sábado, 12 de agosto de 2023

ROMPERSE Y RECONSTRUIRSE

 Ayer hizo cuatro meses que Ana se marchó, que su sonrisa eterna se quedó congelada en las imágenes que de ella conservo.



Cuatro meses sin sus mensajes, sin la sabiduría de esta niña que nació con el don de cambiarte los problemas por sonrisas.

No he podido hacer el duelo como sé que se hace para que sea sano. Como necesito hacerlo. Recordando nuestros momentos felices frente alguien que simplemente me escuché. Ahora mismo mi entorno se centra en otro problema muy serio y esto es como si fuera una página de un libro que pasas y te olvidas.

Pero yo no la puedo olvidar.

He pedido ayuda varias veces, no sé si hay algo más valiente que reconocer que no puedes solo. Eso y pedir perdón definen para mí a una persona. No me fío de quien no sabe hacer ninguna de las dos cosas.

He pedido ayuda, pero no la he encontrado. No digo que no haya habido nadie, pero no todo el mundo te sirve.

Entonces he recordado este espejo. 

En estos meses no paro de repetirme que necesito a alguien como yo, alguien que me tenga paciencia, que me quiera y que me escuche, que me tienda la mano para que ahora que van pasando los años y no soy capaz de levantarme de un salto, pueda ponerme de pie.

Que no me meta prisa, cuatro meses son un suspiro cuando se trata de despedidas que implican reconstruirse.

Hace poco aprendí lo que es Kintsugi.

Es una técnica japonesa que se emplea en la reparación de cerámica. Las grietas de la pieza fragmentada se rellenan con oro y de ahí surgen obras mucho más bellas, pues cada cicatriz se convierte en su parte más valiosa.

Yo ahora soy una taza rota. Mis fragmentos los he reunido ya, los tengo sobre la mesa, pero no puedo contener ninguna cosa. Necesito pegamento y buscaba un artesano que, con paciencia, me ayudase a extenderlo. Buscaba centrarme en cada unión para aprender y crecer, pero cometí el error de pensar que, como otras veces, iba a tener la suerte de encontrar ayuda.

No ha sido así, en este viaje de despedida al fin he comprendido que estoy sola. Pero lo voy a hacer bien, porque el espejo me ayudará a sentir que tengo alguien que me escucha.

Yo misma.

Y si me caigo y me levanto despacito, no hay prisa. Nadie me espera para escucharme.

Solo yo.



lunes, 7 de agosto de 2023

Y MI BAILARINA SALIÓ DEL ESCENARIO

Hace más de tres meses que esquivo mirarme en este espejo.

No es porque me encuentre mala cara (que también) es que lo que me ha puesto la vida por delante no es para compartirlo con alegría. Primero, porque aunque yo precise la cura de las palabras, sacar fuera los sentimientos y las emociones, hay situaciones que, por mucho que me afecten, no son mías del todo. Segundo, porque es tanto que parece una mala broma.

Queda mucho por procesar, historias que se tienen que quedar en privado, pero hay una que sí puedo contar porque ya sé su final.

 Mi pequeña se ha marchado.

El pasado verano, cuando pasamos la mañana juntas en la piscina, nada hacía presagiar la tormenta que se avecinaba. Fuimos felices contándonos cosas, sentadas bajo la parra, recordando otra, la de la casa de nuestros abuelos. Hablamos, reímos y nos hicimos una fotografía preciosa. ¿Me creerías si te dijera que supe, cuando disparé, que sería la última? No sé por qué, pero lo sentí. Con la violencia de una premonición aciaga, sin ninguna razón aparente para pensarlo más allá de esa enfermedad que llevaba arrastrando mucho más de media vida.

No había datos que la avalasen y me regañé por el pensamiento, que espanté con habilidad  y dejé en un rincón de la mente.

Fue lo primero que pensé cuando, el 13 de enero, me dijo que habíamos llegado al final. Que la guerra estaba perdida, aunque quedasen algunas batallas por librar en las que daría la cara, no sabía comportarse de otro modo. Yo la creí, ella no jugaba con eso, si afirmaba era porque sabía.

En estos tres meses ha estado pendiente de mí, más que yo de ella. Me ha dejado claro que se iba en paz, que estaba todo bien, y solo se ha quedado una conversación en el aire. La tarde que me dijo que me contaría que lo que yo intuía estaba allí no se encontraba bien y dejé la puerta abierta para que me lo contase solo cuando ella estuviera fuerte. "Si quieres, te lo cuento como un cuento", me dijo.

Pero no hacía falta, ni siquiera nos hacía falta escribir todas las palabras, los silencios también los entendíamos. 

Mi niña se ha marchado y yo, que no sé cuándo puñetas me voy a hacer mayor de una puta vez, estoy aquí, enfadada con la vida por las zancadillas de los últimos meses pero, sobre todo, por no tenerla para que me tranquilice. Suena egoísta, ¿no? No lo sé, solo sé lo que me dijo, que ella estaba tranquila, pero yo no sé relajarme. No veo más que un abismo cerca de mis pies y aunque intento mirar al horizonte, mis ojos están demasiado turbios para encontrar nada.

Creo que lleva razón, que hay algo ahí, esperando, algo muy grande que tiene que ser la compensación a tanto dolor, pero, por el momento, lo único que soy capaz es de levantarme cada día y dar pequeños pasos. No me voy a parar, ella se enfadaría mucho por rendirme.

17 de abril de 2023

martes, 4 de abril de 2023

A LA ORILLA DEL MAR

Es extraño. Yo, que soy castellana hasta la médula, que nací tierra adentro y ahí he crecido, a veces añoro el mar. Es extraño porque he pasado temporadas larguísimas sin tocar la arena, sin sentir la brisa o sin pasear por la orilla con las olas rozando mis pies.

Extraño el mar, yo que no soy de mar.

En estos meses en los que los pensamientos fluyen arriba y abajo como las mareas, echo de menos el hipnótico vaivén del agua, el relajante sonido de las olas y me doy cuenta de que hay deseos que se quedan siempre ahí, esperando a que se dé una oportunidad que nunca llega.

Y, a pesar de que sé que extrañar lo que sabes que no está hecho para ti es absurdo, extraño el mar.





domingo, 2 de abril de 2023

UNA CERILLA Y UNA LINTERNA

 Todos vivimos momentos en los que la vida nos empuja a un túnel oscuro. El modo de abordar ese camino tiene que ver con muchos factores: la edad, las experiencias vitales, lo que queda por vivir y lo que has ido dejando atrás...

En mi vida hay tres túneles.

Al primero me enfrenté con el desconcierto de unos dieciocho años recién cumplidos, pero tuve la inmensa fortuna de encontrar en él una mano que, además, llevaba una linterna encendida. Me agarró con fuerza y me acompañó cada uno de los días de ese año largo que tardé en atravesarlo. Me fue poniendo libros en las manos y sonrisas cada día para que viera que, como digo en Aunque te cueste la vida, "la vida despeja". Los túneles se acaban y sales. El día que acabó, había un sol radiante al otro lado, tan fuerte que hasta casi deslumbraba y había ganas, muchas, de empezar ese camino en el que ya no hacía frío.

El segundo túnel lo hice a solas y sin linterna. Pensaba, ilusa de mí, que estaba en un momento vital en el que los vínculos afectivos eran tan poderosos que no podían fallar. Pero fallaron estrepitosamente y tocó transitar durante otro año a ciegas. Tanteando las paredes y tragándome las ganas de gritar. Sin luz. Llené mi agenda hasta que reventaba, porque pensé que era lo único que podría acelerar el tiempo e impedir que toda esa oscuridad me engullera.

Lo conseguí. Salí de allí. Al otro lado había sueños por cumplir, los más grandes que me he permitido tener, pero el sol no brillaba como la otra vez. Es más, un vientecillo incómodo me despeinaba a cada rato y hacía necesaria una chaqueta que no encontraba. Me fui poniendo abrigos, pero ninguno era de mi talla y acabé dejándolos abandonados y acostumbrándome al frío.

Me hubiera quedado para siempre ahí, con mi agenda a medio cubrir y las nubes sobre mi cabeza. Hubiera dado todo porque no hubiera otro túnel en el camino.

Pero dicen que no hay dos sin tres, así que, hace unos meses, cuando menos lo esperaba, me encontré con que me engullía la oscuridad de otro de esos túneles. En este no hay nadie con una linterna y ni siquiera tengo agenda que rellenar. Lo he intentado con mis libretas, he buscado a mi alrededor a ver qué podía hacer para que ese frío y esa oscuridad que hay dentro no se me metieran en los huesos, y solo he encontrado una caja de cerillas.

Menos es nada, pensé.

El problema es que solo había dos.

La primera, después de prepararme bien para que prendiera y me diera tiempo para buscar algo que encender que me ayudase a encontrar una luz para caminar, se apagó sin conseguirlo. Encendió segura, pero no había vela, ni piña, ni madero donde la llama pudiera agarrarse y se desvaneció. Aun así, el tiempo en el que dio luz, lo agradecí. Siempre está bien un poco de luz cuando está tan oscuro.

La segunda cerilla la saqué de la caja hace un par de días. Pensé que quizá había un montoncito de leña cerca y podría encenderlo para buscar algo que hiciera de antorcha. La cerilla chisporroteó un segundo, lanzó un pequeño destello y enseguida me di cuenta de que no había prendido. El rastro del fósforo quemado se había quedado como algo desagradable en mi nariz y encima me sentí culpable porque había sido yo quien lo había provocado. La miré, por si tenía que tirarla, pero aún quedaba la posibilidad de un segundo intento.

Lo hice, claro, el olor ya estaba ahí, no había mucho más que perder.

La cerilla se partió. Me la quedé mirando como se mira a las oportunidades perdidas, a los deseos rotos, a los sueños que se hacen pedazos. A un vaso de agua vacío mientras te estás muriendo de sed.

Así que ahora, sin fósforo y sin led, el túnel sigue ahí. El olor se está disipando, pero queda la humedad de las paredes y un camino incierto que no sé cuánto durará. No sé si habrá respiraderos por el camino, si tendré que aferrarme a ese "un día detrás de otro" o, más bien "una hora detrás de otra". 

No sé qué hay al otro lado, no sé si quedará la posibilidad de un sol brillante o unas nubes que solo amenazan.

Cualquier cosa sería mejor que vivir sin luz.

martes, 3 de enero de 2023

SE HA PERDIDO EL SENTIDO DEL HUMOR

Y la capacidad de quedarte con tu opinión cuando es una estupidez.

Y la de no meterte en casas ajenas a dar por el culo.

Y la comprensión lectora.

Y la vergüenza.

Y así, hasta el infinito.