passat nuevecito que además era TDI y gastaba bastante menos combustible) para que recorriera la Alcarria en mi fascinante trabajo de contar farolas y revisar el estado de las carreteras sencundarias, las redes de saneamiento y distribución de agua y los consultorios médicos de pueblecitos perdidos de la mano de Dios. No preguntéis qué clase de trabajo era este, yo tampoco tengo muy claro que alguna vez le dieran utilidad a mis pesquisas, pero el caso es que entre la Diputación y el Ministerio de Administraciones Públicas me pagaron por hacerlo. Y yo lo hice lo mejor que supe.

El caso es que me fui al garaje, arranqué el coche, salí de la plaza con todo el cuidado del mundo y me encaminé a la rampa (trampa mortal) que un arquitecto iluminado puso como salida del garaje. Una rampa en curva y tan empinada que parecía que ibas a volcar hacia atrás cuando subías. Hice la rutina de todos los días: le di al mando mientras estaba abajo, esperé a que se izara la puerta y después subí. No era plan quedarse esperando en medio de la rampa a que terminase la puerta de abrirse. La luz del día se reflejó en la pared y supe que podía empezar a subir.

Aceleré.

Y entonces, sucedió.

Otro iluminado, esta vez conductor de un coche blanco, lo había dejado aparcado justo en la puerta del garaje. No, no subí como una loca y le di, si es lo que estáis pensando, me dio tiempo a ver el coche y a tomar la decisión de parar. Y la puerta, por supuesto, empezó su descenso.

Tampoco me atrapó la puerta, tuve los reflejos de dejar caer un poco el coche para esquivarla.

Simplemente, me quedé ahí, en mitad de la rampa, sin saber qué hacer. Minutos y minutos de angustia, con el pie en el freno, sudando como una posesa, bloqueada porque no tenía ni puñetera idea de cómo salir del atolladero. ¿Dejaba el coche en plena rampa, con el freno de mano puesto y me iba a buscar al dueño del coche blanco? ¿ Volvía a la plaza y ese día me lo tomaba libre del trabajo alegando que no podía salir del aparcamiento? ¿Me ponía a gritar? ¿Lloraba?

Hice esto último, presa de los nervios.

Al rato, como algo había que hacer además de llorar, que no solucionaba nada, decidí volver a la plaza de aparcamiento. La única manera era hacerlo marcha atrás, algo que presentaba una doble o triple o cuádruple dificultad. Primero estaba mi escasa pericia. No era buena idea. Segundo, que estaba en cuesta, y tenía que maniobrar hacia abajo. Uf. Siguiente, que tenía que dar una curva. Madre de Dios. Última de las dificultades: no había luz. Tenía que hacerlo a oscuras, solo con la tenue luz de la marcha atrás...

Lo intenté.

Intenté volver hacia la plaza de aparcamiento, pero lo único que conseguí fue dejarle al coche de mi padre una súper huella en todo el lado izquierdo: las dos puertas acabaron con las huellas de mi torpeza en la chapa porque me tragué la pared. Eso sí, pude soltar al fin el freno.

Y llorar a mis anchas.

No sé cuándo se me ocurrió darle al mando para intentar salir, pero cuando lo hice el atontado del coche blanco ya no estaba. Pude abandonar el garaje y me fui al trabajo de mi madre (al de mi padre primero no me atreví, pero no porque me fuera a decir nada -se descojonó de risa de mí cuando se enteró, él era así- sino porque siempre me costó muchísimo no ser perfecta a sus ojos).

A ese primer percance con el coche han seguido otros similares. Por suerte nunca me he dado con nada en movimiento en mis casi 30 años de conductora, pero las pobres columnas de los garajes y hasta una hormigonera portátil de esas pequeñitas que hay en las obras han sufrido mi torpeza. Mis coches llevan todos huellas mías (al último ya le han borrado hace poco el golpe que le di con el carrito de la compra, que también soy capaz de hacerles muescas sin ni siquiera poner el culo en el asiento del conductor). Ya han sido tantas veces que cuando me doy, me río.

Es que no lo puedo evitar. Los arañazos del coche son un poco como los que te va dando la vida. Al principio, aunque sea muy leve, aunque no haya pasado nada, hacemos una tragedia. Después, con el tiempo, aprendemos que el mundo no se cae por eso, que sigue girando y que todo lo que se puede reparar, se repara. Y lo que no, se sustituye por otro. Y si no tiene sustituto, aprendemos a vivir con el arañazo y punto.

 Aprendemos que no hay manera de esquivarlos aunque pongas todo el cuidado del mundo.

Los meses de julio tienen una particular afición por llenarme de arañazos. Año tras año le he ido haciendo muescas a otra carrocería, la de mi corazón. Es un mes de pérdidas, decepciones, tropezones... de los que he ido aprendiendo. Quizá este mes me toque hacerle un arañazo al coche o a mi corazón, pero no será la primera vez.

Será solo una muesca más.

Una con la que aprenderé a convivir. Seguro.

domingo, 2 de julio de 2017

EL PUERTO DE LA LUZ DE JANE KELDER

Antes de empezar, tengo que contaros que esta lectura pertenece a una iniciativa muy bonita emprendida por HarperCollins Ibérica: el libro viajero.

¿En qué consiste?

Varias autoras y una bloguera nos vamos a ir pasando este ejemplar de la novela ganadora el V Premio HQÑ y en él anotaremos impresiones, subrayaremos frases... en realidad todo lo que se nos ocurra. Pero claro, el espacio que te deja un libro es muy limitado, así que tenemos también una libreta en la que podemos extendernos aún más. Tanto el libro como la libreta terminarán su recorrido en manos de Jane Kelder, la autora, que a su vez anotará sus propias impresiones.

Al final, libro y libreta se van a sortear.

A mí me ha tocado ser la primera, así que me he movido un poco a ciegas y he hecho más o menos lo que me ha dado la gana. Como un pequeño adelanto os voy a mostrar algunas de las hojas de la libreta.



Mi color era el verde y los marcadores y las notas que he puesto en el libro son de ese color, aunque es evidente en los dibujos que he empleado otros colores, sobre todo el negro. La verdad es que es una novela que se presta mucho a dibujar y a hacerlo con calma, porque es muy visual, pero no nos podíamos extender más allá de quince días y yo empiezo a trabajar mañana, así que tenía que acabarla sí o sí hoy, para que me dé tiempo a pasársela a la siguiente. 

Espero con impaciencia para ver en las redes las notas de mis compañeras, o las fotos que hayan ido haciendo de la novela viajera. Yo he hecho algunas fotos que he colgado estos días.










Sinopsis:

Natalia tenía que decidir entre dos hombres y el agradecimiento o el amor.

El Puerto de la Luz es un viaje en el que se mezclan la huida y la búsqueda. ¿Cuántos nombres necesita una persona para saber quién es y desenterrar su origen? ¿Qué motivos llevan a esa persona a hacerse pasar por alguien que no es?

Nathalie Battle, Nathalie Lindstrom y Louise Fairley son la misma mujer en busca de respuestas: quién es, quién cree ella ser, quién piensan los demás que es. El camino en busca de su identidad la llevará a Gran Canaria, donde Natalia también encontrará el amor y la libertad de ser ella misma.


Mis impresiones:

El puerto de la luz es un homenaje a la isla de Gran Canaria y una época que, al menos para mí, ha resultado ser bastante desconocida: cómo era a principios del siglo XX.

La novela comienza en un frío día de marzo en Londres, con la muerte del señor Lindstrom, al que la protagonista ha considerado siempre su padre. Su abuela le dice a Nathalie que en su lecho de muerte, su hijo le ha confesado que ella no es hija suya, sino de un español de Canarias, y la abuela, que nunca ha sentido mucho cariño por la muchacha -no se parece en nada a su hijo, sino que tiene rasgos españoles- la echa de casa, prohibiéndole hasta usar el que ha sido su nombre toda la vida.

De la noche a la mañana, Nathalie se encuentra en la calle, sola, sin dinero y sin saber qué hacer. Empiezan tiempos duros para ella que, lejos de mejorar, cada vez van más. Cuando ya se ha rendido, cuando le da igual morir, la encuentran dos viejecitas que la cuidan y le consiguen un trabajo de dama de compañía para una mujer acomodada, aunque algo fría, la señora Cunningham. Estando allí, lee sobre las islas Canarias en un libro de Olivia Stone y cuando la mujer enferma y viene su hija a encargarse de ella, decide que se irá allí. Quiere investigar quién es su padre.

Para cuando Nathalie toma esta decisión es julio de 1902. Es una vuelta a nacer.

En Southampton  conoce a William Nordholme por accidente y él la introduce en su grupo de amigos, confundiéndola con alguien acomodado. Un equívoco lleva a otro y acaba comprometida con él, un hombre que le dobla la edad  -que piensa que se llama Louise Farley- y al que podría considerar casi más como un padre, pero que le ofrece la posibilidad de viajar a Canarias, que es lo que ella desea. Una vez allí, tropezará con Dan Nordholme, el hijo de William, por quien siente una atracción instantánea. Él también siente lo mismo, pero empezará a desconfiar de ella. No entiende por qué una mujer tan joven quiere convertirse en la esposa de alguien de la edad de su padre. 

O eso se dice, porque al joven Dan le pasa algo más con Lou, o Nathalie, o Natalia...

La novela destaca por su amplia documentación sobre la isla de Gran Canaria de principios de siglo XX. Aparecen los lugares más emblemáticos y por ellos veremos moverse a los personajes. Las costumbres inglesas, el contraste con los autóctonos canarios, sirven a la autora para ambientar esta historia de amor y búsqueda, puesto que Natalia aunque esté tratando de encontrar a su padre se acabará encontrando a sí misma.


Lo que me ha gustado menos es que a veces el narrador me anticipaba datos clave sobre la trama que me hubiera gustado que me dejase descubrir a mí, que no me contase determinadas cosas, dosificando un poco más la información. Quizá en algunos momentos las sorpresas hubieran sido mayores.

Os recomiendo la novela porque es un viaje doble: un viaje hacia las islas Canarias, pero también un viaje en el tiempo. Nos hace retroceder un siglo y nos ofrece un perfecto mosaico de cómo era la isla en ese momento. 

Sentáos, ponéos cómodos y cerrad los ojos un instante, lo justo para imaginar el mar. Abrid los oídos y escuchad el rumor de las olas. Y, si estáis atentos, igual podréis hasta oler la sal en el aire. No olvidéis dejar que la brisa cálida de Canarias os acaricie la piel y degustad esta novela.

Es una buena opción para el verano.