lunes, 14 de mayo de 2018

¿POR QUÉ YA NO HAGO (CASI) RESEÑAS?

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Me han preguntado por qué cada vez hay menos reseñas en El espejo de la entrada. Por qué apenas hablo de mis avances en la escritura y los reflejos son difusos, relacionados de alguna manera con los libros, pero alejándose bastante de mí misma y de lo que es mi particular universo de lecturas.

Voy a contar una cosa.

Hace dos años, alguien me pidió que leyera un libro autoeditado. No dije que fuera a leerlo o no, culpa mía porque debería haber sido clara y haberlo rechazado. Pero la verdad es que no soy perfecta y me equivoco a veces -muchas- y hasta lo empecé a leer y aguanté casi la mitad. No me gustó. Lo que transmitía no me llegaba y el tratamiento del lenguaje no era de sobresaliente. En realidad, ni de cinco. Como yo entendí que no lo había pedido y que no me había comprometido a nada, no hice ningún comentario de vuelta: ni bueno, ni malo, ni aquí ni en ninguna parte.

En poco tiempo, el libro se perdió en ese acuario sobresaturado de peces que es Amazon.

El caso es que esto, no haber hecho ningún comentario, tuvo consecuencias para mí. Un "como tú no me lees, pues yo no te leo a ti" bastante mal disimulado. Este mundo es cada vez más raro y más complejo, y este tipo de cosas son las que me causan estupor y una especie de dolor sordo por lo interesadas que resultan las personas. Y esta tarde, mientras me pensaba si tomarme otro café, me he dado cuenta de que esto me sobra, porque me hace daño. Y no es por esa especie de veto, sino por lo que implica, por lo que ensucia esto y lo lejos que está de quien quiero ser.

El caso es que, por cosas así, cada vez tengo menos ganas de compartir mis lecturas.

¿Quiere decir esto que nunca más habrá una reseña en el blog? No, en absoluto, alguna habrá cuando lo estime oportuno. Pero cada vez menos.

viernes, 11 de mayo de 2018

RESCATANDO UNA EMOCIÓN

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Buscando una emoción que no encuentro, he andado perdida entre las páginas de Rayuela, siguiendo el consejo loco de Cortazar, de leer la novela como me diera la real gana.

No tengo idea de si he recalado en cada una de sus páginas, es probable que no, pero qué más da. Este juego literario solo perseguía encontrarme con esa emoción que solo la lectura sabe provocar en mí, ese placer de conectar con la mente de otro ser humano.

También estuve buscándola con Juan Marsé y me permití unos momentos por si la tenía Cela, pero solo me encontré con su tremendismo y el retrato feo de un tiempo feo en el que era un experto.

No era la emoción que persigo, la que anhelo, así que me volví al presente, por si entre los vivos era capaz de localizarla y, con ella, despertar al ánimo que consigue que no me canses de buscar música entre mis dedos. Fue un estrepitoso fracaso. Tuve una cita con alguien con alma de poeta, pero aquello no cuajó. Sus emociones no lograron conectarse con las mías y el libro regresó a la estantería de los pendientes.

Martes.

Miércoles.

Jueves.

Y sigo buscando entre las estanterías, tratando de rescatar esa emoción que me rescate del silencio. De esa que logre que la música vuelva a sonar.

martes, 8 de mayo de 2018

EL PROCESO DE REVISIÓN Y DAR LAS GRACIAS



Ayer leía sobre las veces que se ha de corregir una novela. Cada uno tiene su técnica y sus necesidades personales, supongo que en esto no hay reglas. Para mí, es algo así:

-A diario corrijo lo del día anterior. Es una manera también de chequear por dónde voy y empaparme del tono de la novela, del tiempo verbal... porque escribo varias a la vez y es importante que no me confunda.

-Varias veces, sobre todo si tengo parones ajenos a mi voluntad, releo la novela hasta el punto en el que la he dejado. Aunque sean 200 páginas y me lleve varios días en los que no "escribo". Pero sí que lo estoy haciendo, en realidad. Pulo frases. Quito errores tontos. Evito desajustes temporales y contradicciones.

-Terminado el primer borrador, le doy un repaso entero.

-La envío a un lector cero.

-Me la devuelve y la reviso.

-La envío a otro.

-Vuelvo a hacer lo mismo.(El número de lectores cero como mínimo es tres, así que depende de cada novela las veces repito esto).

-Vuelvo a leer la novela entera y reviso todo antes de enviarla a ninguna parte.

-Cuando me confirman si se publica, vuelvo a mirarla antes de la correctora.

-La revisa ella, me la envía y la vuelvo a repasar.

-Se la devuelvo con notas.

-Ponemos en común todo para estar de acuerdo.

La suelto.

Hoy me he puesto a pensar que para qué tanto esfuerzo invisible, y la respuesta ha sido clara: esto es lo que les dejaré a mis hijos, mis palabras, parte de mi alma dispersa en cada personaje, un trocito de mi mundo diseminado por cada página, disfrazado de ficción a veces, otras casi, casi, al desnudo. Solo por eso ya merece la pena la paliza que me doy. Puede que haya gente que no lo valore, pero yo sí. Y valoro también la oportunidad de hacerlo que me dieron en HarperCollins Ibérica. Hoy. Porque sí. Sin que haya pasado nada especial esta mañana. Solo porque creo que tenemos más costumbre de quejarnos que de dar las gracias y cuando se merecen, hay que hacerlo.

Pues eso, gracias por contribuir a que pueda dejarles mis palabras.

domingo, 6 de mayo de 2018

NO HAY GANAS

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O necesidad, o la pasión suficiente para ponerme a escribir como siempre. No consigo conectar las emociones con las palabras y siento el resultado frío.

Y me duele.

Tal vez sea porque la mayoría de lo que quiero decir es mejor que me lo calle, que no está bonito decir que no me gusta la gente que finge ser lo que no es. Que no entiendo el alboroto público cuando se contradice con el comportamiento privado. Que me parece que las injusticias nos rodean y que no son exclusivas de los juzgados.

Por eso, porque todas estas cosas no se pueden decir con claridad, al final lo que escribo lo guardo un par de días y después borro.

Me he dado cuenta de que me estoy censurando a mí misma, y ni siquiera creo que sea porque tenga algo que perder, sino porque no tengo ganas de discutir. No me apetece el conflicto, no me viene bien para la salud.

Hoy, por ejemplo, he pensado en escribir algo sobre lo increíbles que son las madres. La mía y la que soy, las que veo a diario, las que recuerdo. Las que lo fueron y ahora ejercen más de abuelas. Las que no tuvieron hijos nunca y, sin embargo, de algún modo fueron madres. Después de un buen rato dándole vueltas a lo que quería contar, los pensamientos han empezado a irse a otro lado y he acabado en el principio: no hay ganas.

Solo he escrito una frase: "La felicidad se puede llevar de la mano. Feliz día de la madre  "

Y ya.

Suficiente como para que quienes me conocen se hayan preguntado si me pasa algo. Pues sí. Mañana tengo una cita que no me apetece nada, tengo pánico a que llegue la hora, pero no me queda más remedio que respirar profundamente y presentarme allí. Sentarme y contener las ganas de llorar. O no, porque cuando lloro dejo que salga la tensión, quizá sea lo mejor. Y después llegarán días un poco raros, sin la seguridad de que lo que pasará mañana sea la solución, teniendo que afrontar las consecuencias, pero no queda otra.

No os preocupéis. Todavía no me estoy muriendo, es que mañana me van a sacar una muela. Y no, no soy valiente.

Tengo pánico a ese momento.

viernes, 4 de mayo de 2018

PROYECTAR UNA NOVELA

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Hace años quise escribir una novela. Mirando un cuadro de Velázquez, La venus del espejo, pensé en contar la historia de esa mujer misteriosa y a ello me puse. Entonces ignoraba que se sabía algo sobre la propietaria de esa espalda que me fascinaba. No sabía su nombre, o al menos quién se cree que era, Olimpia Triunfi, con quien se dice además que el pintor sevillano tuvo hasta un hijo, Antonio. No tenía ni idea de que se sospecha que se conocieron en Roma cuando el autor tenía 50 años, en uno de sus viajes, cuando ella no era más que una joven de unos veinte.

En esta tesitura de desconocimiento, decidí inventar. Mi venus no se llamaba Olimpia, sino Clara, y no era una joven italiana, sino una huérfana de Madrid, obligada por las circunstancias de su origen a ejercer como prostituta en la barrio de Lavapiés. No planteé una relación entre los dos, sino una explicación a por qué este era el único desnudo pintado por el sevillano, pintor de cámara de Felipe IV, un cuadro escandaloso para la época en la que la Inquisición ejercía un control de la moral, contexto en el que difícilmente se explica este cuadro.

Escribí la historia de principio a fin, pero aún no tenía las herramientas necesarias para desarrollar una novela. Lo que debería haber sido un libro se quedó en un relato de poco más de diez páginas que me valió mi primer premio literario remunerado y marcó un principio literario. Es el arranque del lío en el que me metí hace casi una década (y del que me quiero escapar dos de cada tres días porque a veces, muchas, me supera).

He querido volver a ella.

Hace unos días saqué todo lo que conservo de aquel momento de escritura, me puse de nuevo a investigar, esta vez con más medios porque ahora sí tengo internet, y poco a poco la intención se ha ido desinflando. A medida que conozco la historia real, más lejos la veo de mi torpe invención, así que el proyecto ha pedido fuelle. He guardado el relato. He recogido los libros. He borrado del historial las páginas marcadas para volver a ellas y he regresado a ese momento en el que estoy. El de la reflexión. El de pensar qué hacer ahora que acumulo en la memoria tres novelas terminadas y al menos el doble de bocetos en los que centrar mi atención.

No sé por dónde seguiré.

Y lo que es más extraño: no sé si tengo ganas de seguir. Me siento un poco ajena a todo lo que se mueve en torno a los libros últimamente, sin ese fuelle del principio, sin el empuje suficiente como para dedicarle a esto las horas necesarias para que el resultado sea digno.

No sé si es la primavera o que el invierno ha hecho acto de presencia en esta etapa de mi vida y necesito arroparme con una manta y absorber su calor.

Reponer energía hasta que regrese la primavera.