viernes, 9 de junio de 2017

LOCUS AMOENUS XXI

Entorné la puerta de este espacio y me asomé al espejo, despacito, allá por 2008. Nada, un poquito, lo justo para ver qué había detrás de la puerta.

No me quedé mucho tiempo.

No entendía nada, tampoco tenía internet en casa (entonces solo entraba los domingos, de prestado, desde el wifi de mi cuñado) y solo me acordaba a saltos de que había colgado un espejo en mi vida.

En 2011 algo cambió; quizá el calor de un verano que estaba abocado a ser distinto, quizá el destino, quizá que la vida te lleva siempre, siempre por donde quiere... atravesé el cristal para instalarme con comodidad aquí. Se estaba bien. Hacía un calorcito agradable, nada que ver con el bochornoso verano que estábamos viviendo. Había poca gente, de hecho la mayoría eran silenciosos visitantes que no abrían la boca, pero a mí me daba lo mismo.

Había encontrado mi hogar y empecé a decorarlo a mi gusto.

Luego, con el tiempo, entraron las visitas. Colgué una foto en la pared, de mí misma, un selfie que me hice con una cámara digital de las primeras (por eso sale media cara, porque no atiné a encuadrar con la cámara vuelta). En ese momento no encontré a nadie que me quisiera hacer una foto...


Durante un año me sentí inmensamente feliz con este blog. Me dio mucho más de lo que invertí en él. Ganas, ilusión, un principio, un espacio donde expresarme, contando lo que me apetecía. Nuevos libros y montones de palabras que prometían un futuro con mucha más luz de la que había en ese 2011. Conocí a gente que he ido conservando con el tiempo y a otra que he desconocido. La vida es siempre así, un camino donde te cruzas con gente que sigue contigo y otra que, después de un tiempo se va. Incluso sin despedirse.

Luego pasaron un millón y medio de cosas.

Buenas.

Regulares.

No tan buenas.

Principios.

Finales.

Desconcierto.

Ilusión.

Desengaño.

Vuelta a la ilusión.

...

Este verano, este 2017, quiero recuperar mi blog como lo que fue al principio: mi remanso de paz. El sitio donde fui libre de contar lo que me daba la gana (siempre con respeto, por supuesto). Que me tenía ocupada pensando en la siguiente entrada, en el libro que iba a comentar o el relato que se me acababa de ocurrir para colgarlo aquí.

Eso es lo que pienso hacer a partir de ahora. Estoy un poco más mayor, mis niños son ya grandes, tengo menos asuntos pendientes y han pasado tantas cosas entre la que fui y la que soy, que quizá se note que no soy exactamente la misma (los palos de la vida te curten y se llevan por delante a veces ese extra de entusiasmo que te mantiene con una sonrisa permanente). Quizá me he vuelto un poco más seria.



Lo que no ha cambiado es mi pelo. No es azul eléctrico, como el que se ha puesto tan de moda ahora, pero lo llevo en el mismo tono negro azulado de siempre. He pensado en cambiármelo, ahora que está tan de moda se lo cedo mejor a otras, pero para qué.

De todo lo que me rodea, creo mi pelo azul que es de lo que menos cansada estoy.

jueves, 8 de junio de 2017

EL ARTE DE PEDIR COMENTARIOS

He visto un vídeo que dice que para triunfar con tu libro tienes que pedir comentarios a tus amigos. Me he visto a mí misma abocada al fracaso, porque no me atrevo a hacer semejante cosa. No solo es por un pudor mayúsculo, es por otra cosa un poco más ridícula si cabe: nunca sabría la verdad sobre lo que escribo.

Bueno, igual tampoco la sé ahora, pero al menos sé que no la estoy manipulando de ninguna manera.

Sé que los que llegan (salvo alguno suelto por ahí, no necesariamente todos de los malos) son de verdad. Sinceros. Que cuentan lo que piensan del libro.

Una vez sí pedí un comentario, o más bien le supliqué a alguien que se leyera uno de mis libros (Boy for rent) porque no tenía ni puñetera idea de si eso era legible o no. Me lo podía parecer, pero mi nivel de inglés da para lo que da y no estaba segura.

Los demás han venido por su cuenta.

Es verdad que hace poco alguien me dijo que si yo no tenía amigos, por la escasez de comentarios que tengo con relación a las ventas y al tiempo que llevan mis libros. Me lo pregunté durante unos segundos. Después me eché a reír. En realidad, en literatura no se buscan amigos.

Se buscan lectores.

miércoles, 7 de junio de 2017

BOY FOR RENT GRATIS

Boy for rent, la versión en inglés de Su chico de alquiler estará GRATIS durante unos días en todas las plataformas en las que está subida. Comparto el enlace de Amazon, porque es en la que más fácil lo localizo.

Descargarlo os va a costar un simple click, no os van a cobrar nada de nada, no tenéis ni el compromiso de leerlo, pero oye, la ilusión que me hará a mí tampoco tiene ningún precio.

Ahí os lo dejo. Solo tenéis que pulsar en el título y os lleva a la página.

BOY FOR RENT
Amazon

BOY FOR RENT
Google Play



Ah, y os recuerdo que Entre puntos suspensivos, la historia de los personajes de Su chico de alquiler diez años después, está en una promoción de Amazon, ebooks al 50%. Durante junio se podrá conseguir a la mitad de su precio habitual en digital. A cambio de 1,42€ os prometo unas horas de lectura que os va a sacar carcajadas, alguna que otra lagrimilla y que, estoy segura, os hará pensar un poco.

También os la dejo.



martes, 6 de junio de 2017

EL INMENSO PODER DEL BOCA OREJA



Ayer me llegaba a mi correo un post del blog de Abel Amutxategi, Cómo escribir un libro, al que llevo suscrita tanto que ya ni me acuerdo de cuándo lo hice. Se titula 12 formas de ayudar GRATIS a tu autor favorito, y como él lo cuenta de maravilla, pinchando en el enlace veréis las que propone.

Después, volved, que quiero contaros yo algo.

¿Ya está?

Bien ahora os digo  yo. Ayer, cuando leí el post, me di cuenta de que llevo años haciendo esto, no solo con autores consagrados, sino con muchos que he ido conociendo a través de las redes, que me han gustado y no he dudado un instante en recomendar. Lo he hecho a través del blog, en Facebook, en Twitter, de viva voz... porque soy una cansina con las cosas que me gustan y, por qué no, porque también me apetecía compartir impresiones con otras personas sobre estos libros, y esa es una buena manera de hacerlo.

Incluso a los que han publicado con editorial los he ayudado "recolocando" sus libros en las librerías, algo que algún día me va a causar un disgusto.

Y, aún más allá, a veces he buscado en los ordenadores que hay en las grandes cadenas de venta de artículos informáticos los perfiles de las novelas y los he dejado abiertos, bien visibles. Yo que sé, igual el siguiente que tocase el ordenador se podría fijar en ellos...

Como autora, hay personas que han hecho conmigo algo así. Me han dedicado espacio en sus blogs, me hicieron entrevistas, han recomendado mis libros en sus perfiles... Y sé que eso ha sido esencial para que yo, a día de hoy, tenga tres novelas publicadas con editorial. Sin eso, sería todavía más desconocida. Una persona, a la que creo que le debo el principio y se lo tengo que reconocer, es Tatty, de El Universo de los libros, que me abrió las puertas cuando todas estaban cerradas. A ella se sumó Mónica, después Marga y un largo etcétera de blogs.

Todas ellas contribuyeron al boca oreja, que tiene un poder inmenso de convocatoria. Es más poderoso que cualquier campaña de marketing orquestada, porque siempre suele haber detrás de él un producto que tiene calidad suficiente como para que alguien arriesgue el valor de su palabra recomendándolo.

Espera, ¿qué acabo de decir?

Me temo que aquí hay un punto que debo matizar.

Cuando empecé a publicar en Amazon los autores independientes nos organizamos para publicitarnos entre nosotros. La plataforma era nueva, el fenómeno estaba en pañales y se hacía necesaria una difusión importante y conjunta para crear el ruido suficiente y que nos prestasen atención. Organizamos una lista con los libros que teníamos en la plataforma y la compartimos, para que cada uno pegase, por turnos, los tuits en su perfil. Los demás solo tendrían que retuitearlo y el ruido estaba asegurado. Al principio éramos un número razonable de autores, una docena aproximadamente, pero pronto se empezó a unir mucha más gente atraída por la posible repercusión de la estrategia. (Para quienes no tienen memoria, que los hay, sí, yo estuve desde el primer día en eso que se llamó Generación Kindle). La verdad es que funcionó, Amazon en pocos meses pasó de ser una página más a una de las más recomendadas en las redes. Nosotros, pasamos de desconocidos totales a autores que se buscaban la vida con bastante ingenio y sin apoyo editorial. Ganamos, pero también ganó Amazon.

Y mucho más que nosotros.

En ese momento, yo creo que algo no estaba bien planteado; se recomendó sin leer, solo por el apoyo recíproco, incumpliendo una premisa que desde el principio debía de haber sido básica. Yo, que encima era de las pocas que habían leído a muchos de ellos, salí bastante escaldada de esto, no creáis, y no solo porque no conseguí muchos lectores entre esos escritores, sino por otros fenómenos que se dieron en paralelo.

Llevo un imán de neodimio que atrae idiotas insertado en lo más profundo de mi organismo.

El primer día que me tocó tuitear tropecientas novelas (ya os digo que enseguida se enganchó mucha gente) lo hice religiosamente, pero tuve que aguantar a una pedante en Twitter que me atacó por usar este sistema (y eso que a la pedante le vino de maravilla porque favorecía a una persona de su entorno, pero ya sabéis que Twitter tiene el mayor número de imbéciles por bit cuadrado). Me llevé un disgusto de la leche, porque yo en ese momento era más pava que ahora y era incapaz de mandar a la mierda a nadie, por mucho que se lo mereciera.

Aguanté casi un año siendo generosa con personas que en muchos casos no lo estaban siendo conmigo (la persona a la que más tuits le puse en esas fechas no me puso ni uno solo a mí y eso que se declaraba en privado -en público no- mi mejor amigo escritor). Un día, después de aguantar a otro individuo que no sé por qué motivos recomendó a todo el mundo que me bloqueasen en todas las redes (un tipo infernal, recuerdo que se llamaba Dante) decidí zanjar el asunto y cambiar la estrategia.

Justo como hicieron conmigo, dejé de recomendar porque sí. Total, si ya me habían puesto a caer de un burro, era mejor que al menos fuera honesta conmigo misma.

Empecé a recomendar solo los libros que había leído y me habían gustado, que por otro lado eran un montón, porque soy de esa clase de escritores en extinción que leen muchísimo.

Desde entonces, las personas que me siguen saben que cuando recomiendo un libro lo hago convencida de lo que estoy diciendo, que si tuiteo algo, es porque creo en ello. Que lo hago porque quiero y no porque deba nada a nadie.

Y hablando de deber, fijaos hasta donde llega lo tonta que soy que en el último caso que he vivido de desequilibrio tuiteril (cómo me gusta inventarme palabras) este ha ido de tres o cuatro tuits al día en mi cuenta para una novela y tres tuits (tres) de ese autor entre mis dos últimas novelas para mí. Si hiciera cuentas, no compensaría, pero el caso es que a mí las novelas me gustaron y me da igual lo que hagan los demás. No los pongo para que me los pongan, de hecho los pongo incluso cuando a mí se me ignora.

No se trata de personas, se trata de novelas.

Si te tuitean por cómo eres y no por cómo escribes, vamos mal.

Por cierto, mientras estaba redactando esto, se me ha ocurrido otro post: cómo perjudicar a tu autor favorito. Igual hasta un día lo escribo.

O no, este año no ando muy bien de tiempo. 

lunes, 5 de junio de 2017

LO DIFÍCIL DE ESCRIBIR SENCILLO



Hace unos lunes, uno de esos que fue festivo en toda España, me levanté a las seis y media de la mañana. Tonta de mí, lo hice para encontrar un momento de tranquilidad en casa, un par de horas de margen en las que nada perturbase la tranquilidad.

Para intentar escribir.

Más en concreto, para intentar escribir sencillo.

Y eso que estoy convencida de que muy poca gente le da la importancia que tiene a escribir así, la dificultad que entraña el hacer frases en las que el lector no se encalle, limpias, claras y precisas. Escribir textos que tengan un ritmo que te empuje a seguir leyendo. Que incluyan metáforas, alguna sinestesia (que tengo debilidad por ellas), tres o cuatro símiles o un par de anáforas, pero que no se ahoguen en epítetos innecesarios.

Que no se note que hay muchísimo trabajo detrás, que parezca que te han salido tan naturales como respirar.

A las nueve y pico, después de haber dedicado casi tres horas a esta labor, me di cuenta de que quizá estoy perdiendo el tiempo. 

¿De verdad merece la pena esforzarse en algo que se vuelve invisible? Estoy convencida de que sí, aunque no se vea nada. Aunque se pasen por alto mil cosas. ¿Quién sabe? Igual hay alguien en alguna parte que, aunque no me lo cuente, que me entiende.

Tampoco pasa nada si no me entiende nadie. 

A veces no me entiendo ni yo.