lunes, 27 de noviembre de 2017

UN VIAJE DE IDA Y VUELTA




Sentado en el vagón de vuelta a casa, no puedo dejar de pensar en este tiempo contigo. Es curioso que algo que me ha hecho sentir tan profundamente no sea capaz de precisar cuándo empezó. No hubo violines sonando en mis oídos. No sentí que una flecha atravesara mi pecho y me fulminara, dejando mi pobre cuerpo rendido a tus pies. No tuvimos una primera cita memorable.

No.

Solo fuimos dos almas que se vieron sin verse una tarde de diciembre y se fueron aprendiendo poco a poco. Día a día, como la lenta gota de agua que erosiona la roca, tú fuiste arañando mi corazón hasta hacerte un hueco en él. Casi sin que me diera cuenta. Un día, sencillamente estabas y yo ya no sabía avanzar sin ti. Te empecé a necesitar, como se necesita el camino para dejar que tus pasos dibujen un futuro. Eras la cama en la que descansaba, la mesa que saciaba mi hambre y la música que ponía en mi alma farolillos de colores, fingiendo que siempre era fiesta. Hicimos juntos ese viaje. Dos manos entrelazadas, dos corazones distintos que se completaban. Uno más uno, uno solo, haciendo que las matemáticas fallasen estrepitosamente.

Que curioso es el tiempo cuando amas. Se contrae y fluye rápido, los días se acortan, se escapan de entre los dedos aunque en tu interior reine el verano de días eternos. Esa ida alegre tiene el sonido de tu risa, los te quiero a media voz, los juegos locos que solo pretendían prender un brillo de felicidad en tus ojos porque su reflejo me hacía también feliz a mí.

Luego llegó el invierno.

A él sí que lo noté, porque el frío me pilló desprevenido. Te había dado mi abrigo y, aquella tarde, me quedé desnudo frente a ti. Tirité por dentro, desarmado, herido por el hielo de unas palabras que no esperaba. Hice lo que se hace con el invierno, combatir con fuego su gélido aliento. Poco a poco pasaron esos días infelices.

Y volví a creer que regresaría el brillo de tu mirada, las risas y los te quiero susurrados.

Solo fue un vago espejismo, la vuelta estaba en marcha, yo ya estaba rumbo a este vagón donde hago el viaje de vuelta solo. Derrotado. Vencido. Ahora los días cortos se hacen tan largos que prefiero cerrar los ojos y no pensar. No quiero ver la luz porque me recuerda otro tiempo, una historia que nunca quise que terminara, pero que tengo que aprender a aceptar que ya pasó.

Que ya estoy de vuelta de ese viaje.



Relato publicado en El Adelantado de Segovia.



martes, 21 de noviembre de 2017

NOVELAS 2.0



Las novelas 2.0, esas que han surgido a la par que se ha ido desarrollando el mundo de los libros digitales y la difusión del ebook son en extremo exigentes para el autor.

Pensadlo.

Raras son las que no traen adosada una playlist en Spotify -¿qué sería de una novela sin su banda sonora?-, las que no se presentan con montones de fanArts poblados de caras guapas conocidas que incrementan su atractivo y booktrailers impresionantes que nos venden los textos como si de una producción de Hollywood se tratase. Luego está, para apoyarlas, el marketing online, las estrategias de posicionamiento del libro que el autor tiene que dominar -metadatos y demás jerga específica- o, en el caso de que se sienta torpe, dejar en manos de un community manager experto. Y ya, si lo que se quiere es internacionalizar del todo el proyecto, conviene no publicar con el nombre que te puso tu madre, sino elegir un seudónimo en inglés para abrirse puertas y vender en otros mercados, que como esto de internet es global no hay que perder ninguna oportunidad.

Acabo extenuada de tanto extranjerismo y de tanta tontería, y eso que solo he estado pensando en lo que exige la planificación de este tipo de novela, sin ni siquiera empezar a escribirla.

Yo creía que escribir era otra cosa. Pensaba que se trataba de contar la mitad de una historia y, cuando alguien al final la leyera, si es que teníamos suerte de ser leídos, la terminaría en su mente. Virgen de nuestras decisiones, tomando las suyas porque, al final, el lector es la otra mitad del proceso creativo y ¿quién es el autor para quitarle ese papel dándoselo todo hecho?

¡Qué tiempos más extraños y más románticos los de las novelas analógicas! Qué extraño fenómeno el de dejar al lector la libertad absoluta de imaginar y al escritor tiempo para idear la trama, para pensar, como Juan Ramón, en el nombre exacto de las cosas. Para construir universos en el ese raro mundo de la fantasía compartida por dos extraños el que se entraba cuando abrías las páginas de un libro.

¡Qué tiempos cuando el fondo y la forma eran un todo de palabras e ideas y no un barullo de estrategias  de venta y de caras guapas que lo único que hacen es desviar la atención de lo importante!

Como sigo teniendo imaginación, me ha dado por pensar en Clarín preparando un fanArt para la publicación de La Regenta. He visto al pobre hombre dando vueltas por Google, intentando decidir si para el papel de su Ana Ozores era mejor la imagen de Blanca Padilla o la de Lucía López, pegándose con el Photoshop para probar con cuál filtro queda mejor el cielo de Vetusta. Incluso me lo he podido imaginar dando vueltas con su teléfono móvil por Oviedo, intentando captar las mejores imágenes de la catedral con las que ilustrar el principio del booktrailer.

Empezaría, seguramente, con un primer plano del edificio y un texto que recorrería la imagen, el principio perfecto de su novela:

"La heroica ciudad dormía la siesta..."

Luego he despertado de mi ensoñación y me he acordado de que don Leopoldo, además de ser un crítico literario feroz -que moriría de un patatús viendo lo que se publica en muchos casos hoy en día- era un hombre serio y muy cabal, seguro que todo esto de los fanArts y de las gilipolleces en las que se ha metido la literatura en los últimos tiempos se habría tirado de los pelos.

O habría despotricado contra la estupidez que nos rodea.

Parece que ya no importan las palabras, que lo importante ahora es lo accesorio y que las figuras literarias han tenido que ceder el paso a las de la pasarela porque una buena metáfora vende menos que una cara guapa pasado por un filtro de Instagram y una frase trillada, pero chula, expuesta en el escaparate de nuestras redes sociales.

Echo de menos otros tiempos, tal vez, solo tal vez, porque me estoy haciendo mayor...

sábado, 18 de noviembre de 2017

HAMBRE DE PALABRAS



Llevo semanas cocinando en mi ordenador platos de los que requieren mimo, pero este fin de semana lo he dejado de lado, me he dado permiso para preparar hamburguesas de pollo. Y tazones de chocolate. Incluso he metido mano a un bote de leche condensada y lo he dejado tiritando. Ya que estaba, me he concedido el capricho de un bocadillo de mortadela con aceitunas. Y unos pepinillos en vinagre, así, a lo bruto, sin ponerles encima ni una anchoa, ni nada que los haga más especiales.

Habré engordado seguro dos kilos, pero no me pienso pesar para averiguarlo.

Sí, este blog sigue siendo de literatura, y si estoy cocinando dentro del ordenador es porque de lo que hablo es de palabras.

Llevo desde 2014 escribiendo una novela. No todos los días, a mi ritmo de tecleo seguro que llevaría ya diez mil páginas. La empecé después de La chica de las fotos, pensé que me quedaba grande y la dejé, volví a ella al cabo de unos meses, hice una pausa y en ella escribí Entre puntos suspensivos. Volví, me atasqué y la dejé, empezando dos o tres novelas. Incluso una la acabé. Escribí relatos de veinte páginas. Terminé de rematar otra novela que siempre estaba a medias.

Y luego dejé de escribir durante meses.

Problemas personales me impidieron poner una coma en su sitio y no ha sido hasta octubre que he vuelto a teclear. Y lo he hecho tan exigente conmigo misma, a lo mejor por la pausa esta tan grande, que me he esmerado en cada párrafo como si estuviera preparando un plato de alta cocina. No sé si porque me lo debo, no sé si porque me ha decepcionado mucha gente en estos meses y no me puedo permitir ni una arruga en el texto. El caso es que todo ha ido lento, medido, cuidado.

Tan lento, tan medido, tan cuidado, que me he vuelto a atascar.

El caso es que desde hace unos días tengo ese proyecto en pausa, pero tenía muchas ganas de escribir. Hambre de palabras, necesidad de darme un atracón de lo que fuera. ¿Hamburguesas? ¿Chocolate? ¿Patatas fritas? Daba lo mismo. El caso era escribir.

Abrí uno de esos archivos que no conducen a ninguna parte, donde tú sabes que has perdido el rumbo y que un día tendrás que borrar porque no están en ese nivel que te pides a ti misma. Pero tienes muchas ganas de escribir, estás hambrienta.

Y te lo permites.

Hasta ahora mismo he escrito alrededor de mil palabras. Dos días. Un montón de tonterías que probablemente no releeré hasta dentro de un tiempo. Y, cuando lo haga, quién sabe si la historia no me parecerá tan tonta, quién sabe si no me dedicaré en cuerpo y alma a cada párrafo, como hago con esa otra novela.

No lo sé, ni me importa. Solo tengo hambre de palabras y me voy a dar el capricho.

Porque puedo.

viernes, 17 de noviembre de 2017

UNA VIDA EN PARÍS DE ERIKA FIORUCCI



Sinopsis:

El amor algunas veces te golpea como un rayo y otras te consume poco a poco sin que ni siquiera te des cuenta.

Sergei Petrov, también conocido como “el chico malo del ballet”, vive su autoimpuesto exilio en París tratando de mantenerse alejado de sus vicios: el alcohol, las fiestas y las mujeres. Sin embargo, el nuevo comienzo que había planeado para su vida está resultando de lo más decepcionante: está solo y aburrido. Algo falta en su vida y se pregunta si no estaba mejor siendo el divo problemático, amado por las mujeres y perseguido por periodistas.

Es entonces cuando conocerá a Gabrielle, una misteriosa mujer que sale de la nada cuando más la necesita para luego desaparecer con la misma facilidad. Parece ser su complemento perfecto: es hermosa, un poco loca y completamente desinhibida. En fin, Sergei Petrov en versión femenina.
Sin embargo, lo que queremos no es siempre lo que necesitamos y Sergei está a punto de descubrir que su corazón sabe la diferencia.

Mis impresiones:

Sergei Petrov es una estrella del ballet, pero también es el rey de los excesos, de las fiestas, los escándalos y un hombre deseado por las mujeres. Cuando arranca la trama, lleva en París unos meses, intentando recuperarse de esa vida que en el pasado no le ha traído nada más que disgustos, manteniéndose solo y sobrio. Le está costando, pero la deriva de su vida necesitaba frenarla y entender que es algo más que ese personaje en el que se ha convertido.

Una noche, en una fiesta que dan en su honor, conoce a una mujer con un cuerpo fascinante. Se llama Gabrielle y es mordaz y seductora. Sergei se deja llevar, agarra una copa y acaba siguiéndola, pasando la noche en su casa con ella. Al despertar, aparece otro tipo y sus recuerdos son tan confusos por la cantidad de alcohol que lleva su cuerpo que no es capaz de reconstruir qué fue lo que pasó.

Por eso, acude con resaca al trabajo. Intentando disimular su falta de coordinación al bailar, le echa la culpa a la pianista, la seria y educada Siena Planchard, a la que acusa de ser mediocre y de no seguir el tempo. A ella le retiran las horas que trabaja con él, estaría de más, él es el divo, la estrella al que escuchan a pesar de que sea obvio que ha llegado al trabajo en malas condiciones.

Sin embargo, todos esos meses de abstinencia y soledad en París han hecho efecto en él y algo se conmueve en su interior. Sergei se siente culpable por haber dejado a Siena sin parte de su sueldo, y más cuando se entera de que ella es su vecina y que fue quien recomendó el apartamento donde vive. La busca para disculparse y, desde ese primer instante en el que se encuentran, la química entre los dos se pone en marcha, aunque al principio sea un tanto explosiva. Porque a Siena, Sergei no le gusta demasiado...

Sé que parece que os he contado mucho para mi costumbre, pero tranquilos, solo son las primeras páginas, ese diez por ciento que podéis leer en Amazon.

Me han gustado mucho los personajes de esta novela, sobre todo Sergei. Me parece que tiene un sentido del humor extraordinario, que las conversaciones con Siena tienen ese punto que en literatura romántica funciona tan bien y que la historia de segundas oportunidades que nos cuenta Erika es muy bonita, una historia que tiene un tercer vértice, que es Andrea, la hija de Siena.

En cuanto a los personajes secundarios, quizá la más interesante para mí haya sido Gabrielle. Es una especie de ángel tatuador de bondad que viste con cuero y tacones de los que machacan los dedos de los pies. Su objetivo en la novela es empujar a Sergei a buscar la felicidad en las cosas sencillas de la vida y la verdad es que acaba consiguiéndolo.

A Bernard Duserre, el mejor amigo de Gabrielle, no he acabado de cogerle el punto, creo que es el único personaje que no me ha terminado de llegar. Es un niño rico excéntrico, pero no puedo contar mucho más sin llenar esto de spoilers gordísimos.

Los personajes de Una vida en París vienen de otra de las novelas de Erika, pero dejadme que no os diga que he leído sin tener referencias de su predecesora. Sabía que existía, de hecho en la novela se hace alusión a escenas que es probable que pertenezcan a ella y la he disfrutado sin echar de menos ninguna información.

Tengo curiosidad, pero no siento que a Una vida en París le falte nada para que la experiencia lectora sea completa. Y tan completa, me duró apenas 24 horas y tiene casi 300 páginas en papel.

Digo esto porque a veces nos pasamos de cautos cuando unas historias derivan de una anterior. Aunque el autor nos diga por activa y por pasiva que se ha esforzado en que no haga falta leer la otra novela, muchas veces tendemos a no creerlo. Algunas, con razón. Pero no es este caso, esta vez se puede disfrutar.

No es la primera vez que leo a Erika Fiorucci y tengo que decir que probablemente, casi con toda seguridad, no será la última. Las dos veces sus libros me han durado un suspiro, me gusta cómo cuenta las historias y los personajes que crea y es de esas autoras que te hacen darte cuenta de que tenemos un excelente plantel de autoras escribiendo en español, reunidas bajo el sello de HQÑ a las que no hay que perder de vista. Erika es periodista, venezolana, y fue finalista en el Primer certamen digital de HQÑ con Cuatro días en Londres.

Por cierto, la otra novela que leí fue Pregúntame mañana, y no esta reseñada en el blog porque la leí en un momento en el que no podía hablar de ella, cuando fui jurado en el IV certámen HQÑ. Tenía que guardar el secreto hasta que se fallara el premio y, como siempre me acaba pasando cuando no hago una reseña de inmediato, la vida me arrastró hasta otras cosas, dije que la volvería a leer, pero no he tenido tiempo. También os la recomiendo, a mí me encantó.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

¿ES NECESARIA UNA WEB DE ESCRITOR?



Estaba dando un paseo con mi perro esta tarde, cuando he recordado que tengo una web de autora.

Como lo oís, hasta yo me he sorprendido cuando me he acordado.

Tiene fotos en las que salgo guapa -porque solo puse aquellas en las que salí bien-, todos mis libros, unos cuantos relatos que regalo desde ella, sus pestañas, mi biografía... o eso creo, porque por ella no paso ni yo. De hecho, no entraba nadie y por eso dejé de pensar en ella.

¿A qué viene todo esto? Pues a que no paro de leer por todas partes que si quiero dedicarme de verdad, en serio, con toda mi energía, con toda la profesionalidad del mundo a esto de la escritura, tengo que tener una web de escritora. Un blog está bien para el principio, pero lo profesional es tener una web. Casi antes de publicar el primer libro.

Te da una pátina respetable de persona seria, que un blog, por supuesto, no te otorga. La web es como llevar zapatos de tacón, mientras que el blog es... vivir en zapatillas.

Madre mía. Ya llevo ocho libros, tres de ellos con editorial (Ediciones B y HarperCollins Ibérica) y no me gusta tener una web. Sigo, sin embargo, tan feliz aquí, en mi espejo, atravesándolo sin ton ni son, dando bandazos de un tema a otro sin orden ni concierto -lo mismo reseño un libro como reflejo un pensamiento o hago la crónica de un evento literario.

Nunca voy a ser una escritora seria.

Toda esperanza está perdida.

Bueno, tal vez nunca logre ser una escritora, porque para mí esta palabra, cuando la leo, me conduce el pensamiento a personas como Unamuno, Valle-Inclán, Machado, Baroja, Galdós, Pardo Bazán... y a esos no hay quien se acerque ni en los sueños más especiales. Y tampoco a los Follet o a los Pérez-Reverte, por ser más actual y más mercantilista, que estos venden libros a patadas. Yo no sé ser escritora de estos tiempos. Soy un desastre con el marketing, me interesa mucho menos que la ortografía. Cuando me hablan de posicionamiento web se me abre mucho la boca, desde luego no me despierta tanto interés como estudiar a una generación literaria y prefiero pararme a planificar historias para escribirlas que trazar estrategias de venta.

Lo llevo claro.

Y a todo esto, he venido aquí a ver si conseguía responderme a la pregunta que titula la entrada, y no he llegado a ninguna conclusión.

¿Vosotros creéis que hace falta?