domingo, 9 de noviembre de 2014

EL PACIENTE DE JUAN GÓMEZ JURADO.



Arranca la trama y ya sabes que en esta historia algo no ha ido bien. Si no, David Evan, el neurocirujano protagonista, no te la estaría contando desde el corredor de la muerte. Ese enfoque, perfecto disparador del interés del lector, me predispuso para seguir adelante. Empecé a leer. 

Quienes frecuentáis El espejo de la entrada sabéis que pongo siempre la sinopsis antes de empezar a contar mis impresiones de cualquier libro. En este caso, no será así.

No lo será porque, aunque os parezca imposible por tratarse del libro que se trata, empecé a leer a ciegas, sin saber ni una palabra de la trama, sin haber leído ni una sola reseña del libro. Ya sé que suena raro, que paso demasiado tiempo entre libros, redes y blogs como para no haber caído en la tentación de leer, aunque fuera una sola línea sobre el libro. Más si cabe pensando que en la Feria de Madrid estuve parada frente al autor, esperando a que se lo firmase a una amiga.

No estoy segura pero creo que les hice una foto y todo.

¿Por qué, entonces, yo que me paro hasta a mirar los catálogos de la ferretería, no había reparado en este libro? No lo sé, supongo que el verlo tanto me hizo convencerme de que ya sabía algo de él y lo pasaba de largo. A veces me pasa con los best sellers.

Habría cometido un error.

En muchas, casi todas mis reseñas, dejo anotado cómo llegó cada libro a mis manos. Soy socia del Círculo de Lectores desde tiempos inmemoriales. Hace unas semanas me llamó la agente del Círculo y me preguntó qué libro quería. Como siempre. La verdad es que me cogió con el pie cambiado, no había abierto la revista por falta de tiempo y me pilló en medio de una de mis clases, así que tenía que responder rápido para no perder demasiado tiempo. No era el momento de ponerse a buscar la revista y como aplazase la llamada para devolvérsela, lo más seguro era que me olvidase. Recordé que en Facebook alguien había mencionado que El Paciente estaba en la revista.

Le solté el nombre del libro y colgué, pidiendo perdón a mis chicos por usar el teléfono y continué con la clase de literatura.

Cuando, días después, me lo trajo a casa, ni me acordaba de qué era lo que le había pedido. Lo dejé, con el plástico y todo, en la estantería, para cuando me apeteciera.

A mediados de esta semana empecé a leerlo, después de decidirme, por fin, a dejar un tostón con el que no puedo y tras haberme deshecho de La familia de León Roch (a unos sicarios me apetecía casi contratar para eliminar a la estirpe al completo, de lo costoso que ha sido leer esa novela de Galdós). Reconozco que tuve la tentación de darle la vuelta a El Paciente y enterarme de qué iba pero, total, si no lo había hecho hasta ese momento y ya lo tenía en mis manos, en papel, en edición de tapa dura... ¿para qué ya? ¿Por qué no dejarle que me contase lo que quisiera? ¿Por qué no entrar en él a ciegas?

Es lo que hice.

La verdad es que me ha encantado. Me ha durado tres ratos, me lo he pasado muy bien con la historia. Tiene la dosis de intriga que hace falta para interesar, los giros precisos para sorprender, la narrativa fluida para no tener que releer. Tiene unos personajes atractivos, su dosis de reflexión, su pizca de sentimentalismo, un poco de pasado familiar, un pelín más de actualidad... Lo tiene todo y todo medido, en su sitio. Ah, y no acaba, de ningún modo, como te daría por pensar al principio.

Quiero felicitar al autor y a ti, lector, decirte que, si no lo has hecho, lo leas. No deja mal sabor de boca.

Para nada.

Pondré la sinopsis aunque te aseguro que no hace ninguna falta leerla.

El prestigioso neurocirujano David Evans se enfrenta a una terrible encrucijada: si su próximo paciente sale vivo de la mesa de operaciones, su pequeña hija Julia morirá a manos de un psicópata. Para el Dr. Evans se inicia una desesperada cuenta atrás cuando descubre que el paciente que debe morir para que su hija viva no es otro que el presidente de Estados Unidos.

Con su habitual maestría en la literatura de intriga, Juan Gómez-Jurado atrapa irremediablemente al lector. Una novela apasionante y emotiva que se desarrolla en 63 frenéticas horas, que no da respiro en su lectura y que plantea un dilema moral imposible que puede cambiar el curso de la Historia.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

LA CLARIDAD EN LA ESCRITURA

Hace ya tiempo, intenté leer un libro del que oía maravillas y tuve que dejarlo. Pensé, "quizá sea que lo he cogido en mal momento. Esperaré." Lo empecé de nuevo, al cabo de unos días, y la sensación seguía siendo la misma.

Desconcertada por la diferencia entre mi percepción y las críticas que leía, decidí analizar qué era lo que me sucedía con ese libro. Un simple vistazo al exceso de adjetivos y la exagerada presencia de oraciones subordinadas me dio la respuesta. Fallaba en algo que para mí es esencial: la claridad.

La realidad es compleja. La vida, difícil de entender siempre, nos pone a prueba cuando menos lo esperamos, alterando las bases de nuestro mundo cotidiano. Sin aviso previo, una enfermedad, un accidente, un trabajo perdido u otro que ocupa más horas de las deseables nos angustian. Ni siquiera es necesario vivir experiencias extremas. El simple hecho de acompañar a los niños a actividades extraescolares, al entrenamiento de fútbol, a la clase de música, hacer la cena mientras se vigila su baño, lograr que se metan en la cama a una hora razonable... pueden también elevar nuestro nivel de estrés.

¿Por qué digo esto? Porque leer es un excelente ejercicio para terminar el día, para relajarnos, olvidando los problemas propios mientras nos embarcamos en un mundo de ficción. En este momento, al menos yo, exijo a un libro (y por extensión a su autor) que la lectura se convierta en un paseo plácido y no en una tortura, que no me obligue a dar constantes pasos atrás. Que las horas que le voy a robar al sueño para cedérselas a su creación, merezcan la pena porque, además de aportarme una historia con la que alimentar mi imaginación, me permitan relajarme.

Para ello necesito claridad, sumergirme en un aguas cristalinas y no en un pantano farragoso. Que la experiencia de angustia, si es que la hay, que las emociones, procedan del fondo de la historia y no de la forma.

Para alcanzar la claridad hay que ser concisos. Menos es más, dicen, y a eso me refiero. Utilizar la menor cantidad de palabras posible pero que sean las más certeras, las que expresen exactamente la idea. Esa concisión me ayudará a entenderlo todo a la primera y a no tener que volver la vista.

Eso, tan sencillo, exige un trabajo duro del autor. Supone pararse a ordenar y todos sabemos que si al levantarnos vamos dejando tirado el pijama, la cama deshecha y los calcetines sucios del día anterior por el suelo, podremos salir de casa mucho antes que si nos entretenemos en dejar la habitación ventilada y ordenada.

Creo que hay autores que no ventilan.

Otro elemento es la simplicidad. Sí, eso que parece muy fácil de conseguir y que en la práctica cuesta tanto encontrar. Cuando un libro te arrastra página tras página, cuando sigues leyendo a pesar de que el reloj te está recordando que la mañana se acerca y lo pagarás, muchos lo catalogan como "escritura sencilla". Creo que existe un tópico en el inconsciente colectivo que parece decirnos que, cuanto más confuso y retorcido es un texto, mayor profundidad tiene y mejor escrito está. Yo no lo creo, es más, constato que a veces se abusa de adjetivos antepuestos, como si solo con trastocar el orden lógico de la oración se convirtiera un texto en literario.

Por arte de magia.

Esta noche voy a empezar un libro nuevo. Me han dicho que tiene una "escritura sencilla", que te dura muy poco entre las manos. Me ha dolido la cabeza todo el día así que creo que es lo que necesito.

Una escritura clara para despejarme.



lunes, 27 de octubre de 2014

LA FICCIÓN DE LA REALIDAD

Observo pasmada la evolución de las noticias, la cara de bobo del “pequeño Nicolás” y me pregunto cómo ha sido capaz de metérsela doblada a tanta gente sin que nadie se preguntase si era cierta o no la historia que vendía de sí mismo. Me desconcierta, y mucho, que haya sido capaz de colarse en eventos de máxima seguridad, con lo complicado que tiene que ser, y en medio de mi desconcierto me acuerdo de una escena de una de las novelas que he escrito.

En ella, una simple camarera finge ser otra persona y logra hacerse pasar por alguien que no es en un evento vetado para quien no tiene un currículum fiable. Se salta todas las medidas de seguridad sin pestañear y mi personaje se pregunta qué clase de tarados son que dan por ciertas la sarta de mentiras que ha ido dejando regadas para lograr su objetivo.

Confieso que mientras estaba redactando esa parte de la novela me preocupaba, y mucho, que los lectores se me echaran encima con la falta de verosimilitud.

Hasta que apareció Nicolás.

Entonces, cuando constato que la realidad supera en absurda a la ficción, que es más ficticia que la propia realidad, cuando me doy cuenta de que en mi historia aún es más factible que suceda lo que sucede que en la suya, respiro aliviada.

Gracias, muchachote.

Acabas de dejar a mi personaje como a una aficionada del engaño. Me acabas de dar la coartada perfecta para rebatir los ataques (bueno, no suelo rebatirlos, pero sí tomarlos en cuenta para próximas ocasiones) que intuía que podrían llegar en mi exceso de imaginación.

Otra vez, como pasa casi siempre, la realidad ha superado a la ficción.


Aunque en el resto del mundo se estén descojonando de risa.

martes, 21 de octubre de 2014

NOVEDADES: ¿A QUÉ LLAMAS TÚ AMOR? PILAR MUÑOZ ÁLAMO





Hoy atraviesa el espejo una novedad, ¿A qué llamas tú amor? Es la segunda novela de Pilar Muñoz Álamo. Tras el éxito de su libro de relatos de mujer, Ellas también viven, la pasada primavera publicaba en Amazon su primera novela, Los colores de una vida gris, que durante unos meses ha permanecido como uno de los libros digitales más vendidos de la plataforma.

Para Pilar Muñoz Álamo, este 2014 será uno de esos años para recordar, puesto que, además del éxito cosechado con su primera novela, ha tenido la oportunidad de mostrarnos la segunda, esta vez de la mano de la editorial Palabras de Agua. ¿A qué llamas tú amor? pertenece a la colección AFRODITA y nos presenta una novela intimista y reflexiva con un alto contenido erótico.

En la sinopsis se nos adelanta algo de lo que podemos encontrar:

"Jana, una atractiva periodista próxima a los cuarenta, se siente hastiada de sacrificar su vida en favor de su matrimonio con Julio, un escritor de éxito centrado en sí mismo y en su profesión.

Tras tomar la decisión de romper con todo, Hugo -un nuevo compañero de trabajo- irrumpe en su vida haciendo que descubra una parte de sí misma que desconocía.

La atracción sexual que surge entre ambos parece no tener límites, empujándola a vivir experiencias impactantes que provocarán en ella un dilema moral para el que no sabe si está preparada. Julio y Hugo, dos caras de una misma moneda llamada AMOR que marcarán la vida de Jana.

¿A qué llamas tú amor? Una novela intimista de corte erótico que puede alterar las bases de tu propia relación."

Y es cierto. A lo largo de las más de cuatrocientas páginas que contiene la novela vamos asistiendo al cambio que sufre la protagonista, cómo va descubriéndose a sí misma, desnudando sensaciones que parecían inexistentes en ella. Seremos testigos de sus dudas, de cómo, de la mano de Hugo, se abre un nuevo mundo que le parece tan fascinante como peligroso. La novela no se queda en el erotismo sino que profundiza en otros temas como el distanciamiento en las parejas o los malos tratos psicológicos

La voz de la novela nos la pone Jana Martín, una periodista de sucesos que trabaja en El País y que será quien nos cuente la historia en primera persona. Junto a ella, los dos hombres que marcan su vida, su marido Julio, un escritor de éxito demasiado metido en su mundo y Hugo, un atractivo periodista que llega a trabajar a la redacción cuando Jana acaba de tomar la decisión de separarse.

Otros personajes completan el paisaje que nos dibuja Pilar Muñoz, entre los que destacan tres. En primer lugar las dos amigas de Jana, Lucía y Mayca son personajes opuesto. Mientras Lucía es recatada y hasta un poco anticuada, Mayca representa lo contrario, es vital, combativa y, sobre todo, muy libre. En mi opinión personal Mayca es el personaje con más personalidad de toda la novela. Miguel forma parte de este grupo, pone la visión masculina en su amistad. Es un hombre sereno y sensato con el que las tres se entienden a la perfección.

La trama se estructura en 33 capítulos y un epílogo y está salpicada de erotismo. En los últimos tiempos he leído algunas novelas eróticas y puedo decir que la prosa de Pilar se distancia mucho de lo que está de moda. Es mucho más cuidada, más elegante y literaria de lo que actualmente se publica y creo que es un acierto. Si tuviera que elegir una escena de la novela... me quedo con la del piano, ya me diréis vosotros.

En la contraportada de la novela aparece un elemento, un colgante que contiene una libélula. Espero que actúe como talismán para Pilar y le dé toda la suerte del mundo en este camino nuevo al que se enfrenta.

¿A qué llamas tú amor? estará desde el día 22 de octubre en librerías y solo se puede conseguir en papel o a través de la página de la editorial  www.palabrasdeaguaeditorial.com

Yo ya tengo mi ejemplar que conseguí en preventa. Otro más para mi estantería.

miércoles, 15 de octubre de 2014

ELECCIONES

Hoy me apetece reflexionar.

Será que es miércoles.

Será que fuera llueve y el día gris invita a abstraerse, a pensar en el camino que voy recorriendo. Me preparo un café y escribo…

En los dos últimos años he escrito tres novelas aunque no haya publicado nada. Al principio fue solamente que no quería solapar la salida en papel de Detrás del cristal con cualquier otra novela, quería concentrar mi energía en esta porque suponía un cambio radical en todo lo que había estado haciendo hasta ese momento. Había traspasado la frontera entre el autor que se ocupa de poner en las manos del lector su obra, sin intermediarios, a hacerlo de la mano de una editorial importante.

Después creo que fue miedo.

Miedo a no ser capaz de superar mi propio listón, y cuando digo esto no pienso en ventas (esas, en tiempos de crisis y sin los medios a tu alcance son directamente una quimera) sino en ser capaz de construir otra historia que emocionase, que enganchase, que entretuviera y que hiciera pensar al lector. Y que, además, estuviera bien escrita.

Soy perfeccionista y exigente conmigo misma, mucho más que con cualquier otra persona, así que para lanzarme a dejar leer algo tenía que estar muy segura de que el relato mereciera la pena. Entre las tres novelas, ATCLV era la que, a mi modo de ver, reunía las características que buscaba.

Dejé que la leyeran otros ojos, con el miedo normal en estos casos, con un nudo en el estómago cada vez que venía de vuelta una crítica. Confiaba en haberlo hecho bien y la respuesta de mis primeros lectores, elegidos en un amplio abanico de edades y de ambos sexos, me animó porque todos coincidieron en que mi objetivo estaba cumplido.

Toco entonces dar el siguiente paso, buscarle acomodo en algún lugar para que un día pudiera vivir de nuevo la experiencia de ver uno de mis libros en una librería.

No lo logré. O lo logré, pero a medias, porque recibí dos ofertas que no me convencieron en absoluto. Ninguna de ellas me proporcionaba lo que buscaba, así que guardé el manuscrito para mejor ocasión. Ahí estará hasta que encuentre el modo de darle lo que se merece porque estoy convencida de que se lo merece.

Hoy he leído esto:

José Ovejero: ' Hay una calidad fácil de medir que es la calidad artesanal, pero para mí eso no es una gran obra. Para mí un gran escritor es aquel que tiene una mirada profunda sobre la realidad'.

Me ha hecho sonreír porque esa última frase venía en la crítica de una de las propuestas rechazadas, acompañada de otra menos alentadora: es muy literaria pero muy poco comercial. Supongo que cuando una editorial apuesta por un libro es porque quieren venderlo, ahí está el negocio y no se van a arriesgar a llenar sus almacenes de libros no vendidos. Acepté que me dijeran que lo que escribo no es comercial pero entonces me asaltaron pensamientos de muy diversa índole. ¿Una obra que refleja la realidad actual no interesa? ¿Debería escribir sobre temas de moda? ¿Escribo para vender? ¿Para qué escribo?

Las respuestas acudieron, desordenadas, aportando algo de luz a la decepción inicial que parecía decirme “te has equivocado”. (A la que yo, muy chulita, contesté que lo cobarde es no intentarlo.)

Escribo para mí, sobre todas las cosas. Para comprender la realidad, para reflexionar sobre ella, para intentar ordenar ideas y recoger en palabras el mundo que me ha tocado vivir. No me rijo por modas, ni por géneros concretos. Escribo. Lo hago con pasión, esa que me impide a la vez buscarle el lado comercial a las historias. Lo hago también para esos lectores fieles que he ido recolectando en estos años que siempre me devuelven mis historias envueltas en mil matices que las enriquecen.

No serán comerciales pero laten, están vivas.

Voy a seguir publicando, sería tonta si no lo hiciera con los medios que tenemos hoy en día, si enterrase los manuscritos para siempre en el cajón del olvido, pero no empezaré por esta novela. Tengo antes que saldar una deuda conmigo misma, con una lectora que se quedó con una duda, con otra que disfrutó tanto una historia que merecía que se la terminase de contar. Voy a poner en vuestras manos la continuación (más bien una precuela) de El medallón de la magia y dentro de un tiempo, si sigo sin encontrar alguien que confíe en mí, os dejaré ATCLV como lo había venido haciendo hasta ahora.

Pero, todo esto, con calma.

Hay oficios en los que los años se convierten en un lastre (mirad las caras de las actrices que se operan para parecer más jóvenes y acaban con caras de plástico) pero en este de escribir, cada año vivido, cada arruga en el rostro es experiencia, matices, cada año te da mucho más que la juventud que te quita.

Y yo, aún, soy una niña.