Sé que soy rara porque no me gusta el verano. Es tiempo de cosas chulas: de salir, de helados, de charlas eternas por las noches tomando el fresco, de piscina, de vacaciones en la playa… de mil historias que se aplazan cuando el frío del invierno nos obliga a refugiarnos debajo de una manta en nuestro sofá más cómodo. Es tiempo de aire libre y de disfrutar. O eso dicen.
A mí me pone enferma.
Cuando llega el verano, cuando el sol aprieta con más fuerza, mi tensión se baja por los suelos y soy incapaz de dar un paso. Todo me cuesta un mundo, incluso caminar hasta la panadería que está a unos metros de mi casa. Tengo que esquivar las horas de más calor, no me puedo permitir subir las escaleras de mi casa o dar un simple paseo a media mañana y me acompaña un pesadísimo pitido en los oídos que hace mucho más complicado descansar. Nunca sé qué ponerme, porque cuando logro acostumbrar mi cuerpo a las altas temperaturas, como a estas les dé por bajar y mis sensores térmicos, que deben de estar rotos, empiezan a volverse locos. Siempre tengo que cargar con una chaqueta en el bolso.
Y luego está dormir.
Doy un millón de vueltas hasta que encuentro la postura idónea, y eso a veces ocurre a las cuatro de la mañana, un par de horas antes de tener que levantarme, porque en verano, madrugo más que nunca.
Lo único que se salva son los paseos al amanecer con mi perro por el pinar. Ulises me acompaña cada mañana (¿o era yo la que le acompañaba a él?) y juntos exploramos el bosque de pinos que está al lado de casa, alargando el tiempo todo lo que se pueda. Yo, entreteniéndome en pensar qué escribiré si logro librarme de los mareos e ignorar el pitido. Él, buscando alguna ardilla a la que perseguir y gastando la energía que ha acumulado por la noche.
¿Soy la única que detesta el verano?
No eres la única. Yo también lo odio y en Extremadura esos síntomas son dobles aparte de que mi casa parece todo el día una caverna oscura donde estamos refugiados sin salir hasta bien entrada la noche. Prefiero el frío, abrigarme y salir con mi bici cuando me dan las ganas 😄
ResponderEliminarBs.
Yo solo salgo, si puedo evitarlo, a primerísima hora y como mucho cuando anochece. De día no es que no quiera, es que me resulta imposible. Me encantaba ir al mercado de los viernes, pero ahora prefiero esperar a que llegue el invierno. Y eso que esto es Segovia, que se "supone" que hace más fresquito.
EliminarUn beso, Ángela!
No eres la única. Yo siempre he pensado que las vacaciones de verano tendrían que ser vacaciones de invierno. No me gusta la playa, no me gusta el calor y mucho menos las aglomeraciones de gente vayas por donde vayas...en fin, que coincido contigo...también saco a Caos a primera hora y a última porque él lo pasa peor que yo.
ResponderEliminarUn beso chata y ánimo que ya nos queda menos :)
Me mata el calor!! Entiendo que hay más luz, que la gente que lo lleva bien lo disfruta, pero yo no. ¡Nada de nada!
EliminarUn beso!!
Hola, no sos la única, yo prefiero el frío que por suerte acá en mi país ya llegó, bello blog =) gracias por compartir tus gustos
ResponderEliminarAquí me quedo, te sigo!
Me gustaría que te pases por mi blog literario para ver qué te parece y si te gusta, sígueme :).
saludos nos leemos!!
Fíjate si debe gustarme poco el verano, que ambiento las novelas en invierno sin ser consciente (me he dado cuenta a posteriori). Las dos que tengo con editorial transcurren en invierno, aunque la siguiente he cambiado la tendencia, siempre hay que innovar.
ResponderEliminarGracias por visitar mi casa, ya he pasado por la tuya.
Besos