El otro día me desperté y puse la televisión. No suelo hacerlo porque mi día a día es tan acelerado que me resulta imposible sentarme a ver nada, pero tenía que pasar unos minutos en la misma habitación y la encendí. En un informativo estaban hablando de la rectificación que propone la Real Academia de la Lengua Española sobre las nuevas normas que lanzaron al aire en semanas anteriores. Donde dije digo, digo Diego, como se suele decir. Supongo que la presión, sobre todo la que ejerce este nuevo mundo virtual, ha hecho que se vean en la obligación de rectificar.
Ahora resulta que "sólo" sí que llevará tilde, pero truhán y guión, no. Yo se la pongo porque me pone nerviosa que el corrector me la subraye, pido perdón por ello. Por cierto, que la i griega se va a poder seguir llamando así, a criterio del que la nombre.
Todos los días veo en la televisión mensajes que se mandan a los programas, donde las faltas de ortografía se cuentan por millones, y en internet... bueno, para qué hablar: frases a medias, palabras imposibles salidas de la imaginación más inquieta, haches desaparecidas porque no suenan y para qué entonces... Es normal que quien se ha tomado la molestia de aprender, no sólo a escribir, sino a hacerlo bien, se ponga de los nervios con los cambios. El problema es que van quedando pocos que realmente sepan escribir.
Según las estadísticas, en España el analfabetismo casi ha desaparecido. El analfabetismo entendido como gente que es capaz de leer y escribir. Hoy en día eso es cierto, pero hay otro mucho más grave, el analfabetismo funcional. Ahora todos leemos y podemos escribir, pero no todo el mundo es capaz de entender lo que lee y mucho menos es capaz de escribir un texto mínimamente coherente. Después de muchos años en esto de lograr que los niños recuperen la ilusión por aprender, me he dado cuenta de dónde está el problema, y me sorprende que los planes de estudio, hechos por personas sesudas a quienes se les paga por pensar soluciones, no lo hayan ni siquiera intuido.
Creo que la solución se llama redacciones. Mi hijo está en quinto de primaria y no sé si habrá hecho media docena en toda su etapa escolar, y aunque saca unas notas brillantes, estoy segura de que, cuando acceda a niveles superiores, bajarán en picado, porque no sé si sabe redactar tres líneas seguidas. En exámenes que son poco más que test se puede averiguar si un niño se ha leído el tema y lo comprendido, pero de ahí a que sepa expresarlo con sus palabras va un mundo. Es por eso que encuentro alumnos que vienen de sacar de media sobresaliente en primaria y que, en el primer examen de primero de E.S.O. que se les pide que redacten, por ejemplo, el proceso de la fotosíntesis, sacan un uno. Siempre les pregunto si creen que se han vuelto tontos de repente, y algunos, inocentes, me responden que quizá sí.
Vamos a ver. De todo lo que se aprende en la escuela, la mitad no vale para nada en la vida. Centrémonos en lo importante, en las asignaturas que sirven. Vamos a dejarnos de música, de religiones o de asignaturas vacías y redactemos. Si los contenidos de asignaturas como ciudadanía son importantes, pues incluyámoslos en redacción pero que no nos quiten tiempo para entrenarnos en el laborioso proceso de escribir diez líneas con sentido. Si hacemos esto quizá no estemos perdiendo el tiempo. Si no, seguiremos a la cola de Europa, siendo no los más tontos sino los menos preparados. Y creo que ningún niño tiene la culpa de su falta de preparación. Será, más bien, culpa de quien no pone el acento en lo importante.
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