Decía el otro día Marta Luján en un tuit que ella, antes que escritora, es lectora, y que no lee por compromiso con otras autoras, sino siguiendo sus propios deseos lectores. Que no le importa si la otra persona lee sus libros y que, desde luego, no lee esperando nada de vuelta.
Solo puedo quitarme el sombrero ante su tuit.
Llevo años siguiendo esa filosofía, leyendo lo que de verdad me apetece y comentando únicamente lo que me llega, lo que me mueve, lo que me conmueve y me gusta tanto que de verdad me apetece compartirlo con los demás. Y en ese contexto de siempre buscar lo positivo, me da igual si la persona a la que leo nunca siente la necesidad de abrir un libro mío. De hecho, leo a gente que jamás se va a molestar en leerme a mí, y no hablo solo de autores extranjeros. Hablo de algunos que tengo muy cerca.
El tuit de Marta me trajo de recuerdo varias historias.
Una se remonta a la Navidad de 2011, cuando por primera vez abandoné un libro que suponía un compromiso lector. Lo hice después de intentar leerlo con todas mis fuerzas y que se me hiciera bola, porque no me estaba gustando nada. Era autoeditado, era el principio de este movimiento, y el autor, que sabía que lo estaba leyendo -cometí la torpeza de anunciar que lo había empezado-, al ver que pasados tres meses no decía nada sobre su novela, me bloqueó en las redes. Supongo que si hubiera dicho que el libro me parecía un tostón habría hecho igual, pero me callé porque quién soy yo para tirar el trabajo de nadie.
A partir de esa experiencia, no suelo anunciar qué es lo que estoy leyendo. Me libera de ese tipo de reacciones y me concede a la vez la libertad de pensar lo que quiera de los libros. Tengo que decir que desde 2011 he empezado muchísimos más que he terminado, que he leído fragmentos que no me han convencido, pero me lo he guardado porque sé que solo es mi opinión y puedo estar equivocada.
No tengo la soberbia de pensar que yo soy la que tiene razón.
Hace como dos años, me pasó otra de estas cosas que tienen que ver con este tuit de Marta, pero en sentido contrario. Alguien se leyó un libro mío y lo alabó el público. Desmedidamente. Yo lo agradecí, como hago con todo, y me fijé que esa persona escribía. Como soy muy curiosa, pero también me he cansado de tirar dinero, me descargué el fragmento de su novela. Después de un inicio prometedor, la novela se volvía muy lenta para mí y la dejé. No estaba muy mal escrita, pero carecía de algo que le pido a los libros: alma. Técnica sí tenía, pero la emoción no la encontraba por ninguna parte. No se me erizaban los pelillos del brazo ni sentía envidia por lo genial del enfoque.
Tiempo después, poco, esta persona se puso en contacto conmigo para pedirme que leyera su libro y le dejase un comentario. Yo, con toda la amabilidad del mundo, le dije que lo tendría en cuenta. Me daba mucho respeto decirle que ya lo había empezado y no me había gustado, no me complace causarle dolor a nadie, y menos en algo que para nosotros es tan valioso como son nuestras novelas. Yo sé que hay gente que disfruta subiéndose a un pedestal a despotricar sobre otros autores, pero yo lo paso mal y no quiero exponerme voluntariamente a cosas que me lo hagan pasar mal, sería idiota. Transcurridas unas semanas, noté su repentina ausencia en mis redes. Después de me gusta continuos desapareció, hasta tal punto que pensé que habría desistido en esto de escribir. No era así. Sigue, pero me ignora con cordialidad. Me pregunto si los halagos que tuvo para con mi novela no serían sino un medio para su fin.
Desde luego, si así era, creo que es la estrategia más equivocada. Yo no había descartado leer su siguiente libro por si había mejorado y ahora, con todo lo que tengo en mente, quizá sí.
Por fortuna, eso no sucede siempre. La mayoría de los autores que conozco son como Marta, saben separar su yo lector de ese otro que escribe.
Ojalá todo el mundo lo entendiera tan bien. Nos iría a todos un poquito mejor.
Pues sí, sería todo mucho más fácil y no habría tantos problemas. Y menos malos rollos...
ResponderEliminarBesotes!!!
Pues sí.
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