Sentado en el vagón de vuelta a casa, no puedo dejar de pensar en este tiempo contigo. Es curioso que algo que me ha hecho sentir tan profundamente no sea capaz de precisar cuándo empezó. No hubo violines sonando en mis oídos. No sentí que una flecha atravesara mi pecho y me fulminara, dejando mi pobre cuerpo rendido a tus pies. No tuvimos una primera cita memorable.
No.
Solo fuimos dos almas que se vieron sin verse una tarde de diciembre y se fueron aprendiendo poco a poco. Día a día, como la lenta gota de agua que erosiona la roca, tú fuiste arañando mi corazón hasta hacerte un hueco en él. Casi sin que me diera cuenta. Un día, sencillamente estabas y yo ya no sabía avanzar sin ti. Te empecé a necesitar, como se necesita el camino para dejar que tus pasos dibujen un futuro. Eras la cama en la que descansaba, la mesa que saciaba mi hambre y la música que ponía en mi alma farolillos de colores, fingiendo que siempre era fiesta. Hicimos juntos ese viaje. Dos manos entrelazadas, dos corazones distintos que se completaban. Uno más uno, uno solo, haciendo que las matemáticas fallasen estrepitosamente.
Que curioso es el tiempo cuando amas. Se contrae y fluye rápido, los días se acortan, se escapan de entre los dedos aunque en tu interior reine el verano de días eternos. Esa ida alegre tiene el sonido de tu risa, los te quiero a media voz, los juegos locos que solo pretendían prender un brillo de felicidad en tus ojos porque su reflejo me hacía también feliz a mí.
Luego llegó el invierno.
A él sí que lo noté, porque el frío me pilló desprevenido. Te había dado mi abrigo y, aquella tarde, me quedé desnudo frente a ti. Tirité por dentro, desarmado, herido por el hielo de unas palabras que no esperaba. Hice lo que se hace con el invierno, combatir con fuego su gélido aliento. Poco a poco pasaron esos días infelices.
Y volví a creer que regresaría el brillo de tu mirada, las risas y los te quiero susurrados.
Solo fue un vago espejismo, la vuelta estaba en marcha, yo ya estaba rumbo a este vagón donde hago el viaje de vuelta solo. Derrotado. Vencido. Ahora los días cortos se hacen tan largos que prefiero cerrar los ojos y no pensar. No quiero ver la luz porque me recuerda otro tiempo, una historia que nunca quise que terminara, pero que tengo que aprender a aceptar que ya pasó.
Que ya estoy de vuelta de ese viaje.
Relato publicado en El Adelantado de Segovia.
Muy bonito,aunque con un final triste.
ResponderEliminarEstos viajes nunca tienen final feliz.
EliminarYa te lo he dicho. Es precioso, triste, pero bonito. Como la vida misma...
ResponderEliminarMuchas gracias, Almudena!
EliminarAys, pero qué bonito... Pero qué triste...
ResponderEliminarBesotes!!!
Me ha salido así hoy.
EliminarBesos, Margari!
Sin final feliz, como ocurre algunas veces en la vida real. Aunque, quién puede asegurar que sea el final? Bonito Viaje.
ResponderEliminarEn general, la vida no acaba bien. Piénsalo.
EliminarBesos
Qué bonito, narrado como es habitual en ti y muy real
ResponderEliminarMil gracias, María!
EliminarTe comento otra vez, que parece que se ha diluido mi reflejo.
ResponderEliminarUn viaje precioso pero triste. Fue bonito mientras duró. Bello
Besos
Yo creo que me quedo con la ida 😉
EliminarGracias!
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