Hace unos años, cuando aterricé en este mundo de la publicación, tuve una conversación con mi padrino sobre esto de escribir. Es donde coincidimos, de hecho creo que tiene también mucho que ver con que yo lea, puesto que él fue quien me regaló mi primera novela, de la que me enamoré nada más leerla y que me sirvió de puente para los miles que han llegado detrás.
En esa conversación con mi padrino, cuyos detalles se han ido perdiendo en mi memoria, incluso las palabras exactas, solo me queda un pequeño retazo, un hilo mínimo del que llevo tirando mucho tiempo. Me preguntó algo así como por qué quería dedicarme a esto. Yo, ingenua, inocente, dulce y cándida le conteste:
Porque me hace feliz.
Entonces él, que escribe desde hace tanto que tampoco se acuerda, me contestó algo muy parecido a esto:
Has elegido entonces muy mal.
En ese momento, cuando mantuvimos esta conversación, yo era una recién llegada cargada de ilusión y con idea cero de lo que se cocinaba en este mundillo. A pesar de que crecí entre libros y escritores, a pesar de todas las lecturas que llevaba a la espalda, a pesar de que soy observadora hasta más no poder, aún no había vivido lo suficiente para valorar el alcance de sus palabras. Entendí que al escribir se sufre, porque eso sí lo sabía. Muchas han sido las veces que he fulminado historias porque no me convencían, muchos han sido los párrafos mil veces rehechos, las escenas repensadas, los detalles cambiados... Pero no era eso a lo que él se refería. Hay muchas, muchísimas cosas en este mundillo que hacen sufrir y pretender alcanzar algo tan etéreo e inabordable, tan esquivo y difícil como es la felicidad desde él es directamente absurdo.
En cuanto lo supe, en cuanto empecé a vivirlo en carne propia, quise escapar. Yo no he venido al mundo a sufrir por capricho, no soy idiota del todo -aunque haya quien me lo llame día sí y día también-, pero tengo la mala costumbre de ser seria y no dejar asuntos a medias. Por eso, encadenando historias, llevo aquí un montón de años haciendo equilibrios. Soy como esas bailarinas suspendidas en la punta de sus dedos. Aguanto con una sonrisa, pero estoy cansada. Muy cansada. Y me duelen muchísimo los pies.
Además, no sé mentir.
Al blanco le llamo blanco y al negro, negro. Eso no te convierte en popular, precisamente, sino en una temeraria que va por la vida rebasando los límites y tiene más posibilidades de estrellarse y no salir indemne de ello que nadie.
El caso es que este verano, en realidad es algo que llevo valorando desde finales del año pasado, ya no quiero escribir. Voy haciéndolo, la semana que viene publico un relato y en septiembre la que será mi última novela, pero no quiero escribir. Tengo tres novelas más terminadas, una del todo y dos a falta de retoques, pero no quiero escribir. Tengo otra más, a la que quizá dedicándole un mes podría ponerle un final, pero no quiero escribir.
Porque no soy feliz.
Así que, lo confieso, no quiero escribir, aunque mi alto sentido de la responsabilidad dejará terminadas todas las historias. No voy a empezar otras, y si las empiezo será como cuando era adolescente, que empezaba mil y no terminaba ni una. No será escribir, será llenar cuadernos con palabras. No será escribir, porque escribir no es una fiesta, ni algo que haga para enseñar en las redes y que todo el mundo diga: mira, fíjate que lista, que escribe libros. No. Estas muy equivocado si piensas que escribir es solo eso.
Escribir es desgarrarte por dentro, vaciarte y dejar salir los demonios que ni siquiera sabías que estaban. Escribir es ocultar la verdad bajo el velo de la ficción, o convertir mentiras en historias que parezcan reales, que latan y se sientan. Escribir es conseguir que el texto empuje al lector a no saltarse una palabra. No es una moda. No es un capricho. No es un juego. No es un negocio.
Escribir es aguantar que te digan que lo haces porque eres un ama de casa aburrida, o que te insistan en que tienes que dejar el género en el que tienes un nombre porque con eso no irás a ninguna parte. Escribir es ver que el mundo es más injusto de lo que te pareció solo al pensarlo. Escribir es recibir feedback de todos los colores y aguantarte las ganas de llorar o de salir corriendo. Escribir es mucho más que sentarse delante de un teclado que no tiene ya letras porque las has borrado con tantas palabras.
Escribir es tanto...
Y cuesta tanto. Y estoy tan cansada... que ya no quiero escribir.
No quiero escribir porque necesito ser feliz en esta etapa de mi vida.
MAYTE ESTEBAN. Escritora. Abrí paso en España al mundo de la autoedición. Hoy publico con HarperCollins.
lunes, 8 de julio de 2019
martes, 25 de junio de 2019
LAS BATALLAS SILENCIADAS DE NIEVES MUÑOZ
Sinopsis:
SE PERDIERON MUCHAS VIDAS, PERO TAMBIÉN MUCHAS ALMAS QUEDARON EN SUSPENSO...
Verdún, 1916. Irene Curie toma una decisión: acercarse lo más posible del frente con el petit curie, un invento de su madre, Marie Curie, que ayudará a salvar muchas vidas. Es prácticamente una niña, pero su misión será enseñar radiología a los cirujanos en los hospitales de campaña. No le será fácil ganarse el respeto de los militares y de sus compañeras en el hospital de Barleduc. Cuando los alemanes bombardean Verdún, junto a la enfermera, Berthe, y una voluntaria, Shirley, se enfrentará al infierno de la batalla más cruenta y larga de la Gran Guerra. Ninguna de las tres regresará indemne.
Mis impresiones:
Sabéis que apenas hago reseñas ya, que no me tomo la molestia de registrar las lecturas que hago. Existen muchas razones, quizá llega un momento en el que los refugios, los escondites, dejan de serlo o no te apetece guardar memoria de todo, porque sencillamente hay cosas que no te apetece recordar.
Pero hay excepciones. Hay días en los que sí quieres guardarte algo, porque ha sido tan alucinante la experiencia que merece la pena que su reflejo se quede en este espejo. Así, cuando un día, o una noche de insomnio, regreses, podrás escuchar a la que fuiste mientras hacías esa lectura, podrás sentir lo que sentiste al leer esa novela.
Hoy traigo una excepción.
Hoy hablo de una novela que acabo de cerrar y que resuena en mi mente aún, con el ruido de las bombas y los morteros de fondo. Veo en mi mente columnas de humo, árboles calcinados, cielos sucios preñados de nubes que enmarcan un aire que huele a almendras tostadas y a muerte. Puedo imaginar el sabor metálico de la sangre y, sin mucho esfuerzo, sentir bajo mis pies el barro. Huele a sucio, a sudor y a miedo, y dentro de mí flotan palabras que arañan, que hablan de una batalla que nunca debió tener lugar más allá de los límites de una novela.
Pero fue real.
Nieves ha sido capaz de hacer que me sienta dentro de ella, que sienta miedo, angustia, desesperación. Que quiera desertar como Sebastien, que me aferre al amor de mi hija para sacar fuerzas de donde no las hay como Emile, que atraviese la batalla sin importarme nada como la sorgina para estar al lado de mi hijo en su último momento.
Con una narrativa brutal, llena de descripciones precisas y preciosas, con metáforas magníficas, Nieves centra la historia en cuatro mujeres: Shirley, una aristócrata inglesa, VAD en esta guerra; Irene Curie, hija de Marie Curie, casi una niña; Claudine, una prostituta y Berthe, una enfermera francesa. Las cuatro sobreviven a la guerra pero, de alguna manera, las que fueron antes de la batalla se quedan en ella. Mueren las muchachas de antes de Verdún, su inocencia, su ilusión. Maduran, pero los sueños se quedan enterrados entre el barro donde murieron tantos hombres. Se calcinan como el bebé de Adrien.
Al final, queda una pregunta suspendida en mi mente. Intento hacer una reducción simple, el grupo de los buenos y el de los malos... y no puedo. No, porque quizá tendría que mover a los personajes dependiendo del momento de la novela de un bando a otro. Porque en esta novela no hay blancos ni negros, hay gris, mucho gris.
Excepto en el uso de las palabras.
Ahí es todo color.
Brillante y valiente, pero doloroso.
Es una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo. Y la ha escrito Nieves, la misma que hace tres años, por lo menos, en unas fiestas de agosto, en la plaza, mientras la verbena seguía su curso, me contaba que estaba escribiendo una novela histórica y no sabía si iba a ser capaz. Vaya si lo ha sido.
Ya me gustaría a mí.
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domingo, 16 de junio de 2019
NADA
Leí La historia interminable cuando era poco más que una niña y lo que más me costó imaginar de aquel mundo que Ende nos ponía delante fue la nada. Esa nada inmensa yo no podía imaginarla. No podía ser la negrura de la noche ni el blanco de las nubes. Tampoco, la verdad, la imaginaba como una espesa niebla que se lo comía todo. Era la ausencia absoluta y, para mi mente de niña, imposible de imaginar.
He crecido y sigo pensando en la nada, pero no en la de Ende, sino en la nada que te engulle a veces en la cotidianidad. Esa nada, para mí, es pasar un día sin que me aporte algo.
Sin escribir.
Sin leer.
Sin mantener una conversación interesante.
Sin recibir o dar un beso o un abrazo.
Eso es la nada.
En los dos últimos meses, quizá ya casi tres, me siento engullida por la nada. Sumado a distintos problemas de salud que no se solucionan, he tenido que afrontar pérdidas personales, algunas muy inesperadas. La debilidad de tener las defensas descontroladas me agota y no escribo lo que querría, no disfruto leyendo, no avanzo ni siento muescas de esas que me hacen sentir viva del todo. Me falta algo para seguir sintiéndome plena.
Esperaba el verano como una promesa de tiempo para ponerme en marcha, pero no sé si lo conseguiré. No solo necesito tiempo, sino también recargar las baterías. Encontrar la motivación, si no es posible en mí misma, en lo que me rodea. Pero pasan los días, me pierdo en rutinas que cada vez me llevan más tiempo aunque sean las mismas y la vida se me escapa sin darme cuenta. Creo que me hace falta un chispazo para reaccionar.
A ver si si encuentro el enchufe.
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martes, 4 de junio de 2019
lunes, 3 de junio de 2019
CAPÍTULOS DE LA VIDA DE UN ESCRITOR
No, hoy no voy a hablar de novelas. Voy a hablar de momentos, de los que pasamos cuando se nos ocurre convertirnos en novelistas y tenemos la fortuna de publicar y tropezar con lectores.
CAPÍTULO 1: La ilusión.
Se nos nota por todas partes. Tenemos la idea de una novela y hemos encontrado la manera de plasmarla en papel. Vamos avanzando, nos gusta, parece que funciona, así que hablamos de ello a las personas que tenemos a nuestro alrededor hasta volver tan locos a algunos que incluso nos echan el freno.
CAPÍTULO 2: La publicación.
Estamos como locos, el proceso de preparación del libro nos tiene abducidos. Hay dudas, si será la portada adecuada,si ha salido bien la sinopsis...
CAPÍTULO 3: El libro en tus manos.
Eso es el culmen, un placer solo comparable a verle la cara a tu hijo. Comparable, no igual.
CAPÍTULO 4: La primera crítica buena.
Se roza el cielo con los dedos. Los globos aerostáticos son menos ligeros que tú.
CAPÍTULO 5: La primera crítica mala.
Alicia, la del País de las Maravillas, lloró un poquito menos en su novela. Te sientes hundido porque no han comprendido tu arte.
CAPÍTULO 6: La primera página que te piratea.
Cabreo del 15 porque no entiendes por qué a ti, si tú no eres Ken Follet. Los hay que te dicen que debería darte igual, que de esto no vas a vivir y te hunden más. Están los que insisten en que denuncies y los que te abren los ojos porque eso no sirve de nada.
CAPÍTULO 7: La presentación.
La organizas ilusionadísimo en tu terreno, y la sala se pone hasta la bandera: tus primos, tus tíos, los vecinos y los compañeros de clase no te fallan. Vendes por encima de tus posibilidades y te vas a dormir en una nube que está por encima del globo aerostático.
CAPÍTULO 8: Nadie te reconoce por la calle.
Es triste, tú que creías que con ser escritor te convertirías en famoso y resulta que pasan los meses y no es cierto. Mucha red social, muchos fans virtuales, pero a la hora de la verdad ni tu vecina la de enfrente se ha enterado de que escribes libros.
CAPÍTULO 9: El primer informe de ventas.
Como te han mandado un montón de fotos por las redes sociales y en la librería de tu barrio han vendido por lo menos veinte ejemplares, has hecho un cálculo por encima y cuando llegué el recuento de royalties será la leche. Al final han sido pocos más que esos y un montón de los que se regalan a los blogs para promoción. Pero todo bien, aún puede suceder el milagro.
CAPÍTULO 10: La primera Feria de Madrid.
Te mueres de placer porque vas a escuchar tu nombre al lado de los grandes de la literatura actual. Es básicamente lo único que sucede. Eso y que se presentan varios blogueros con los libros que les regaló la editorial para que se los dediques.
Y tus familiares, claro. Si los tienes.
¿Alguien se ha pensado que esto es fácil? Porque no es verdad. Tengo muchos más capítulos, pero con diez hoy es suficiente. Los que vienen a continuación son un poquito más amargos. Las zancadillas, la gente que parecían compañeros pero te dan de lado cuando tienes un poco más de éxito que ellos, los que no te miran porque no les llegas a la suela de los zapatos, los que te ponen zancadillas anónimas...
Tengo material para una tesis doctoral.
CAPÍTULO 1: La ilusión.
Se nos nota por todas partes. Tenemos la idea de una novela y hemos encontrado la manera de plasmarla en papel. Vamos avanzando, nos gusta, parece que funciona, así que hablamos de ello a las personas que tenemos a nuestro alrededor hasta volver tan locos a algunos que incluso nos echan el freno.
CAPÍTULO 2: La publicación.
Estamos como locos, el proceso de preparación del libro nos tiene abducidos. Hay dudas, si será la portada adecuada,si ha salido bien la sinopsis...
CAPÍTULO 3: El libro en tus manos.
Eso es el culmen, un placer solo comparable a verle la cara a tu hijo. Comparable, no igual.
CAPÍTULO 4: La primera crítica buena.
Se roza el cielo con los dedos. Los globos aerostáticos son menos ligeros que tú.
CAPÍTULO 5: La primera crítica mala.
Alicia, la del País de las Maravillas, lloró un poquito menos en su novela. Te sientes hundido porque no han comprendido tu arte.
CAPÍTULO 6: La primera página que te piratea.
Cabreo del 15 porque no entiendes por qué a ti, si tú no eres Ken Follet. Los hay que te dicen que debería darte igual, que de esto no vas a vivir y te hunden más. Están los que insisten en que denuncies y los que te abren los ojos porque eso no sirve de nada.
CAPÍTULO 7: La presentación.
La organizas ilusionadísimo en tu terreno, y la sala se pone hasta la bandera: tus primos, tus tíos, los vecinos y los compañeros de clase no te fallan. Vendes por encima de tus posibilidades y te vas a dormir en una nube que está por encima del globo aerostático.
CAPÍTULO 8: Nadie te reconoce por la calle.
Es triste, tú que creías que con ser escritor te convertirías en famoso y resulta que pasan los meses y no es cierto. Mucha red social, muchos fans virtuales, pero a la hora de la verdad ni tu vecina la de enfrente se ha enterado de que escribes libros.
CAPÍTULO 9: El primer informe de ventas.
Como te han mandado un montón de fotos por las redes sociales y en la librería de tu barrio han vendido por lo menos veinte ejemplares, has hecho un cálculo por encima y cuando llegué el recuento de royalties será la leche. Al final han sido pocos más que esos y un montón de los que se regalan a los blogs para promoción. Pero todo bien, aún puede suceder el milagro.
CAPÍTULO 10: La primera Feria de Madrid.
Te mueres de placer porque vas a escuchar tu nombre al lado de los grandes de la literatura actual. Es básicamente lo único que sucede. Eso y que se presentan varios blogueros con los libros que les regaló la editorial para que se los dediques.
Y tus familiares, claro. Si los tienes.
¿Alguien se ha pensado que esto es fácil? Porque no es verdad. Tengo muchos más capítulos, pero con diez hoy es suficiente. Los que vienen a continuación son un poquito más amargos. Las zancadillas, la gente que parecían compañeros pero te dan de lado cuando tienes un poco más de éxito que ellos, los que no te miran porque no les llegas a la suela de los zapatos, los que te ponen zancadillas anónimas...
Tengo material para una tesis doctoral.
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