miércoles, 27 de diciembre de 2017

CINCO MINUTOS DE EMPATÍA



Trescientos segundos en los que cabe un mundo entero. 

Un estoy contigo. 

Un te entiendo. 

Un te ofrezco mi mano. 

Un vamos a reírnos juntos. 

Un abrazo. 

Un ya habrá otra ocasión. 

Un no importa.

Un ellos se lo pierden. 

Un tú vales mucho.

Un beso largo.

Un beso de abuela con ritmo de ametralladora.

Un roce en la mejilla para espantar una lágrima.

Un yo te sostengo.

Un tienes derecho a sentirte mal.

Un no importa que seas frágil.

Un me tienes a tu lado.

Un vamos a buscar otro camino.

Todo eso y más cabe en cinco minutos de empatía. 

Parece más fácil de lo que es.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

MIENTRAS ENCUENTRO UN FINAL

Tengo que terminar una novela.

No me va la vida en ello y no tengo un plazo (es algo que me impuse cuando empecé en esto, que no fuera algo que me consumiera el alma el escribir, sino que me diera la vida). Así que, mientras encuentro la manera para que las piezas de mi puzle encajen a la perfección para conducirme al final que quiero, me entretengo en otros proyectos.

No sé estar mano sobre mano.

Ahora, por ejemplo, tengo apenas una hora libre entre tarea y tarea. Es poco tiempo para ponerme a escribir un relato que tengo pendiente de entregar.Además, a mi alrededor no hay silencio, hay un televisor encendido y gente manteniendo una conversación, así que centrarme para escribir me cuesta un poco. Como quieta no puedo parar, como tengo que hacer algo, que me ha dado por hacer...

¡manualidades navideñas!

Como si no tuviera una caja petada de adornos, este año he optado por renovar por completo la decoración, pero con una premisa: no gastar dinero en ello. Nada o casi nada. Os muestro lo que me ha salido.

El primero es un arbolito de deseos, hecho de papel y cartón, que no pesa casi nada, y para el que no vendría mal una estrella, ahora que me fijo. Igual mañana, si me sobra un rato, busco alguna para inspirarme y la hago. Este árbol lo encontré hecho de madera, pero además de que era pesado, ¿cómo iba a encontrar maderas por mi casa? Así que no me vine abajo, revolví en la bolsa del reciclaje de papel y encontré la caja de un rollo de papel aluminio y otra de un fluorescente que se fundió el otro día. Con papel marrón de envolver los paquetes en los que mando los libros forré cada una de las láminas que componen el árbol, de 5 cm de anchas y cada una 4 cm más grande que la que tiene encima. Las palabras que llevan pegadas con cola blanca, algunas las hice en folios y las recorté, otras las cogí de revistas y las últimas las imprimí.



Luego, ya que tengo una pistola de silicona (tengo un vicio con este trasto terrible) hice otro árbol todavía más sencillo. Creo que hice el árbol para tener una excusa para sacarla. Uní tres trozos de una caja de cartón para formar un triángulo. Miden 10 cm de ancho. El largo no lo sé, en realidad era lo que daba la caja. En la parte superior puse un trozo de cartón doblado porque así era mucho más sencillo pegarlas la una con la otra, como si fuera una bisagra. 

En el espacio que queda entre los tres trozos de cartón, metí las bolas que hice hace unas semanas con unos globos de agua e hilo de colores mojado en una mezcla de agua y cola blanca (y las pegué con la pistola de silicona, por supuesto). Como tenía un montón, con cuatro hice un centro, que es el que está a la izquierda. En la base puse unas flores monísimas hechas con rollos de papel higiénico (pegadas con la pistola de marras) y encima está lo único que no es artesanal de esta mesa: un cuenco donde he puesto una vela.

No es una vela de verdad, es un led que simula una vela, me da terror dejar velas encendidas.

El muñeco de nieve que hay al lado también es artesanal, antes era un calcetín, pero tengo que decir que este no lo he hecho yo, lo tengo desde el año pasado que fue cuando me lo regalaron.


Después de colocar todo esto en la entrada de casa, me he dado cuenta de que quizá le haría falta poner unas luces. El problema es que en la entrada no hay ni un solo enchufe, pero ahí ha llegado mi hermana al rescate, cuando le he mandado la foto presumiendo de mis arbolitos, para decirme que podía poner de esas luces que llevan pilas. ¡Claro! Las que tengo en mi habitación. La pega es que tienen forma de rosas y no son muy navideñas, pero es igual.



Después de hacer esta foto he estado como un cuarto de hora colocando las luces para ver cómo quedaban mejor, pero es que son muy grandes para ponerlas donde quiero. Sé que hay otras luces por casa, tal vez si logro recordar dónde están, pueda quedar mejor mañana. Además, las tendré que quitar cuando coloque esa estrella que me falta y las colocaré con un poco más de arte.

Espero.

Esto es en lo que me entretengo mientras le encuentro un final a la novela. Ya me apetece, tengo ganas de contaros esta historia.

viernes, 8 de diciembre de 2017

LA CURVA DE LA AMISTAD

Existe una curva imaginaria que dibuja la amistad. Fue una de las miles de cosas que me enseñó mi padre, que la amistad se podía trasladar a una gráfica, aunque parezca paradójico en algo que es abstracto, intangible e imposible de dibujar.



Me dijo que la amistad empieza a trazar una curva ascendente en cuanto se pone en marcha. A veces circula despacio, otras va más rápido, pero siempre alcanza un máximo que coincide con la primera crisis.

Todas las amistades tienen una crisis.

En ese momento, la curva inicia un descenso en picado y a veces se va a cero. Eso que creíamos maravilloso, desaparece, quizá para dejar paso a otra curva, a otra persona, a otra amistad. Acumulamos gráficas en nuestro haber de la vida, más o menos en función de nuestra personalidad. 

Le pregunté qué tenía que decirme de los amigos que conservamos para siempre.

Me contestó lo típico, que son dos o tres y que son tan especiales que tienen una curva diferente. 

Me lo explicó.

Con ellos, la crisis es inevitable, pero si la amistad es verdadera, después de caerse, remonta y traza una especie de línea recta. Algunas más arriba, otras más abajo, pero es una línea que ya nunca decae. Has conocido a la persona y, a pesar de sus defectos, la aprecias, la aceptas, la quieres como es y no se va. Se mantiene en esa constante que a veces es tan especial que no hace falta alimentarla. Sigue ahí, a pesar de que haya tiempos de pausa, momentos en los que no te veas.

Yo tengo amigos así.

Uno, desde el primer día de colegio.

Se llama Víctor. Hoy me apetecía hablar con él y le he llamado. Y ha sido igual que siempre.


miércoles, 29 de noviembre de 2017

10 RAZONES PARA RELEER MATAR A UN RUISEÑOR DE HARPER LEE



1.- Porque es de esas pocas novelas que admiten ser leídas varias veces en la vida. Vuelves a ella y la disfrutas, y si hace mucho tiempo desde la primera vez, muchísimo más.

2.- Porque contiene frases inolvidables.

"Disparad a todos los arrendajos azules que queráis, si podéis acertarles, pero recordad que es un pecado matar a un ruiseñor."

3.- Porque plantea temas muy delicados como las diferencias sociales y raciales sin sermonearte sobre ello.

4.- Porque sigo pensando que Atticus Finch es maravilloso. Como hombre y como padre.

5.- Porque solo una niña como Scout, vestida como un niño y desde la inocencia inteligente, sería capaz de contar así esta historia.

6.- Porque pone el foco en la delgadísima línea que separa lo justo de lo que no lo es. Y te obliga a pararte a pensar.

7.- Porque tiene un delicado sentido del humor.

8.- Porque los diálogos caracterizan a la perfección a cada personaje. Podemos escuchar las bravuconerías de Jem, las dudas de Scout, la excesiva imaginación de Dill, la cordura lúcida de Atticus... Incluso no escuchamos a Boo y eso también nos hace oír un poco a este niño grande que lleva toda la vida encerrado. Y a la tía Alexandra, a la señorita Maudie, a Calpurnia...

9.- Porque el círculo que empieza a trazarse en la primera frase se completa al llegar al final. Probad a volver a empezar, descubriréis de qué estoy hablando. Es de esas novelas en las que el puzle encaja a la perfección.

10.- Porque al cerrarla es posible que empieces a sentir nostalgia.

Se me ocurre que puede ser un regalo muy especial para esta Navidad, para alguien enamorado de los libros. Para quien me pregunta siempre, una nota: tiene un tamaño de letra muy bueno.

lunes, 27 de noviembre de 2017

UN VIAJE DE IDA Y VUELTA




Sentado en el vagón de vuelta a casa, no puedo dejar de pensar en este tiempo contigo. Es curioso que algo que me ha hecho sentir tan profundamente no sea capaz de precisar cuándo empezó. No hubo violines sonando en mis oídos. No sentí que una flecha atravesara mi pecho y me fulminara, dejando mi pobre cuerpo rendido a tus pies. No tuvimos una primera cita memorable.

No.

Solo fuimos dos almas que se vieron sin verse una tarde de diciembre y se fueron aprendiendo poco a poco. Día a día, como la lenta gota de agua que erosiona la roca, tú fuiste arañando mi corazón hasta hacerte un hueco en él. Casi sin que me diera cuenta. Un día, sencillamente estabas y yo ya no sabía avanzar sin ti. Te empecé a necesitar, como se necesita el camino para dejar que tus pasos dibujen un futuro. Eras la cama en la que descansaba, la mesa que saciaba mi hambre y la música que ponía en mi alma farolillos de colores, fingiendo que siempre era fiesta. Hicimos juntos ese viaje. Dos manos entrelazadas, dos corazones distintos que se completaban. Uno más uno, uno solo, haciendo que las matemáticas fallasen estrepitosamente.

Que curioso es el tiempo cuando amas. Se contrae y fluye rápido, los días se acortan, se escapan de entre los dedos aunque en tu interior reine el verano de días eternos. Esa ida alegre tiene el sonido de tu risa, los te quiero a media voz, los juegos locos que solo pretendían prender un brillo de felicidad en tus ojos porque su reflejo me hacía también feliz a mí.

Luego llegó el invierno.

A él sí que lo noté, porque el frío me pilló desprevenido. Te había dado mi abrigo y, aquella tarde, me quedé desnudo frente a ti. Tirité por dentro, desarmado, herido por el hielo de unas palabras que no esperaba. Hice lo que se hace con el invierno, combatir con fuego su gélido aliento. Poco a poco pasaron esos días infelices.

Y volví a creer que regresaría el brillo de tu mirada, las risas y los te quiero susurrados.

Solo fue un vago espejismo, la vuelta estaba en marcha, yo ya estaba rumbo a este vagón donde hago el viaje de vuelta solo. Derrotado. Vencido. Ahora los días cortos se hacen tan largos que prefiero cerrar los ojos y no pensar. No quiero ver la luz porque me recuerda otro tiempo, una historia que nunca quise que terminara, pero que tengo que aprender a aceptar que ya pasó.

Que ya estoy de vuelta de ese viaje.



Relato publicado en El Adelantado de Segovia.