viernes, 30 de septiembre de 2011

LOS PRIMEROS LIBROS

¿Quién no recuerda aquella novela que en su más tierna infancia le descubrió el fantástico mundo de los libros? Supongo que aquellos que tuvieron la suerte de experimentar algo así no han podido olvidarlo. Mis libros de cabecera en la infancia fueron las novelas de Enid Blyton, las aventuras de cuatro chicos y un perro en la Inglaterra de mediados del siglo XX. Los paisajes verdes, las comidas imposibles, el mar, los contrabandistas, los pasadizos secretos... no había nada de eso en mi mundo más inmediato, pero me encantaba imaginar cómo sería todo. Sólo tenía que cerrar los ojos y colorear mentalmente ese mundo lejano. A mi antojo. Éste fue uno de los primeros libros de los que tengo recuerdos:



Supongo que no soy una excepción. Cuando yo era pequeña no había la avalancha de libros que se publican hoy en día, así que muchos nos hicimos lectores con las aventuras de esta pandilla y los comic de Don Mickey y Asterix.

Mi hijo mayor empezó a leer muy pronto, tanto que casi nadie le creía cuando afirmaba muy serio que se estaba leyendo su primer libro "gordo". Casi a la vez conocimos a un personaje del que nos enamoramos los dos, hasta el punto de compartir la ansiedad por la llegada de otra entrega de la saga. Como yo soy capaz de leer en inglés me enteraba antes que él de lo que pasaba y más de una vez he tenido que guardar meses secretos literarios para que él los descubriera por su cuenta. Esta es la portada del primer libro que él leyó:


Buen comienzo, ¿verdad?

Mi niña pequeña también empezó a leer pronto, pero todavía no ha logrado el reto de su primera novela. Está empezando uno de los libros más mágicos que conozco, Matilda.




Aunque su primer, primer libro, chiquitito como ella fue Lidia y yo ponemos la mesa de Dimiter Inkiow, le encantaron Cuando la Tierra se olvidó de girar, de Fina Casaderrey, El Ladrón de salchichón de Luisa Villar Liébana y, por supuesto, Se vende mamá, de Care Santos.

¿Y vosotros? ¿Cuáles fueron vuestras primeras lecturas?

martes, 27 de septiembre de 2011

CON EL CORAZÓN EN LA MANO, CHRIS CLEAVE.

Este es el libro que leo en estos momentos. En realidad acabo de empezar. Con la sinópsis de la contraportada de Círculo de Lectores y la promesa de que la reseñaré (me está gustando el estilo) os dejo.

"Un matrimonio británico decide viajar a Nigeria en un intento por salvar su relación. Sin embargo, una joven africana llamada Little Bee irrumpe inesperadamente en sus vidas, alterando para siempre su existencia. Al cabo de un par de años, sus caminos vuelven a cruzarse, esta vez en Inglaterra; su reeencuentro dará inicio a una insólita amistad entre dos mujeres de mundos radicalmente opuestos, una amistad que las ayudará a descubrirse a sí mismas y les brindará la fuerza y la sabiduría que necesitan para afrontar su destino".

¿Alguien lo ha leído ya?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

UNA HISTORIA DE NOVELA

Hoy quiero contar la otra historia de El medallón de la magia (SG-46-08). No tiene nada que ver con su argumento sino que os contaré cómo me animé a publicar y cómo nació este cuento convertido hoy en la próxima novela que publicaré, aunque todavía no sé cómo. Voy a contarlo de manera diferente, no como un simple resumen, sino convirtiéndolo en un relato, que es lo que creo que sé hacer.


Mi hijo Alex me pidió que le escribiera un cuento.
    – Mamá, escríbeme una historia de espadas y magia.
Después de mi estupor inicial, hice lo que cualquier madre normal...
    – Claro, cariño. Yo te lo escribo. Pero tú me tienes que ayudar. ¿Cómo quieres que sean los personajes?
    – Quiero que el chico sea un soldado y se llame Alonso.
    –¿Alonso? – no conocemos a nadie con ese nombre, no sabía de dónde lo había sacado.
    –¡Claro, mamá! Alonso como Fernando Alonso. Y quiero que su apellido sea Esteban, como el mío.

Tenía seis años y, a un hijo de seis años, se le discuten cosas pero no ésta, por extravagante que suene. Si quería un soldado que se llamase Alonso lo tendría.
    – Vale, ya sabemos que tenemos un soldado que se llamará Alonso. ¿Qué otro personaje ponemos?
    – Una chica, bueno, una bruja que quiero que se llame Amanda.


Tampoco conocemos a ninguna Amanda. No sé cómo se le ocurrió. Estuve pensando un rato y la historia empezó a tomar forma en mi cabeza. Amanda recibiría una herencia familiar, una mansión ruinosa cerca de Toledo. En principio el legado no valdría nada salvo por el descubrimiento de una biblioteca con libros antiguos, custodiada por el fantasma de un soldado de Felipe IV y el de su propia condición de bruja. Ambos, bruja y fantasma, tendrían una misión que cumplir: recuperar el medallón de la magia.

Era verano y empeñé las tardes, mientras Aitana dormía su siesta, en construir la trama.
    – Mamá, ¿ya lo puedo leer?
    – No, cariño, aún está sin terminar.
    – ¿Cuánto llevas?
    – Unas doce páginas.
    – ¿Tanto?

Acababa de aprender a leer, era lógico que le pareciera eterno.

Doce, veinticuatro, cincuenta, ochenta y seis. Ahí me quedé. A Amanda y Alonso se les habían unido más personajes: Brianda, Gonzalo, Miguel, Estela... y un tal Fray Fantasma. Sin darme cuenta tenía a una bruja novata buscando un medallón mágico para destruir en el más allá lo que quedaba de la Inquisición, sorteando las trampas que le ponía el fantasma de un antiguo inquisidor de Toledo.

   – Mami, ¿qué es la Inquisición?

Pillada. ¿Cómo se lo explicas a un niño de siete años? Mientras yo iba escribiendo había crecido, pero no tanto como para comprender. Abandoné.

Meses después me dormí en el coche volviendo de Ciudad Real. Soñé con Alonso y Amanda y, al llegar a casa, encendí el ordenador. No podía dejar de escribir.
    – ¿Qué haces, mamá?
    – Ya sé cómo acaba tu historia.

Pasé las navidades escribiendo y, al fin, terminé. Había escrito una historia fácil de leer en la que, supongo que por mi condición de licenciada en Geografía e Historia, introduje muchos datos históricos. Se lo dejé a mi prima Ana, de la que siempre me fío, pero tardó un poco en tener tiempo. Mi primera crítica fue del lector que esperaba la historia con más ansiedad. Tenía ya ocho años. Hubo que explicarle cosas pero es un chico listo.
    – ¡Me encanta!

No sabes cómo suena si te lo dice tu hijo. Dejé que lo leyeran adultos, no fuera a ser que fiarme del criterio de alguien tan pequeño no fuera demasiado sensato. El entusiasmo de todos me empujó a hacer un par de locuras.
    – Me voy a presentar a un concurso de relato breve. Quiero ver qué pasa.

En 2008 quedé en segundo lugar del Certamen de Cuentos y Narraciones Breves Ciudad de Cantalejo. El relato se llama La vida en papel y no tiene nada que ver con niños, ni con magia. Al año siguiente, 2009, quedé primera en el mismo certamen con el relato El reflejo, ambientado en el Madrid del XVII. Ya os he contado que es una invención sobre el origen del cuadro de Velázquez, La Venus del espejo.

Con la dotación económica del premio decidí autoeditar una novela: La arena del reloj.
    – Si te autoeditas nadie te tomará en serio nunca –me dijo una amiga.
    – Es un regalo para mí misma y para mi familia. Voy a editar el libro que escribí con mi padre, su biografía. Lo que me contó antes de morir. Es un homenaje a él. No quiero vender libros, quiero darle al suyo un formato digno, no unos simples folios encuadernados en espiral.

A veces la vida te sorprende. Sólo fueron cuatro ejemplares, los justos para la familia más cercana, pero empezaron a prestarse y me encargaron más. Puede que esta historia ya la conozcáis. Hoy ya llevo cerca de doscientos libros en papel e incontables descargas en internet. La mayoría no han ido a parar a la familia. Eso es lo más curioso, porque se trata de una biografía de una persona anónima. En el relato hay dos voces, la suya y la mía, sus recuerdos y mi presente, ese en el que me doy cuenta de que se va y no puedo hacer nada. Es un relato que provoca emociones muy intensas, pero un libro, como dijo Ciorán, debe hurgar en las heridas, provocarlas incluso. Un libro debe ser un peligro. La arena del reloj es, en cierta medida, peligroso, porque nos enfrenta a la brevedad de la vida. Esto transcribo a continuación es la justificación del título:

Cuando nacemos se pone en marcha el mecanismo invisible de nuestro reloj vital. En ese momento, la persona que atiende el parto señala la hora del nacimiento y siempre he tenido la sensación de que, lo que hace en realidad, es darle la vuelta a un gran reloj de arena. Todo lo que nos ocurre después va sucediendo lenta y ordenadamente, gracias a ese pequeño agujero que pone en contacto las dos mitades de lo que será en adelante nuestra vida: lo que ha ido ocurriendo y lo que todavía nos queda por vivir.

Gracias a La arena del reloj me invitaron a dar una charla sobre mi experiencia con la autoedición, en la biblioteca Almudena Grandes de Azuqueca de Henares. Y también aquí me invitaron a presentar otra novela, Su chico de alquiler, en la Feria del Libro de Azuqueca, un relato que utilicé para completar por mí misma todos los trámites legales para convertir un manuscrito en libro y no hablar de oído, sino conociendo el tema de primera mano.

Todo esto es lo que convierte a El medallón de la magia en mi novela más importante, desencadenadora inconsciente de esta aventura. Si Alex no me hubiera pedido un cuento jamás me habría puesto a escribirla. Si no la hubiera escrito, no habría existido la posibilidad de que nadie leyera nada mío porque hasta entonces apenas dejaba que nadie lo hiciera. Pudor, supongo. Sin las críticas positivas, jamás me hubiera presentado a esos concursos de relato breve, ni hubiera ganado ese dinero que no esperaba para emplearlo en la autoedición de La arena del reloj, ni la charla que me encargaron me hubiera forzado a publicar Su chico de alquiler. Esta novela cierra un círculo mágico. No sé cómo irá todo, si la acogida que tendrá será parecida a las otras, si me arrepentiré, si lograré terminar esa otra novela en la que entretengo mi tiempo vinculada a ésta. Todo son dudas y miedos, pero tengo que terminar esta historia que es la mía, publicando El medallón… porque las tres novelas son, en realidad, parte de una misma historia.

Hay otra novela terminada, absolutamente diferente, un relato mucho más adulto, del que me siento plenamente orgullosa. Ya tengo el visto bueno del registro de la propiedad intelectual. Estará ahí un tiempo más, esperando en su cajón para cuando esté convencida, si algún día lo estoy, de que puedo llamarme a mí misma escritora y me atreva a enfrentar el tema de tratar de hablar con una editorial.

Sé que no es común saltarse la lógica, pero con lógica mi vida seguro que hubiera sido un completo aburrimiento.

viernes, 16 de septiembre de 2011

LA VENUS DEL ESPEJO Y EL REFLEJO.

El arte despierta emociones. Da igual si se trata de una canción, un poema, una obra de teatro o un cuadro. Hay creaciones humanas capaces de hacernos sentir cosquillas en el alma. Cada vez que entro en el Museo del Prado tengo la sensación de entrar en un templo. Mis sentidos empiezan a alborotarse a la vez, tratando de captar toda la belleza que se encierra entre aquellas paredes y el colapso es tal que, más de una vez, se me escapa una lágrima. Este museo es mi templo particular y creo que es un privilegio tener este lugar tan maravilloso cerca de casa para poder visitarlo cuando quiera.

Bueno, no tanto como quisiera, la verdad.

Hace ya demasiado tiempo se organizó una exposición con la obra de Velázquez. Se reunieron los cuadros de los fondos del museo y algunos otros que procedían de varias pinacotecas del mundo. Entre ellos, La venus del espejo.



El Amor, representado por la figura de un niño, sujeta un espejo con marco de ébano que refleja el rostro difuso de la diosa de espaldas, completamente desnuda. Este cuadro siempre despertó mi atención por varios detalles. Uno de ellos es que no sé de otro lienzo en el que Velázquez pintase a una mujer desnuda. Otro, que la Inquisición castigaba con la excomunión la ejecución y exposición de imágenes lascivas, además de multar con quinientos ducados y el destierro, y aun así lo pintó. Y había una tercera razón.

Si el suegro de Velázquez, Francisco Pacheco, hubiera visto este cuadro, le habría dado un patatús.

El caso es que a mí me fascinaba la idea de plantarme frente a este él y, sabiendo que su ubicación normal es la National Gallery de Londres, pensé que era imperdonable que no fuera a verlo. Me pasé cuatro horas en una cola con muletas (no sabéis cómo acabaron mis manos), suspendí uno de los dos exámenes que cateé en la toda carrera, llegué agotada a casa después de una carrera (con muletas) para no perder el tren en Atocha pero lo vi.

Mereció la pena.

Cuatro años después fui a Londres. En realidad el destino era Cheltenham, donde mi hermana estaba de erasmus, pero ella organizó un viaje a la capital. Dimos un paseo, recorrimos lugares típicos, nos tomamos un té y, de repente, descubrí el perfil de la pinacoteca. La Venus de Velázquez me hizo un guiño desde dentro y no resistí la tentación de entrar. Allí estaba. Sin colas. De nuevo frente a mis ojos.

Varias veces traté de averiguar quién había servido de modelo a Velázquez para este cuadro. Ante la imposibilidad o quizá mi torpeza, me lo inventé. De este deseo de saber surgió en mi mente el relato El reflejo. En él, con menos pudor que la diosa desnuda, me invento quién era.

Os confieso que este relato estaba destinado a ser una novela, pero todavía no estoy preparada.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

MARCAPÁGINAS DE REGALO

Hace unos cuantos meses traté de conseguir que me imprimieran unos marcapáginas en la imprenta que está frente al portal de mi casa. Después de unas cuantas visitas infructuosas (debe haber gente a la que la crisis no le afecta y se pueden permitir el lujo de rechazar trabajos) decidí dejar pasar el tema. Yo, claro, porque hubo alguien que no.

Se ve que, aunque hay gente que me ignora, existen muchas más personas que me quieren un montón. Alberto se molestó en buscar otra imprenta con más ganas de trabajar y en menos de una semana y tres llamadas había conseguido lo que a mí me resultó imposible: ayer me entregó un paquete de marcapáginas para que pueda repartirlos entre mis amigos. El diseño es muy sencillo, parte de la portada de Su chico de alquiler y la dirección de este blog, pero ha sido emocionante tenerlos en la mano.

Foto: Mayte Esteban

Gracias, Alberto. La vida son pequeñas cosas como esta, que desde fuera pueden parecer tonterías, pero que lograr ponerle a un día gris una nota de color.