jueves, 10 de julio de 2025

A COLINA DA ALMENDOEIRA. HARPERCOLLINS

Se me ha pasado venir a contarlo al blog. Hace diez días, el 1 de julio, se publicó La colina del almendro en Portugal. Ha salido bajo el sello de HarperCollins, bajo el título de A colina da almendoeira y esta vez la han catalogado en ficción histórica.

Ya era hora de que le diera alguien su sitio de verdad.

Querría haber hecho una publicación entusiasta en el blog, pero la vida te lleva por donde le da la gana y la verdad es que no he podido.

El martes 1 de julio, mi madre tenía una cirugía menor y yo tuve que poner por delante lo que es prioritario y me dediqué a ella. Publiqué algo que tenía guardado de antemano, claro, pero sin la dedicación de otras veces, por más que este sea uno de esos sueños importantísimos que crees que jamás vas a cumplir porque yo no tengo agente.

De ese tema hablaré en otro momento, pero cuando ya no escriba.

El caso es que ya está aquí y es así de requetechula. La estoy viendo en pequeñas librerías portuguesas, en centros comerciales, en grandes librerías... Ojalá se encuentre con lectores como los de aquí, como vosotros, que habéis disfrutado tantísimo con ella en estos seis años que hace que se publicó en español.

Puede ser una imagen de 1 persona y texto

Con todo el morro del mundo le he robado la foto a la Papelaria Ribeiro Fernandes de Lisboa, tan bonitos ellos, que la destacaron entre las novedades que les han llegado. Muchas gracias y perdón por el asalto, espero que tengáis que reponerla un montón de veces. Ojalá la vida me dé la oportunidad de agradeceros en persona este gesto.

Hoy, cuando por fin llego al blog, es 10 de julio y es el día más triste del año para mí, porque hoy es el aniversario de la muerte de mi padre. 

Diecinueve años ya, tantas vivencias preciosas que he tenido desde que se fue y que no he podido compartir con él. Sé lo feliz que estaría y lo feliz que estaría yo con él a mi lado. 

No he hecho coincidir esta entrada con este día, simplemente ha pasado; en realidad es que hoy es mi resurrección después de cinco días muy jodidos. 

Hace dos días, pasé unas horas de madrugada en las que pensaba que me estaba muriendo. No sé qué virus habré pillado, pero ni las cuatro veces que he tenido Covid me había sentido tan mal. No era nada que detecte un test, me lo hicieron y dio todo negativo, pero me mantuvo con fiebre y medio inconsciente día y medio.

Ni siquiera pude abrir el ordenador, mucho menos acordarme de que había una novela emprendiendo un camino que va a tener que hacer sola porque no tengo ni idea de portugués y solo la puedo acompañar con frases cortitas que escribo con un traductor, con más miedo que vergüenza en mis redes de alcance limitadísimo. 

¿Sabéis lo que pensaba en esa oscura noche en la que no veía salida? Que en mi familia, las personas importantes tienen la mala costumbre de marcharse en verano, que parece ser que las vacaciones eternas nos gustan con buen tiempo y yo, en ese delirio febril, creía que me había sumado a la moda. Sí, ahora parece que exagero, pero esa noche de hace dos días lo creía tan en serio que escribí una pequeña nota de despedida.

Soy escritora, qué le vamos a hacer...

El caso es que no, que aunque sigo sin voz, sin muchas ganas de nada, con la espalda doblada y los bolsillos llenos de pañuelos, voy para arriba. Soy, como Mary Davenport, una superviviente.

Y como ella, aunque el camino parezca imposible, voy a encontrarlo hasta llegar a conseguir mis metas. Aunque esa meta solo sea poder decidir por mí misma en algún momento.


domingo, 22 de junio de 2025

52 DÍAS, 12 CAPÍTULOS, 27189 PALABRAS

Cuando empecé con la escritura de la novela en la que me encuentro inmersa, me prometí que haría un seguimiento del proceso, utilizando el blog para documentarlo.

No he cumplido mi promesa.

La primera razón es que, por mucho que sepa que no hay demasiados ojos posándose sobre este blog, siempre puede haber alguno y no es plan ir contando lo que estoy escribiendo. No es que no sea plan, es que es un poco temerario.

La segunda razón es que se me ha ido olvidando.

Cada vez que encuentro momentos para sentarme a escribir, hago eso, escribo en la novela. Leo y releo lo que termino y, después, lo grabo en audios que estoy escuchando para saber si el ritmo es el adecuado, si hay alguna incoherencia o si simplemente engancha.


Ya sé que pone 17 y he dicho que son 12 capítulos, pero en realidad son 24, porque cada capítulo tiene dos líneas temporales. El caso es que al principio empecé siendo ordenada, pero al final fui grabando en cuanto tenía una de las líneas y por eso ya no cuadra.

En audios me estoy acercando a las tres horas, porque la novela tiene un ritmo muy pausado.

En lo que se refiere a la trama, no sé calcular, quizá esté más o menos a la mitad.

En cuanto al recorrido de mi personaje, me quedan solo seis años que narrar.

En cuanto a mí, estoy FELIZ.

Además, en los últimos tres días, mucho más lúcida que de costumbre porque estoy durmiendo bastante mejor y eso se nota cuando me siento por la mañana delante del teclado. También se nota que ya conozco a mi personaje y que ya no me cuesta tanto empatizar con él, vestirme su piel y recrear sus reacciones.

Esta vez he elegido un hombre, no sé si será una temeridad, pero bueno, qué más da. Yo escribo sobre todo para mí y ya digo que estoy pasándomelo genial.

Y estoy aprendiendo.

No un poquito, una barbaridad, tanto que creo que voy a seguir escribiendo novelas de este tipo, tratando de que sean cortas, independientemente de lo que al final haga con ellas. Lo voy a repetir hasta la saciedad: lo importante es el camino. Ojalá hubiera tenido tan clara esta lección hace años, ojalá tuviera treinta menos y supiera lo que sé ahora, porque me comería el mundo. Ahora me conformo con que no me coma a mí y con vivir en paz.

Que no siempre tengo la suerte.


jueves, 22 de mayo de 2025

LOS BLOGS DE AUTOR

Hoy he vuelto de un viaje, estuve en Córdoba, en el Espacio Atenea, hablando de La lectora de Bécquer, y me ha dado tiempo a leer muchas cosas de esas peregrinas que se publican en los perfiles de redes para mantenerlos vivos.

Cinco horas de viaje son muchas horas.

Yo no debería criticar a nadie, porque soy un desastre en lo que se refiere a tácticas de marketing; tuve que elegir una y decidí la peor: ser yo misma. Eso es guay si un día me convierto en una leyenda literaria, los historiadores que me estudien sabrán que como fuente primaria soy fiable (por favor, si alguien lee esto en cualquier momento, que sepa que me estoy descojonando de risa). Como algo para el presente es un descalabro.

Nadie quiere personas de verdad hoy en día, hay que crearse personajes y pasearlos por las redes y por los eventos.

En un post, creo que de Instagram, decían que hay que mantener un blog de autor porque esto ayuda a tu imagen de escritor. He parpadeado un par de veces, he achinado los ojos por si estaba leyendo mal y, después, he mirado por la ventanilla del coche y me he distraído mirando unos molinos generadores de energía eléctrica al lado de unos molinos de verdad, y he pensado en don Quijote.

¿Ha dicho que hay que mantener un blog?

Eso es como si en los tiempos de las energías renovables, de internet, de redes sociales y de GPS incluso para ir andando a los sitios, alguien se empeñase en ir en burro por la carretera.

¡Ay, señor! Los blogs tuvieron su momento. En 2011, cada vez que publicaba una entrada, yo que era una mindundi de los blogs, al cabo de un rato tenía 1000 visitas. Ahora, si las entradas tienen 5 visitas igual es porque he entrado yo cinco veces, o alguien desde Singapur, que no sé qué fijación tienen las visitas que vienen de allí.

Hoy en día, los blogs son como los molinos de don Quijote, están de adorno en el paisaje, se conservan por pura nostalgia, pero no sirven para nada. Son como dar voces en medio de un mercadillo, pero en el mes de enero, en medio de Castilla y cuando está cayendo una nevada como Filomena. Te arriesgas a que no te escuche ni Cristo.

O precisamente por eso lo usas, porque sabes perfectamente que puedes seguir ejercitando los dedos y componiendo pequeños textos sin el menor temor a que venga alguien a decirte cualquier tontería. Y, oye, en estos tiempos de tanto hate en redes, que haya espacios tan recónditos en los que se puede uno seguir expresando, no está mal.

Nada mal.

EL VERANO Y EL CONCURSO

Todos los veranos, desde que Amazon se sacó de la manga el concurso de novela (esos juegos del hambre literarios, más bien), las ventas de ebooks de quienes no jugamos a eso se precipitan al abismo.

He tenido una gráfica ascendente este año, hasta llegar a un mes de abril como los de hace años y en mayo... una venta y 3333 páginas.

Es verdad que no cuenta ni una sola de mis novelas de editorial en esto, ni lo que se vende en librerías, pero da igual porque yo sé leer aun sin los datos y tampoco es que vayan bien. 

Solo hace falta ver que tengo medio millón de citas estos meses (literarias, se entiende) y me han borrado de la lista de la más importante. 

Me dicen que haga algo para solucionarlo. ¿Yo? ¿Qué voy a hacer? ¿Poner una pistola en el pecho a los lectores para que me lean?

¡Anda ya!

Yo estoy aquí porque me gusta escribir, me sobrepasan los trapicheos, pero sí es verdad que veo algunas cositas que hacen que me hierva la sangre. Luego, cuando se me pasa, me digo que da igual, que por fortuna yo tengo otros medios para vivir y no necesito chanchullos. Que me importa más ese tiempo que disfruto mientras escribo que contárselo al mundo (aunque no me queden más huevos que sostener mis redes si quiero seguir teniendo la oportunidad de publicar) y que mi comida y mi refugio, por fortuna, me los gano de otra manera.

Pero me sigue dando coraje que escribir, eso tan maravilloso que debería ser el motor de quienes buscan dedicarse a contar historias, sea lo de menos ya. Es vender, y a veces hasta a mí me frustra, pero no por gilipolleces como envidia (no puedo sentir envidia de gente que no me gusta cómo escribe), sino porque no puedo entender la deriva de este barco que navega derechito al naufragio.

Ni el Titanic, oiga...



sábado, 17 de mayo de 2025

LAS PALABRAS SON PUENTES

Escribir y yo, qué dos... Llevamos una vida entera de relación tormentosa, de esas tan atenticas que es imposible dejarlas, aunque a veces te hagan daño.

Empezó cuando era tan pequeña ni siquiera sabía las normas de ortografía, aunque supiera cómo contar una historia tan bien como si, desde que era un bebé, alguien me hubiera leído cuentos todas las noches.

Pero no fue así, nadie me leyó, lo hice yo sola en cuanto aprendí y descubrí que el mundo era infinitamente mejor con libros. Sin embargo, me faltaban historias, no las encontraba por más que me esforzase, así que decidí escribirlas yo.

Con el arrojo de no conocer el fracaso, que en la infancia te impulsa como un cohete, lo hice y fue tan emocionante que soñé que quería hacerlo siempre. Ese era mi deseo para cuando fuera mayor, juguetear con palabras, transformar ese lienzo en blanco del papel en el soporte de sentimientos, emociones, risas, paisajes...  

Sin tierra a la vista y sin buscarla siquiera, mi barco navegó sin rumbo, hacia donde le llevara la corriente.  Daba igual si escribía sobre niños aventureros, una distopía en el espacio, vaqueros del oeste, biografías de personas anónimas o novelas de aprendizaje. Me emocionaban las cartas infinitas de amor, las de despedida, las listas de deseos o de promesas, incluso los discursos de encargo y las presentaciones de ocho años de programas de radio.

De tanto navegar, acabé recalando en islas extraordinarias y fue así como parí La colina del almendro y La lectora de Bécquer, entre otras.

Justo después de esta última el invierno más duro encapotó mi cielo, quizá por culpa del cambio climático o por el humo del progreso, y las palabras se replegaron dentro de mí. 

El ancla se clavó en el fondo del puerto y me bajé del barco. 

Un dia de febrero de este año, desperté de ese letargo de tristeza. 

Mis palabras, obrando su magia, han empezado a tender puentes con gente que no hubiera conocido de otro modo, gente que me ha sostenido y que ha logrado el milagro: devolverme al mar.

Y en él estoy ahora, bajo el cielo luminoso de Portici, a los pies del Vesubio, maravillándome por todo lo que me devuelven mis sentidos. Tengo a mi lado a un compañero de aventura divertido y tan parecido a mí que le he cogido cariño. 

Tanto que voy a pasar el verano con él. 

No hay nada que me apetezca más que sentarme con Mariano y que me cuente su historia. Yo la voy a escribir, aunque se quede entre nosotros.