lunes, 28 de noviembre de 2016

IGNORANTIA JURIS NON EXCUSAT


Estos días, a los que nos autoeditamos utilizando plataformas como Amazon, nos ha sorprendido una nueva noticia que vulnera nuestros derechos como autores. Hemos sabido que hay quien, echándole un morro impresionante, se ha dedicado a subir novelas con seudónimo, vendiéndolas o usando la promoción que permite regalarlas, cuyos derechos pertenecen a otras personas.

El método, en este caso, ha rizado el rizo. Para que los autores no nos enterásemos, se han cambiado los títulos y las portadas y listo. El perfil de la persona que se dedicaba a hacer esto, en muy poco tiempo, se llenó de títulos. Intuyo que algún euro también cayó en sus bolsillos...

Supongo que ha sido casualidad el que se haya descubierto el engaño, los buscadores no interpretan que se trata del texto de otra persona porque la comparación se hace solo en base a título y autor, y ha tenido que suceder que alguien, por una de esas casualidades de la vida, se haya dado cuenta de que una de esas novelas era suya para que el "negocio" se destapase y se cayera.

Pero es solo un caso, ¿podemos estar seguros de que no hay más?

El debate que se abre es el lógico y las medidas que se deberían tomar son tan sencillas como exigirnos, a los autores, que incluyamos al subir las novelas la documentación que acredite que somos los propietarios de los derechos de esa obra.

Creo que esto es tan fácil que no entiendo por qué no se hace.

Bastaría con una casilla en la que se tuvieran que adjuntar los documentos que quienes sí nos tomamos la molestia de ir al registro de la propiedad intelectual, tenemos en nuestro poder. Eso, si me permitís, también limpiaría de morralla la página. Muchas de las seudonovelas que se publican no estarían ahí, porque ir a hacer los trámites, pagar por ellos, perder la mañana, esperar a que te llegue la confirmación de que la novela en efecto es tuya, lleva tiempo. Y esfuerzo. Estoy segura de que mucha gente que piensa que esto es Jauja, dejarían lo de publicar.

La pereza que demuestran en corregir seguro que es un síntoma de la que tendrían para hacer todo lo que hay que hacer para hacerte con los derechos de un texto.

Amazon, que es donde ha surgido el problema concreto del que hablo, también tendría que tener consecuencias legales. "Ignorantia juris non excusat o ignorantia legis neminem excusat (del latín, ‘la ignorancia no exime del cumplimiento de la ley’) es un principio de Derecho que indica que el desconocimiento o ignorancia de la ley no sirve de excusa, porque rige la necesaria presunción o ficción legal de que, habiendo sido promulgada, han de saberla todos." Creo que no saber que esa obra que se ha subido sin los pertinentes derechos y que vulnera el del autor, tendría que tener consecuencias legales para ellos.

Si yo me salto un semáforo, alegando que no sé que cuando está rojo me tengo que parar, creo que no habrá juez que dicte a mi favor.

¿O sí?

viernes, 25 de noviembre de 2016

EL ÚLTIMO EMPUJÓN




Esta tarde he terminado una primera vuelta por las galeradas de Entre puntos suspensivos (Febrero, 2017, HQN, HarperCollins Ibérica, ya lo sabéis). En lo que queda de fin de semana espero poder hacerlo al menos un par de veces más, para que cuando llegue la novela a vuestras manos esté perfecta. Es un trabajo que me tomo muy en serio, porque para mí significa respeto para los lectores, mucho respeto por la oportunidad que se me brinda desde una editorial de las grandes de publicar un segundo libro con ellos en los tiempos que corren y respeto por la literatura.

(No sé si alguna vez llegaré a escribir literatura, pero al menos espero no ser una terrorista de la ortografía y la sintaxis.)

Creo que en el proceso de creación de una novela todos los momentos son muy importantes, pero pueden quedarse en nada si a este último esfuerzo, la corrección, no se hace con el interés que se merece.

Sé que la novela no necesita muchos más repasos, porque lleva unas cuantas correcciones. Las mías. Las que hice tras las impresiones de mis lectores cero. La de la editorial. La que he hecho yo hoy mismo. Y queda lo que me dé tiempo a mí hasta el lunes. No será la última porque no podré dejar la historia de Paula y Javier hasta que no tenga más remedio.

Así que, ahí estoy, en el último empujón, a punto de soltarla ya para que empiece el camino sola.

¡Qué ganas tengo de enseñárosla!

Esta tarde, leyendo, me he vuelto a enamorar de Javier.


viernes, 18 de noviembre de 2016

LA CHICA DE LAS FOTOS




Sinopsis:

Rocío, una atractiva camarera de pisos, está a punto de casarse con su novio. Todo parece ir sobre ruedas hasta que Alberto Enríquez y Lucía Vega, los dos actores más populares del cine español, eligen el encantador hotel rural donde trabaja Rocío para descansar unos días. La relación que mantienen se va a hacer pública coincidiendo con el estreno de su último trabajo juntos y buscan desconectar hasta que empiece el acoso mediático.
La impaciencia de un fotógrafo por firmar una jugosa exclusiva pondrá a Rocío en el disparadero, trastocando por completo su tranquila existencia.
Prensa, rumores entre vecinos, unas fotos y la historia de un amor fuera del guion.

Y ahora os estaréis preguntando por qué se me ocurre hablar de mi propia novela en el blog, sobre todo después del tiempo que lleva publicada. Supongo que ahora toca enfocarse en la siguiente, en la que llegará de nuevo de la mano de HQÑ, pero esta novela sigue ahí y, revisando las entradas que le he dedicado en el blog, me he dado cuenta de que, a pesar de que he hablado de ella, no lo he hecho tanto como hice con las otras.

Me apetece compensar.

También creo que ahora, pasado el tiempo, puedo contar lo que yo quise hacer. Muchos ya la habéis leído. Desde mi punto de vista ¿qué es lo que cuenta esta novela?

Más o menos podréis intuir que Rocío acaba en medio de ese huracán que se forma cuando la prensa rosa decide subir los niveles de audiencia de los programas de televisión, y eso afectará a su vida personal. No lo dejé ahí, por supuesto. Rocío, al conocer a Alberto Enríquez, empezará a tener dudas sobre su relación y todos los acontecimientos que rodean esas fotos inoportunas de las que será víctima harán que algunos secretos sobre su vida salgan a la luz. Secretos que en realidad solo existen para ella, porque a su alrededor todo el mundo los conoce.

Mi intención con la novela era que nos planteásemos, al leer, cuánto hay de cierto en lo que se nos vende a través de la televisión y cómo afecta a sus protagonistas cuando en realidad no buscan serlo. Y, por otro lado, que nos parasemos a pensar cuánto desconocemos de nuestra propia vida, de lo que los demás saben (o presumen de saber) en ámbitos mucho más privados. Los rumores en esta novela a veces son vox populi y quienes menos son conscientes de ellos son sus propios protagonistas.

De los personajes, confieso que tengo debilidad por tres: Víctor, un adolescente insolente que no es más que el reflejo de aquellos con los que comparto mis tardes; Luisa, una mujer mayor, gruñona al extremo, que trata de protegerse en esa apariencia. Y Lucía Vega, la actriz. Lucía fue más divertido de trazar, jugué con ella todo el tiempo y al final acabé enamorada de este personaje.

Hay momentos muy disparatados, tan difíciles de seguir como los programas de la televisión que destripan la vida de famosos, porque yo misma, puesta en la tesitura de verlos para intentar reflejarlos, no era capaz nada más que de registrar un sinsentido detrás de otro.

He dejado caer un par de guiños que quienes me conocéis encontraréis sin problema. Siempre los hay en mis novelas, pero me los guardo.

¿Por qué la escribí?

Llevaba tiempo tentándome la idea de contar una historia que transcurriera en un pueblo pequeño. Empecé a pensar en la posibilidad de que sucediera algo excepcional, pero se me antojaba escasa, porque yo misma he vivido en un pueblo tan pequeño como Grimiel y casi nunca pasa nada. En ello estaba cuando me acordé de que vivo en una zona llena de hoteles rurales con mucho encanto y me pareció el mejor escenario para empezar. Hotel e historia romántica son una combinación perfecta, ¿no creéis?

Después pensé en qué tipo de clientes podrían causar revuelo si se alojaran en ese hotel y se me ocurrió que fueran dos actores de mucho éxito. Soy muy impaciente, así que comencé a escribir sin tener clara la trama. Sin embargo, solo hicieron falta tres o cuatro escenas para que la historia empezara a tomar cuerpo dentro de mi mente y de ahí surgió todo este enredo que vais a leer.

Por otro lado quería reflexionar un poco sobre la manipulación que se hace con las noticias, de cómo se usan para conseguir determinados fines. Se me ocurrió que esta historia era perfecta para esa pequeña crítica. En el caso de la novela, lo que empieza siendo un montaje entre los actores -Alberto Enríquez y Lucía Vega- para obtener publicidad para una película que se acaba de estrenar, acaba yéndose de las manos y poniendo a Rocío, la camarera de pisos del hotel, en mitad de los flashes. Su vida cotidiana, tranquila, encauzada, de pronto salta por los aires cuando un paparazzi decide publicar unas fotos suyas que adornan con una enorme mentira.

Quiero comentar un pequeño aspecto de la novela que solo UN lector (él, era chico) vio. Luego yo lo he comentado en las redes, así que a lo mejor lo sabéis, pero para quien no me lo haya escuchado, se lo cuento. Tiene que ver con los nombres de los personajes. Todos los que pertenecen a la farándula tienen apellido, aunque su participación en la historia sea mínima, mientras que el resto no. Rocío es solo Rocío, aunque sea la protagonista. ¿Por qué? No era casual, sino una manera de acercar y alejar focos. Los personajes del mundo del espectáculo necesitan apellidos porque están lejos del común de los mortales. Los habitantes de Grimiel, no. ¿Tú llamas a tu amiga Rocío, Rocío Gómez? No, ¿verdad?

Supongo que leo de más, que analizo demasiadas novelas a lo largo del día y se me ocurren cosas de estas para las mías que después no se ven (os remito a un comentario en la página americana de Amazon que me hizo una lectora, que me decía que la novela está poco trabajada).

Gracias por todo lo que me habéis devuelto con ella, por las seis mil copias digitales que lleva vendidas, por todos los préstamos en unlimited, por los ejemplares en papel que están en vuestras casas.

Sueño con que la siguiente os guste tanto o más que esta.

De momento, ya sabéis el título: Entre puntos suspensivos.

lunes, 14 de noviembre de 2016

LO MALO DE SOLO HABLAR DE LO BUENO


Un día mi editora me comentó lo incómodo de mi posición. Estoy en medio de la nada, teniendo un blog en el que se hacen reseñas, y además escribiendo. Me coloca en un limbo donde apenas hay gente, en una postura que puede ser incómoda vista desde fuera. Le dije que no lo sentía así, porque solo hablo de los libros que de verdad me apetece comentar, que nunca destrozo el trabajo de otra persona porque yo, mejor que nadie, sé del esfuerzo que supone sentarte durante mucho tiempo a tramar una historia como para que venga alguien y en unas cuantas líneas lo tire todo por tierra.

Por mucha razón que lleve, por bien que pueda argumentar dónde encuentro fallos.

Por eso me centro en reseñas positivas, pero hoy me he dado cuenta de la otra interpretación que se le hace a esto. “Tú no me reseñas, luego no te ha gustado”. Y eso, que parece un silogismo de filosofía básica, no es cierto en todos los casos, porque se pueden dar infinidad de circunstancias por las que no me siento a escribir nada de un libro.

Un ejemplo: la falta de tiempo.

Es mío, y si acabo de terminar un libro y me embarco en otras cuestiones, pasa el tiempo y dejo correr una posible reseña. Total, es mi blog, no es referente, no soy ninguna influencer como para preocuparme. Me lo he comprado yo con mi dinero y no tengo que rendirle cuentas a nadie sobre si hago o no hago.

Otra: que no me apetezca, aunque me haya gustado mucho.

Este fin de semana he terminado un libro que me ha gustado mucho: El peso de los muertos. No habrá reseña porque me senté y no se me ocurría qué contar, así que lo voy a dejar correr. ¿Significa que no me ha llenado? En absoluto, pero no sé qué aportar con mi análisis, ni siquiera a mí misma, y no lo voy a hacer.

Más razones: que no me haya terminado de convencer.

Tampoco lo reseñaré, porque seguro que lo voy dejando, intentando encontrar la manera de decir las cosas que sea lo más constructiva posible y… al final se cruzarán mil historias y el libro quedará perdido en el limbo de los que se me escapan sin reseñar.

Otra más: que no lo haya leído.

Y diréis, pues normal, si no has leído un libro cómo puñetas te vas a poner a reseñarlo (y entonces me da la risa cuando me acuerdo de las cientos de veces que veo reseñas publicadas en las que me juego lo que queráis a que no se ha hecho una lectura del libro). No entro en por qué se hace eso, por qué se copia de otros blogs, cuando este no es un trabajo que se tenga que hacer. Ni siquiera es un trabajo escolar del que dependa una nota, así que…  Pero yo no lo haré. No reseño ni opino sin leer.

La última, que en realidad es la primera: que no me haya gustado.

Tengo todo el derecho del mundo a pasarlo por alto, ¿no es cierto? Hay libros que no me han gustado nada de nada y ahí se han quedado, en mi privacidad, porque no tengo derecho, creo, a condicionar la futura lectura que quiera hacer alguien de ellos. Todos, los libros pueden tener lectores, porque todos los lectores somos diferentes. Incluso cada uno podemos vivir el libro de modo diferente según lo que nos esté pasando en ese momento.

Esto viene a cuento de algo de lo que me he enterado y que me ha hecho reír (por no llorar). Cosas de la vida, he sabido que tengo a alguna persona resentida porque no hice en su día reseña de su texto. Como es mejor siempre echar mierda sobre los demás que reconocer lo propio, ha preferido decir que yo me enfadé porque no hizo reseña de uno de mis trabajos. Dándole la vuelta de manera conveniente a un argumento un poco endeble.

¡Qué poquito me conoce!

No he pedido un comentario ni una reseña jamás, es más, he regalado montones de ejemplares digitales de mis libros y siempre digo lo mismo: no existe un compromiso de reseñarlo. Si lo regalo, es porque me da la gana,  pero no para obtener nada a cambio. Igual que no vendo mi criterio. ¿Cómo os sentiríais si os recomendase un libro que no me ha gustado? Que no, que no lo pienso hacer, que encima se me nota un montón.

Que las reseñas que hago son sinceras y, sobre todo, para mí misma, y que no estoy buscando nada a cambio de nadie.

¿Lo necesito como autora?

Pues igual sí, porque hay mucha gente que después de casi nueve años con el blog y seis publicando ni tienen ni puñetera idea de quién soy, pero es que me da lo mismo. Ya llegarán los lectores que tengan que llegar y se quedarán lo que se quieran quedar.


El camino, el que sea, lo pienso hacer, sobre todo, con la verdad por delante.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

LA IMAGEN DE UNA MALA ORTOGRAFÍA



Mi hijo tenía que escribir una redacción de una cara sobre ortografía. El texto debía articularse como una argumentación, si estabas de acuerdo con que debían seguirse las normas ortográficas y académicas a la hora de escribir, o si te parecía que era mejor escribir tal como suena. Eso de que te toque las narices si la palabra va con b o v y escribas la primera que te apetezca.

Antes de que se pusiera a redactar, le hablé de la conveniencia de hacer una reflexión, de plantear un esquema previo en el que señalase los argumentos que iban a apoyar su texto para que, llegado el momento de la escritura, tuviera las ideas más claras y tardase menos en conseguir el resultado que buscaba.

Estuvimos un buen rato hablando sobre las dos posturas.

Al final, recogió las ideas y se quedó con ellas. Aún no sé el resultado, ya me lo enseñará, aunque sé que se ha decantado por la buena ortografía, que por suerte practica. Nunca intervengo en sus redacciones. Ni lo necesita, ni sería bueno para él que yo me adjudicase sus tareas. No le dejaría crecer, aprender. No permitiría que se equivocase solo, que al final es como mejor se aprende todo.

No me olvidé del tema, porque a mí una de las ideas sobre las que hablamos se me quedó danzando por la mente. Era una de las que se le habían ocurrido a él, tan esencial que me sentí orgullosa de mi criatura, de lo que es capaz de pensar y de lo que él me enseña a mí.

Uno de sus argumentos giraba en torno a la imagen que da de ti tu ortografía.

En un mundo en el que la comunicación ha cambiado tanto, escribir se ha convertido en algo esencial. Todos los días enviamos y recibimos mensajes a través de las distintas aplicaciones que tienen nuestros teléfonos. Escribimos.

Y lo hacemos muy mal.

Las prisas, muchas veces. Los dichosos correctores otras. La dejadez...

Ese era el tema que él puso encima de la mesa. La imagen que le transmite a él alguien que constantemente está cometiendo faltas de ortografía en un chat. Eso de que dé lo mismo escribir "ola! que "hola", o que las conjunciones de tres letras pierdan dos no le convence. Y no lo hace, porque él piensa que una persona así, en su vida real, tiene que ser alguien dejado. Poco ordenado. Descuidado. Alguien que pone muy poco interés.

Y no solo eso.

Entre los dos, llegamos a la conclusión de que si escribimos a una persona mal, tampoco le estamos enviando nuestro más profundo respeto.

Seguimos pensando, y acabamos concluyendo que, si buscas un trabajo y llenas de faltas de ortografía tu currículo, mal vas. Te restará puntos lo quieras o no, porque puestos a elegir a alguien, elegirán a una persona menos dejada que tú. Porque, vuelta a lo mismo, es lo que transmites.

Regreso a este blog, al tema que lo unifica y que son los libros. Me he dado cuenta de que esos libros de los que hablaba hace unos días, los que estaban llenos de incorrecciones ortográficas, sintácticas, etc., a mí me trasmitían descuido. Poco interés. Poco cuidado. Prisa por llegar a exponer algo que no estaba preparado para otros ojos. Y esa imagen de la persona que estaba detrás de las palabras es algo inconsciente que frena la lectura y, algunas veces, como en aquellos libros, directamente la anula.

Así que, sí, la ortografía importa. Se puede cargar tu imagen.