jueves, 15 de junio de 2017

PATRIA DE FERNANDO ARAMBURU



Sinopsis:

El día en que ETA anuncia el abandono de las armas, Bittori se dirige al cementerio para contarle a la tumba de su marido el Txato, asesinado por los terroristas, que ha decidido volver a la casa donde vivieron. ¿Podrá convivir con quienes la acosaron antes y después del atentado que trastocó su vida y la de su familia? ¿Podrá saber quién fue el encapuchado que un día lluvioso mató a su marido, cuando volvía de su empresa de transportes? Por más que llegue a escondidas, la presencia de Bittori alterará la falsa tranquilidad del pueblo, sobre todo de su vecina Miren, amiga íntima en otro tiempo, y madre de Joxe Mari, un terrorista encarcelado y sospechoso de los peores temores de Bittori. ¿Qué pasó entre esas dos mujeres? ¿Qué ha envenenado la vida de sus hijos y sus maridos tan unidos en el pasado? Con sus desgarros disimulados y sus convicciones inquebrantables, con sus heridas y sus valentías, la historia incandescente de sus vidas antes y después del cráter que fue la muerte del Txato, nos habla de la imposibilidad de olvidar y de la necesidad de perdón en una comunidad rota por el fanatismo político.

Mis impresiones:

La sinopsis presenta el tema de Patria, los principales interrogantes de la novela, pero se queda muy escasa para plantearle a un lector que no haya abierto el libro qué es lo que va a encontrar. Me voy a limitar a eso, a desgranar las cosas que hacen de esta una novela diferente. Y lo voy a hacer tal y como me sucedió a mí, intentando transmitir mi experiencia lectora.

Lo primero que me llamó la atención fue que los 125 capítulos en los que está dividida la novela -todos más o menos cortos, lo que provoca que el lector se diga eso de "un poquito más" y no se tenga la sensación de tener un tocho de novela entre las manos- están titulados. Leídos los títulos ahora, tengo la sensación de que cada uno es un pequeño relato. Me han venido a la cabeza las largas listas de títulos que manejo cuando soy jurado de certámenes de narrativa.

Lo siguiente que me descolocó, la forma en la que está escrita. La novela empieza con dos párrafos narrados desde la mente de uno de los personajes: Bittori. Están en presente, en un tiempo verbal que contribuye a acercarse al lector. Pensé que sería así el libro, que ese personaje me contaría la historia de la que hablaba la sinopsis.

En la línea 9 de la novela, esto ya no era así.

Es entonces cuando el narrador sale de la cabeza del personaje y se sitúa fuera. Es un narrador omnisciente que lo sabe todo: sabe que Bittori está mirando con pena a su hija desde la ventana, no solo nos narra sus movimientos. Y de pronto, como si el lector no estuviera suficientemente descolocado, es la propia Bittori, en ese mismo párrafo, quien vuelve a tomar los mandos de la narración. A partir de aquí, el contrato con el lector, ese del punto de vista del que hablamos muchas veces, Aramburu lo establece de un modo particular. Habrá un narrador en pasado que contará partes de la trama, pero también serán los personajes los que nos hablen, intercalando diálogos con estilo directo e indirecto, cediéndose el testigo para que no quede ni una sola sombra en una historia que ha permanecido durante mucho tiempo a oscuras. Porque el miedo estaba siendo el único que salía ganando y no dejaba que se encendiera ni una luz.

Irá del presente al pasado en los verbos, pero también en la trama. Repetirá fragmentos de la historia, pero es que nosotros hacemos lo mismo: cuando algo nos marca a fuego, repetimos en nuestra cabeza esa situación una y otra vez. La visionamos como una película a la que acaban saliéndole matices que, tal vez, ni siquiera sean ciertos. Tal vez sea solo que necesitamos entender cosas que no se entienden y hay que ponerles explicaciones extra para ver si así la sinrazón cobra sentido.

Aramburu también se libera de las ataduras de la norma y juega con una sintaxis particular. De vez en cuando aparecen palabras separadas por barras que matizan una idea. Otras, las frases las deja colgadas, poniendo un punto de pronto cuando aún no han terminado de expresarse, tal y como hacemos en lengua oral. Esa lengua oral le interesa y para reflejarla en los personajes se vale de algunos recursos. Por ejemplo, el condicional lo usa en los diálogos de los personajes y en sus pensamientos, igual que se usa en Euskadi, sustituyendo al pretérito imperfecto de subjuntivo por el condicional simple. Esta incorrección creo que enriquece la narración y en el libro se nos advierte de ella, que no es un error sino algo hecho a propósito, marcando esos verbos en cursiva.

También aparecen palabras en euskera, y un glosario al final de la novela para consultar su significado. Es verdad que no todo el mundo tiene por qué saber euskera, de hecho yo no sé, pero solo he tenido que consultar algunas puntualmente, y una vez, porque las repite mucho. Esto lo cuento porque en la Feria del Libro de Madrid, mientras esperaba a que me firmase el libro, tuve que aguantar la chapa del que iba detrás del mí en la fila -gracias a Dios, no le dio por hablarme a mí, sino al que iba detrás de él-, sobre que se iba a quejar al autor por haber puesto un glosario y no notas a pie de página.

Me di cuenta de que, cuando no se tiene nada que decir, se dicen muchas tonterías en esta vida.

Bueno, no me di cuenta en ese momento, eso ya lo sé desde hace mucho. Pensé en qué le contestaría yo si un lector solo tuviera que contarme una tontuna de ese tipo relacionada con un libro como este, tan lleno de todo. Sonreí. Seguro que algo amable.

Antes he dicho que el narrador no es uno sino muchos: cada uno de los personajes importantes de esta novela ejerce ese papel en algún momento. Los principales son las dos familias que aparecen en la novela, la del Txato, el asesinado por ETA, formada por Bittori, su mujer y sus hijos Nerea y Xabier. La otra, la familia de Miren. Y es Miren la que destaco porque es la que articula ese núcleo familiar. Es la que más se radicaliza, incluso más que su marido Joxian, que no es más que un pobre hombre al que le interesan su bici y su huerto; a años luz de Gorka, el hijo pequeño, que lo que más ganas tiene es de huir del pueblo y, por supuesto, de Arantxa, la hija, que se desvincula desde el principio en todo lo que tenga que ver con la banda terrorista. Miren, sin embargo, se radicaliza cada día más y apoya a su otro hijo, Joxe Mari, que es captado por la organización cuando apenas es un niño.

Las dos familias, íntimas antes, acaban sin dirigirse la palabra cuando el Txato, empresario, empieza a ser señalado como objetivo por negarse a pagar el impuesto revolucionario. Lo paga en alguna ocasión, pero cuando empieza a pensar que es demasiado, a la banda le da igual que sea vasco de pura cepa, euskaldun de toda la vida o un buen hombre que siempre se ha preocupado por su pueblo, al que adora y de donde no se quiere marchar.

Y hablando del pueblo, a lo largo de la novela se mencionan lugares como las prisiones por las que pasa Joxe Mari, o poblaciones como Rentería o San Sebastián, pero en ningún momento -al menos yo no lo he registrado en mi mente- se dice el nombre de ese pueblo. Supongo que es inventado, que el pueblo es solo una metáfora de cualquier pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce y donde o te significas hacia un lado o te significan los demás hacia otro. Lo he sentido como un lugar opresivo, donde nadie se siente libre del todo. Aramburu plantea la historia desde todas las perspectivas y he visto la doble victimización que sufrieron las víctimas del terrorismo, forzadas incluso a abandonar sus pueblos a pesar de que uno de sus miembros había sido asesinado, pero también he visto a familias de terroristas donde algunos de sus miembros no se libraban del miedo. Gorka, aunque no está de acuerdo, va a las manifestaciones "para dejarse ver", como un escudo protector.

La novela empieza en el momento en el que se da la noticia del abandono de las armas de la organización y la palabra clave en toda ella, lo que busca Bittori, es perdón.

Para mí la novela es un ejercicio de libertad: por un lado, narrativa, porque el autor se quita todos los prejuicios y escribe como le da gana. Es, desde luego, desde mi punto de vista lo que la hace particularmente interesante para todos los que nos apasionan las cuestiones narrativas. Rompe con todo, te descoloca los esquemas y te hace replantearte qué está bien y qué está mal. Aunque claro, al poco te das cuenta de que es solo que Aramburu tiene una voz narrativa propia y cualquier intento por emularle pasaría solo por una burda copia desvaída. Por otro, la libertad a la hora de poder contar algo que ha estado mucho tiempo hablándose solo con las ventanas cerradas y en voz bajita, como se encarga de recordarnos varias veces en la novela.

Es un poco de luz después de tantos años de oscuridad.

viernes, 9 de junio de 2017

LOCUS AMOENUS XXI

Entorné la puerta de este espacio y me asomé al espejo, despacito, allá por 2008. Nada, un poquito, lo justo para ver qué había detrás de la puerta.

No me quedé mucho tiempo.

No entendía nada, tampoco tenía internet en casa (entonces solo entraba los domingos, de prestado, desde el wifi de mi cuñado) y solo me acordaba a saltos de que había colgado un espejo en mi vida.

En 2011 algo cambió; quizá el calor de un verano que estaba abocado a ser distinto, quizá el destino, quizá que la vida te lleva siempre, siempre por donde quiere... atravesé el cristal para instalarme con comodidad aquí. Se estaba bien. Hacía un calorcito agradable, nada que ver con el bochornoso verano que estábamos viviendo. Había poca gente, de hecho la mayoría eran silenciosos visitantes que no abrían la boca, pero a mí me daba lo mismo.

Había encontrado mi hogar y empecé a decorarlo a mi gusto.

Luego, con el tiempo, entraron las visitas. Colgué una foto en la pared, de mí misma, un selfie que me hice con una cámara digital de las primeras (por eso sale media cara, porque no atiné a encuadrar con la cámara vuelta). En ese momento no encontré a nadie que me quisiera hacer una foto...


Durante un año me sentí inmensamente feliz con este blog. Me dio mucho más de lo que invertí en él. Ganas, ilusión, un principio, un espacio donde expresarme, contando lo que me apetecía. Nuevos libros y montones de palabras que prometían un futuro con mucha más luz de la que había en ese 2011. Conocí a gente que he ido conservando con el tiempo y a otra que he desconocido. La vida es siempre así, un camino donde te cruzas con gente que sigue contigo y otra que, después de un tiempo se va. Incluso sin despedirse.

Luego pasaron un millón y medio de cosas.

Buenas.

Regulares.

No tan buenas.

Principios.

Finales.

Desconcierto.

Ilusión.

Desengaño.

Vuelta a la ilusión.

...

Este verano, este 2017, quiero recuperar mi blog como lo que fue al principio: mi remanso de paz. El sitio donde fui libre de contar lo que me daba la gana (siempre con respeto, por supuesto). Que me tenía ocupada pensando en la siguiente entrada, en el libro que iba a comentar o el relato que se me acababa de ocurrir para colgarlo aquí.

Eso es lo que pienso hacer a partir de ahora. Estoy un poco más mayor, mis niños son ya grandes, tengo menos asuntos pendientes y han pasado tantas cosas entre la que fui y la que soy, que quizá se note que no soy exactamente la misma (los palos de la vida te curten y se llevan por delante a veces ese extra de entusiasmo que te mantiene con una sonrisa permanente). Quizá me he vuelto un poco más seria.



Lo que no ha cambiado es mi pelo. No es azul eléctrico, como el que se ha puesto tan de moda ahora, pero lo llevo en el mismo tono negro azulado de siempre. He pensado en cambiármelo, ahora que está tan de moda se lo cedo mejor a otras, pero para qué.

De todo lo que me rodea, creo mi pelo azul que es de lo que menos cansada estoy.

jueves, 8 de junio de 2017

EL ARTE DE PEDIR COMENTARIOS

He visto un vídeo que dice que para triunfar con tu libro tienes que pedir comentarios a tus amigos. Me he visto a mí misma abocada al fracaso, porque no me atrevo a hacer semejante cosa. No solo es por un pudor mayúsculo, es por otra cosa un poco más ridícula si cabe: nunca sabría la verdad sobre lo que escribo.

Bueno, igual tampoco la sé ahora, pero al menos sé que no la estoy manipulando de ninguna manera.

Sé que los que llegan (salvo alguno suelto por ahí, no necesariamente todos de los malos) son de verdad. Sinceros. Que cuentan lo que piensan del libro.

Una vez sí pedí un comentario, o más bien le supliqué a alguien que se leyera uno de mis libros (Boy for rent) porque no tenía ni puñetera idea de si eso era legible o no. Me lo podía parecer, pero mi nivel de inglés da para lo que da y no estaba segura.

Los demás han venido por su cuenta.

Es verdad que hace poco alguien me dijo que si yo no tenía amigos, por la escasez de comentarios que tengo con relación a las ventas y al tiempo que llevan mis libros. Me lo pregunté durante unos segundos. Después me eché a reír. En realidad, en literatura no se buscan amigos.

Se buscan lectores.

miércoles, 7 de junio de 2017

BOY FOR RENT GRATIS

Boy for rent, la versión en inglés de Su chico de alquiler estará GRATIS durante unos días en todas las plataformas en las que está subida. Comparto el enlace de Amazon, porque es en la que más fácil lo localizo.

Descargarlo os va a costar un simple click, no os van a cobrar nada de nada, no tenéis ni el compromiso de leerlo, pero oye, la ilusión que me hará a mí tampoco tiene ningún precio.

Ahí os lo dejo. Solo tenéis que pulsar en el título y os lleva a la página.

BOY FOR RENT
Amazon

BOY FOR RENT
Google Play



Ah, y os recuerdo que Entre puntos suspensivos, la historia de los personajes de Su chico de alquiler diez años después, está en una promoción de Amazon, ebooks al 50%. Durante junio se podrá conseguir a la mitad de su precio habitual en digital. A cambio de 1,42€ os prometo unas horas de lectura que os va a sacar carcajadas, alguna que otra lagrimilla y que, estoy segura, os hará pensar un poco.

También os la dejo.



martes, 6 de junio de 2017

EL INMENSO PODER DEL BOCA OREJA



Ayer me llegaba a mi correo un post del blog de Abel Amutxategi, Cómo escribir un libro, al que llevo suscrita tanto que ya ni me acuerdo de cuándo lo hice. Se titula 12 formas de ayudar GRATIS a tu autor favorito, y como él lo cuenta de maravilla, pinchando en el enlace veréis las que propone.

Después, volved, que quiero contaros yo algo.

¿Ya está?

Bien ahora os digo  yo. Ayer, cuando leí el post, me di cuenta de que llevo años haciendo esto, no solo con autores consagrados, sino con muchos que he ido conociendo a través de las redes, que me han gustado y no he dudado un instante en recomendar. Lo he hecho a través del blog, en Facebook, en Twitter, de viva voz... porque soy una cansina con las cosas que me gustan y, por qué no, porque también me apetecía compartir impresiones con otras personas sobre estos libros, y esa es una buena manera de hacerlo.

Incluso a los que han publicado con editorial los he ayudado "recolocando" sus libros en las librerías, algo que algún día me va a causar un disgusto.

Y, aún más allá, a veces he buscado en los ordenadores que hay en las grandes cadenas de venta de artículos informáticos los perfiles de las novelas y los he dejado abiertos, bien visibles. Yo que sé, igual el siguiente que tocase el ordenador se podría fijar en ellos...

Como autora, hay personas que han hecho conmigo algo así. Me han dedicado espacio en sus blogs, me hicieron entrevistas, han recomendado mis libros en sus perfiles... Y sé que eso ha sido esencial para que yo, a día de hoy, tenga tres novelas publicadas con editorial. Sin eso, sería todavía más desconocida. Una persona, a la que creo que le debo el principio y se lo tengo que reconocer, es Tatty, de El Universo de los libros, que me abrió las puertas cuando todas estaban cerradas. A ella se sumó Mónica, después Marga y un largo etcétera de blogs.

Todas ellas contribuyeron al boca oreja, que tiene un poder inmenso de convocatoria. Es más poderoso que cualquier campaña de marketing orquestada, porque siempre suele haber detrás de él un producto que tiene calidad suficiente como para que alguien arriesgue el valor de su palabra recomendándolo.

Espera, ¿qué acabo de decir?

Me temo que aquí hay un punto que debo matizar.

Cuando empecé a publicar en Amazon los autores independientes nos organizamos para publicitarnos entre nosotros. La plataforma era nueva, el fenómeno estaba en pañales y se hacía necesaria una difusión importante y conjunta para crear el ruido suficiente y que nos prestasen atención. Organizamos una lista con los libros que teníamos en la plataforma y la compartimos, para que cada uno pegase, por turnos, los tuits en su perfil. Los demás solo tendrían que retuitearlo y el ruido estaba asegurado. Al principio éramos un número razonable de autores, una docena aproximadamente, pero pronto se empezó a unir mucha más gente atraída por la posible repercusión de la estrategia. (Para quienes no tienen memoria, que los hay, sí, yo estuve desde el primer día en eso que se llamó Generación Kindle). La verdad es que funcionó, Amazon en pocos meses pasó de ser una página más a una de las más recomendadas en las redes. Nosotros, pasamos de desconocidos totales a autores que se buscaban la vida con bastante ingenio y sin apoyo editorial. Ganamos, pero también ganó Amazon.

Y mucho más que nosotros.

En ese momento, yo creo que algo no estaba bien planteado; se recomendó sin leer, solo por el apoyo recíproco, incumpliendo una premisa que desde el principio debía de haber sido básica. Yo, que encima era de las pocas que habían leído a muchos de ellos, salí bastante escaldada de esto, no creáis, y no solo porque no conseguí muchos lectores entre esos escritores, sino por otros fenómenos que se dieron en paralelo.

Llevo un imán de neodimio que atrae idiotas insertado en lo más profundo de mi organismo.

El primer día que me tocó tuitear tropecientas novelas (ya os digo que enseguida se enganchó mucha gente) lo hice religiosamente, pero tuve que aguantar a una pedante en Twitter que me atacó por usar este sistema (y eso que a la pedante le vino de maravilla porque favorecía a una persona de su entorno, pero ya sabéis que Twitter tiene el mayor número de imbéciles por bit cuadrado). Me llevé un disgusto de la leche, porque yo en ese momento era más pava que ahora y era incapaz de mandar a la mierda a nadie, por mucho que se lo mereciera.

Aguanté casi un año siendo generosa con personas que en muchos casos no lo estaban siendo conmigo (la persona a la que más tuits le puse en esas fechas no me puso ni uno solo a mí y eso que se declaraba en privado -en público no- mi mejor amigo escritor). Un día, después de aguantar a otro individuo que no sé por qué motivos recomendó a todo el mundo que me bloqueasen en todas las redes (un tipo infernal, recuerdo que se llamaba Dante) decidí zanjar el asunto y cambiar la estrategia.

Justo como hicieron conmigo, dejé de recomendar porque sí. Total, si ya me habían puesto a caer de un burro, era mejor que al menos fuera honesta conmigo misma.

Empecé a recomendar solo los libros que había leído y me habían gustado, que por otro lado eran un montón, porque soy de esa clase de escritores en extinción que leen muchísimo.

Desde entonces, las personas que me siguen saben que cuando recomiendo un libro lo hago convencida de lo que estoy diciendo, que si tuiteo algo, es porque creo en ello. Que lo hago porque quiero y no porque deba nada a nadie.

Y hablando de deber, fijaos hasta donde llega lo tonta que soy que en el último caso que he vivido de desequilibrio tuiteril (cómo me gusta inventarme palabras) este ha ido de tres o cuatro tuits al día en mi cuenta para una novela y tres tuits (tres) de ese autor entre mis dos últimas novelas para mí. Si hiciera cuentas, no compensaría, pero el caso es que a mí las novelas me gustaron y me da igual lo que hagan los demás. No los pongo para que me los pongan, de hecho los pongo incluso cuando a mí se me ignora.

No se trata de personas, se trata de novelas.

Si te tuitean por cómo eres y no por cómo escribes, vamos mal.

Por cierto, mientras estaba redactando esto, se me ha ocurrido otro post: cómo perjudicar a tu autor favorito. Igual hasta un día lo escribo.

O no, este año no ando muy bien de tiempo.