viernes, 8 de diciembre de 2017

LA CURVA DE LA AMISTAD

Existe una curva imaginaria que dibuja la amistad. Fue una de las miles de cosas que me enseñó mi padre, que la amistad se podía trasladar a una gráfica, aunque parezca paradójico en algo que es abstracto, intangible e imposible de dibujar.



Me dijo que la amistad empieza a trazar una curva ascendente en cuanto se pone en marcha. A veces circula despacio, otras va más rápido, pero siempre alcanza un máximo que coincide con la primera crisis.

Todas las amistades tienen una crisis.

En ese momento, la curva inicia un descenso en picado y a veces se va a cero. Eso que creíamos maravilloso, desaparece, quizá para dejar paso a otra curva, a otra persona, a otra amistad. Acumulamos gráficas en nuestro haber de la vida, más o menos en función de nuestra personalidad. 

Le pregunté qué tenía que decirme de los amigos que conservamos para siempre.

Me contestó lo típico, que son dos o tres y que son tan especiales que tienen una curva diferente. 

Me lo explicó.

Con ellos, la crisis es inevitable, pero si la amistad es verdadera, después de caerse, remonta y traza una especie de línea recta. Algunas más arriba, otras más abajo, pero es una línea que ya nunca decae. Has conocido a la persona y, a pesar de sus defectos, la aprecias, la aceptas, la quieres como es y no se va. Se mantiene en esa constante que a veces es tan especial que no hace falta alimentarla. Sigue ahí, a pesar de que haya tiempos de pausa, momentos en los que no te veas.

Yo tengo amigos así.

Uno, desde el primer día de colegio.

Se llama Víctor. Hoy me apetecía hablar con él y le he llamado. Y ha sido igual que siempre.


miércoles, 29 de noviembre de 2017

10 RAZONES PARA RELEER MATAR A UN RUISEÑOR DE HARPER LEE



1.- Porque es de esas pocas novelas que admiten ser leídas varias veces en la vida. Vuelves a ella y la disfrutas, y si hace mucho tiempo desde la primera vez, muchísimo más.

2.- Porque contiene frases inolvidables.

"Disparad a todos los arrendajos azules que queráis, si podéis acertarles, pero recordad que es un pecado matar a un ruiseñor."

3.- Porque plantea temas muy delicados como las diferencias sociales y raciales sin sermonearte sobre ello.

4.- Porque sigo pensando que Atticus Finch es maravilloso. Como hombre y como padre.

5.- Porque solo una niña como Scout, vestida como un niño y desde la inocencia inteligente, sería capaz de contar así esta historia.

6.- Porque pone el foco en la delgadísima línea que separa lo justo de lo que no lo es. Y te obliga a pararte a pensar.

7.- Porque tiene un delicado sentido del humor.

8.- Porque los diálogos caracterizan a la perfección a cada personaje. Podemos escuchar las bravuconerías de Jem, las dudas de Scout, la excesiva imaginación de Dill, la cordura lúcida de Atticus... Incluso no escuchamos a Boo y eso también nos hace oír un poco a este niño grande que lleva toda la vida encerrado. Y a la tía Alexandra, a la señorita Maudie, a Calpurnia...

9.- Porque el círculo que empieza a trazarse en la primera frase se completa al llegar al final. Probad a volver a empezar, descubriréis de qué estoy hablando. Es de esas novelas en las que el puzle encaja a la perfección.

10.- Porque al cerrarla es posible que empieces a sentir nostalgia.

Se me ocurre que puede ser un regalo muy especial para esta Navidad, para alguien enamorado de los libros. Para quien me pregunta siempre, una nota: tiene un tamaño de letra muy bueno.

lunes, 27 de noviembre de 2017

UN VIAJE DE IDA Y VUELTA




Sentado en el vagón de vuelta a casa, no puedo dejar de pensar en este tiempo contigo. Es curioso que algo que me ha hecho sentir tan profundamente no sea capaz de precisar cuándo empezó. No hubo violines sonando en mis oídos. No sentí que una flecha atravesara mi pecho y me fulminara, dejando mi pobre cuerpo rendido a tus pies. No tuvimos una primera cita memorable.

No.

Solo fuimos dos almas que se vieron sin verse una tarde de diciembre y se fueron aprendiendo poco a poco. Día a día, como la lenta gota de agua que erosiona la roca, tú fuiste arañando mi corazón hasta hacerte un hueco en él. Casi sin que me diera cuenta. Un día, sencillamente estabas y yo ya no sabía avanzar sin ti. Te empecé a necesitar, como se necesita el camino para dejar que tus pasos dibujen un futuro. Eras la cama en la que descansaba, la mesa que saciaba mi hambre y la música que ponía en mi alma farolillos de colores, fingiendo que siempre era fiesta. Hicimos juntos ese viaje. Dos manos entrelazadas, dos corazones distintos que se completaban. Uno más uno, uno solo, haciendo que las matemáticas fallasen estrepitosamente.

Que curioso es el tiempo cuando amas. Se contrae y fluye rápido, los días se acortan, se escapan de entre los dedos aunque en tu interior reine el verano de días eternos. Esa ida alegre tiene el sonido de tu risa, los te quiero a media voz, los juegos locos que solo pretendían prender un brillo de felicidad en tus ojos porque su reflejo me hacía también feliz a mí.

Luego llegó el invierno.

A él sí que lo noté, porque el frío me pilló desprevenido. Te había dado mi abrigo y, aquella tarde, me quedé desnudo frente a ti. Tirité por dentro, desarmado, herido por el hielo de unas palabras que no esperaba. Hice lo que se hace con el invierno, combatir con fuego su gélido aliento. Poco a poco pasaron esos días infelices.

Y volví a creer que regresaría el brillo de tu mirada, las risas y los te quiero susurrados.

Solo fue un vago espejismo, la vuelta estaba en marcha, yo ya estaba rumbo a este vagón donde hago el viaje de vuelta solo. Derrotado. Vencido. Ahora los días cortos se hacen tan largos que prefiero cerrar los ojos y no pensar. No quiero ver la luz porque me recuerda otro tiempo, una historia que nunca quise que terminara, pero que tengo que aprender a aceptar que ya pasó.

Que ya estoy de vuelta de ese viaje.



Relato publicado en El Adelantado de Segovia.



martes, 21 de noviembre de 2017

NOVELAS 2.0



Las novelas 2.0, esas que han surgido a la par que se ha ido desarrollando el mundo de los libros digitales y la difusión del ebook son en extremo exigentes para el autor.

Pensadlo.

Raras son las que no traen adosada una playlist en Spotify -¿qué sería de una novela sin su banda sonora?-, las que no se presentan con montones de fanArts poblados de caras guapas conocidas que incrementan su atractivo y booktrailers impresionantes que nos venden los textos como si de una producción de Hollywood se tratase. Luego está, para apoyarlas, el marketing online, las estrategias de posicionamiento del libro que el autor tiene que dominar -metadatos y demás jerga específica- o, en el caso de que se sienta torpe, dejar en manos de un community manager experto. Y ya, si lo que se quiere es internacionalizar del todo el proyecto, conviene no publicar con el nombre que te puso tu madre, sino elegir un seudónimo en inglés para abrirse puertas y vender en otros mercados, que como esto de internet es global no hay que perder ninguna oportunidad.

Acabo extenuada de tanto extranjerismo y de tanta tontería, y eso que solo he estado pensando en lo que exige la planificación de este tipo de novela, sin ni siquiera empezar a escribirla.

Yo creía que escribir era otra cosa. Pensaba que se trataba de contar la mitad de una historia y, cuando alguien al final la leyera, si es que teníamos suerte de ser leídos, la terminaría en su mente. Virgen de nuestras decisiones, tomando las suyas porque, al final, el lector es la otra mitad del proceso creativo y ¿quién es el autor para quitarle ese papel dándoselo todo hecho?

¡Qué tiempos más extraños y más románticos los de las novelas analógicas! Qué extraño fenómeno el de dejar al lector la libertad absoluta de imaginar y al escritor tiempo para idear la trama, para pensar, como Juan Ramón, en el nombre exacto de las cosas. Para construir universos en el ese raro mundo de la fantasía compartida por dos extraños el que se entraba cuando abrías las páginas de un libro.

¡Qué tiempos cuando el fondo y la forma eran un todo de palabras e ideas y no un barullo de estrategias  de venta y de caras guapas que lo único que hacen es desviar la atención de lo importante!

Como sigo teniendo imaginación, me ha dado por pensar en Clarín preparando un fanArt para la publicación de La Regenta. He visto al pobre hombre dando vueltas por Google, intentando decidir si para el papel de su Ana Ozores era mejor la imagen de Blanca Padilla o la de Lucía López, pegándose con el Photoshop para probar con cuál filtro queda mejor el cielo de Vetusta. Incluso me lo he podido imaginar dando vueltas con su teléfono móvil por Oviedo, intentando captar las mejores imágenes de la catedral con las que ilustrar el principio del booktrailer.

Empezaría, seguramente, con un primer plano del edificio y un texto que recorrería la imagen, el principio perfecto de su novela:

"La heroica ciudad dormía la siesta..."

Luego he despertado de mi ensoñación y me he acordado de que don Leopoldo, además de ser un crítico literario feroz -que moriría de un patatús viendo lo que se publica en muchos casos hoy en día- era un hombre serio y muy cabal, seguro que todo esto de los fanArts y de las gilipolleces en las que se ha metido la literatura en los últimos tiempos se habría tirado de los pelos.

O habría despotricado contra la estupidez que nos rodea.

Parece que ya no importan las palabras, que lo importante ahora es lo accesorio y que las figuras literarias han tenido que ceder el paso a las de la pasarela porque una buena metáfora vende menos que una cara guapa pasado por un filtro de Instagram y una frase trillada, pero chula, expuesta en el escaparate de nuestras redes sociales.

Echo de menos otros tiempos, tal vez, solo tal vez, porque me estoy haciendo mayor...

sábado, 18 de noviembre de 2017

HAMBRE DE PALABRAS



Llevo semanas cocinando en mi ordenador platos de los que requieren mimo, pero este fin de semana lo he dejado de lado, me he dado permiso para preparar hamburguesas de pollo. Y tazones de chocolate. Incluso he metido mano a un bote de leche condensada y lo he dejado tiritando. Ya que estaba, me he concedido el capricho de un bocadillo de mortadela con aceitunas. Y unos pepinillos en vinagre, así, a lo bruto, sin ponerles encima ni una anchoa, ni nada que los haga más especiales.

Habré engordado seguro dos kilos, pero no me pienso pesar para averiguarlo.

Sí, este blog sigue siendo de literatura, y si estoy cocinando dentro del ordenador es porque de lo que hablo es de palabras.

Llevo desde 2014 escribiendo una novela. No todos los días, a mi ritmo de tecleo seguro que llevaría ya diez mil páginas. La empecé después de La chica de las fotos, pensé que me quedaba grande y la dejé, volví a ella al cabo de unos meses, hice una pausa y en ella escribí Entre puntos suspensivos. Volví, me atasqué y la dejé, empezando dos o tres novelas. Incluso una la acabé. Escribí relatos de veinte páginas. Terminé de rematar otra novela que siempre estaba a medias.

Y luego dejé de escribir durante meses.

Problemas personales me impidieron poner una coma en su sitio y no ha sido hasta octubre que he vuelto a teclear. Y lo he hecho tan exigente conmigo misma, a lo mejor por la pausa esta tan grande, que me he esmerado en cada párrafo como si estuviera preparando un plato de alta cocina. No sé si porque me lo debo, no sé si porque me ha decepcionado mucha gente en estos meses y no me puedo permitir ni una arruga en el texto. El caso es que todo ha ido lento, medido, cuidado.

Tan lento, tan medido, tan cuidado, que me he vuelto a atascar.

El caso es que desde hace unos días tengo ese proyecto en pausa, pero tenía muchas ganas de escribir. Hambre de palabras, necesidad de darme un atracón de lo que fuera. ¿Hamburguesas? ¿Chocolate? ¿Patatas fritas? Daba lo mismo. El caso era escribir.

Abrí uno de esos archivos que no conducen a ninguna parte, donde tú sabes que has perdido el rumbo y que un día tendrás que borrar porque no están en ese nivel que te pides a ti misma. Pero tienes muchas ganas de escribir, estás hambrienta.

Y te lo permites.

Hasta ahora mismo he escrito alrededor de mil palabras. Dos días. Un montón de tonterías que probablemente no releeré hasta dentro de un tiempo. Y, cuando lo haga, quién sabe si la historia no me parecerá tan tonta, quién sabe si no me dedicaré en cuerpo y alma a cada párrafo, como hago con esa otra novela.

No lo sé, ni me importa. Solo tengo hambre de palabras y me voy a dar el capricho.

Porque puedo.