Mostrando entradas con la etiqueta Madrid. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Madrid. Mostrar todas las entradas

lunes, 9 de abril de 2018

LA NOVELA ES UNA EXCUSA PARA ACERCAR A LAS PERSONAS.

Mikel Alvira, escritor navarro, convocó a sus lectores en el pasado viernes en El huerto de Lucas, un lugar peculiar en el barrio de Chueca, en Madrid. La excusa esta vez lleva por título El color de las mareas, y es un libro que comenté el mes pasado en el blog, que me gustó mucho.

Conocí a Mikel como escritor hace un par de años a través de La novela de Rebeca y en persona en un encuentro informal en el Hotel de las Letras, en la Gran Vía. De ese día, lluvioso y gris, guardé tan buenos recuerdos que, en cuanto supe que volvía con otra novela, no lo pensé. Organicé mis caóticos horarios, ajusté mi presupuesto, busqué el modo de ir y volver a casa en el mismo y día y allá que fui.

Con un previo, por supuesto, haciendo caso a su máxima y usando la novela como excusa para acercar a las personas. Junto con María Jesús y Maribel, vecinas, alumnas, amigas, estuve visitando las exposiones de la Fundación Telefónica por la mañana. Vimos una titulada La bailarina del futuro. De Isadora Duncan a Josephine Baker, después nos entretuvimos en otra llamada Naturaleza digital, en la que se exponían obras artísticas de Jennifer Steinkamp que no entendí más allá de una simple curiosidad. Finalmente, vimos la exposición dedicada a la Historia de las telecomunicaciones en España, que a mí particularmente fue la que más me gustó.

Hice algunas fotos.

Aunque sea de 1970, en mi casa hay uno igualito funcionando.
Foto: Mayte Esteban

Centralita
Foto: Mayte Esteban

Telégrafo
Foto: Mayte Esteban


Enseguida nos reunimos con Almudena Gutiérrez, esquivando como pudimos la lluvia, y comimos las cuatro juntas en un local no muy grande, pero sí encantador. Me pareció el sitio ideal para celebrar un encuentro literario de esos que solo convocan a una docena de personas, pues tiene una mesa al fondo muy propia para ello. Nosotras comimos en una más pequeña, os enseño las fotos para que veáis que es precioso.


Fotos: el chico del bar con mi teléfono.


La novela y la charla nos reunieron y el que ellas no se conocieran fue una circunstancia que se solucionó en nada. Por cierto, el restaurante se llama Válgame dios, una de sus puertas y la terracita da a esa calle. El trato fue muy agradable y yo creo que comimos bien. Después del café pensamos dar una vuelta por el barrio hasta que llegase la hora del encuentro, pero tuvimos que acortar el paseo porque la lluvia -siempre la lluvia- nos obligó a refugiarnos. Lo hicimos ya en El huerto de Lucas, un antiguo mercado rehabilitado, que tiene productos ecológicos y una cafetería en el centro. Está también decorado con buen gusto y es singular.

Perfecto para lo que quería hacer Mikel.

Cuando llegó, la charla, coloquio,conversación... fluyó sin protocolos. Mikel se presentó y nos presentaba, siguiendo esa idea con la que titulé esta entrada. La novela como punto de encuentro. La novela como elemento que acerca a las personas. Así supimos de Iuliana, a la que conoció en un tren, o de su amigo Carlos y su anécdota de los melones. Nos presentó a Meirav Kampeas, a la que animó a que nos hablase del libro que va a publicar en breve con Planeta (y la que nos acabó confesando que era la primera vez también que hablaba en público de él). Preguntaron María Jesús, Maribel, Almudena, el hijo de Meirav, no creo que tenga más de 11 años y nos dejó a todos con la boca abierta. Preguntó casi todo el mundo y, como siempre pasa con Mikel, el tiempo pasó rápido y antes de darnos cuenta nos teníamos que marchar.

Hablamos de Marcel y de Beatriz, de esa historia que es como un puzle que se va completando a lo largo de las 500 páginas de la novela. Hablamos de San Telmo, que está y no está en los mapas. Hablamos del mar y de sus otras novelas. Hablamos de escribir, de borrar, de que esto es mucho mejor que al final acabar publicándolo, porque eso, al fin y al cabo, es en cierto modo vanidad. Hablamos de Rebeca y su final, de diferencias y de eso que aglutina su escritura: su voz inconfundible.

Y, por supuesto, nos miramos a los ojos.

Foto: Almudena Gutiérrez con mi teléfono.


No sé cuándo será la siguiente oportunidad. Sé que siempre que me apetezca, me encontraré con Mikel Alvira en sus libros y que con ellos también acabaré encontrándome con otras personas.

sábado, 4 de noviembre de 2017

COMPARTIR UNA PASIÓN

Sé que el título de esta entrada del blog debería de ser algo así como: Crónica de la presentación de Un café a las seis de Pilar Muñoz en El dinosaurio todavía estaba allí (Madrid).

No podía ser, me quedaba sin aire al leer y, además, no cabe en un tuit.

Para mí la presentación empezó mucho antes de las siete de la tarde, hora a la que estaban convocados los lectores. Ver a Pilar, viviendo ella en Córdoba y yo en Segovia no es tan sencillo -aunque en los dos últimos años nos las hayamos arreglado para que suceda-, así que aprovechamos para alargar el día comiendo juntas. Se nos unieron Almudena -gracias, de verdad, eres mi GPS por Madrid, la garantía de que llegaré al sitio adecuado y no tiraré por la primera calle que se me ocurra-; Víctor Fernández Correas, que le dio una sorpresa a Pilar y Alberto González, su lector cero cero, como dice ella.

Almudena tenía algo que darnos a las dos, un detalle por parte de nuestra querida María José Moreno. No pudo acompañar a Pilar esta vez, pero nos tuvo en mente todo el tiempo. ¡Muchas gracias!


Precioso detalle de María José Moreno

Comida de trabajo de amigos.

Como nos quedaba tiempo después de comer, decidimos tomar el café en los alrededores de la Plaza Mayor, y allá nos fuimos, aunque sin Víctor, que se tenía que marchar. Sabéis que este año hay instalada una Feria del libro en ella. No sé si fue por la temprana hora de la tarde o porque la plaza es muy grande y las casetas están demasiado dispersas, pero el caso era que aquello no tenía movimiento. A esa hora solo vi a una autora firmando, algo que también me llamó mucho la atención, porque estoy segura de que muchos autores se darían tortas por estar firmando en Madrid en fin de semana. Me dije a mí misma que o esta Feria se vuelve a enfocar o poco futuro le veo. Ayer hacía magnífico en Madrid, apenas cayeron unas gotas, pero no había la fría temperatura de un noviembre normal. Debería estar lleno de gente y no era así. 

No me quiero imaginar esto en un noviembre de verdad.

Un posado en la Plaza Mayor

Un robado al lado del Mercado de San Miguel. Detrás de Pilar, un señor que se parecía a Unamuno.

Cuando se acercaba la hora, volvimos al punto de encuentro. Tengo que decir que El dinosaurio todavía estaba allí tiene bastantes cosas curiosas. La primera, que conserva la fachada del negocio que al parecer había allí en el pasado, una barbería, con un cartel trazado en los azulejos que recuerdan otros tiempos y otro Madrid. Lo siguiente, que es acogedor y coqueto, un sitio peculiar e interesante para este tipo de eventos, pero con tantos detalles particulares que necesito detenerme en alguno. Por ejemplo, que los baños son unisex -lo que me costó decidir entrar a uno-, que hay muchas estanterías con libros y unos sillones que parecen cómodos en la entrada para charlar. Conserva las baldosas de un suelo que debe de hacer más de medio siglo que no se fabrican y la decoración es personalísima, original de verdad. Pero también vi algo que no me convenció: barreras arquitectónicas que impiden que este espacio, en principio perfecto para eventos de este tipo, sea para todo el mundo.

(María, me acordé mucho de ti y de tu silla de ruedas, de haber venido habríamos tenido que recurrir a que alguien te ayudase a entrar.)

Me sorprendió mucho, la explicación de por qué los baños no tenían indicado nada con respecto al sexo, me pareció algo bien pensado y muy integrador, pero se desplomó cual castillo de naipes cuando cada dos pasos encontraba un escalón. No sé, supongo que no hay una normativa que diga que los negocios privados deben ser accesibles para todo el mundo y tampoco es que el local dé para más, pero me faltó que se hubiera pensado un poquito en las personas con dificultades motoras.

Habíamos dejado preparados después de la comida el escenario, los libros, la megafonía, así que poco más hicimos en esos momentos, hasta que la sala se fue llenando. Vaya si se llenó, dos o tres personas se quedaron fuera de pie porque no cabían. Pilar tiene lectores, no solo en Madrid sino en muchos lugares y muchos de ellos acudieron a la convocatoria. Algunos también la acompañaron desde Córdoba e incluso hubo también cuatro venezolanos. Contó con la presencia de unos cuantos blogueros y varias autoras (Marisa Sicilia, Rosa Sánchez de la Vega), y con Juan Carlos González Montes que entregó la Monteskine que sorteaba en su blog con la portada de la novela a la persona que le tocó, firmada por Pilar.

La presentación la empezó Pilar transformada en Raquel, leyendo un fragmento de la novela acompañada por música. Después la presenté yo a ella y, tras hacer un breve repaso por el resto de novelas que componen su biografía literaria, pasamos a hablar de Un café a las seis.

Decidí hacerle preguntas.

Mientras preparábamos lo poco que preparamos -es lo bueno de conocerse bien-, le dije que intentaría ser breve. Era su día, su novela, así que el protagonismo lo tenía que tener ella, así que busqué las palabras precisas para darle pie a que nos contara lo que quisiera. Animé al público a que preguntasen y la verdad es que son magníficos, porque lo hicieron. Entre todos, la novela fue puesta en primer plano, sin hacer spoilers porque aún hay gente que no la ha leído, pero también hablamos de Amazon, del concurso en el que ha participado destacando los dos meses que ha durado, de la autoedición, de cómo está la literatura actual y de nuestra forma de encarar las novelas, de ese pequeño grupo de autores que hemos ido creando casi sin darnos cuenta a nuestro alrededor y con el que colaboramos en todas las fases de creación de la novela. Hace cinco años se hablaba hasta en la prensa de la generación kindle, algo a lo que yo no veía más nexo de unión que el haber publicado en la misma plataforma a la vez. 

Ayer me di cuenta de que quizá nosotras pertenecemos a una generación, pero de esas que lo más probable es que no salgan en los libros de texto: un microcosmos literario de media docena de nombres unidos por lazos de amistad, preocupaciones comunes, edades próximas y que están publicando de manera simultanea. A veces con editorial, a veces no. Que han descubierto que presenciar la creación de tu propia novela es como un milagro, pero tener la oportunidad de ser testigo de excepción de la de otra persona lo es aún más.

La presentación la cerraba yo, tomando la voz de Raquel, leyendo un fragmento en el que se podía entender por qué la novela se llama Un café a las seis. Sin embargo, hay cosas que tú las planeas y después vuelan libres, y tras esa lectura siguieron las preguntas, como si no quisiéramos terminar ese momento mágico que estábamos viviendo.

Pero se tuvo que acabar, Pilar tenía que firmar libros y repartir esa sonrisa que se le puso en el rostro y que no se borró en ningún momento del día.

Después tomamos algo y nos despedimos, quizá con el pellizco en el estómago de saber que en muchos meses ninguna de las tres brujas (María José Moreno, ella y yo) tenemos un proyecto literario que presentar, que pasará algún tiempo hasta que nos llegue la hora. Confiamos en Víctor para que sea él quien tome el testigo esta vez y nos dé una excusa para sacar las escobas y volar para estar a su lado.

Me voy a tomar un respiro de eventos pues, un descanso que no tiene fecha de retorno. Un relax que iré extendiendo a todo menos a escribir. Es que tengo una historia a medias que me está gustando mucho y tengo que terminarla, creo que me podréis entender.


Una foto con la novela protagonista

Delante del dinosaurio




domingo, 18 de octubre de 2015

ENCUENTRO CON MIKEL ALVIRA EN EL HOTEL DE LAS LETRAS

Llovía. La tarde era el preludio de un fin de semana de chubascos, de cielos grises y viento, el anuncio de que al invierno no se le olvida nunca hacernos una visita. La calle Preciados parecía ajena a todo. Miles de personas caminaban por ella, como siempre, pero esta vez paraguas en mano, esquivando a veces al resto de viandantes y, otras, ignorando que habían estado a punto de sacarle un ojo a quien caminaba tras ellos. Las tiendas servían de refugio improvisado. Y los voladizos de los balcones, las marquesinas del autobús, las entradas de los hoteles a medida que avanzábamos por la Gran Vía de camino al Hotel de las Letras.

Caminaba bajo mi paraguas rojo. Pegados a mi pecho, protegidos tan solo por una bolsa de plástico, los ejemplares de La novela de Rebeca que tenía el encargo de llevarme firmados por su autor me recordaban que faltaba muy poco para reencontrarme con Teresa, Concha y Manuela. Para los besos de bienvenida, para esos minutos en los que las preguntas de cortesía sonarían reales, porque importa qué tal están, cómo les ha ido en estos meses en los que solo nos hemos podido “ver” de manera virtual.

Llegué con mis chicos, con seis escasos minutos de margen. Es complicado andar por la ciudad bajo la lluvia. Mientras mis pies seguían la secuencia de cada paso me iba preguntando dónde está ese ritmo rápido de las grandes urbes. En mi pequeño mundo, donde me muevo cada día, no hay nadie que entorpezca un paseo rápido. La velocidad funciona diferente. El espacio se recorre en menos tiempo, por más que sea el mismo medido en metros. Aquí la impaciencia escala posiciones en la gráfica, haciéndose presente en una ecuación donde no está convocada. Y eso que dicen que la física no entiende de emociones...

No nos dio tiempo a mucho mientras Mikel Alvira llegaba. Besos. Conocer a Marta, la amiga de Manuela, que, casualidades de la vida, vive en mi pueblo, en el que crecí. Llegaron también Luis y Teresa. Y, un poco más tarde, Nicolai. Unos sillones blancos. Dos pequeñas mesas redondas blancas. Cojines blancos. Un revoltijo de abrigos y bolsos colocados donde menos estorbasen y empezamos.

La reunión para hablar con Mikel de su novela tenía muchas ventajas. La primera, que todos habíamos leído el libro y podíamos hablar de él sin temor a spoilers. Hablamos. Preguntamos. Por el proceso creativo, por manías, por detalles que aparecían en la lectura de la novela. Por la estructura. Por la forma de abordar una novela. Por las frases. Por el significado de trascender. Por la figura del agente literario…

Miré el reloj la primera vez cuando había pasado hora y media. Mis chicos no se habían quedado, para ellos esta reunión no tenía el atractivo ni el interés que despertaba en mí y se fueron a pasear bajo la lluvia. De momento estaban tranquilos, porque no encontré ningún mensaje que demostrase su impaciencia.

Seguimos hablando, preguntando, compartiendo unos minutos que fluían mezclados en una amena conversación. Yo pensaba que esto me gusta, que quizá estaba asistiendo a la mejor “presentación de libro” en la que he estado nunca, porque en realidad no lo era. El libro ya se había presentado solo, ya lo había disfrutado en casa. Parándome en cada sentencia de esas que me obligaban a anotarla en mi libreta. Sonriendo al descubrir la habilidad de Mikel para contar una historia tan compleja estructuralmente y tan sencilla de leer y de sentir a la vez. Maravillándome por la seguridad con la que su agente literaria, Antonia Kerrigan, creyó en el libro que él mismo definía como “impublicable”.

Mikel, en persona, parece más joven que en las fotos que había visto en las redes. Es muy locuaz y provocó varias veces la sonrisa de quienes estábamos ahí –sobre todo cuando le preguntaba qué opinaba a Marta, que fue la que más silenciosa se mostró-. Habla con pasión de todos sus libros, de La novela de Rebeca pero también de esos otros que ha publicado: novelas,  ensayos, teatro y poesía. Porque él, nos lo dijo, se siente poeta, autor de frases en torno a las que construye novelas. Y seguro que lo es, porque los títulos de sus otros libros lo son: El mar que te debía, El silencio de las hayas, La playa de las letras…

Pero no nos quedamos en esto. También hablamos de los blogs. Del escasísimo pudor que tenemos al mezclar en nuestros comentarios en Twitter libros con lavadoras, o con el menú del día, o con recoger a los niños del colegio. De los personalísimos análisis en las reseñas. Ninguna se parece a otra, cada uno encontramos matices nuevos, ponemos focos en distintos aspectos. De la pasión por la literatura que detecta en cada uno.

Miré de nuevo el móvil y ya me estaban llamando, impacientes. La lluvia entorpecía su paseo y querían volver a casa. Vinieron a buscarme, pero les pedí un poco más de tiempo. Me lo concedieron, pero me tuve que marchar antes del final. Los veía al fondo, en otra mesa, con cara de aburridos y de querer regresar. Y tenía que hacerlo con ellos, por más que esta tarde de sábado lluvioso en Madrid haya sido oxígeno para mí.

Espero que haya más, que en otro momento podamos sentarnos y sentirnos como esta tarde. Que las palabras escritas vuelvan a protagonizar unas horas compartidas con gente que las ama tanto como yo.

Fotos del momento. Pocas, no nos dio tiempo.